3º Encuentro: El catequista narrador-animador

martes, 28 de marzo de 2017
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Catequista
28/03/2017 – En el 3º encuentro del Curso Radial de Catequesis brindado por ISCA (Instituto Superior de Catequesis) y Radio María,  sobre Identidad y misión del catequista buscamos profundizar en la identidad y la espiritualidad de los agentes de pastoral dedicados a la catequesis en nuestras comunidades.

El P. Alejandro Puiggari, Laura De Isla y Silvia Cavadini presentan al catequista como : Forjador de comunidades / Portador y dador de la Buena Noticia / Compañero de camino y Narrador y comunicador.

En este 3º encuentro proponemos profundizar sobre el catequista como narrador-animador.

 

Jesús, modelo de catequista narrador. Las parábolas y su pedagogía

Miramos el modelo de Jesús como narrador. Y vemos en muchas páginas del Evangelio que recurría frecuentemente a las parábolas. Jesús enseñaba a multitudes y discutía con sus oponentes usando entre otros, este recurso. Se presenta como un maestro itinerante seguido por multitudes y con gran autoridad. ¿Qué recursos utilizaba que le daban autoridad y cercanía con los que lo seguían?

En los relatos evangélicos vemos que Jesús recurre a distintas mediaciones:

  • Preguntas
  • Señales y prodigios
  • Gestos de cercanía y compasión
  • Discursos y conversaciones
  • Silencios y oraciones
  • Discusiones e imprecaciones
  • Podemos resumir que en la opción de Jesús hay …
    diálogo de saberes,
    discernimiento crítico,
    relación pedagógica igualitaria,
    construcción colectiva del conocimiento y del relato.
  • Recuperación de la memoria y de la identidad
  • Escucha discipular
  • Lectura comunitaria de los textos sagrados

Todo para anunciar el mensaje central del evangelio a todos: el mandamiento del amor Lo que encontramos en el Antiguo Testamento tiene su continuación en la enseñanza de Jesús, y de manera particular el empleo de la parábola como método de revelación.

Es interesante ahondar en la pedagogía propia de las parábolas. Pero teniendo en claro que la propuesta educativa de Jesús no se reduce a este recurso.

Dice Gabriela Mistral sobre este recurso pedagógico: «Las parábolas de Jesús son el eterno modelo de enseñanza: usar la imagen, ser sencilla y dar bajo apariencia simple el pensamiento más hondo».

En palabras fáciles: Jesús no impone lo que quiere enseñar, propone y abre un espacio para que el otro, desde su libertad, acepte la propuesta. Esa es la pedagogía propia de Dios (como veíamos en los encuentros anteriores), es la pedagogía propia de la fe, del Reino.

Dentro de este marco grande de la pedagogía del Señor fijamos la mirada en este recurso que son las parábolas:

«Las parábolas son un trozo de roca sobre la cual se ha edificado la tradición. En efecto: generalmente se admite que las imágenes se graban más profundamente en la memoria que cualquier idea abstracta. Y cuando se trata de las parábolas de Jesús, hay que añadir que reflejan fielmente, con una notable nitidez, la «Buena Nueva» que Jesús anuncia, el carácter escatológico de su predicación, la gravedad de sus llamamientos al arrepentimiento y de sus conflictos con el fariseísmo. Por otra parte, detrás del texto griego se deja siempre entrever la lengua materna de Jesús; y el mismo contenido de sus imágenes está arrancado de la vida diaria de Palestina». J.Jeremías

