Día 19: Seguir más a Cristo

lunes, 27 de marzo de 2017
image_pdfimage_print

Caminar (15)
27/03/2017 – La invitación de hoy en los ejercicios es poder escuchar la voz de Dios que nos llama. Seguir más a Cristo, de esto se trata la segunda semana de los ejercicios. San Ignacio nos habla de escuchar la voz de Dios para ir de más tras más. Estamos llamados a dejarnos seducir por su voz que nos llama y nos dice “Ven y sígueme”.

 

Seguir más a Cristo

San Ignacio hablaba de “más seguir…” (EE 104) al Señor, en todas las peticiones de la Segunda semana y también en los coloquios de la misma semana (EE 109). Es una expresión que ha tenido, en la escritura, diversos sentidos, ya desde el Antiguo Testamento y hasta llegar al Nuevo, cuando adquiere su sentido definitivo.

La expresión “seguir a alguien” fue empleada, en el Antiguo Testamento, en dos contextos diferentes. Servía para expresar el hecho por el cual un discípulo se unía a su maestro: así Eliseo sigue a Elías, renunciando a su familia, a su trabajo y a sus bienes (1 Rey 19, 19-21). Notemos el gesto dominador de Elías que, al arrojar su manto sobre Eliseo, toma la iniciativa y reivindica una autoridad o “derecho de posesión” que Dios le ha dado sobre Eliseo; a este gesto responde el asentimiento de Eliseo que, siguiendo a Elías, se pone a su servicio.

Más tarde el rabinismo presenta la imagen del maestro que va adelante montado en un asno y algunos de sus discípulos que lo siguen a distancia. Entonces, seguir es caminar detrás de alguien cuya superioridad y dignidad se reconoce. El verbo “seguir”, en este caso, toma toda su fuerza de su expresión material, con el simbolismo que está implícito en él.

Por otra parte, en el contexto más directamente religioso de las relaciones del hombre con Dios también se empleaba el verbo “seguir”: para designar y condenar la idolatría, se hablaba de “seguir a otros dioses”. Frente a esta actitud pagana, el verdadero creyente era el que seguía a Yahveh y la recompensa se promete a aquel que siga cabalmente a Yahveh (Deum 1, 36).

Elías ilustra bien la opción necesaria entre las dos actitudes cuando se dirige al pueblo y le dice: “Si Yahveh es Dios, seguidle; si Baal, seguid a este” (1 Rey 18, 21). Y lo mismo hace, en su momento, Josué, bajo la fórmula de “servir a Yahveh”, pero con el mismo sentido de “seguirlo” (Jos 24, 14-15).  Allí se muestra en el texto como seguir a Dios implica apartarse de la idolatría. Seguir al Dios verdadero supone un encuentro con la obra del Dios verdadero y de su rostro. 

“Seguir” significa, por tanto, adherir a aquel a quien se reconoce como Dios.

En el Nuevo Testamento la expresión “seguir a Jesús” no tiene sentido uniforme. Antes de considerarla en la fórmula del llamado “sígueme…”, en la que recibe la plenitud de su valor, quisiéramos señalar su alcance en distintos contextos, ya sea colectivos, ya sea individuales.

En varias oportunidades, los Evangelios nos relatan que la multitud seguía a Jesús. Según Mateo 4, 23-25, era un rasgo característico de la predicación de la Buena nueva: proveniente de todas partes, “una gran multitud lo siguió”. El entusiasmo popular –que provocaba este movimiento- se debía sobre todo a las curaciones milagrosas, pero también al deseo de escuchar la palabra de Jesús (Lc 5, 15; 6, 17-18). 

Debemos reconocer en este entusiasmo una real adhesión a la persona del Maestro. Sin embargo, las multitudes eran por sí inestables, se renovaban de un sitio a otro y no acompañaban a Jesús de un modo estable: el seguir era momentáneo, hecho de relaciones exteriores y lábiles. El mismo Jesús señala esta exterioridad al destacar la diferencia que media entre la enseñanza que da a las multitudes ya la revelación que confía a sus discípulos más cercanos y permanentes (Mc 4,11).

La curación milagrosa individual puede ser ocasión de seguir a Jesús: es el caso del ciego Bartimeo, quien “al instante”, recobró la vista y le sigue glorificando a Dios” (Lc 18, 43). Jesús le dio la vista que le permite seguirlo; ella suscita una disposición de alabanza y de acción de gracias que impulsa a Bartimeo a acompañar en adelante a aquel que lo curó. Según Mc 10, 52, “lo seguía por el camino”; es decir, quería compartir la ruta de Jesús, ruta que debía desembocar en Jerusalén… y en la cruz.

