Una locura llamada Amor

lunes, 14 de mayo de 2018
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14/05/2018 – En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a amar al estilo suyo: amar a a todos, hasta la locura. Es un estilo que pide la entrega de todo.

Catequesis en un minuto

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Como el Padre me amó, yo también los he amado a ustedes; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permaneceran en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea colmado. Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Ustedes son  mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No los llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me han elegido vustedes a mí, sino que yo los he elegido a vustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre se lo conceda. Lo que les mando es que se amen los unos a los otros”.

Juan 15; 9 – 17

 

Cuando buceamos en la Palabra de Dios el sentido, el significado, la esencia del amor nos quedan como dos preguntas dando vuelta. Por un lado ¿es realmente posible amar a Dios aunque no se lo vea? Y por otra parte ¿se puede mandar el amor? Somos invitados a amar a Dios por encima de todas las cosas, pero si no lo vemos ¿Cómo se puede hacer? Y al mismo tiempo somos movidos por la fuerza de la propuesta de Dios a amar como un mandato que él nos da.

La posibilidad de crecer en el amor está exigida particularmente e invitada a crecer desde ese lugar donde al que tenemos que amar no nos resulta amable. Es el estilo y el modo de amor de Dios que al entregar a su propio hijo lo hizo por nosotros con la única razón del amor porque en realidad no es que haya un mérito de parte nuestra para recibir semejante regalo, semejante primicia y arrebato de entrega, de ofrenda que Dios hace cuando nos ofrece a Jesús como el camino a través del cual podemos acercarnos a Él, el camino a través del cual nos capacitamos también para amar.

Nuestro prójimo es aquel a quien siempre tenemos delante en ese momento que tiene necesidad de nosotros más allá de si nos cae más o menos simpático, si es moralmente digno o no. Lo decía ésta gran monja carmelita judía convertida, asesinada por los nazis en un campo de concentración: para un cristiano no existen hombres extraños y de verdad que esto es una locura.

Una locura de amor que nos hace salir de nosotros mismos superando los límites que nos genera lo desconocido para entrar en el terreno de lo no sabido y desde ese lugar propio del amor empezar a familiarizarnos acortando las distancias con la posibilidad de hacer al otro cercano, de aproximarlo. El amor es el que projima, el que aproxima, el que acerca, el que nos hermana. Esto es un don, una Gracia. Es un misterio de amor y de Gracia que brota del corazón de Dios como de su fuente cuando con absoluta gratuidad nos entregó a su Hijo.

 

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