Cuaresma, tiempo de purificar el corazón

martes, 18 de marzo de 2008
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Un día estaba Jesús expulsando un demonio, que había dejado mudo a un hombre. Cuando salió el demonio, el mudo recobró el habla y la gente quedó maravillada. Pero, algunos dijeron: “Expulsa a los demonios con el poder de Belcebú, príncipe de los demonios”. Otros, para tenderle una trampa, le pedían una señal del cielo. Pero Jesús, sabiendo lo que pensaban, le dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo termina destruido, y sus casas caen unas sobre otras.  Por tanto, si Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo podrá permanecer su reino?.  Pues eso es lo que ustedes dicen, que yo expulso los demonios con el poder de Belcebú.  Ahora bien, si yo expulso los demonios con el poder de Belcebú, ¿sus hijos con qué poder los expulsan?.  Por eso, ellos mismos serán sus jueces.  Pero si yo expulso los demonios con el poder de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.  Cuando un hombre fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están seguros.  Pero si viene otro más fuerte que él y lo vence, le quita las armas en que confiaba y reparte su botín.  El que no está conmigo está contra mí. El que no recoge conmigo, desparrama.”

Lucas 11, 14 – 23

El presente, aunque sea un presente fatigoso se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta. Y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Claro que si.

Poder tener un sentido, una manera de enfrentar y cargar las dificultades. La felicidad no es una vida libre de dificultades, de cargas y de responsabilidades. La felicidad es una vida con sentido, simplemente. Una vida con mucho sentido.

Un sentido que se llama Dios. Y que en el presente se llama Jesús, el Salvador. El Camino, que además es necesariamente Verdad y Vida. Jesús es nuestra esperanza. Él es el que cambia los corazones, él tiene la virtud de dar sentido a nuestra vida.

La oración es el encuentro con Él. A través de Él, como camino, es el encuentro del descubrimiento del rostro del Padre y es la vía para ser ungidos nosotros, con el Espíritu Santo. De esta manera, entramos en comunión con lo definitivo. ¿Se dan cuenta?

Cuando oramos nos hacemos definitivos. Cuando oramos nos hacemos para siempre!!!! Por eso hay que orar.

Qué lastima cuando “no tengo tiempo”. ¡¿Pero cómo no va a tener tiempo para lo definitivo, mi amiga, mi amigo?! ¿Cómo no nos vamos a hacer el tiempo para lo que es esencial? Mire, la plata puede que esté en el bolsillo, en el banco, o puede que no la tengamos. La salud, hoy la tenemos, mañana no la tenemos. Los bienes materiales son efímeros, pasajeros. Lo definitivo está dado en la experiencia de la oración. Créanme.

Cuando se le dice a la gente oren, y las cosas van a encaminarse. Muchos dicen “no, con orar no se come”, “con orar no se van a solucionar los problemas”. Exacto. Exacto!!! Han dado en el clavo. La oración no arregla los problemas. Los transforma… No los arregla. Porque los problemas no tienen arreglo.

Los problemas son el lenguaje que Dios usa para invitarnos a la relación y al ABANDONO EN LA CONFIANZA en el trato con Él. Y son el camino de la fe, para creerle a Él, esperar más de Él.

Tiempo de cuaresma. Tiempo de oración. Tiempo de purificación y tiempo de transformación. ¿No habrá que purificar nuestra vida poniéndonos a orar, a rezar y a rezar en comunidad? ¿No habrá que hacer esta búsqueda de mejorar y purificar nuestra manera de orar? Para que aquello que consideramos, si te pesa demasiado como problema, no sea sino la excusa que Dios usa para engancharnos desde el corazón.

Cuánta necesidad de purificación tienen nuestras vidas, nuestros corazones. La verdad, tanta necesidad si no nos dejamos purificar. ¿Cómo haremos el camino en esta Cuaresma? ¿Cómo llegaremos a esta Pascua? Me estoy preguntado ¿Cómo llegaré yo? ¿Seguiré amando el pecado, amando la mentira? ¿Seguiré aferrado a caprichos, a locuras personales? ¿Seguiré cerrado, no dialogando, no estando dispuesto a caminar con tal persona, con fulana o fulano? ¿Seguiré guardando bronca en mi corazón contra tales personas? ¿Seguiré odiando? ¿Seguiré sin perdonar? ¿Hasta cuándo seguiré apegado a mi pecado?

