Acompañar a los jóvenes: “¡Lévantate!”

martes, 16 de septiembre de 2014
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Acompañar

16/09/2014 – Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.

Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”. El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”. El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

Lc 7,11-17

Cuántos de nosotros sentimos que no necesariamente estamos vivos. Nos aparece el planteo cada vez que caminando por la calle contemplamos el rostro de los que nos rodean, tantas veces apagados y con miradas perdidas. No se puede juzgar a los demás solo con verles la cara, aunque muchas veces en la cara se asoma algo… pero hay ciertos rostros y miradas taciturnas, con rostros fruncidos o brazos caídos que denotan otras realidades escondidas en el corazón. A veces somos como cadáveres que vegetan y lo más triste es cuando aparece en edades juveniles, que ni si quiera la energía de la etapa adolescente los despierta. Cuántas mamás y papás ven frente a sus propios ojos chicos con esta realidad, cadáveres vivientes que ya están de vuelta sin haber salido a la vida.

En la Argentina tenemos 400 mil jóvenes que son como los del evangelio de hoy, ni estudian ni trabajan… están muertos en vida, con angustias existenciales acumuladas por la falta de criterios de la clase política. Sobre éstos lugares viene hoy el evangelio a decir “ponete de pie”, “Yo te lo digo, levantate”. Nosotros con el poder de la Palabra queremos clamar por esta realidad de la juventud que sienten que les han robado las esperanzas.

Nos pongamos de pie nosotros, con Jesús y de su lado, no del de la mujer que llora, sino con Jesús que cree en la vida. Y para eso hay que comprometer las manos. ¿Cómo decirle a otro que está yendo a su propio funeral “Ponete de pie”? Vamos a compartir 4 criterios en la catequesis de hoy en torno a esta situación. A veces simplemente hace falta una mirada, una cercanía, ponerse al lado empáticamente y generar el espacio para que del “todo bien” aparezca lo que está detrás. Nos ponemos manos a la obra en la compasión para que ellos se pongan de pie.

En primer lugar, se está vivo cuando se tiene un ideal. El sueño que uno tiene debe ser algo superior a uno mismo, algo con lo que se pueda vivir en tensión. Hay que apuntar alto: “es que está todo mal”. “Si pero dentro tuyo hay algo mejor, y todos contamos con vos para que algo sea mejor. Como está todo mal vale la pena”. Hay que correrse de la situación de retirada y de desilusión, para despertar algo superior. Dentro de tu corazón las cosas están mejor de lo que creés, no te enganches en eso. Vivir, convivir y pactar con ello es declararte la vejez anticipada. El camino de la oración ayuda muchísimo en esto, porque nos desenrieda y nos pone de pie. Para uno que está yendo camino a su propio entierro, hay que despertarle los sueños.

Otra cosa, es utilizar la mayor parte del día en actividad. Que sean más las horas de trabajo y estudio que de ocio. Cuando los descansos están vacíos de contenidos la vida se nos va perdiendo; también el descanso tiene que ser recreativo. Por eso, muchas veces el descanso es cambiar de actividad, no simplemente estar hechado. Cuando estamos muy cansados, hacer otra actividad, nos saca de ese “estado de depre”.

La 3º condición es creer en que se puede crecer. Significa ponerse del lado de las cosas ya conquistadas, del lado del vaso medio lleno y no del medio vacío. Por eso es muy importante, siempre descubrir que puedo seguir creciendo, estudiando, capacitando… ¿para qué? Ya veremos en qué suma, pero mientras tanto no piedas el tiempo. Mañana seguramente esa herramienta nueva será aplicada en el servicio para otro y te llenará de vida.

La 4º condición es que nos sobre suficiente vida como para compartirla con los demás. Eso implica que, aún en medio de mis propias dificultades, yo comparta la vida. No supone esperar las mejores condiciones de orden, economía, situación personal, etc… eso es escapismo. Incluso tener tiempo para los otros y entregar la vida, nos revitaliza y nos llena de vida.

Hoy al igual que Jesús, nos lo decimos a nostros y se lo decimos a los demas: “Levantate, no lloremos más, nos pongamos de pie”.

 

Compadecer con las manos *

Hablo en mis artículos tanto de alegría, de esperanza, del gozo de vivir, que a veces me da miedo de estar fabricando fábulas en el alma de mis lectores. ¿Es que no veo el dolor? ¿Carezco de ojos para la sangre?

Lo sé muy bien: mentirla si pintase un mundo en el que nos olvidásemos de que «algunos sufren tanto, que no pueden creer que haya alguien que les ama», como dice el cardenal Hume. El dolor es la cortina negra que impide a muchos ver a Dios. Y no podemos ponemos unas gafas doradas para ignorar todo ese llanto.

Y voy a aclarar en seguida que no hablo de «nuestro propio dolor», sino del de los demás. El propio ya es suficientemente cruel como para que ignoremos de cuando en cuando su latigazo. (A veces nos evadimos de la propia existencia dolorosa para entrar en un mundo que nos sea más facil llevar, pero es imposible, el sufrimiendo y el dolor siempre llega). El de los demás, en cambio, podemos ignorarlo, dejarlo entre paréntesis, encerrarnos en el ghetto de nuestra propia felicidad como si nada hubiera más allá de nuestras alegrías.

