El amor del Padre Pío por la Virgen y la Iglesia

martes, 7 de junio de 2016
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07/06/2016 – En el Padre Pío descubrimos muy fácilmente su espiritualidad marcada por el amor a María y a la Iglesia. Incluso siendo fuertemente perseguido por la Iglesia su amor por ella es inalterable.

 

“Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquél momento, el discípulo la recibió en su casa”.

Juan 19, 25-27

 

 

 

“El Padre Pío amaba a la Iglesia, porque es la depositaria del misterio de salvación. ´Quiero vivir y morir en la Iglesia`, decía. Y sufría mucho cuando le llegaba el eco de contestaciones que proliferan en los ambientes eclesiales. Él contestaba a los contestatarios. No quería que abandonaran la doctrina católica tradicional. Su espiritualidad, por lo tanto, se expresaba a través de un amor apasionado a la Eucaristía, un amor filial a la Virgen, el amor incondicional a la Iglesia y a su Jefe visible, la afectuosa devoción al ángel custodio, a los santos y a las almas del purgatorio”. (1)

También en su espiritualidad se notaba un profundo amor a la Virgen y una gran devoción al rezo del Santo Rosario. El Padre Pío decía que encontraba en el Rosario un arma poderosa con la cual emprender el combate espiritual en favor de Cristo. De cualquier forma, todo estaba concentrado en su amor a la Eucaristía; tanto su seguimiento a la Iglesia como su fidelidad a María encontraban su centralidad en el amor a la Hostia Sagrada.

“Cuando el Padre Pío confesaba dirigía constantemente su mirada al tabernáculo. Por la tarde, con una suave efusión del corazón, con una extraordinaria vibración del alma, recitaba la ´Visita a Jesús Sacramentado` compuesta por San Alfonso María de Ligorio, conmoviéndose y conmoviendo. Deseaba que todos fueran contagiados por su amor. Por tal motivo, repetía exhortaciones como ésta: ´Durante el día, cuando no es posible hacer otra cosa, llama a Jesús, incluso en medio de tus ocupaciones, hazlo con gemidos resignados del alma, y Él vendrá y se quedará siempre unido con el alma mediante su gracia y su santo amor. Vuela con el Espíritu ante el tabernáculo, cuando no lo puedas hacer con el cuerpo, allí desahoga tus ardientes deseos y habla y reza, y abraza al Dilecto de las almas mejor que si lo recibieras sacramentalmente` (Epist. III, 448).

El Padre Pío consideraba a la Eucaristía como ´el gran medio para aspirar a la santa perfección`. Quería que sus hijos espirituales se acercaran cotidianamente al altar, para recibir con fe y con amor ´el pan de los ángeles`. Uno de ellos le preguntó: ´Padre, cuando usted no esté más, ¿qué haremos sin su presencia?`. Le respondió: ´¡Vayan delante de un tabernáculo: en Jesús me encontrarán también a mí!`.

El amor a Jesús Sacramentado estaba, en el Padre Pío, íntimamente ligado al amor filial, confiado, inmenso por la Virgen. Al Padre Agustín de San Marcos en Lamis le había escrito: ´Esta dulcísima Madre, en su gran misericordia, sabiduría y bondad, ha querido contagiarme de un modo tan excelso derramando en mi corazón tantas y tales gracias que cuando me encuentro ante su presencia y la de Jesús, me siento forzado a exclamar: “¿Dónde estoy, dónde me encuentro? ¿Quién está a mi lado? Me siento quemar todo, pero sin fuego; me siento muy cerca y ligado al Hijo por medio de esta madre sin siquiera ver las cadenas que tan estrecho me retienen; mil llamas me consumen, me siento morir continuamente y sin embargo vivo siempre` (Epist. I, 357)”. (2)

El amor que el Padre Pío tenía por María brotaba del mismo Jesús quien, a través de la Eucaristía, le enseñó a querer a su Madre. “Con el pasar de los años su amor hacia la Madre del cielo, que con ternura infinita llamaba ´mamita`, creció desmesuradamente. ¡El Padre Pío estaba enamorado de la Inmaculada! Estaba fascinado con su belleza, su perfección, su bondad, su ejemplaridad. En el éxtasis de Venafro había dicho con afecto: ´¡Madre mía, qué bella eres, tan espléndida! ¡Te amo tanto tanto!`. Cada año en el mes de mayo, estaba feliz por la alegría de poder honrar a la Mujer que había hecho posible la Encarnación del Verbo divino”. (3)