La “utopía” escondida en las parábolas

Las parábolas pertenecen al campo de la narrativa y de la oralidad. No es lo mismo leer una parábola que escucharla. Son relatos teológicos elaborados a partir de la experiencia de la vida, para ser contados y escuchados colectivamente. Suponen la interacción del narrador, la narración y la comunidad que escucha; implica la constitución de identidades diversas, dinámicas significativas en equidad y en diversidad. Así se educaba Israel escuchando, preguntando, conversando y discutiendo con los maestros. Escuchar historias y parábolas ejemplares, en donde la vida es relatada y re-creada con fines educativos constituía la “escuela pública” por excelencia en Israel. La plaza, los caminos, la posada, el taller, los pozos, la casa, la mesa, la cama; allí donde se conversa, se escucha, se discute, se ríe, se descansa y se sueña transcurre el saber parabólico. Tanto la vida como la fe, en tanto experiencia que se comunica comunitariamente, se hacen relato educativo. Las parábolas pertenecen al mundo de la vida y de la fe que se relata. Esta dinámica narrativa favorece abrir la vida y la fe al horizonte utópico. Es por ello que el relato parabólico es por excelencia un relato de vida, de justicia y de esperanza. Es teología narrativa.

Vamos al diccionario para ver el significado de la palabra “utopía”: Proyecto, deseo o plan ideal, atrayente y beneficioso, generalmente para la comunidad, que es muy improbable que suceda o que en el momento de su formulación es irrealizable. Eduardo Galeano se pregunta ¿para qué sirve la utopía? «La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.»

Y ¿por qué el planteo de una utopía escondida en las parábolas? Porque en ellas se nos abre en el horizonte un modelo de comunidad distinta y hacia la que queremos ir. De modo que nos impulsa a ser peregrinos hacia el mejor plan pastoral que nos propone el Señor: el de las Bienaventuranzas. En las parábolas se anticipa esa comunidad evangélica y el Maestro pretende que, al escucharlas, miremos más allá de lo cotidiano: afanes, dolores, preocupaciones diarias para entrar en ese mundo nuevo pero posible con su Gracia. En esa comunidad nueva los creyentes hacemos la experiencia de un nuevo modo de ser y de obrar. El oyente de la parábola es invitado a traducir esa enseñanza en su vida cotidiana y así transformar la realidad hacia ese mundo nuevo que el Señor nos propone como “Camino”. La respuesta que el Señor busca con la parábola es el cambio de vida, la conversión y lo hace desde el arte de narrar.
Tenemos que entender que cualquier obra de arte, si es una obra magna y auténtica, nos habla directamente al alma y nos eleva hasta el ideal del artista. Pero cuando el artista es al mismo tiempo el que revela los misterios de Dios, la literatura misma se convierte en revelación. Las parábolas evangélicas representan las realidades divinas.

Elegidas a ciencia y conciencia por Nuestro Señor, llevan en sí mismas el pensamiento y la vida del artista divino. Es cierto que encantan y fascinan como todo lenguaje y toda literatura; pero el que las ha pronunciado es el Verbo de Dios. Y este Verbo garantiza a las parábolas su semejanza con el original divino. Cuando las estamos meditando, su gracia, presente en nuestro interior, imprime las imágenes en nosotros y nos va identificando con ellas.

Comparar “este mundo” con otro “totalmente diferente” (eu topo), aunque imaginario, puede suscitar iniciativas creadoras de nuevas posibilidades de estar en el mundo. La ficción parabólica “anticipa con vistas a un mundo futuro e implica una crítica del mundo presente” disponiendo a sus oyentes para que a partir “de sus preocupaciones ordinarias, de sus afanes cotidianos, de sus comportamientos fijos, puedan entrar en un mundo nuevo, en el que otras lógicas sean posible y en el que hacen la experiencia de una nueva manera de ser y de obrar”, a la vez que los “entrena”, mediante el juego de simulación, para la acción coherente con la opción preferencial del evangelio. Los oyentes, una vez que han abierto su mundo, son invitados a traducir en la práctica, a partir de lo que ellos mismos hacen, el modelo propuesto.

Al fin y al cabo esta es la “respuesta” que exige la parábola: el cambio de práctica, la conversión. El arte de Jesús, en cuanto maestro narrador de parábolas, está en la introducción de lo “inédito” en el plano de lo viable, lo onírico en el horizonte de lo histórico, el “sentido” en medio del conflicto y la fuerza, el deseo que confronta la carencia y la exclusión; quizá buscando “mover” este mundo desde otro “totalmente diferente”, la utopía plena “del otro mundo posible”.