¡Qué necesidad de ser purificados, de ser liberados! ¡Cómo necesitamos del Señor!

Tal vez hoy en la oración especialmente. El Señor me muestra qué necesidad de dejarme liberar, desafectar. Qué necesidad de vivir, de respirar que tengo como persona. Qué necesidad de poder volar, de cantar, de reír, cuando todos están serios. De cantar, de volar cuando todos quieren aferrarse al suelo. Qué necesidad de despojarme de la mochila cargada de cosas estériles, inútiles. O de cosas valiosas, pero que no son para mí. Que tienen que ser ofrendadas sacrificialmente.

Qué necesidad del sacrificio. Como la manifestación de la alegría de un corazón que crece en la libertad.

Tiempo de Cuaresma, de Gracia de llamado a este ejercicio de desasimiento para no perder la alegría. Del Don de la felicidad que regala el Señor.

La alegría del DON de la felicidad. Y pongo la palabra DON, y la acentúo con letras negras y en mayúsculas.

Cuánta gente quiere ser feliz y se lo procura por sí misma. Si pudiéramos comprender un poco más que el secreto está en despojarnos de esas búsquedas, que la felicidad es una sorpresa y es tan grande la sorpresa que no nos alcanza el corazón para contenerla.

Por eso la verdadera felicidad es algo que nos hace comunicativos, expansivos, que nos hace celosos de que los demás también puedan tener. Nos hace anunciadores, nos hace llegar hasta los rincones más perdidos. Ése es el secreto del evangelizador, del buen cristiano, del buen sacerdote, del buen profeta. Es aquél que se deja llenar del estupor, porque le entrega al Señor las cosas y le da al Señor lo que el Señor le pide, y no tiene miedo.

Camino de desasimiento. Despojarme.

¿Qué me tiene atado? ¿Qué no me deja caminar? ¿Qué no me deja vivir? ¿Qué es lo que no me deja volar? ¿Llegaré a la Pascua, sin siquiera remontar un vuelo de pato por lo menos?

Vamos de Gracia en Gracia, como dirá la Palabra, o de escalón en escalón, hablando de una figura física. Nadie pega un salto de golpe hasta arriba. Lógicamente que hay personas a la que Dios las purifica de una manera singular, que es una especial acción de la Gracia, que las transforma de una experiencia de pecado a una experiencia de santidad muy singular. Es como que se pega un salto de la planta baja al 1º piso, sin pasar por los 30 escalones que hay que pasar. Hay personas que sí.

Dios tiene otras maneras de purificarlos, porque Dios puede purificarlos con un solo acto de ofrenda, de entrega, o con uno solo de sus dones, con una sola de sus Gracias, puede transformar y hasta puede en un solo sacrificio, hacernos transformar. O en una sola eucaristía. En un solo acto de caridad, que nos permite y nos regale vivir con intensidad, puede purificar una multitud de pecados.

DIOS ES PODEROSO PARA HACER EL BIEN. EL PODER DE DIOS ESTA EN VENCER EL MAL.

Con un solo acto de amor puede manifestarnos su Gloria, cuando a veces nos llama para un camino especial, para un testimonio particular. Muchas veces el Señor obra de esta manera. Pero lo normal es un proceso, pero una transformación de purificación muy grande, muy significativa, que ahorra lo que todos tienen que hacer muchos escalones, a un alma, no quiere decir que no continúe un proceso esa alma. Tiene muchos otros procesos, porque quizás está llamado a otra profundidad, a otro servicio, a otra disponibilidad. Otra manera tiene el Señor preparada para esa persona.

Pero lo normal, poco a poco, usted y yo vamos a ir de a poquito. Somos sencillos, nosotros no sé si estamos llamados a grandes designios. Y si el Señor llama, bueno aquí estamos. Que el Señor haga lo que quiera. A no tener miedo. Pero nuestra tarea de adelantamiento exige trabajo y tiempo.