En Italia se celebra durante Mayo el Mes de María. Por eso, en cada mes de Mayo, el corazón de Pío de Pietrelcina se disponía a vivir un tiempo profundamente cercano a María y a todas las gracias que el Señor, a través de Ella, quería comunicarle. “El 1 de Mayo 1912, en una carta que revela la dimensión de su piedad Mariana, le había escrito al Padre Agustín: ´¡Este mes trataré de predicar bien las dulzuras y las bellezas de María! ¡Cuántas veces le he confiado a esta Madre las penosas ansias de mi agitado corazón! ¡Y cuántas veces me ha consolado! Pobre ´mamita`, cuánto me quiere. Lo he constatado nuevamente al despuntar este nuevo mes. Con tanto cuidado me ha acompañado esta mañana en el altar. Me ha parecido como si no tuviera otra cosa en qué pensar más que en mí y llenarme el corazón de santos afectos. Un fuego misterioso sentí en el corazón, que no he logrado terminar de entender. Sentía la necesidad de ponerme hielo para extinguir el fuego que me estaba consumiendo. Querría tener una voz tan fuerte como para poder invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen. Pero como esto no está a mi alcance he rezado y le pediré a mi ángel que cumpla esta tarea`(Epist. I, 276 s.s).

En San Giovanni Rotondo, delante de la imagen de Santa María de las Gracias, pasaba largas horas en oración para pedir la intervención celestial en favor de los que recurrían a él. Si le era encomendado algún ´caso difícil`, decía: ´¡Aquí es necesaria la Virgen!`. Ella dirigía sus pensamientos, sugería sus acciones, incendiaba su corazón. Recurría a Ella como Mediadora, Auxiliadora, Abogada. La contemplaba a los pies del Crucificado y, esperando, decía: ´La Virgen Dolorosa nos obtenga de su Santísimo Hijo el hacernos penetrar cada vez más en el misterio de la Cruz y embriagarnos con ella de los padecimientos de Jesús. La prueba más grande de amor es padecer por el Amado, ya que el Hijo de Dios padeció tantos dolores, no queda duda alguna de que la Cruz llevada por Él se hizo amable tanto como el amor. La Santísima Virgen nos concede el amor a la cruz, a los padecimientos y a los dolores; y Ella que fue la primera en poner en práctica el Evangelio a la perfección, en toda su severidad, incluso antes de que fuese publicado, nos obtenga también esta gracia y nos conceda el ir inmediatamente a Ella con devoción`.

A una hija espiritual que le pidió una palabra sobre la Virgen, el Padre le respondió: ´Tienes que pensar que Jesús, fuente de agua viva, no puede llegar hasta nosotros sino a través de un canal: el canal es María. Jesús no viene a nosotros sino es por medio de la Virgen. Imitémosla en su santa humildad y reserva. Que la Virgen te haga sentir todo su amor. Abandonémonos en las manos de la Madre celestial, si queremos encontrar bienestar y paz`.

El Padre además expresaba su devoción Mariana con el rezo continuo del santo Rosario. Él tenía siempre entre sus manos el rosario, al que llamaba ´arma potente para hacer huir al demonio`, para superar las tentaciones, para enternecer el corazón de Dios, para obtener gracias de la Virgen. ´Esta oración (decía) es la síntesis de nuestra fe; el sostén de nuestra esperanza; la explosión de nuestra caridad`. Con el Rosario meditaba, contemplaba, en compañía de María, los pasajes evangélicos de los misterios de salvación. Apenas le contaron que alguien había definido al Rosario como ´una oración pasada de moda`, hizo más notorias sus recomendaciones diciendo: ´Hagamos siempre lo que hemos hecho siempre, aquello que han hecho nuestros padres, y nos sentiremos bien. Satanás, trata de destruir siempre esta oración, pero nunca lo logrará; es la oración de aquel que triunfa en todo y sobre todo. La Virgen es quién nos la ha enseñado, así como Jesús nos ha enseñado el Padre Nuestro”. (4)

Sin duda que uno de los modos de darle la bienvenida a María, entre nuestras cosas más queridas, nuestros tiempos, nuestros afectos, nuestras posesiones, es desde la oración del Rosario: “Una hija espiritual le preguntó de qué manera rezar el santo rosario. Él le respondió: ´La atención debe ser llevada al ´Dios Te Salve`, al saludo que se dirige a la Virgen en el misterio que se contempla. En todos los misterios Ella estuvo presente, participó en todos con el amor y el dolor`. La Virgen mostró siempre el agrado por la devoción y el gran amor que le ofrecía su otro Hijo ´crucificado`.

Padre Pio y María

Una visita muy especial

En abril de 1959, el Padre Pío sintió un malestar que al agravarse, le dejó una pleuritis exudante. Permaneció en cama durante varios días y tres veces le fue extraído, dolorosamente, el líquido. Durante aquel período, la estatua de la Virgen de Fátima había llegado a Italia para realizar una peregrinación por la capital de cada provincia. Se pensó también en llevarla a San Giovanni Rotondo. El Padre Pío se alegró inmensamente y, su celda, preparó a los peregrinos para recibir dignamente a la Madre de Dios. Por medio de un micrófono daba un pensamiento espiritual y una exhortación.

