El P. Ángel Rossi, en su libro “Teresa de Lisieux: la mimada, la misionada, la doctora” habla sobre las tres tácticas que Santa Teresita usa para vencer a la tentación:
1) mostrarle el rostro al mal, no apichonarse, sea yendo de frente y enfrentarlo con la verdad o darle la espalda a la tentación, “matarlo con la indiferencia”
2) Ir directamente a Jesús a hablarle de lo que me está pasando, y quizás también con alguien de más experiencia espiritual a quien contarle, pero sobretodo hacer de la tentación, materia de oración.
3) Ofrecer, reparar a través de lo que estoy viviendo con dolor, por otros.
Sobre esta tercera táctica, del ofrecimiento, dice el P. Ángel Rossi:
Nos hace bien saber que mientras yo sufro esto, quizás cerca de mí o muy lejos hay otros que están sufriendo lo mismo que yo, o más. Y además saber que mi dolor de ahora, puede estar siendo fecundo en un ámbito que yo ni supongo, por aquello de la comunión de los santos. Mi oración de hoy, mi sufrimiento de hoy, dice Van Deer Mer, es como una semilla que yo tomo y tengo la valentía de tirarla al aire, confiando que los vientos del Espíritu la llevarán hasta donde Él crea más conveniente, y allá germinará y dará fruto, un fruto que quizás nunca vea mientras esté en la tierra, pero sí en el cielo donde parte del gozo – finaliza Van Deer Mer- será cuando el Señor nos presente aquellas personas a las que hemos cuidado misteriosamente con nuestra oración u ofrecimiento, y sobre todo cuando nos presente a aquellas a las que nosotros les debemos el milagro de creer. El Señor, además del abrazo que esperamos de Él, nos va a llamar y decir: -Mirá, vos estás en el Cielo por esa viejita que ofreció su dolor, por este niño que rezaba cada noche un Padre nuestro. -Ah, pero yo no la conozco. -¿Y eso que tiene que ver?- nos dirá el Señor. Y así nos presentará o a gente que nunca vimos o quizás al revés, nos vamos a encontrar con gente que estaba tan cerquita nuestro que ni nos dimos cuenta de hasta qué punto nos cuidada “invisiblemente”, con su amor o su dolor ofrecido
Nos hace bien saber que mientras yo sufro esto, quizás cerca de mí o muy lejos hay otros que están sufriendo lo mismo que yo, o más. Y además saber que mi dolor de ahora, puede estar siendo fecundo en un ámbito que yo ni supongo, por aquello de la comunión de los santos.
Mi oración de hoy, mi sufrimiento de hoy, dice Van Deer Mer, es como una semilla que yo tomo y tengo la valentía de tirarla al aire, confiando que los vientos del Espíritu la llevarán hasta donde Él crea más conveniente, y allá germinará y dará fruto, un fruto que quizás nunca vea mientras esté en la tierra, pero sí en el cielo donde parte del gozo – finaliza Van Deer Mer- será cuando el Señor nos presente aquellas personas a las que hemos cuidado misteriosamente con nuestra oración u ofrecimiento, y sobre todo cuando nos presente a aquellas a las que nosotros les debemos el milagro de creer. El Señor, además del abrazo que esperamos de Él, nos va a llamar y decir:
-Mirá, vos estás en el Cielo por esa viejita que ofreció su dolor, por este niño que rezaba cada noche un Padre nuestro. -Ah, pero yo no la conozco. -¿Y eso que tiene que ver?- nos dirá el Señor.
Y así nos presentará o a gente que nunca vimos o quizás al revés, nos vamos a encontrar con gente que estaba tan cerquita nuestro que ni nos dimos cuenta de hasta qué punto nos cuidada “invisiblemente”, con su amor o su dolor ofrecido
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