Día 18: Reglas de discernimiento II

miércoles, 14 de marzo de 2018
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rezar (29)

12/03/2018 Comenzamos un día más en el recorrido de ésta Cuaresma de la mano de San Ignacio de Loyola con sus Ejercicios Ignacianos.

Antes de empezar con el ejercicio de hoy, rezamos con el texto de Sabiduría 9

Dios de nuestros padres, Señor de misericordia, por tu Palabra hiciste todas las cosas, y por tu Sabiduría formaste al hombre para que domine a todas las criaturas por debajo de ti, para que gobierne al mundo con santidad y justicia, y tome sus decisiones con recta conciencia: dame pues la Sabiduría que comparte tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos.

¡Mírame, soy tu sirviente, el hijo de tu esclava, un hombre débil cuya vida es breve, demasiado limitado para comprender la justicia y las leyes!

Ni siquiera el más perfecto de los hombres será algo sin la sabiduría que viene de Ti.Me elegiste como rey de tu pueblo, como juez para tus hijos y tus hijas.

Me has dicho que te construya un templo en la montaña santa, un altar en la ciudad donde habitas, a semejanza de esa Tienda celestial que habías preparado para ti desde el principio. Junto a ti está esa Sabiduría que conoce todas tus obras, que estaba contigo cuando hacías el mundo, que sabe lo que te agrada y está de acuerdo con tus mandamientos.

Haz que descienda desde el cielo donde todo es santo, envíala desde tu trono glorioso, para que esté a mi lado en mis trabajos y sepa lo que te gusta.

Porque ella todo lo conoce y lo comprende; ella me guiará con prudencia en todo lo que haga, y su majestad me protegerá: Entonces te serán agradables mis obras, gobernaré a tu pueblo con justicia, y seré digno del trono de mi padre.

¿Quién, en realidad, podría conocer la voluntad del Señor? ¿Quién se apasionará por lo que quiere el Señor?

La razón humana avanza tímidamente, nuestras reflexiones no son seguras,porque un cuerpo perecible pesa enormemente sobre el alma, y nuestra cáscara de arcilla paraliza al espíritu que está siempre en vela.

Si nos cuesta conocer las cosas terrestres, y descubrir lo que está al alcance de la mano, ¿quién podrá comprender lo que está en los cielos?

¿Y quién podrá conocer tus intenciones, si tu no les has dado primero la Sabiduría, o no le has enviado de lo alto tu Espíritu Santo?

Así fue como los habitantes de la tierra pudieron corregir su conducta; al saber lo que te agrada, fueron salvados por la Sabiduría.

Este texto en donde se comparte el pedido del Rey Salomnón a Dios, quien le había ofrecido todo lo que él deseará. Este, elige todo en el donde la Sabiduría.

En el camino de los ejercicios de San Ignacio este es un punto clave. Estamos siguiendo las reglas, las pautas, las normas de disciernimiento que San Ignacio propoe para estar antentos para distinguir lo que viene de Dios de lo que no queire. Es muy importante para saber qué es lo que Dios propone y qué el Espíritu del mundo.

Hoy compartiremos las reglas de discerniemiento núnero tres y cuatro.

Ignacio empieza a decir así:

Llamo consolación cuando en el alma se causa alguna moción interior, con la cual viene la ánima a inflamarse en amor de su Creador y Señor; y consequentar, cuando ninguna cosa criada sobre la haz de la tierra puede amar en sí, sino en el Creador de todas ellas. (Esto es el consuelo) Asimismo, cuando lanza lágrimas motivas a amor de su Señor, ahora sea por el dolor de sus pecados, o de la pasión de Cristo nuestro Señor, o de otras cosas derechamente ordenadas en su servicio y alabanza. Finalmente, llamo consolación todo aumento de esperanza, fe y caridad, y toda leticia interna que llama y atrae a las cosas celestiales y a la propia salud de su ánima, aquietándola y pacificándola en su Creador y Señor.

