Dejar los miedos y arriesgar

miércoles, 19 de noviembre de 2014
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19/11/2014 – Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.El les dijo: “Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida.

Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: ‘Háganlas producir hasta que yo vuelva’.Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’.Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.

El primero se presentó y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más’.’Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades’.Llegó el segundo y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más’.A él también le dijo: ‘Tú estarás al frente de cinco ciudades’. Llegó el otro y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo.Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado’.El le respondió: ‘Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré,¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses’. Y dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más’.’¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!’. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”. Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.

San Lucas 19,11-28

 

 

El contexto del relato lo marca el evangelista Lucas la gente seguía allí escuchando al Señor después de que había hablado y tenían expectativas de que pronto llegara el reino de Dios. De ahí es que Jesús plantea esta parábola. Un Rey que se va lejos para después volver. Esto marca un tiempo de espera en la manifestación del reino. Mientras aparecen las autoridades de la epoca, estos que no quieren que el rey sea entronizado.

El texto nos habla del Rey que encarga a 10 servidores sus bienes. Nos deja toda una enseñanza en torno a que mientras vamos caminando a la plenitud del reino no es tiempo para especular ni para el miedo, no es tiempo para guardarse sino para jugarse. Cuando hablamos de reino hablamos de un mundo nuevo desde un hombre nuevo que supone actitudes jugadas, decididas y determinadas. No hay tiempo para medias tintas. Dicho esto en nuestro contexto se torna complejo… ¿jugarse a favor de quién, y la inseguridad? El mecanismo de defensa de este tercer propietario a quien le han confiado la moneda de plata especula con temor. El mundo de hoy con la crisis que vivimos tiene mucho que ver con la especulación y la racionalidad que ha hecho que desaparezca de algun modo la esperanza de un mundo mejor. La racionalidad en sí misma, junto con la posmodernidad con la que vivimos es la ruptura de la racionalidad que ha mostrado su fracaso a la hora de gobernar el mundo.

En el mundo gobierna la ultra racionalidad calculadora. En el mundo del reino de Dios son los que se la juegan por el reino los que ganan. Para la construcción de un mundo nuevo no hay lugar para las medias tintas, para vivir sin riesgo ni para la indecisión.

No es para los que arrugan lo que se presenta como desafío sino para los que se animan a ideales grandes. Para eso hay que liberarse del miedo del cual se vale el “principe del mundo” que busca impedir la llegada del reino.

 

Vivir sin riesgo

por José Luis Martín Descalzo en “Razones desde la otra orilla”

Decía Gabriel Marcel que en nuestro tiempo «el deseo primordial de millones de hombres no es ya la dicha, sino la seguridad». Y es cierto: bastaría acercarse a la Humanidad de hoy para comprobar que si los hombres tuvieran que elegir entre una vida feliz, pero peligrosa, arriesgada, difícil, y otra vida más chata, más vulgar, pero segura y sin miedo a posibles crisis o altibajos, la mayoría, sin vacilaciones, elegiría esta segunda.  (Es como el tercer personaje de la parábola de hoy: guarda, esconde, no arriesga).

En cierto modo esto se entiende. El hombre contemporáneo ha sido tantas veces engañado, es tal la inseguridad en que vivimos, que la gente ha elevado esa seguridad al primer nivel de todas sus aspiraciones. Lo que debía ser algo conveniente, pero, en definitiva, secundario, se ha convertido en el summum de los deseos. Y, en cambio, se mira con sospecha toda vida entendida como entrega, como riesgo, como aventura. Los hombres no quieren tener el alma llena de proyectos o esperanzas. Prefieren un rinconcito abrigado y sin riesgos, en el que no encontrarán grandes flusiones, pero tampoco grandes peligros de perder ese poco que tienen.  (Esto es lo que opaca la convivencia y desdibuja la alegría llenando de sombras el andar que se torna rutinario y aburrido. Nos van como robando la vida mientras los sueños van desapareciendo).

Lógicamente no seré yo quien discuta la necesidad que todo hombre tiene de seguridad en la vida. Lo que sí voy a discutir es esa obsesión con la que la seguridad es perseguida, esa postura de¡ hombre actual, que preferiría vivir a medias antes que buscarlo todo con riesgo de tener un fracaso. Y es que el hombre que pone en el primer término de sus aspiraciones la seguridad ha apostado ya por la mediocridad, ha dejado que en el tejido de su alma se enquiste esa angustia que ya envenenará toda su existencia. (Es lo que hoy Jesús denuncia en el tercer hombre, uno que no se la jugó).

No hay nada más autodestructivo que el miedo. José María Cabodevilla (en su precioso libro El juego de la oca) ha ironizado sobre todos esos hombres que empezaron cerrando todas sus puertas para librarse de los ladrones; que después pusieron telas metálicas en todas las ventanas para huir de los insectos; tuvieron después pánico de los microbios, capaces de atravesar la retícula más tupida, pero nunca pudieron librarse de una especie animal mucho más dañina: los monstruos que dentro de su cabeza crea el propio miedo. (A veces el miedo nos hace que reduzcamos tanto el mundo en el que nos movemos, que como dice Francisco vamos haciendo de nuestro mundo una pequeña secta, cuando en realidad es en el darse y entregarse donde la vida se juega).