La exigencia de Jesús no implica una carga insoportable, es a diferencia de la de los fariseos una carga “suave y liviana” pero la opción por Jesús se va radicalizando en el seguimiento y el camino se va poniendo estrecho. 

 

Seguirle

 

Jesús invita a seguirlo

La invitación “sígueme…” es la expresión más característica de los llamados personales de Jesús. La encontramos en los cuatro evangelios (Mt 8, 2; Mc 2, 14; Lc 9, 59; Jn 1, 43 y en una forma más semítica –“venid conmigo”-, Mt 4, 19; Mc 1, 17). Verifica los criterios de autenticidad de las palabras de Jesús: la forma semítica, la simplicidad y la profunda originalidad de sentido que innova en el interior de una tradición para superarla.

El verbo “seguir…”, en primer lugar, hace pensar en las relaciones que se establecen entre un maestro y sus discípulos: el paralelo rabínico está confirmado por la apelación rabbi dada por los discípulos a Jesús (Mateo, Marcos y sobre todo Juan). En efecto, los discípulos reciben una enseñanza y reconocen en Jesús a su maestro. Jesús mismo aprueba esta madera de dirigirse a él “Vosotros me llamáis el Maestro” (Jn 13, 13), dice a sus discípulos en el momento en que les entrega su última enseñanza y afirma la realidad de ese título. Así sitúa su posición respecto de una institución social de su época. Pero a la vez, muestra igualmente cómo supera esta institución, porque se conduce como un maestro único en su género y como más que un maestro.

Es maestro de un tipo único y superior porque, a diferencia de los escribas que invocaban la autoridad de la Escritura o de la tradición, él invoca su autoridad personal. Es esa autoridad la que provoca el asombro en sus oyentes (Mc 1, 22): resulta de la manera de proponer su enseñanza y demuestra su poder mandando a los demonios (Mc 1, 27).

Es también único por las disposiciones que lo animan en su enseñanza y por el modo como ejerce su autoridad: ningún autoritarismo de su parte y ningún temor de llevar adelante sus prescripciones. Si otros maestros se complacen en hacer sentir el peso de su autoridad o de las observancias de la Ley, Jesús busca suavizarlas (Mt 11, 29-30): “mi yugo es suave y mi carga ligera”.

Y no sólo es maestro único, sino que es más que un maestro. “Sígueme…” no es sólo una invitación para recibir una enseñanza, sino que Jesús reclama una adhesión a su persona: la expresión “sígueme…” pone de relieve, en su simplicidad, la relación personal que debe comprometer el futuro. El llamado es, pues, más personal de su parte y de parte de los que son llamados. Este carácter personal de la invitación hace posible un compromiso para toda la existencia.

Lo llamamos no sólo Maestro, sino Señor (Jn 13, 13) y como Señor detenta la omnipotencia de Dios.

El compromiso de seguir a Jesús cobra todo su valor por la participación de los discípulos en la misión del Salvador e implica la participación en los sufrimientos redentores para el establecimiento del Reino (Lc 22, 28-29). La asociación al destino redentor de Jesús se marca de manera más impresionante en el “sígueme…” dirigido a Pedro después de la resurrección: se trata de una invitación de seguir a Cristo hasta el martirio (Jn 21, 19).
Otro signo de la amplitud del llamado se reconoce en el hecho, sorprendente para la sociedad judía, de que las mujeres siguen a Jesús. Esas mujeres, a diferencia de los discípulos, no reciben la misión de predicar, pero siguen a Jesús tanto como sus discípulos (Mc 15, 41; Mt 27, 55). Lucas (8, 2-4) las pone expresamente en paralelo con los Doce por su manera de acompañar a Jesús. Incluso aparecen en primer plano por su participación en el drama redentor y por la prioridad que se les da en las apariciones del Resucitado, de modo que se convierten, por la elección misma de Cristo, en las primeras testigos de la resurrección (Mt 28, 1-10; Lc 16, 9-11; Lc 24, 1-8; Jn 20, 11-18).