 

¿Qué significa ser un catequista narrador? Lo esencial de la dimensión narrativa en la catequesis

Tanto en las parábolas como en los relatos de milagros vemos que es fundamental la interpretación. En ella podemos ver en lo ficticio, como en un espejo, nuestra propia vida. De ese modo se achica la distancia entre la ficción y la realidad como en juego para extraer la enseñanza. Podemos hacer el ejercicio de escribir nuestras propias parábolas…

Justamente hoy es el día de nuestro santo Cura Brochero y él es un ejemplo de narrador cercano a su pueblo.

(Radio María el 26/09/2016 ) Brochero fue adoptando el lenguaje y las formas de su gente. Como pastor, y desde el corazón puesto en el Buen Pastor, intentó todas las formas de estar cerca de sus paisanos para poder acompañarlos, alentarlos y entenderlos. Nos hace acordar a un texto:

«En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.» (Mt 11,25)

Los modos y estilos del lenguaje utilizado por José Gabriel del Rosario Brochero forman parte, de alguna manera, de la nueva evangelización, aunque nuestro amigo y personaje haya vivido en un tiempo distinto al actual. En su manera sencilla y simple de expresarse (testimoniada por periódicos y por quienes en su tiempo compartían la vida con él), Brochero nos enseña sobre el Evangelio con ese modo tan particularmente serrano, campechano y gauchesco. Jocoso y profundo, nos deja un camino a recorrer para la nueva evangelización.

El Cura habitualmente hablaba a partir de objetos del ambiente circundante para que, de lo inmediato, pudieran aprovecharse lo que lo escuchaban e ir de manera intuitiva y espontánea a lo profundo del mensaje. Con este modo y con este estilo tan particular, Brochero se va metiendo en el corazón de los suyos y va ganando la mirada de todos, también sabiendo que puede ser criticado por su manera de hablar. En Brochero se da sin duda lo que afirma San Agustín: “Acepto que me reprenda el letrado a trueque de que todos me entiendan”. Es decir, su lenguaje es un tanto parecido al paisaje rocoso y agreste de Traslasierra. A Brochero no le importa ser depurado en sus palabras, siempre y cuando se comprenda el sentido hondo y a la vez sencillo de su prédica. Tiene un “estilo discreto y eficaz” para comunicarse con su paisanada.

El lenguaje es la expresión de un todo que nos hace presentes y quiere comunicar como modo de expresión cultural un mensaje que busca trascendernos, pero siendo uno mismo el que se expresa. En este sentido, el modo de hablar del Cura Brochero no es un artilugio de la oratoria, sino que es un modo de ser. Brochero tiene el olor de su gente y habla como su gente. Brochero vive entre su gente y se comunica con su gente. Sus paisanos lo entienden porque habla con y de Dios con un lenguaje bien humano y cercano.

(Para leer el artículo completo hacer click en el siguiente enlace)

La narración pertenece al género literario del testimonio. El narrador tiende a pasar a un segundo plano para hacer hablar a los hechos, las imágenes, los protagonistas. En el relato no son las argumentaciones lógicas lo más relevante sino la secuencia de episodios, las experiencias que se evocan, las descripciones y las conclusiones que se derivan de todo ello.

El tiempo pasado se convierte en presente y es esa actualidad la que convierte a la parábola en un relato significativo para nosotros hoy. El verdadero narrador, o catequista-narrador, es el que hace revivir en el momento actual los hechos que se narran, como recreando la historia para los interlocutores. Supone un compromiso real del catequista narrador con lo que cuenta para que no sea un relato frío que no lo involucra, que no le pertenece incapaz de dar fuerza vital al relato. Por eso decimos que tiene relación con el testimonio de vida. Es de ahí que le venía la autoridad a Jesús y es así que nuestro relatos como catequistas van a ser creíbles y significativos para aquellos hermanos que acompañamos en el camino de crecimiento en la fe.