Contra el miedo, contra la obsesión por la seguridad, no hay otro camino que el amor a la vida, que la aceptación de los riesgos que son inevitables en la aventura de vivir, que la certeza de preferir equivocarse de vez en cuando, de ser engañado alguna vez. Todo menos autodisecarse. Todo menos dejar de vivir por miedo a que vivir sea doloroso. Y estar seguro de que quien por un entusiasmo, por una pasión, perdiera su vida, perdería menos que quien hubiera perdido esa pasión, ese entusiasmo.

Ojalá podamos despertar a deseos de grandes sueños en lo pequeño de todos los días, que puede ser la huerta con la que soñaste siempre, o de arreglar el baño que te pide desde hace tiempo que lo arregles… no especules tanto. Es tiempo de genete que se anime a lo pequeño y a lo grande, y salir del temor de los que dicen “mañana” para decidirnos por hoy. Salir de lo vulgar de la seguridad y animarnos a decisiones importantes.

El tercer personaje de la parábola de hoy que guardó las monedas en un pañuelo ante el miedo. El miedo siempre juega con un discurso “no vas a poder”, “no es para vos”, no te va a alcanzar”… es un discurso de detención, que no libera las fuerzas interiores, sino que nos hace indecisos. Es lo que le pasa a este hombre que se quedó con lo que tenía, gobernado más por falsos temores.

Por eso hoy queremos liberarnos del miedo que tiene como sutileza esconder el rostro y no poner la cara, que sin poner nombre a las cosas recomienda “guarda”, “tené cuidado” y nos va reteniendo evitando que pongamos nuestras energías en lo que tenemos que decidir. ¿Qué es lo que hoy te impide tomar las decisiones que tenés que tomar para las cosas importantes de tu vida? ¿Miedo al fracaso, a quedar solo, a perder lo poco obtenido?. Intentamos poner un rostro o una cara porque cuando lo vemos comienza a desaparecer. El mundo que viene es para los que se animan a arriesgar incluso yendo a contracorriente.

 

Tirar redes

Contra la indecisión

por José Luis Martín Descalzo en “Razones desde la otra orilla”

Vinoba Bahve, el predilecto de los discípulos de Gandhi, tenía una virtud que era muy apreciada por sus alumnos: la de ver las cosas con claridad y decidirlas aún con mayor rapidez y sin vacilaciones. Con frecuencia alguno iba a consultarle, y entonces el maestro dejaba caer la azada y tomaba la rueca para poder escuchar mejor. El alumno contaba ahora su problema con todo cúmulo de divagaciones y circunloquios, y el maestro siempre acababa cortando:

– Vamos al grano. Resumo lo que usted me ha dicho.

Y el consultante veía, casi aterrado, cómo toda su historia se reducía a una forma precisa como una ecuación.

– ¿Es exacta? , preguntaba el maestro.

– Sí, exacta -contestaba el alumno con ojos inquietos y rostro desencajado.

– La solución – decía entonces el maestro – es sencilla.

– Sí, respondía el otro, es sencilla y explicaba cómo ya la había visto él: Pero lo malo, añadía, es que es terriblemente difícil.

– No es culpa ni tuya ni mía que sea difícil , decía el maestro. Ahora vete y obra según las conclusiones que tú mismo has sacado. Y no me hagas perder tiempo a mí pensando una misma cosa dos veces y no pierdas tú el tiempo pensando en si es difícil o no: Hazla.

 

Y es que Vinoba, que tan rápidamente comprendía, emprendía, partía, renunciaba en un instante, sabía sobre todo liberar a la gente del peor de los males, que es oscilar entre propósitos opuestos. Sabía empujar la más difícil de las tareas, que es la de empezar a hacer cualquier cosa en seguida.

Me parece que cualquiera que conozca un poquito la historia de las almas entenderá a la perfección este consejo de Vinoba: es siempre muchísimo mayor el tiempo que perdemos en tomar una decisión que en realizarla, y de cada cien cosas que dejamos de hacer, tal vez quince o veinte las abandonamos porque las creemos un error, mientras que las otras ochenta las dejamos por falta de coraje, aun estando seguros o casi seguros de que hubiéramos debido emprenderlas.

Hoy es el momento. Hoy es el día para animarse a tomar las decisiones que nos están esperando. Ojalá tengamos la posibilidad de este maestro de ver con claridad, y por sobretodo, actuar lo que ellas mismas nos indican sin temor. Cuanto mucho puede pasar que nos equivoquemos, y habrá que empezar de nuevo.

La mayoría de las veces lo que nos gana más el corazón son los miedos. Las vacilaciones se apoderan de nosotros “si me sale mal”, “si no me entiendo con el nuevo escenario”, “con lo cómodo que estoy, para qué otras cosas”… y las dificultades imaginarias se cruzan en el camino y dejamos que el tiempo pase para después, seguir añorando aquella ocasión que tuvimos y dejamos de aprovechar.

No hay que ir para adelante de cualquier manera, sino de alguna manera, como mejor se puede. Hay que encontrar los caminos donde no están. Ahí es cuando la inteligencia en los momentos de crisis se agudizan, y crecemos dando pasos donde nunca hubiéramos pensado. No se va adelante de cualquier manera pero de alguna manera hay que avanzar.

 

Padre Javier Soteras