“La clave para superar nuestros desiertos: mirar al Crucificado”

martes, 20 de marzo de 2018
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20/03/2018 – El Papa Francisco, en la misa matutina en la casa Santa Marta, invitó a mirar  al Crucificado en los momentos difíciles, cuando se tiene el corazón deprimido y uno se cansa del viaje de la vida. Es la invitación partió desde la Primera Lectura propuesta por la liturgia del día (Nm 21,4-9) en la que se narra acerca de la desolación vivida por el pueblo de Israel en el desierto y del episodio de las serpientes. El pueblo había tenido hambre y Dios había respondido con el maná y después con las perdices; había tenido sed y Dios le había dado el agua.

Después, ante la proximidad de la tierra prometida, algunos de ellos habían manifestado escepticismo porque los exploradores enviados por Moisés habían dicho que era rica de fruta y animales, pero habitada por un pueblo alto y  fuerte, bien armado: tenían miedo de ser asesinados. Y, por lo tanto, expresaban las razones del peligro que implicaba ir allí. “Miraban su propia fuerza – comentó el Papa – y se habían olvidado de la fuerza del Señor que los había liberado de la esclavitud de 400 años”.

De manera que “el pueblo no soportó el viaje”, como cuando las personas comienzan “una vida para seguir al Señor, para estar cerca del Señor” y en un determinado punto las pruebas parecen superarlas. Aquel tiempo de la vida cuando uno dice: “¡Pero basta!, “yo me detengo y vuelvo para atrás” y se piensa con añoranza en el pasado: “Cuánta carne, cuántas cebollas, cuántas cosas buenas comíamos ahí”. Sin embargo Francisco invitó a mirar la parcialidad de esta “memoria enferma”, de esta nostalgia distorsionada porque aquella era la comida de la esclavitud, precisamente cuando eran esclavos en Egipto.

“Estas son las ilusiones que trae el diablo: te hace ver lo bello de una cosa que has dejado, de la que te has convertido en el momento de la desolación del camino, cuando tú aún no has llegado a la promesa del Señor. Es un poco el camino así de la Cuaresma, sí, podemos pensar así; o concebir la vida como una Cuaresma: siempre están las pruebas y las consolaciones del Señor, está el maná, está el agua, están los pájaros que nos dan de comer… y aquella comida era mejor. ¡Pero no olvides que la comías en la mesa de la esclavitud!”.

Esta experiencia – subrayó el Papa – nos sucede a todos nosotros cuando queremos seguir al Señor pero nos cansamos. Y lo peor es que el pueblo ha hablado mal de Dios y “criticar a Dios es envenenarse el alma”. Quizá uno piense que Dios no lo ayuda o que hay tantas pruebas. Siente “el corazón deprimido, envenenado”. Y las serpientes, que mordían al pueblo como narra la Primera Lectura del día, son precisamente “el símbolo del envenenamiento”, de la falta de constancia para seguir en el camino del Señor.

Entonces Moisés, por invitación del Señor, hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta. Esta serpiente, que curaba a todos los que habían sido atacados por serpientes por haber hablado mal de Dios, “era profética: era la figura de Cristo en la cruz”.

“Aquí está la clave de nuestra salvación, la clave de nuestra paciencia en el camino de la vida, la clave para superar nuestros desiertos: mirar al Crucificado. Mirar a Cristo crucificado. ‘¿Y qué debo hacer, Padre?’ – ‘Míralo. Mira las llagas. Entra en sus llagas’. Por esas llagas nosotros hemos sido curados. ¿Te sientes envenenado, te sientes triste, o sientes que tu vida no va, que está llena de dificultades, y también de enfermedad? Mira allí”.

Francisco también invitó esta mañana, en esos momentos, a mirar “al crucificado feo, es decir real”, porque “los  artistas han hecho crucificados bellos, artísticos”, algunos de oro y de piedras preciosas. Y esto – notó el Papa – “no siempre es mundanidad” porque quiere significar “la gloria de la cruz, la gloria de la resurrección”. “Pero cuando tú te sientes así, mira esto: antes que la gloria”, subrayó también el Papa.

Por otra parte, Francisco fue con el pensamiento a cuando de niño iba con su abuela el Viernes Santo: se hacía la procesión de las antorchas en la parroquia y se llevaba al Cristo yacente, de mármol, de dimensiones naturales. Y cando llegaba, la abuela nos hacía arrodillar: “¡Míralo bien – decía– porque mañana resucitará!”. En aquel tiempo, en efecto, antes de la reforma litúrgica de Pío XII, la Resurrección se celebraba el sábado por la mañana, no el domingo. “Y entonces la abuela – dijo el Papa Francisco – el sábado por la mañana, cuando se oían las campanas de la Resurrección, nos hacía lavar los ojos con agua, para ver la gloria de Cristo”.

“Enseñen a sus niños a mirar al crucificado y la gloria di Cristo. Pero nosotros, en los momentos malos, en los momentos difíciles, envenenados un poco por haber manifestado en nuestro corazón alguna decepción contra Dios, miremos las llagas. Cristo levantado como la serpiente: porque él se ha hecho serpiente, se ha anonadado completamente para vencer ‘a la serpiente maligna’. Que la Palabra de Dios hoy nos enseñe este camino: mirar al crucificado. Sobre todo en el momento en el que, como el pueblo de Dios, nos cansamos del viaje de la vida”.

Fuente: Vatican News