Beato Charles de Foucauld

jueves, 1 de diciembre de 2016
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Hoy celebramos al beato Charles de Foucauld. Soldado, geógrafo, trapense, lingüista y eremita, Carlos, Vizconde de Foucauld, nació en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858. A los seis años perdió a sus padres y quedó solo con una hermana al cuidado de su abuelo. Estudió en el colegio de los jesuitas en Nancy y en Paris.

Como militar fue destinado como oficial a Argelia, de donde fue despedido por mala conducta. Estudió árabe y hebreo. Emprendió, en 1883, una expedición por el desierto de Marruecos, hizo mapas de los oasis del país y recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía. Exploró Argelia y Túnez y regresó a París para trabajar en su libro sobre Marruecos. La vida entre los seguidores del Islam le hizo pensar que aquella gente se toma muy en serio su religión, cuando él, por el contrario, había vivido derrochando dinero y corriendo aventuras. Comenzó a rezar: “Señor, si existes, que yo te conozca”. Un amigo lo dirigió al Padre Huvelin. Cuando Carlos explicó que no era creyente, el sacerdote simplemente le dijo que se confesara. Carlos obedeció y salió del confesionario un hombre nuevo. “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para El; mi vocación religiosa nació en el mismo momento que mi fe: ¡Dios es tan grande!”

Al tiempo, recordando ese tiempo de su vida reflexiona: “¡Oh Dios mío! ¡Cómo tenías tu mano sobre mí, y qué poco yo lo sentía! ¡Qué bueno eres! ¡Cómo me guardaste! ¡Cómo me guardabas bajo tus alas mientras yo ni siquiera creía en Tu existencia!”

Durante una peregrinación a Tierra Santa descubre su vocación: seguir Jesús en su vida de Nazareth. Para imitar la vida oculta de Jesús en Nazaret, se fue a vivir en el corazón del desierto del Sahara, en Tamanrasset, tierra de conflictos donde nadie quería ir. Llegó a ser conocido como el “hermano universal”. Él decía de sí mismo: “La imitación es inseparable del amor. Cualquier persona que ama quiere imitar (lo amado), es el secreto de mi vida. (…) Me sentí llamado a ir a las ovejas perdidas, a las almas más abandonadas con el fin de realizar con ellas el deber de amar”.

Oracion del abandono