La vida espiritual, la fe, la santidad se realiza a fuerza de trabajo y tiempo. Ser como Jesús no es una improvisación.

Vamos de a poco, paso a paso. Y nos vamos curando. Tenemos que sanarnos. Ayer hablamos de la confesión, de una buena confesión. Sobre todo para esa gente que hace rato que le anda disparando al … si si al confesionario, no? Más que al confesionario, le anda disparando a ese ser Iglesia con identidad. No tener miedo de desnudarse.

Muchas espiritualmente nos pasa de tener mucha vergüenza, mostrar nuestra intimidad, lo que somos realmente. Tenemos temor de una buena confesión. ¡Qué bueno, qué purificador, qué saludable (y se lo digo por experiencia) es una buena confesión! Ir a decirle al sacerdote “mire padre, he pecado”. Y no como esos que van a confesarse y el Señor se tiene que ir y quedan hablando solos. Ellos creen que se confesaron “así mire todos los pecados, padre. Qué pecado pude haber echo yo?” Esa gente que tiene esos criterios… Eso es una mala confesión. Eso es burlarse de Dios.

Cuando nos presentamos delante del Señor, tenemos que sentir ese vértigo. Es bueno tener vergüenza, un poco de miedo, que me cueste, que me duela confesar mi pecado. Y hay gente que hasta llora cuando se tiene que ir a confesar. Pero es saludable. ¡¡No tenga miedo de ser real!! Eso es ser humilde.

Es la única manera de encontrarse con los demás y de encontrarse con Dios. Cuando nos hacemos vulnerables, cuando aceptamos nuestra vulnerabilidad, soy lo que soy, en la verdad, entonces Dios también es la verdad para mí y para muchos otros.

Nos reconocemos pecadores, nos desprendemos. Eso es lo primero. Después, saben qué tenemos, un afecto. Es verdad que su corazón renuncie y se aparta del pecado, como dice San Francisco de Sales, pero no deja de volverse muchas veces hacia aquella parte. Es como los hebreos, cuando se fueron de Egipto con Moisés, cruzaron el mar Rojo y después cuando empezaron los momentos difíciles de construir el pueblo, desde la propia entrega y desde el propio desprendimiento, se empezaron a acordar de la cebolla de Egipto “antes cuando estábamos en Egipto, por lo menos comíamos, teníamos agua….”. Entonces empiezan las quejas, es el afecto al pasado.

Muchas veces nos convertimos, pero nuestra conversión es como que le falta un toque, no?

La Iglesia cuando habla del arrepentimiento de los pecados, habla de la atrición y de la contrición. Contrición es el arrepentimiento perfecto y atrición es ese arrepentimiento que me reconozco pecador, pero que no he salido del todo de ese pecado. Entonces hay un llamado a la contrición, es decir, a no tener miedo de ser radicales. Después de todo, dice Pablo, ustedes aún no han luchado hasta la sangre en contra del pecado.

Y muchas veces los corazones están enfermos, porque ciertamente no se deja uno purificar del todo, no se anima a cortar del todo. Si tu mano es ocasión de pecado, arráncala, porque más vale entrar manco en el Reino, y no con las dos manos en la gehenna?

Purificar enteramente tu corazón de todos los afectos, que dependen del pecado. Un objetivo de esta Cuaresma.

Pero si hay peligro de recaer, recaemos muchas veces porque no hemos cortado en serio, no hemos quemado la nave al llegar a la orilla. Cuando llegamos a la orilla con la nave del pecado, tenemos que prenderle fuego, la dejamos atadita. Nos vamos, y cada tanto miramos, “¿y si me doy una vueltita por el pecado?” Con la nave del pecado por el mar, las aguas profundas de lo inmediato, o de lo exitoso, de lo fácil, de lo que no tiene problemas, de lo que no implica renuncias. Cómo estamos, no?

Estos miserables afectos mantienen perpetuamente enfermo el espíritu, y le agravan de tal modo que no se pueden practicar las obras buenas, con la prontitud, la diligencia, y la frecuencia, en lo cual consiste sin dudas, la verdadera esencia de la vida cristiana. El estar tendidos del todo hacia Jesús.