Brochero, creador de espíritu de comunión

jueves, 29 de septiembre de 2016
image_pdfimage_print

Cura brochero2

 

29/09/2016 – Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.

Juan 17,21-23

 

Juan Pablo II habla de la “espiritualidad de comunión”, en los números 43, 44 y 45 de la Carta Apostólica “Novo Millennio Ineunte”, hecha pública el 6 de enero de 2001 al concluir el Gran Jubileo del año 2000, donde nos deja un rumbo como pueblo de Dios para estos tiempos de nueva evangelización. Entre otras cosas, el Pontífice decía que habia que hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo.

¿Qué significa todo esto en concreto? Hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades. Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico.

Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios. En fin, espiritualidad de la comunión es saber ´dar espacio` al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. Como siempre, como desde hace dos mil años, como lo vivió Brochero, es en el espíritu de comunión y de unidad donde está la fuerza de anuncio del Evangelio.

Hay algunos rasgos de la comunión eclesial de Brochero que son destacables. Uno de ellos es su vínculo de comunión con la autoridad de la Iglesia Católica. El Cura de Traslasierra se presenta como un pastor que acoge los pedidos, las indicaciones y las normas que provienen de la jerarquía, aún cuando contradigan sus propias indicaciones o oposiciones. Responde coherentemente y asume las implicaciones de todo pedido que le llega con actitud de corresponsabilidad, y no deja de advertir cuando las normas o requerimientos no tienen suficientemente en cuenta los destinatarios de su acción que sufrirám las consecuencias de decisiones inadecuadas.

Sin embargo y con las disensiones propias que pueden surgir en el vínculo con quien ejerce la autoridad en cualquier ámbito, el Cura Gaucho tiene en el fondo de su actitud creyente esa capacidad de escuchar con el corazón en medio de las limitaciones humanas de la vida de la Iglesia, como de hecho la vive él en carne propia, en su propia fragilidad y debilidad.

En el corazón del buen cristiano no podemos excluir a nadie. Así era el corazón, como el del Buen Pastor, del Cura Brochero en donde había lugar para todos: ricos y pobres, los queridos del pueblo y lo más excluidos, los cumplidores y los malandras.

En él hay motivaciones profundas, que encuentran un chasis, una estructura natural con la cual, en ductilidad de la administración de los bienes que se le confían, Brochero va adaptando, desde lo que recibe por indicación de parte de la autoridad eclesial, al contexto real en el cual él se va desenvolviendo. Brochero no es de los que obedecen como a quien le están bajando línea a rajatabla, sino que obedece desde el espíritu de lo que se manda; hace lo que se pide, siempre buscando la manera de hacer comprensible esto que se le pide a quienes tiene con él corresponsabilidad en la tarea, en el curato de San Alberto.

Nosotros también en la vida de todos los días, en la familia y en la comunidad parroquial, en las asociaciones a las que pertenecemos, o movimientos, en el vínculo con la autoridad eclesial, tenemos esta invitación a vivir en espíritu de comunión. Estoy seguro que en más de una oportunidad, mantenerte obediente a quién te mostró el camino, por más que en su momento no estabas de acuerdo, te costó mucho, pero seguramente te salvó también. Cuando obedecemos a quien tiene una mirada más profunda, con experiencia y sabiduría porque tiene el don en el pastoreo, encontramos seguramente respuesta a lo que no encontraríamos si estuviéramos librados a nosotros mismos. El valor de la obediencia en los vínculos nos ayuda a estar en comunión, a sentirnos acompañados y sostenidos por esa autoridad de Dios, que a través de ese pastor que nos quiere y nos conduce a través de instrumentos sencillos y simples para ponernos en camino.

Cuando uno se vincula desde un espíritu creyente al ejercicio de la autoridad eclesial y pastoral, es muy difícil equivocarse. Espera en Dios y encuentra respuestas a sus búsquedas y preguntas más profundas. El desarrollo de la fraternidad está directamente vinculado a la obediencia. No se trata ni de obsecuencia ni tampoco de adulaciones en el vínculo con la autoridad, sino de un reconocimiento en que es Dios quien nos está guiando. Es Dios quien nos confía bajo el cuidado y la mirada de alguien que nos acompaña en el camino. Una expresión del Beato Pedro Fabro, jesuita discípulo de San Ignacio de Loyola, ayuda a entender esto cuando dice en relación al acompañamiento espiritual de las personas: “Puedo con los demás pero no puedo conmigo mismo”. Fabro tenía la capacidad de descubrir que su habilidad y don con otros, no le alcanzaba con él mismo y se ponía bajo la mirada de otro. Lo mismo, salvando las distancias, el Papa Francisco que con gran sabiduría, también pide consejos a otros.