La parábola no es la interpretación pero provoca la interpretación. Si la narración es lo que tiene que ser hará que el oyente no tenga un rol pasivo sino que participe de los hechos narrados o de la experiencia evocada. ¿qué efecto puede provocar así un relato? Puede ser: curiosidad, emoción, compasión, interpelación y hasta rechazo. Lo que sí es una certeza es que el relato siempre tiene un efecto en el interlocutor. Es que frente al relato el oyente siente que los hechos o experiencias se involucran con su propia vida actualizando los valores que se narran, por eso decimos que es un relato significativo. Frente a esa palabra significativa el oyente recrea, resignifica y actualiza su historia.

El más famoso creador de parábolas fue Jesús de Nazaret, quien dictó más de 74 parábolas a sus discípulos, siendo la más popular “El hijo pródigo” ( o el Padre misericordioso). Jesús logró un gran efecto persuasivo por medio de un lenguaje sencillo pero poderoso. Se trata de un estilo original para atraer la atención de los oyentes. Lo curioso de las parábolas de Jesús, es que tienen infinitos significados y aplicaciones. El final es abierto, pero a la vez, siempre se dirigen a cada persona concreta de una manera única e irrepetible. Entra en el país de los imposibles, donde lo grande es lo pequeño, los ricos son los pobres, lo valioso es lo que no se ve y los pecadores son los preferidos de Dios.

 

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De Jesús al Kerigma y a la catequesis

Jesús se presenta como un narrador de historia que dejan un mensaje. La comunidad primitiva se caracteriza por narrar los hechos sucedidos. La fe es una invitación a seguir a este Jesús narrado por la comunidad, que se reúne para hacer memoria de la Pascua y anunciarla a todos.

Cuando hablamos del kerigma nos referimos a eso: la narración de esos testigos que “han visto y oído” de todos los acontecimiento de la vida de Jesús poniendo el centro en su Muerte y su Resurrección como acto de entrega amorosa por cada uno de nosotros. La proclamación “Jesús ha resucitado, somos testigos de ello” es una narración y es el núcleo de la fe de la Iglesia.

La catequesis de los primeros tiempos es sobre todo narrativa, como vemos en los Evangelios Luego viene la reflexión más teológica sobre todo en Pablo y en Juan.

El símbolo de nuestra fe que es el Credo tiene en si una estructura narrativa: se proclama narrándola, la historia trinitaria de la salvación. Es una proclamación que en sí misma es testimonio e invitación a compartir la fe por parte de una comunidad que se reconoce sostenida por esa fe y así se “dice” al mundo.

Si miramos un poco el recorrido de la fe en la Iglesia vemos que se caracteriza por un anuncio que se hace memoria y se trasmite en la Iglesia de generación en generación de forma intacta y siempre nueva.

El catequista animador y la Pascua del lenguaje

Estamos ahondando en la figura del catequista como narrador y animador ¿en qué consiste esto de ser animador?

  • La catequesis es anunciar a otros el mensaje para recibir el eco (cf. la etimología de la palabra catequesis) de esa Palabra en el corazón del hermano, por eso debe ser creativo para promover el diálogo de ida y vuelta.
  • Desarrollar la escucha atenta para explorar la resonancia que provocan sus “relatos” en el encuentro.
  • Escuchar los silencios y esperar con paciencia la respuesta que el Espíritu provoque en el otro, no imponer.
  • Suscitar el diálogo entre todos y saber callarse para la escucha fecunda.
  • Crear un ambiente fraterno de escucha y participación donde todos tengan un rol activo.
  • Morir a su propia síntesis, a sus intervenciones de maestro erudito y abrirse a lo que Dios le hable desde el corazón de sus catequizandos. Esto supone un cierta “muerte” a lo propio pero que da paso a una vida renovada, por eso hablamos de la PASCUA DEL LENGUAJE, morir a nuestras “enseñanzas” para dejar hablar al Señor.
  • Y recordar siempre la mediación de la comunidad porque la fe se proclama, se celebra, se vive y se comparte en el seno de la comunidad eclesial.

