Amigos en Jesús

jueves, 14 de mayo de 2015
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14/05/2015 – Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»

Este es mi mandamiento: Amense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.
No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.
Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»

Jn 15,9-17

La amistad en Jesús

La amistad necesita de momentos de encuentro íntimos, ricos y gratificantes. La amistad con el Señor, supone momentos de encuentro, en lugares que podríamos llamar con Aparecida lugares sagrados: “Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Allí Él cumple su promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt18, 20). Está en todos los discípulos que procuran hacer suya la existencia de Jesús, y vivir su propia vida escondida en la vida de Cristo (cf. Col 3, 3). Ellos experimentan la fuerza de su resurrección hasta identificarse profundamente con Él: “Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20)”1.

La Iglesia es la presencia sacramental de Jesús presente entre nosotros, es decir en el ámbito de la comunidad reunida en torno a Jesús se contiene la virtud transformante habitada por la humanidad de Cristo. Si el año de la fe es el año de la renovación eclesial para asumir con nueva fuerza la tarea de la Nueva Evangelización, es la iglesia congregada, reunida en comunión con la certeza de que el Señor permanece junto a su pueblo. Que el Señor nos bendiga con la gracia de aunar más la comunidad a la que pertenecemos, para que crezca en el amor y para que de mucho fruto.

Cencini refiriéndose a al camino de la renovación en la vida comunitaria plantea los signos de la verdadera renovación:

– pasa de la lógica de la observancia a la de la comunión , no buscando solo hacer el bien, sino que los hermanos se quieran en una comunidad donde el componente afectivo de ágape se vincule íntimamente en la tarea apostólica

– aprende y enseña la comunicación de la fe y la oración gracias a lo que nos apoyamos mutuamente en el camino

– se inspira cada vez más en el modelo familiar, en la modalidades de convivencia, en la organización interna, en la relación con el ambiente que nos circunda

– testimonia y confiesa la fe y la esperanza como un bien ofrecido a todos

– aparece cada vez menos replegada y centrada en si misma y siendo fiel a su vocación misionera, tiende cada vez más al anuncio del evangelio con especial cuidado a los pequeños y pobres

– recupera el sentido de la hospitalidad y de la acogida, para dar la bienvenida a los que llegan.

– Arraiga en profundidad la pertenencia a la cultura, asumiendo las provocaciones que llegan del entorno en la que se encuentra enclavada

– se convierte en sujeto de formación y animación pastoral permanente  3

Con un espíritu de pertenencia al lugar donde uno está, y al mismo tiempo sin encerrarnos, salimos a compartir con otros. Así nosotros nos constituímos en la mesa compartida un lugar en donde el Señor nos forma el corazón en el espíritu de la misión desde la cultura del encuentro y el compartir fraterno. Así nos vamos haciendo misioneros de modo permanente desde la cultura misionera.

Renovarnos desde la confianza mutua

En el corazón de la comunidad está la confianza mutua de unos en otros, nace del perdón de cada día y de la aceptación de pobrezas y debilidades, Esa construcción lleva tiempo. El amor en la vida matrimonial es más rico cuanto más pasa el tiempo y “contigo pan y cebolla”, tiene historias cotidianas que lo sustentan más allá de las promesas de los flechazos del primer amor.
El texto de Pablo a los Filipenses 2,2 -4, nos puede ayudar: “colmen mi alegría, siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos. Nada hagan por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.”

La comunidad, la mesa compartida, no es solo un grupo de personas que viven juntas, es una corriente de vida, un corazón, un alma, un espíritu, de ahí la atmósfera de alegría que caracteriza a la verdadera comunidad.4 Los que comparten la mesa comparten un mismo destino, y estando el Señor en medio nuestro, supone compartir la misión que nos lleva lejos. 

En Hechos 4,32 así se refleja “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos”

Según Vanier el problema de la desconfianza en comunidad y la dificultad para vivir más libre y auténticamente la comunión de bienes, brota de una mirada desesperanzada de nosotros y nuestras sombras en cuanto que creemos que si nos vieran tal cual nos vemos no nos aceptarían. De ahí que lo primero es, aprender a mirarme como Dios me ve, liberarme de mi propia visión y permitir a los otros que entren por la corriente de la mirada de Dios, a la vez de asumir el compromiso de mirarlos como el los mira Dios con amor. Desde Dios es posible recuperar la confianza.

Renovarnos desde la Obediencia Fraterna

Es y significa un modo de ser y de caminar juntos y acogerse mutuamente en la fe; el uno como mediación de la voluntad de Dios para el otro, y cada cual necesitado y responsable de la presencia del otro en autentica obediencia de fe y en la fe. San Benito recomendaba a los hermanos el obedecerse los unos a los otros. Esto no excluye , por el contrario incluye a la autoridad legítima en el orden comunitario, orden que solo puede sostenerse vitalmente si está basado en una obediencia común que nazca del discernimiento de la voluntad de Dios en la comunidad. La obediencia fraterna subraya la disponibilidad a escuchar la voluntad y el querer de Dios en el corazón de la vida en común, quitando de en medio todo vínculo leguleyo que contamina y falsea las relaciones de superiores y súbditos. En este estilo de obediencia prima en el corazón de la comunidad el buscar y hallar la voluntad del padre.

En los tiempos que corren quien podrá decir con certeza como es el mejor modo de estar vitalmente insertados como Iglesia en el mundo de cambios culturales tan vertiginosos y desafiantes para la tarea de la Nueva Evangelización; nadie puede presumir individualmente como inculturar el mensaje evangélico en este final de época, como afrontar el implacable proceso de secularización, de ahí que sea urgente el aunar filas, únicamente juntos podremos discernir los caminos del Espíritu, siendo libres de corazón para obedecer el querer de Dios , no importa de donde venga.

 

Padre Javier Soteras