Cada día un Adviento

jueves, 15 de diciembre de 2016
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Cariño3

15/12/2016 – Todos los días es adviento y llega para todos. Vivir el adviento es darle la bienvenida al Señor que está a la puerta y llama.

 

“Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada”.

Mateo 24,42-44

 

 

La Iglesia, por medio de su liturgia, nos ha hace meditar, en estos días de Adviento, en el misterio de la doble venida de Cristo: la venida en la humildad de nuestra naturaleza humana, y la de su parusía definitiva. Por tanto, la liturgia nos recomienda que el Señor, que nos concede prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (cf. Prefacio de Adviento, II).

En este tiempo los cristianos estamos invitados a meditar los acontecimientos admirables y misteriosos de la Encarnación del Hijo de Dios que se hace humilde, pobre, débil, frágil, en la conmovedora realidad de un Niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre.

Pero este Niño es precisamente el que guía, orienta, marca el comportamiento, las opciones y la vida de las personas que están a su lado o a quienes afecta de lleno su aparición.

  • Está la anciana Isabel, que ha sentido florecer milagrosamente en su seno la vida de un hijo, esperado desde años, como una gracia del Señor: Juan el Bautista será el precursor del Mesías;
  • está su marido Zacarías, cuya lengua se desata para cantar las grandes gestas de Dios en favor de su pueblo;
  • están los pastores que pueden contemplar al Salvador,
  • los Magos, desde años en búsqueda del Absoluto en los signos de los cielos y de los astros, y que se prosternan en adoración ante el recién Nacido,
  • está el anciano Simeón, que ha esperado también desde hace mucho tiempo al Mesías, “luz de las gentes y gloria de Israel” (cf. Lc 2, 32);
  • Ana, la venerada profetisa que exulta de júbilo por la “redención de Jerusalén ” (cf. Lc 2, 38);
  • José, el silencioso, vigilante, atento, tierno, paternal custodio y protector de la fragilidad del Niño;
  • finalmente y, sobre todo Ella, la Madre, María Santísima, que ante el designio inefable de Dios se sumergió en su pequeñez, definiéndose “esclava” del Señor e insertándose con plena disponibilidad en el proyecto divino.

Pero al lado y alrededor de este Niño están, por desgracia, no sólo personas que lo han esperado, buscado, amado adorado; está también la muchedumbre indiferente de los peregrinos y de los habitantes de Belén, o, incluso el rey, potente y suspicaz, Herodes, que, con tal de mantener su poder, asesina a los pequeños inocentes con el propósito de eliminar al hipotético pretendiente al trono.

Ante el pesebre de Belén —como luego ante la cruz en el Gólgota— la humanidad hace ya una opción de fondo con relación a Jesús, y se pone del lado de los pequeños. Este es el drama que ocurre alrededor de Navidad y alrededor del Gólgota: el Señor nos invita a pertenecer el mundo de los frágiles y a no tener miedo. “No temas pequeño rebaño”.

María y José, los pastores, los magos y todos los pobres que lo siguen a Jesús lo comprendieron, los pequeños estamos llamados a entender lo incomprensible: que Dios se hizo pequeño y se hizo uno de los nuestros para pertenecer a la fragilidad. Desde allí nos invita a parecernos cada vez más a Él.

 

Mientras el Señor llega nosotros ubicamos el corazón en un escenario o en otro: o pertenecemos al pequeño rebaño del Señor y queremos que Él sea el gran protagonista de nuestras vidas, o por otro lado buscamos autoabastecernos como Herodes reaccionando con violencia.

Esta es la tercera venida, de la que hablan los Padres, o el “Adviento intermedio” la del Señor que ya vino, que vendrá y que está viniendo. San Bernardo analizado teológica y ascéticamente: “En la primera venida, al Verbo se le vio en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua El mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, verá toda carne la salvación de Dios, y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos lo ven en su interior, y así sus almas se salvan” (Sermo V, De medio adventu et triplici innovatione, 1: Opera, Ed. Cisterc., IV, 1966, pág. 188).

Que nos aparezca en el corazón la pregunta”¿Dónde está el Señor?” que de algún lugar del corazón frágil y vulnerable esta pregunta nos conduzca cada día a algún pesebre. Que sea el pesebre una realidad de todos los días. Para dar con el camino, buscá los espacios de mayor vulnerabilidad y sencillez. Seguramente tendrás la posibilidad de encontrarte en el este 3º adviento en pesebres de la realidad humana donde sos invitado a alabarlo y bendecirlo en la pequeñez. 

En esta perspectiva, para nosotros, cristianos, cada día puede y debe ser Adviento, puede y debe ser Navidad. Porque, cuanto más purifiquemos nuestras almas, cuanto más espacio demos al amor de Dios en nuestro corazón, tanto más podremos transparentar su presencia y transformar el mundo. “Isabel —escribe San Ambrosio— es colmada después de haber concebido, María, antes… Se alegra de que María no haya dudado, sino creído, y por esto, había conseguido el fruto de su fe. “Feliz”, le dice “tú que has creído”. Pero felices también vosotros, los que habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios” (Expos. Evang. sec. Lucam II, 23. 26: CCL 14, págs. 41, 42).

Que alegría poder decir que participamos en fragilidad de la fe de María que se alegra en el Señor. Un signo de la presencia del adviento en lo cotidiano y de la apertura a la venida del Señor es la alegría. Por eso este tiempo incomprensible que vivimos como humanidad, mientras la noche aparece en el corazón del mundo, nosotros creemos y esperamos, miramos hacia adelante y no dejamos de caminar en las promesas de Dios marchando en el sentido donde la vida nos conduce en la plenitud. Puede más la alegría, la esperanza y la certeza de la fe. Le pedimos a María que nos regale su corazón creyente, y que con ella desde nuestras noches podamos cantar las maravillas del Señor. Que María nos regale de su corazón, de su apertura y de su peregrinar incansable. 

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a la Catequesis del Papa Juan Pablo II del día 22 de diciembre de 1982