 

Idea que queremos destacar al final:
Tomamos el modelo de Jesús que no impone lo que quiere enseñar, propone y abre un espacio para que el otro, desde su libertad, acepte la propuesta. Y para eso busca el mejor lenguaje.

TEXTO PARA REFLEXIONAR:

A partir de las lecturas que la liturgia nos propone en el XV domingo del tiempo ordinario en 2011 el P. Raniero Cantalamesa elabora esta profunda reflexión:

 

Isaías 55, 10-11

«Las lecturas de este domingo hablan de la Palabra de Dios con dos imágenes entrelazadas: la de la lluvia y la de la semilla. Isaías, en la primera, lectura compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo y no vuelve sin haber regado y hecho germinar las semillas; Jesús en el Evangelio habla de la Palabra de Dios como de una semilla que cae en terrenos distintos y que produce fruto. La Palabra de Dios es semilla porque genera la vida y es lluvia que alimenta la vida, que permite a la semilla germinar.

Hablando de la Palabra de Dios damos a menudo por descontado el hecho más conmovedor de todos, y es el que Dios hable. ¡El Dios bíblico es un Dios que habla! “Habla el Señor, Dios de dioses, no está en silencio”, dice el salmo (Sal 50, 1-3); Dios mismo repite a menudo: “Escucha, pueblo mío, quiero hablar” (Sal 50, 7). En esto la Biblia ve la diferencia más clara con los ídolos que “tienen boca pero no hablan” (Sal 114, 5).

Pero, ¿qué significado debemos dar a expresiones tan antropomórficas como “Dios dijo a Adán”, “así habla el Señor”, “dice el Señor”, “oráculo del Señor” y otras parecidas? Se trata evidentemente de un hablar diverso del humano, un hablar a los oídos del corazón. ¡Dios habla como escribe! “Pondré mi ley en sus almas, la escribiré en su corazón”, dice en el profeta Jeremías (Jr 31, 33). Él escribe sobre el corazón y también sus palabras las hace resonar en el corazón. Lo dice expresamente él mismo a través del profeta Oseas, hablando de Israel como de una esposa infiel: “Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Oseas 2, 16).
Dios no tiene boca ni aliento humano: su boca es el profeta, su aliento es el Espíritu Santo. “Tú serás mi boca”, dice Él mismo a sus profetas. Afirma también “pondré mi palabra en tus labios”. Este es el sentido de la célebre frase: “hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (2 Pedro 1, 21). La tradición espiritual de la Iglesia ha acuñado la expresión “locuciones interiores” para esta manera de hablar dirigida a la mente y al corazón.

Y sin embargo, se trata de un hablar en el verdadero sentido del término; la criatura recibe un mensaje que puede traducir en palabras humanas. Tan vivo y real es el hablar de Dios, que el profeta recuerda con precisión el lugar, el día y la hora en que cierta palabra “vino” sobre él. Tan concreta es la Palabra de Dios que de ella se dice que “cae” sobre Israel, como si fuera una piedra (Is 9,7), o como si fuera un pan que se come con gusto: “Se presentaban tus palabras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón” (Jeremías 15, 16). Ninguna voz humana llega al hombre con la profundidad con que le llega la palabra de Dios. “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón” (Hebreos 4,12). A veces el hablar de Dios es “un trueno poderoso que descuaja los cedros del Líbano” (Salmo 28), otras veces parece el “murmullo de una brisa ligera” (1 Reyes 19,12). Conoce todos los tonos del hablar humano.

