Cosas pequeñas con un amor grande

miércoles, 17 de agosto de 2016
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“No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón”.

Mt 6,19-21

 

En presencia de la Madre Teresa, mucha gente se daba cuenta por primera vez en su vida de qué pocas cosas son realmente necesarias en la vida y de que un estilo de vida sencillo requiere de muy poco. Empezando por la ropa, el sari de la Madre Teresa tenía multitud de parches y remiendos en los sitios en que se había rasgado o desgastado. Sin que ella se enterara las hermanas guardaban los saris más viejos –y a veces los no tan viejos- en un baúl. Aunque era la superiora general, nadie le había contado lo que estaban haciendo con sus viejos saris: las hermanas –muy previsoras- daban por hecho que de ahí podrían salir las reliquias que seguramente necesitarían en el futuro.

Al final, la Madre Teresa descubrió el baúl y preguntó que hacían allí esos saris. Los previsores planes de las hermanas quedaron patentes y la Madre Teresa dio las instrucciones para que los saris volvieran a utilizarse.

La Madre Teresa se deshacía lo antes posible de los regalos que recibía. Todo pertenecía siempre a los pobres, los necesitados o, simplemente, a la gente que ella consideraba que precisaban de un detalle de cariño en aquel momento. Quienes le obsequiaban valiosas reliquias familiares con el fin de aparcarlas cerca de una santa se equivocaban, y a menudo, se llevaban una decepción. Era una experta en re-obsequiar. Y, además, era consciente de que la carencia total de pertenencias constituye una liberación y que las cosas a las que no podía dar un uso inmediato eran simplemente un estorbo.

En una ocasión, un acaudalado americano escuchó a la Madre Teresa en una concentración pro vida y, conmovido por su testimonio, le ofreció espontáneamente una gran casa. La Madre Teresa le preguntó por la ubicación de la casa y si en el barrio vivían algunos de los más pobres de entre los pobres. Cuando supo que la casa estaba en una zona rica y que la casa era enorme, dijo que ella no le podía dar ningún uso y, agradeciéndolo, declinó la oferta. El generoso empresario no se dio por vencido tan fácilmente y le dijo a la Madre Teresa que aceptara la casa en cualquier caso y que ya la utilizaría más adelante. Se quedó pensativa un momento y dijo:

-Lo que no se pueda utilizar ahora me estorba –hizo otra pausa y añadió-: Si más adelante necesito algo, Dios me ayudará entonces.“No importa cuanto damos. Importa cuánto amor ponemos en lo que damos”. Durante mucho tiempo estas palabras de la Madre Teresa me habían resultado familiares y siempre me habían parecido muy bellas y muy ciertas. Sin embargo, el padre Pascual Cervera – moderador del Movimiento Corpus Christi para Sacerdotes, una asociación para sacerdotes seculares fundada por la Madre Teresa- me hizo entenderlas de una manera totalmente nueva para mí. Al final de nuestro retiro para sacerdotes en Ars, Francia, me dijo:

-¿Podría llevar estas cinco estampas a Viena para unos amigos míos? A la Madre Teresa siempre le encantaba dar alguna cosita a las personas con las que se encontraba.

Me entregó unas estampas que acababa de comprar en una tienda de souvenirs y en las que había escrito unas palabras de saludo. Y me acordé de que, siempre que podía, la Madre Teresa se ponía también a dar todo lo que llevara encima.Cuenta el Padre Leo: Cuando pienso en la alegría con la que continuamente la Madre Teresa procuraba dar algo a todo el que se encontraba, se me viene a la cabeza una frase de la liturgia del matrimonio: “Recibe esta alianza, en señal de mi amor y fidelidad a ti. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.

Con ella debía pasar algo así. Cada regalo, por pequeño que fuera, era una señal de su amor por la persona que lo recibía. Con aquellos pequeños regalos conseguía abrir diminutas grietas en nuestra coraza de aislamiento y egoísmo. Y así consiguió agrietar, hasta abrirlos, ¡los corazones de mucha gente! Ella siempre apretaba breve y firmemente las manos de la persona a la que daba una medalla, y el calor de sus manos era una clara expresión de su amor.

