Den gracias porque es eterno su Amor

jueves, 16 de febrero de 2017
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16/02/2017 – La oración de acción de gracias que hoy haremos puntualmente con el Salmo 136, nos permite encontrar en todo tiempo al Dios que es fiel, ayer, hoy y siempre. La acción de gracias nos ayuda a encontrar estabilidad en la propia historia y en la historia común.

¡Aleluya! ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor!
¡Den gracias al Dios de los Dioses,
porque es eterno su amor!
¡Den gracias al Señor de los señores,
porque es eterno su amor!
Al único que hace maravillas,
¡porque es eterno su amor!
al que hizo los cielos sabiamente,
¡porque es eterno su amor!
al que afirmó la tierra sobre las aguas,
¡porque es eterno su amor!

Al que hizo los grandes astros,
¡porque es eterno su amor!
el sol, para gobernar el día,
¡porque es eterno su amor!
la luna y las estrellas para gobernar la noche,
¡porque es eterno su amor!
Al que hirió a los primogénitos de Egipto,
¡porque es eterno su amor!
y sacó de allí a su pueblo,
¡porque es eterno su amor!
con mano fuerte y brazo poderoso,
¡porque es eterno su amor!
Al que abrió en dos partes el Mar Rojo,
¡porque es eterno su amor!
al que hizo pasar por el medio a Israel,
¡porque es eterno su amor!
y hundió en el Mar Rojo al Faraón con sus tropas,
¡porque es eterno su amor!

Al que guió a su pueblo por el desierto
¡porque es eterno su amor!
al que derrotó a reyes poderosos,
¡porque es eterno su amor!
y dio muerte a reyes temibles,
¡porque es eterno su amor!
a Sijón, rey de los amorreos,
¡porque es eterno su amor!
y a Og, rey de Basán,
¡porque es eterno su amor!
Al que dio sus territorios en herencia,
¡porque es eterno su amor!
en herencia a Israel, su servidor,
¡porque es eterno su amor!
al que en nuestra humillación se acordó de nosotros,
¡porque es eterno su amor!
y nos libró de nuestros opresores,
¡porque es eterno su amor!

Al que da el alimento a todos los vivientes,
¡porque es eterno su amor!
¡Den gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor!

Salmo 136, 1-26

Este Salmo que toda la historia de la salvación testimoniada en el Antiguo Testamento. Se trata de un gran himno de alabanza que celebra al Señor en las múltiples y repetidas manifestaciones de su bondad a lo largo de la historia de los hombres.

Este Salmo, solemne oración de acción de gracias, conocido como el «Gran Hallel», se canta tradicionalmente al final de la cena pascual judía y probablemente también Jesús lo rezó en la última Pascua celebrada con los discípulos; a ello, en efecto, parece aludir la anotación de los evangelistas: «Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos» (cf. Mt 26, 30; Mc 14, 26). El horizonte de la alabanza ilumina el difícil camino del Calvario.

El reconocer con agradecimiento la fidelidad de Dios a lo largo de nuestras vidas nos ayuda a salir adelante con decisión y consuelo. Dios tomandote de la mano en las cosas concretas, la mano de Dios estaba sobre mí y me acompañaba.

Todo el Salmo 136 se desarrolla en forma de letanía, ritmado por la repetición antifonal «porque es eterna su misericordia». Cuando decimos que es “eterna su misericordia” nos referimos a su consuelo, su presencia y su estar siempre, sin variables. A lo largo de la composición, se enumeran los numerosos prodigios de Dios en la historia de los hombres y sus continuas intervenciones a favor de su pueblo; y a cada proclamación de la acción salvífica del Señor responde la antífona con la motivación fundamental de la alabanza: el amor eterno de Dios, un amor que, según el término judío utilizado, implica fidelidad, misericordia, bondad, gracia, ternura. Este es el motivo unificador de todo el Salmo, repetido siempre de la misma forma, mientras cambian sus manifestaciones puntuales y paradigmáticas: la creación, la liberación del éxodo, el don de la tierra, la ayuda providente y constante del Señor a su pueblo y a toda criatura.