Por medio de sus llamados, Jesús realizó, en un nivel superior, lo que significaba “seguir” en los dos empleos característicos del judaísmo: seguir a un maestro y seguir a Dios. Por el hecho de ser hombre, podía decir “sígueme…” como un maestro lleva a sus discípulos con él. Por otra parte, puede proporcionar lo que ningún maestro meramente humano podía procurar: un Absoluto en su propia persona, de tal manera que “seguirlo…” es seguir a Dios. E incluso seguir a Dios de un modo más completo que lo que los judíos seguían a Yahvé, porque, en el caso de Jesús, ya no hay el obstáculo que podía crear el temeroso respeto de la trascendencia divina (Éx 33, 20), pues la intimidad con Dios puede vivirse como la que se vive con un hombre.

Su llamado humano, expresado en el “sígueme…”, tiene toda la trascendencia del llamado divino. Pero volvamos, de un modo más explícito, sobre la expresión de esta trascendencia, la cual ya señalamos algunos indicios.

En primer lugar, la iniciativa soberana del llamado está muy acentuada en el Evangelio, más acentuada que en el Antiguo Testamento, que se dirigía a todo el pueblo en general y, por excepción, a un profeta o a un patriarca. Porque, como vimos, en el Antiguo Testamento se habla de “seguir a Yahvé” (Deut 13, 15); pero era un “seguir…” igual para todos, mientras que, en el Nuevo Testamento es un “sígueme…” que se dirige a cada persona en particular.

Dicho con más claridad, “seguir a Yahvé” significa, en el Antiguo Testamento, optar por todos igual por la fe en él y amarlo de todo corazón; y este amor debía traducirse en la obediencia a los preceptos de la Ley. En cambio, seguir a Jesús es sobrepasar esta fe y este amor. Por sus llamados, Jesús no pide sólo que creamos en él, sino que invita a radicalizar esta fe hasta el punto de correr el riesgo de dejar todos los bienes y poner toda su confianza en él. No se contenta tampoco con un amor que consista solamente en la práctica de los mandamientos de la Ley. Quiere un amor que consista en vivir para él y con él, siguiendo sus consejos. Porque, como dice Juan Pablo II en la Redemptionis donum 9:

“En el Evangelio hay muchas exhortaciones que sobrepasan la medida del mandamiento (o precepto de la Ley de Dios), indicando no sólo lo que ‘es necesario’ (para ‘tener en herencia la vida eterna’, Mc 10, 17), sino lo que es ‘mejor’…, y que tradicionalmente se llama “consejo”, que obliga, no bajo pena de pecado, pero sí de imperfección.”

Y como el mismo Papa dice poco más adelante: “Todo lo que el Evangelio es consejo entra en el programa de aquel camino al que Cristo llama cuando dice: ‘Sígueme…’”

Llegamos así al sentido definitivo que tiene el “seguir más a Cristo”, del que san Ignacio nos habla en las peticiones y coloquios de la Segunda Semana y que es oír de sus “consejos”, que no sólo son los que tradicionalmente se llaman “evangélicos” –de castidad, pobreza y/u obediencia- sino cualesquiera de los otros que, como decía el Papa en Redemptionis donum 9 , nos habla con frecuencia el Evangelio y que sólo obligan –bajo pena de imperfección- a aquel que los recibe.

Momentos de la oración

1- Oración preparatoria (EE 46) me pone en el rumbo del Principio y Fundamento: que lo que yo vaya a hacer me ponga en el contexto de buscar y realizar, ya desde ahora, y por encima de todo, la voluntad de Dios.

2- “Traer la historia” (EE 102) Rezar con la invitación de Jesús a seguirlo: Imaginalo caminando con vos y su invitación a seguirlo.

3-“La composición de lugar” (EE 103) tengo que componer la escena, re-crearla, reconstruirla desde los datos que la Escritura me ofrece.

4- Formular la petición (EE 104). La petición es la que enrumba la oración, la pone en búsqueda de algo, no la hace simple pasatiempo, sino persistente interés en alcanzar algo.

“Interno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo para más amarlo y mejor servirlo”

5- Reflectir para sacar algún provecho. Significa dejarme mirar por la escena, como ubicarme en ella: aquí me implico en ella como si presente me hallare. Es dejar que lo mirado me mire y me diga algo nuevo. Eso que se me dice son las mociones que se me dan.

6- Coloquio: A partir de lo que he vivido en la contemplación, no me faltarán palabras para pedir, agradecer, alabar o simplemente disfrutar de lo que se me ha dado.

7- Examen de la oración

Padre Javier Soteras