Cura Brochero: su celo misionero

martes, 20 de septiembre de 2016
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20/09/2016 – Nuestro querido Cura Brochero descubrió el gran tesoro que es Jesús: por eso le urgía comunicarlo a los demás. Además él consideraba cada persona como un enorme tesoro, por eso no dudó en hacer todo lo posible para cuidar y proteger a los demás.

 

“El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró”.

Mt 13, 44-46

 

Las Parábolas encierran en su interior una profunda sabiduría que se expresa en disponibilidad y accesibilidad al orante. Jesús a lo largo de su ministerio no ha cesado de anunciar el Reino de Dios, Reino que se hace presente en donde esté Él. Lejos de ser una mera utopía, Jesús muestra que el Reino es el deseo más profundamente añorado por el Señor, deseo que se transforma en horizonte para todos los discípulos de Jesús. Ese deseo coincide en la marca que dejó el Creador en el corazón del hombre. Desde allí es posible descubrir el sentido de la historia, el misterio de la Vida y la belleza del Evangelio. Como dador de sentido, como realidad y belleza compromete, envía, transforma la propia vida. El Maestro se vuelve para cada discípulo en el mayor valor. Desde allí es posible relativizar todo lo demás. De allí la prontitud de vender todo por “esta perla finísima”.

Quizás aquí radique una de las claves para comprender qué significa el celo misionero: compartir con otros la inagotable riqueza del tesoro hallado bajo la paradoja que el tesoro se acrecienta mientras más se comparta. El vender todo por este tesoro podría traducirse en “arriesgar todo” por este tesoro, dar la vida en el servicio y compromiso con los demás, especialmente por aquellos más alejados del tesoro que es Cristo”.

Nuestro querido Cura Brochero descubrió el gran tesoro que es Jesús: por eso le urgía comunicarlo a los demás. Además él consideraba cada persona como un enorme tesoro, por eso no dudó en hacer todo lo posible para cuidar y proteger a los demás.

Su pasión por vivir el Reino lo lleva en su celo misionero a anunciar a Jesús a los más alejados. Por eso busca a un gaucho perseguido por la justicia, Santos Guayama. Brochero se esmera en llegar a él para anunciarle el Evangelio. Su espíritu misionero queda plasmado en una carta que le escribió: “Don Santos, son tantos los deseos que tengo de verlo y estrecharlo entre mis brazos, que los días me parecen años. ¡Ojalá Dios me hiciera el favor de proporcionarme los medios de verlo en la expedición que haré a los llanos de La Rioja!“.

Brochero como sacerdote estaba al servicio de todos, pero se entregaba de manera particular a los pobres y a los más débiles. Sabía que allí se mostraba la belleza del tesoro del Reino. Expresó una persona que los conoció: “Vivió su
sacerdocio siempre alegre y gozoso. Reunía a los hombres, aun a los más ignorantes, los cuales después comentaban, algunos llorando, que recién habían comprendido cómo debían vivir para agradar a Dios y salvar el alma. Nunca oyó que se quejara de la ignorancia de los fieles, al contrario, oyó que siempre los trataba con mucho cariño, los llamaba, los traía y quedaban encantados” 1

Es desde el amor del Padre en Jesús que se produce esa fusión de entrega con quien se une a la misión con Jesús. Y el anuncio del reino es para todos, y Jesús quiere contar con todos, también con vos. Como en la parábola, a veces necesitamos soltar algo a lo que estamos aferrados, para con las manos libres poder recibir a manos llenas a Jesús y a lo que quiere regalarnos.

Brochero, siguiendo el ejemplo de Jesús, “el Buen Pastor que conoce a sus ovejas”, incansable­mente recorrió su Curato de San Alberto: así pudo descubrir las verdaderas necesidades -tanto espiri­tuales como materiales- de su Curato. Por eso, el Cura Brochero fue “apóstol” para “to­dos”. Se hizo todo con todos para entregarse todo. En este sentido vale la pena transcribir algunos comentarios periodísticos de la épo­ca:

“El Cura Brochero es realmente un pastor, según la palabra y la intención de Jesús: su grey es su rebaño. Carneros y ovejas se confunden en su concepto. Él arrea con todos hacia el abrevadero, seguro de hacer el bien, porque los impulsos de su voluntad no son más que obediencia a los dictados de su conciencia”. 2

Todas las personas de su territorio lo seguían como a su pastor. Por eso trabajaban cómodos con él.