El 5 de agosto, la imagen de María llegó a la iglesia del convento. Al día siguiente, hacia las 13 horas, el Padre fue llevado en una silla. Conmovido, besó la Virgencita, puso entre sus manos un rosario apenas bendito y rezó con gran fervor. Luego, fue llevado nuevamente a su celda porque estaba a punto de tener un colapso. La estatua de la Virgen, luego de la visita a los pabellones de la Casa Alivio del sufrimiento, se elevó en un helicóptero y dio tres vueltas sobre el convento y la iglesia. El Padre Pío, quiso saludarla una vez desde la ventana. Luego, llorando dijo estas palabras: ´Virgen, Madre mía, has entrado a Italia y me he enfermado, ahora te vas y me dejas aún enfermo`. En aquel mismo instante fue preso de un fuerte escalofrío. Inmediatamente se sintió bien, al punto que expresó su deseo de celebrar misa en la iglesia.

Amor a la Iglesia y al Papa

El Seráfico crucificado del Gargano amaba mucho a la Iglesia. La amaba como pueblo de Dios, como Esposa de Cristo, como su tierna Madre. Por Ella, por sus necesidades, por su Jefe visible rezaba y hacía rezar. Lo demuestran algunas expresiones extrapoladas de sus cartas o escuchadas personalmente: ´Reciba el Niño recién nacido mis débiles y frágiles oraciones, que le dirige con mayor insistencia durante estos días en favor de la Orden, de los superiores, de la provincia y de toda la Iglesia` (Epist. I, 443). ´Recemos por las intenciones de la santa Iglesia, nuestra dulce Madre; consagrémonos y sacrifiquémonos totalmente a Dios y por este fin`(Epist. I, 446). ´Recemos para que el Señor aleje las densas nubes que se levantan sobre el horizonte de la Iglesia` (Epist. I, 318). ´¡Para mí, después de Jesús, no hay nadie más que el Papa!`. Por el Sumo Pontífices se ofrecía continuamente. Tenía siempre una fotografía del Papa en su celda y quería que siempre una lámpara iluminara su rostro. Repetía: ´Yo quiero que mis grupos de oración recen siempre, no según mis intenciones, sino por las intenciones de los sacerdotes, de los obispos, del Papa, a quién amo como amo a Jesús`. Al Profesor Enrique Medí, el conocido científico que era frecuentemente hospedado por los frailes en San Giovanni Rotondo, el Padre Pío una vez le dijo: ´Enrique, cuando regreses a Roma y seas recibido en audiencia por el Papa, le dirás que doy con inmensa alegría mi vida por él`. El Santo Padre Pío XII, luego de haber escuchado estas palabras del Profesor Medí, le respondió: ´No, profesor, agradezca al Padre Pío, en estos momentos su vida es más necesaria que la mía`”. (5)

El amor del Padre Pío por la Iglesia era tan claro, manifiesto y contundente que llegó a decir al respecto que aún cuando un cristiano puede tener razón, cuando obedece sin abrir la boca, “se hace hijo de esta Madre en la obediencia”. “´Dulce es la mano de la Iglesia incluso cuando golpea, porque es la mano de una Madre`. Cuando fue informado de que Emanuel Brunatto estaba por dar a la prensa documentos que habrían echado sombras sobre algunos hombres de Iglesia, en el santísimo nombre de Jesús le pidió al mismo una gran prueba de amor filial y le escribió: ´Si verdaderamente me amas como a un padre, no sigas con cuanto me dijeron que estás llevando a cabo por mí y que por lo tanto me importa, ya que mortifica a personas de la Santa Madre Iglesia y de la Orden capuchina, de quienes soy un humilde hijo devoto. No se puede amar al hijo, mortificando a la madre. Confía también tú con fe en las manos de Dios y deja todo en las amorosas manos de la Providencia`(Epist. IV, 747 s.s.)”. (6)

Del amor que el Padre Pío tenía a Jesús en la Eucaristía es desde donde brotaba este amor tan particular a María, y en María a la comunidad de la Iglesia. En definitiva, estos eran los tres grandes amores de San Pío: Jesús, María y la Iglesia.

Padre Javier Soteras

 

Citas:
1- GENNARO PREZIUSO – Padre Pío. El apóstol del confesionario – Editorial Ciudad Nueva – Buenos Aires, 2009 – pág. 205.
2- Ib. pág. 208-209.
3- Ib. pág. 210.
4- Ib. pág. 210-212.
5- Ib. pág. 212-215.
6- Ib. pág. 215-216.