 Es que Dios quiere que sea así: podemos acompañar a otros, pero en el caso propio, necesitamos de la mediación, el cuidado y la atención de un pastor que Dios nos lo ha puesto en el camino para sostenernos. De allí que la actitud obediente es un don que Dios regala en el corazón para que, sabiendo que somos un instrumento frágil y débil, pueda Él manifestarse a través de ese mismo instrumento.

El Padre Mario Llanos, en su libro sobre el Cura Gaucho, rescata varios elementos que caracterizan a la actitud obediente de Brochero en su camino de seguimiento de Jesús. Dice Tiene detalles de fina sensibilidad humana en el trato con su autoridad: el saludo, la felicitación, la valoración de lo positivo, la comunicación fluida sobre los variados temas de gobierno pastoral. Demuestra diáfanas actitudes de sinceridad. Él manifiesta la verdad de las cosas tal como son, sin tapujos ni simulaciones. Si calla, lo hace para no poner en evidencia la falta del interlocutor. Favorece toda la información correspondiente y necesaria, no se guarda detalles, comunica todo lo que necesita la autoridad para poder juzgar rectamente. Él trabaja en la Iglesia en la búsqueda de la unidad. Por eso, demuestra con los hechos, que la comunicación es fundamento natural de la unidad y la comunión eclesial. Esto es notorio en los escritos donde aparece los balances de lo actuado en su acción pastoral en el Curato de San Alberto. Además, “expone razones, motivos, elementos de juicio y luego, deja libertad de opción a su Obispo. Cuando le ha dado todos los elementos del caso, no lo condiciona ni lo ata. Lo informa y se queda desinteresadamente esperando su decisión. Por ejemplo, cuando deja el Curato de San Alberto a pedido de quién tiene la responsabilidad de la conducción de la diócesis, el Arzobispo. Implementa un diálogo paciente. Sabe hacer las preguntas oportunas, las consultas necesarias. No es un sabelotodo, sino un pastor que conquista la verdad con los otros, poco a poco y armoniosamente. Es en esos términos en que verdaderamente la obediencia se hace constructiva, en el diálogo, en la interacción con quién tiene la responsabilidad del ejercicio del gobierno máximo de la Iglesia, que es el pastor. Es en ese espíritu que Brochero nos muestra un camino de obediencia adulta y sana; un camino de actitud creyente, que es el único lugar donde la obediencia encuentra su verdadero cauce.

La obediencia es el punto fundante del espíritu de comunión en la vida de la eclesialidad. Es así como la Iglesia se constituye verdaderamente en una escuela y una casa de comunión. Este principio de autoridad ayuda al ordenamiento de la vida eclesial. Y la actitud de todos los que compartimos este espacio para la comunión ha de ser la de una actitud creyente, donde evidentemente lo que reconocemos es que Dios se vale de la mediación humana para mostrarnos el rumbo y el camino.

Brochero, además de ser un cristiano y un cura que vive la dimensión creyente en actitud de obediencia para con la autoridad eclesial de su época, es capaz de establecer para con sus colaboradores más directos normas y pautas que ayudan y colaboran a la construcción de ese espíritu de comunión, donde está centrada la fuerza de la evangelización. Jesús ha dicho claramente, en el Evangelio de Juan, capítulo 17 versículo 21, cuando expresa: “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado”. Jesús lo dice con claridad, es en la unidad y fraternidad donde está la fuerza evangelizadora.

El origen de toda experiencia cristiana tiene una particular fuerza carismática. Existe la fuerza de un líder que congrega a un grupo, pero a la vez ese liderazgo es comunicador y expansivo. Por eso Brochero, al estilo de Juan el Bautista, pide “es necesario que Él crezca y que yo disminuya”.  Brochero, consciente de no poder trabajar solo en su amplia misión, siente la imperiosa necesidad de tener sacerdotes ayudantes para su extenso Curato. Pero para ello necesita garantizar la vigencia de la comunión en aspectos muy concretos. Lo hace escribiendo algunas normas para sus Ayudantes. 

 

Padre Javier Soteras