Hay seres que tienen en este punto una especial sensibilidad. Recuerdo aquel poema de Roland Holst que confesaba: «A veces me es imposible conciliar el sueño por las noches, pensando en los sufrimientos de los hombres.» 0 aquellas otras palabras de Van der Meer: «Me es imposible desterrar de mi atención los sufrimientos de la humanidad. Todos los sufrimientos, corporales y espirituales. No quiero gozar de reposo mientras los pobres, los mendigos y los vagabundos, atenazados por el hambre y por el frío, están ahora durmiendo entre harapos en los túneles y en las escaleras del Metro, porque allí, en el enrarecido aire subterráneo se está caliente. Esta miseria me concierne. Es ahí, en esos cuerpos, en esos corazones, donde Jesús prosigue, de un modo misterioso, su pasión.» 

A veces me pregunto si Dios no debería concedernos a todos los humanos un don, un don terrible. Concedámoslo una sola vez en la vida y sólo durante cinco minutos: que una noche se hiciera en todo el mundo un gran silencio y que, como por un milagro, pudiéramos escuchar durante esos cinco minutos todos los llantos que, a esa misma hora, se lloran en el mundo; que escucháramos todos los ayes de todos los hospitales; todos los gritos de las viudas y los huérfanos; experimentar el terror de los agonizantes y su angustiada respiración; conocer -durante sólo cinco minutos- la soledad y el miedo de todos los desocupados del mundo; experimentar el hambre de los millones de millones de hambrientos por cinco minutos, sólo por cinco minutos. ¿Quién lo soportaría? ¿Quién podría cargar sobre sus espaldas todas las lágrimas que se lloran en el mundo esta sola noche?

De todos los crímenes que en el mundo se cometen, el más grave es el desinterés, la desfratenidad en que vivimos. Sufrimos mucho más por un dolor de muelas que por la guerra Irán-Irak. Llegamos a conmovernos ante ciertas catástrofes cuando nos las meten en casa a través de la pequeña pantalla, pero esa conmoción queda inmediatamente sumergida por la cancioncilla que cantan después. Los que sufren piensan sólo en su dolor personal. Los que no sufren no llegan ni a enterarse de que el mundo es un formidable paraíso de dolor.

Hasta la «compasión» la hemos empequeñecido. Busco en el diccionario esta palabra, y la define as!: «Sentimiento de ternura o lástima que se tiene del trabajo, desgracia o mal que padece alguno.» Eso es: todo se queda en el puro sentimiento. La compasión se ha convertido en un remusguillo en el corazón, que nada remedia en el mundo, pero nos permite calmarnos a nosotros mismos convenciéndonos que con ello hemos estado ya cerca del dolor ajeno.

Ante el dolor nos compadecemos o hacemos disquisiciones filosóficas, o cuando más, elaborarnos teorías sobre su valor redentor. Pero Cristo no redimió explicando nada. Bajó al dolor, estuvo junto a él, se puso en su sitio.

Por eso habría que lanzar una cruzada de «compasión con las manos». Kierkegaard comienza uno de sus tratados diciendo: «Estas son reflexiones cristianas; por tanto, no hablan del amor, sino de las obras del amor.» Eso es: en cristiano, amar es hacer obras de amor; compasión es ponerse a sufrir con los demás, comenzar a combatir o acompañar al dolor. No se trata de no poder dormir pensando en la gente que sufre; se trata de no saber vivir sin estar al lado de los que sufren.

La compasión verdadera no es la que brota del sentimiento, sino la que se realiza en comunión. Compasión quiere decir padecer con. Comunión, estar unido con. Ni la una ni la otra pueden reducirse a un calorcillo en el corazón, sino a una mano que ayuda o una mano que abraza. La falsa compasión es la de las mujeres que lloraban camino de la cruz. La verdadera, la del Cirineo, que ayudó a llevarla. Sólo una humanidad de cirineos hará posible que quienes sufren lleguen a descubrir que Alguien (y alguien) les ama.

 Abrazo5

 

Escuchar el grito y compadecerse

No está la salida en cuidar y sobreproteger a nuestros chicos, sino acompañar… creer en que en verdad la muerte no tiene la última palabra. “Levantate” nos dice el evangelio. No juegues a la rayuela con la vida. Ponerse frente al Señor y pedir que nos ponga de pie y que nos ayude y muestro a quiénes más levantar.

La mediatización, la vanalización del dolor, la falta de amor comprometido con lo que la realidad nos muestra como doloroso y triste, nace de tantos lugares y hasta que no reaccionemos con valor difícilmente el hecho samaritano pueda poner de pie a los heridos del camino.

El grito de Jesús en la cruz es la concentración de todos los ayes y gritos del mundo: dolor y confianza. Si entramos por allí, tal vez todos los dolores y gritos humanos puede que conmuevan nuestro corazón de tal manera que salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás sea connatural a mi hecho de ser hombre y mujer. Que sea un permanente salir al encuentro de los que más sufren. Y si además salimos con la consciencia de que Dios viene con nosotros, esta realidad de la madre que sufre por su hijo que va muerto, diríamos con Jesús “Levantate, ponete de pie. La vida tiene mucho más para regalarte. No te puedo quitar tu dolor, pero sí anunciarte que hay Alguien atravesado por el dolor, que vive gozoso y alegre; es Dios y está vivo entre nosotros. Poné tus dolores en las llagas de Él y sabrás de resurrección”. Así se hará realidad las bienaventuranza, que los que lloran, los que tienen hambre y sed, los que son perseguidos, serán felices.

 Padre Javier Soteras

* José Luis Martín Descalzo, Razones para el Amor