Esta naturaleza interior y espiritual del hablar de Dios cambia radicalmente en el momento en el que “el Verbo se ha hecho carne”. Con la venida de Cristo, Dios habla también con voz humana, que se pude oír con los oídos no sólo del alma, sino también del cuerpo.
La Biblia atribuye, como puede verse, a la palabra una dignidad inmensa. No han faltado intentos de cambiar la solemne afirmación con la que Juan inicia su Evangelio: “En el principio existía la Palabra”. Goethe hace decir a su Fausto: “Al principio existía la acción”, y es interesante ver cómo el escritor llega a esta conclusión. No puedo, dice Fausto, dar a “la palabra” un valor tan alto; quizás debo entenderla como el “sentido”; pero, ¿puede el sentido ser el que todo lo actúa y crea? ¿Entonces debería decirse: “Al principio existía la fuerza”? Pero no, una iluminación repentina me sugirió la respuesta: “Al principio existía la acción”.

Pero son intentos de corrección injustificados. El Verbo, o Logos de Juan contiene todos los significados que Goethe asigna a los demás términos. Éste, como se ve en el resto del Prólogo, es luz, es vida, es fuerza creadora.

Dios creó al hombre “a su imagen” precisamente porque lo creó capaz de hablar, de comunicar y de establecer relaciones. Él, que contiene en sí mismo, desde la eternidad, una Palabra, ha creado al hombre dotado de palabra. Para ser, no sólo “a imagen” sino también “a semejanza” de Dios (Génesis 1, 26), no basta que el hombre hable, sino que debe imitar el hablar de Dios. El contenido y motor del hablar de Dios es el amor. Dios habla por el mismo motivo que crea: “Para infundir su amor en todas las criaturas y deleitarlas con los esplendores de su gloria”, como dice la Plegaria Eucarística IV. La Biblia, desde el principio hasta el final, no es más que un mensaje de amor de Dios a sus criaturas. Los tonos pueden cambiar, desde el iracundo hasta el tierno, pero la sustancia es siempre y solamente el amor.

Dios se ha servido de la palabra para comunicar la vida y la verdad, para instruir y consolar. Esto nos suscita la pregunta: ¿qué uso hacemos nosotros de la palabra? En su drama “Puertas cerradas”, Sartre nos ha dado una imagen impresionante de en qué se puede convertir la comunicación humana cuando falta el amor. Tres personas son introducidas, en breves intervalos, en una habitación. No hay ventanas, la luz está al máximo y no hay posibilidad de apagarla, hace un calor sofocante, y no hay en ella nada más que un asiento para cada uno. La puerta, naturalmente, está cerrada, la campanilla existe pero no suena. ¿Quiénes son estas personas? Son tres muertos, un hombre y dos mujeres, y el lugar en el que se encuentran es el infierno. No hay espejos, y cada uno no puede verse más que a través de las palabras del otro, que le ofrece la imagen más horrible de sí mismo, sin ninguna misericordia, al contrario, con ironía y sarcasmo. Cuando después de un rato sus almas se han desnudado la una a la otra y las culpas de las que se avergüenzan han salido a la luz una a una y disfrutadas por los otros sin piedad, uno de los personajes dice a los otros dos: “Recordad: el azufre, las llamas, las torturas con el fuego. Todo tonterías. No hay ninguna necesidad de tormentos: el infierno son los otros”. El abuso de la palabra puede transformar la vida en un infierno.

Romanos 8, 18-23
San Pablo da a los cristianos esta regla de oro a propósito de las palabras: “No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen” (Efesios 4, 29). La palabra buena es la que sabe escoger el lado positivo de una acción y de una persona, y que, incluso cuando corrige, no ofende; palabra buena es la que da esperanza. Palabra mala es toda palabra dicha sin amor, para herir y humillar al prójimo. Si la palabra mala sale de los labios, será necesario retractarse. No son del todo ciertos los versos del poeta italiano Metastasio:

Voz que del seno ha salido
ya no vale la pena ser retirada
no puede detenerse la fecha
cuando ha salido del arco

Se puede retirar una palabra salida de la boca, o al menos limitar su efecto negativo, pidiendo perdón. ¡Qué don, entonces, para nuestros semejantes y qué mejora de la calidad de vida en el seno de la familia y de la sociedad!

 

Mateo 13, 1-23
Aquel día, Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando El sembrador salió a sembrar salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y estas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”.

Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. El les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán, Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los cure. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron.

Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.»