“El vecindario del Tránsito está cada día más decidido: cada vez que se toca la campana se presentan todos los señores, todas las señoras, los niños, las niñas, los chicos y los grandes, honrándose al acarrear ladrillos en su cabeza”. 3

Evidentemente, la relación con el Cura no terminó en los ladrillos. En efecto, “des­pués de las obras que se habían realizado, Brochero se consagró de lleno a moralizar el vecindario, llevando a todas partes la doctrina evangélica, procurando ante todo que la profesaran en acción y practicándola conocieran sus preceptos” 4

Las distintas publicaciones nos muestran a un Brochero cercano a los pobres y a los ricos, querido y defendido por todos. En efecto, “la actuación de Brochero está marcada con jalones de luz desde las más encumbradas y altas de las regiones de la república hasta sus más apartados y humildes lugares; su nombre es conocido, querido y respetado en todas partes, y con igual libertad ha penetrado siempre rodeado de consideraciones y afec­tos en los palacios de los potentados para pedirles su concurso a favor de una buena obra, como en la modesta choza del indigente para llevarle el óbolo de su oculta caridad o prodigarle sus consuelos y mitigar sus dolores”. 5

Muy probablemente, la causa de este cariño de parte de ricos y pobres ha sido el estilo de relación imparcial y hábil que el apóstol de Traslasierra ha establecido con gente de toda clase social. “El P. Brochero no sólo era el Cura más celoso, sino también el hombre más popular y hábil que sabía ganarse la voluntad de pobres y ricos, de particulares y del gobierno, para hacerlos servir a todos al bien público”. 6

Uno de los rasgos personales más notables de la espiritualidad brocheriana es la forta­leza para hacer frente a todo aquello que se interponga en su camino obstaculizando lo que -en su conciencia de sacerdote- descubre como querido por Dios a favor de sus fieles, podemos decir que Brochero le basta saber que sus feligreses necesitan talo cual cosa para vivir más plenamente su condición de cristianos para que él no se vuelva atrás y busque­ -de todas las maneras posibles- lograrlo.

 

Su fervor misionero ( por P. Julio Merediz)

“El Padre Brochero es fervor”. El ardor misionero ha sido una de las señas de identidad de José Gabriel Brochero, distinguida por la propagación de la fe y la creatividad constante en los diversos ministerios de la palabra. Sobresale en su camino misionero una santa audacia, una “agresividad apostólica” que en lenguaje paulino sería la “parresía”, al mejor estilo de San Pablo o de San Francisco Javier. Éste accionar tiene una fuente que es un profundo amor personal a Jesucristo, que es en la vida la búsqueda y adhesión a la voluntad de Dios.

El Padre Brochero cultivó un profundo amor a la Palabra de Dios haciendo de ella el elemento esencial de su vida de creyente. En sus cartas y en sus textos se lee una gran familiaridad con la escritura, conocía a fondo la Palabra y la cita permanentemente de memoria textos bíblicos. Abundan testimonios, y hay uno muy lindo de Benjamín Aguirre que era compañero de universidad, y Brochero se alojaba en su casa:

“Por lo que yo pude observar, durante las noches rezaba continuamente. Incluso me despertaba para hacerme participar sus reflexiones y pensamientos piadosos, comúnmente referentes al evangelio. Vivía según su fe. Durmiendo en la habitación, separada por un biombo, me despertaba para leerme algún pasaje y hacerme el correspondiente comentario”.

Brochero acogió la sagrada escritura con verdadera actitud de discípulo y allí experimentó la fuerza transformadora de la Palabra del Señor que lo ayudó a descubrir y aceptar en todas las cosas la voluntad de Dios. Hay otro testimonio, ya en la parte final de su vida, que dice que “la gente se lamentaba de su mal (la lepra) y él dijo que estaba mejor, para así poder meditar piadosamente en las cosas de nuestro Señor. En una oportunidad dijo “qué cosa maravillosa habrá sido oír de labios de nuestro Señor, el sermón de la montaña que nosotros después de haberlo recibido de segunda o tercera mano, nos llega tanto que los mismos apóstoles fueron tranquilamente a la muerte después de haberlo oído y que no tenían otra felicidad”.

Éste es el amor personal de Jesucristo y lo primero que se distingue en el Cura Brochero. Un amor que por su naturaleza tiende a comunicarse en forma de ayuda a los otros, un amor que está en el celo por ayudar a que otros disfruten y se enriquezcan con éste conocimiento de Jesús. Es el famoso “celo misionero” que repetimos en la oración del Cura Brochero. Porque el amor de Jesucristo impregna tanto la vida del Cura Brochero, que su actuación es un resplandor e irradia a Cristo, por eso va a ser beatificado. Por eso el celo misionero, su ardor apostólico y una predicación descarada de Jesucristo sin vergüenzas, sin complejos ni timideces, sin pudores son un llamado a nosotros a salir también nosotros de cierta apatía. Salir de aquel “y bueno, si siempre se hizo así” o a aquel “pero la gente ya no es como antes”.

 

Padre Javier Soteras

 

1 Positio II 60

2 “Brochero: ex cura de San Alberto” (colaboración), La Patria (Córdoba), 2/4/1908.

3 “El cura de aldea José Gabriel Brochero”, El Interior (Córdoba) 5/1111887.

4 “Casa de Ejercicios en San Alberto”, El Eco de Córdoba, 6/8/1876.

5 “Brochero: ex cura de San Alberto” (colaboración), La Patria (Córdoba), 2/4/1908.

6 “Pbro. Gabríel Brochero”, Los Principios (Córdoba), 25/1/1908. Cfr. Llanos, María Oscar: “Brochero Pastor” (Revista Didascalia, 1995).