Después de una triple invitación a la acción de gracias al Dios soberano (vv. 1-3), se celebra al Señor como Aquel que realiza «grandes maravillas» (v. 4), la primera de las cuales es la creación: el cielo, la tierra, los astros (vv. 5-9). El mundo creado no es un simple escenario en el que se inserta la acción salvífica de Dios, sino que es el comienzo mismo de esa acción maravillosa. Con la creación, el Señor se manifiesta en toda su bondad y belleza, se compromete con la vida, revelando una voluntad de bien de la que brota cada una de las demás acciones de salvación. Y en nuestro Salmo, aludiendo al primer capítulo del Génesis, el mundo creado está sintetizado en sus elementos principales, insistiendo en especial sobre los astros, el sol, la luna, las estrellas, criaturas magníficas que gobiernan el día y la noche. Aquí no se habla de la creación del ser humano, pero él está siempre presente; el sol y la luna son para él —para el hombre—, para regular el tiempo del hombre, poniéndolo en relación con el Creador sobre todo a través de la indicación de los tiempos litúrgicos.

A continuación se menciona precisamente la fiesta de la Pascua, cuando, pasando a la manifestación de Dios en la historia, comienza el gran acontecimiento de la liberación de la esclavitud de Egipto, del éxodo, trazado en sus elementos más significativos: la liberación de Egipto con la plaga de los primogénitos egipcios, la salida de Egipto, el paso del mar Rojo, el camino por el desierto hasta la entrada en la tierra prometida (vv. 10-20).

Es bueno pensar en clave personal como Dios no nos soltó de la mano, pero también en clave colectivo en relación a nuestra familia, nuestra ciudad. Nuestro pueblo necesita encontrar en Dios su apoyo en medio de tanta inestabilidad social e incertidumbres. Desde nuestras realidades concretas donde pareciera que todo termina, al final terminan comenzando de nuevo. Cuánto para dar gracias a Dios por su fidelidad. Te invito a levantar la mirada y ver las realidades de tu historia donde Dios te sostuvo. El Dios que ha sido fiel, lo sigue siendo y su fidelidad continuará.

 

Dios nos lleva de la mano

Estamos en el momento originario de la historia de Israel. Dios intervino poderosamente para llevar a su pueblo a la libertad; a través de Moisés, su enviado, se impuso al faraón revelándose en toda su grandeza y, al final, venció la resistencia de los egipcios con el terrible flagelo de la muerte de los primogénitos. Así Israel pudo dejar el país de la esclavitud, con el oro de sus opresores (cf. Ex 12, 35-36), «triunfantes» (Ex 14, 8), con el signo exultante de la victoria. También en el mar Rojo el Señor obra con poder misericordioso. Ante un Israel asustado al verse perseguido por los egipcios, hasta el punto de lamentarse por haber abandonado Egipto (cf. Ex 14, 10-12), Dios, como dice nuestro Salmo, «dividió en dos partes el mar Rojo […] y condujo por en medio a Israel […]. Arrojó al faraón y a su ejército» (vv. 13-15).

La imagen del mar Rojo «dividido» en dos parece evocar la idea del mar como un gran monstruo al que se corta en dos partes y de esta forma se vuelve inofensivo. El poder del Señor vence la peligrosidad de las fuerzas de la naturaleza y de las fuerzas militares puestas en acción por los hombres: el mar, que parecía obstruir el camino al pueblo de Dios, deja pasar a Israel a la zona seca y luego se cierra sobre los egipcios, arrollándolos. «La mano fuerte y el brazo extendido» del Señor (cf. Dt 5, 15; 7, 19; 26, 8) se muestran de este modo con toda su fuerza salvífica: el opresor injusto queda vencido, tragado por las aguas, mientras que el pueblo de Dios «pasa en medio» para seguir su camino hacia la libertad.

Esta es la invitación que la Palabra nos hace hoy: No tengamos miedo, avancemos serenos, seguros y ciertos en medio de las dificultades. El Señor en su providencia nos lleva de la mano. De la mano el Señor te ha traído hasta aquí y de la mano te seguirá llevando.

Dice el Papa Benedicto XVI que la alabanza y bendición del Salmo 136 nos ha hecho recorrer la etapas más importantes de la historia de la salvación, hasta llegar al misterio pascual, donde la acción salvífica de Dios alcanza su culmen. Con gozo agradecido celebremos, por lo tanto, al Creador, Salvador y Padre fiel, que «tanto amó al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). En la plenitud de los tiempos, el Hijo de Dios se hace hombre para dar la vida, para la salvación de cada uno de nosotros, y se dona como pan en el misterio eucarístico para hacernos entrar en su alianza que nos hace hijos. A tanto llega la bondad misericordiosa de Dios y la sublimidad de su «amor para siempre».

 

Padre Javier Soteras

 

 

Material elaborado en base a la Catequesis del Papa Benedicto XVI en su audiencia general del 19 de octubre del 2011