Fui testigo de un aterrador incidente de agrietamiento de coraza con la Madre Teresa en Nicaragua, donde en aquel entonces estaba implantado un régimen autoritario de inspiración marxista que dirigía el líder sandinista Daniel Ortega. La Madre Teresa solicitó una entrevista con el dictador, a fin de obtener de él permiso para abrir una nueva casa para sus hermanas. La entrevista tuvo lugar. Nos condujeron a una habitación sin ventanas y con una tarima en uno de los extremos. Sobre la tarima había una larga mesa, detrás de la cual estaban sentados cuatro hombres con la cara cubierta y armados con metralletas.

En el centro, entre los hombres armados, estaba sentado Daniel Ortega. Este dedicó a sus tres invitados –la Madre Teresa, una hermana y yo- una encendida arenga de treinta minutos sobre la legitimidad de su actividad guerrillera y el carácter demoníaco de sus oponentes. Cuando concluyó, temblando de ira, se produjo un embarazoso silencio. La Madre Teresa lo rompió con una frase: -Sí, si, las obras de amor son obras de paz.

La tensión aumentó; era evidente que el traductor oficial no quería traducir al español esa frase –que la Madre Teresa había dicho en inglés- para el presidente. Al final fue la hermana quien asumió la muy ingrata tarea de traducir aquello. Le temblaba la voz. Aparte del sofocante calor que hacía en la habitación, se notaba una peligrosa tensión en el aire. De repente, y sin esperar a la reacción del dictador a sus palabras, la Madre Teresa se levantó y avanzó hasta la tarima. Mientras rebuscaba en su bolsa, le preguntó al dictador: -¿Tiene usted hijos?

Sin entender adónde quería llegar aquella monja con esa pregunta, Ortega contestó:

-Sí
-¿Cuántos?
-Siete

La Madre Teresa sacó siete Medallas de la Virgen Milagrosa de su bolsa y las fue besando y tendiéndoselas una a una, extendiendo el brazo todo lo alto que podía hacia la tarima. Ortega las fue levantando, una a una, inclinándose sobre la mesa cada vez para alcanzar la mano de la Madre Teresa.

-¿Tiene esposa?
-Sí

Sacó otra medalla de la bolsa, la besó y se la entregó.  -Y hay otra para usted- y le entregó la última medalla. ¡La necesita! Pero debe llevarla colgada al cuello, así…

La Madre Teresa señaló la cadena que el dictador llevaba en el cuello y le explicó mediante lenguaje de signos dónde debía colgar la medalla.

De golpe y porrazo, había conseguido cambiar por completo el ambiente. Entonces le ofreció al presidente otro regalo: ¡cinco hermanas que se ocuparían de los más pobres de entre los pobres en los suburbios de Managua!

Al día siguiente ya tenía el permiso para la fundación de la primera casa de las hermanas.En la congregación de la Madre Teresa, las hermanas aprendían que dar es un signo de amor. Años más tarde, descubrí lo bien que seguían el ejemplo de su fundadora cuando las hermanas que trabajaban en Viena me entregaron un importante paquete cuidadosamente envuelto para que lo llevara conmigo en mi viaje a Nueva York. En el envoltorio había escrito con una caligrafía muy elaborada: “Para las hermanas de Nueva York, con amor desde Viena”. Cuando entregué en Nueva York, me enteré de que el importante paquete contenía bombones.

Al cabo de unas semanas, en el viaje de vuelta a Viena, vía Washington, las hermanas de la casa de Washington me entregaron otro importante paquete. Esta vez habían escrito: “Para las hermanas de Viena…”. Cuando las hermanas de Viena abrieron agradecidas el paquete, yo no podía creer lo que estaba viendo: ¡era la misma caja de bombones que yo había llevado de Viena a Nueva York! Entre medias, debía de haber viajado “con amor a Washington y ahora volvía a Viena, atravesando el océano, “con amor desde Washington”. Me quedó claro que el regalo no eran los bombones: el regalo era el amor.

En la casa madre de Calcuta sólo había un sacerdote para trescientas hermanas, por lo que la Madre Teresa y varías hermanas tenían el permiso para distribuir la Sagrada Comunión. En una ocasión, después de haber prestado este servicio durante la Misa, lo tomó como tema de consideración para la meditación de quince minutos que solía dar a los voluntarios después de Misa.-Hoy he ayudado a distribuir el Cuerpo de Cristo. Al tomar la Hostia con los dedos, he pensado: “Que pequeño se ha hecho Jesús para mostrarnos que no espera cosas grandes de nosotros, sino cosas pequeñas con un amor grande”.