En el Directorio autógrafo de los Ejercicios agrega otros elementos que pertenecen a la consolación: paz interior, alegría espiritual, elevación de mente, que son todos dones del Espíritu Santo, “todo movimiento interior que deja al ánima consolada en el Señor nuestro”.

“La consolación interior, echa fuera toda turbación y trae a todo el amor del Señor; y a unos los ilumina, a otros descubre muchos secretos. Finalmente con esta divina consolación todos los trabajos son placer y todas las fatigas descanso. No hay carga tan grande que no le sea muy dulce”.

Hay todavía otra enumeración, cuando san Ignacio le pondera al duque de Borja “los santísimos dones y gracias espirituales”: “Los cuales entiendo ser aquellos que no están en nuestra potestad el traerlos cuando queremos, mas son puramente dados por quien da y puede todo bien: así como son crecimiento de gozo y reposo espiritual, impresiones e iluminaciones divinas, con todos los otros gustos y sentidos espirituales ordenados a los tales dones. Sin ellos, todos nuestros pensamientos, palabras y obras van mezcladas, frías y turbadas y por eso se deben buscar para que vayan calientes, claras y justas para el mayor servicio divino; de modo que deseemos tales dones o parte de ellos cuanto nos pueden ayudar a mayor gloria divina”.

La consolación se llama “espiritual” porque comienza en el espíritu, pero si no pasara de alguna manera al cuerpo, no sería la consolación que san Ignacio llama espiritual.

En toda consolación verdaderamente espiritual se da referencia explícita a Dios; más aún, a Cristo nuestro Señor.

¿De qué está hablando aquí Ignacio? Del tono del alma.

En la gracia de la consolación hay gracia, hay que esperar en ese don. La consolación empieza en el espíritu y después llega a todo el cuerpo. Cuando el espíritu está libre y alegre los dolores se amenizan.

San Ignacio dice respecto a la desolación

Llamo desolación a todo lo contrario de la consolación, como la oscuridad del alma, turbación en ellas, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud con varias agitaciones y tentaciones, moviendo a la falta de fe, sin esperanza, sin amor, hallándose la persona toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Creador y Señor.

La desolación es la guerra contra la paz, tristeza contra la alegría espiritual, esperanza en cosas bajas contra esperanza en las altas, así mismo amor bajo contra el alto, sequedad contra lágrimas, vagar la mente en cosas bajas contra la elevación de la mente. Desconfianza, falta de amor, sequedad, etc.

Es lo que le pasa a las personas, o a nosotros mismos cuando decimos “lo tengo todo y sin embargo no soy feliz. Hay algo en mí que no está bien” ¿Por qué sucede esto? Porque no estoy siendo guiado, guiada por el Espíritu de Dios. LA desolación es fruto de la presencia del mal pero hay en nosotros una decisión de no ir por los caminos por los que Dios nos conduce, aun cuando Dios nos da la gracia para poder ir por Él.

Cómo actuar ante la desolación

La quinta regla nos da un consejo: Nunca hacer mudanza

 “Nunca hacer mudanza (cuando estamos en desolación), mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación, o en la determinación en que estaba en la antecedente consolación”.

“Nunca hacer mudanza… siempre estar firme”, se refiere a la mudanza en la determinación o propósito que tenía en el tiempo anterior a la actual consolación o en una anterior consolación.

Sobre las cosas fundamentales que ha tomado decisión no hay que cambiar de rumbo cuando la cosa se pone difícil. No hay que correrse, que salirse de ese lugar en el que estaba antes de la llegada de la desolación. Siempre estar firme.  El fundamento es que así como en la consolación nos guía más el buen espíritu, así en la desolación el malo.

La sexta regla agrega que “mucho aprovecha el intenso mudarse”. ¿No decía antes que no había que hacer mudanza? Sí, pero en los propósitos, porque mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación. Por un lado firmeza en la determinación o propósito anterior; por el otro aumentar en la oración y meditación, en mucho examinar las causas porque nos hallamos desolados y hacer penitencia.

Hay que mudarse mucho del mal espíritu. Es decir, si nosotros notamos que es él el que me está guiando, tenemos que movernos, reaccionar en contra de lo que se me viene. Me viene el bajón, entonces tengo que buscar la forma de salir de ese lugar. Es ejercicio de la tenacidad de la lucha.

Podemos agregar el hacer lo diametralmente opuesto de lo que el enemigo nos sugiere, tratar de tener pensamientos alegres, cuando la desolación nos los trae de tristeza; hacer actos de confianza en Dios.

La regla séptima añade que considere cómo el Señor le ha dejado en prueba para que resista, porque puede. Si Dios permite la desolación es para demostrarme que puedo vencer, es firmeza de la gracia del Señor en corazón más allá de lo que siento. Este poder es muy importante recordarlo, sobre todo cuando uno está en desolación: “pues con el auxilio divino, el cual siempre le queda, aunque claramente no lo sienta. Se tiene el poder porque el Señor le ha abstraído su mucho hervor, crecido amor y gracia intensa, quedándole con todo la gracia suficiente para su salud eterna.

Está consideración está en la línea del intenso mudarse contra la misma desolación, porque lo primero que nos quita el mal espíritu en la desolación es la confianza en Dios.

Tenemos que distinguir entre prueba y tentación: sólo el demonio tienta, mientras Dios nos prueba.

Me ha dejado, en la prueba, para que resista al adversario, más aún a derrocarlo. Si no se pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo lo diametralmente opuesto no hay bestia tan feroz sobre la haz de la tierra como el enemigo de la naturaleza humana en la prosecución de su intención con crecida soberbia.

Nosotros estamos participando de un combate, como dice San Pablo. si estás desolado algo te está diciendo que no te quedés quieto.

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Paz en la tormenta:

La octava regla dice que el que el que está en desolación trabaje por estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen. Siempre hay que hacer lo contrario de lo que el enemigo sugiere y, como en la desolación nos trae “vejaciones”, debemos trabajar para estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones.

Es muy interesante los consejos de Ignacio nos da en la octava regla. No solo hacer lo contrario de lo que nos sugiere el espíritu del mal sino también estar en paciencia.

“Paciencia”: es una virtud que caracteriza al Dios de la alianza y al hombre que pasa por una prueba; en griego bíblico se expresa con la palabra hypomoné que significa aguantar, no huir sino aguantar el choque, el peso, soportar la prueba, el sufrimiento, la persecución.

Ésta actitud interior hay que recrearla en la gracia de Dios. Hay que pedirle al Señor. Pedir la paciencia y recibirla en paciencia.

La novena regla nos dice que tres causas principales son por las que nos hallamos desolados: “por ser tibios, perezosos o negligentes; y así por nuestras faltas se aleja la consolación”. Consiguientemente en nosotros está la solución, dejar de ser tibios; así volverá, pero no automáticamente, porque la consolación es una gracia o un don del Espíritu que solo se recibe cuando Dios quiera y no antes. Lo primero que tenemos que hacer, sin angustia ni escrúpulo, es preguntarnos si hemos sido negligentes. Si después de un tiempo prudencial no descubrimos ninguna negligencia o pereza, debemos considerar las otras causas.

Dios nos quiere consolados, no nos quiere desolados.

La segunda causa es “para probarnos para cuánto somos y cuánto nos alegramos, sin tanto estipendio de consolación y crecidas gracias”. En el tiempo de la consolación es fácil y leve todo servicio de Dios, pero en tiempo de la desolación es muy difícil. Diciéndome a mi mismo que nadie es tentado por encima de sus posibilidades.

La tercera causa es “por darnos verdadera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros tener consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor, y porque en cosa ajena no pongamos nido, atribuyendo a nosotros la espiritual consolación.

Éstas tres son las causas de la desolación.

Padre Javier Soteras