Día 7: El llamado de Jesús

jueves, 27 de marzo de 2014
image_pdfimage_print

27/03/2014 – San Ignacio nos va a hacer caer en la cuenta que este Dios que nos recibe con los brazos abiertos no se conforma con eso, sino que te llama para que lo sigas. Que te animes a vivir con Él y compartir su vida.

 

El exámen de la oración

Hemos estado en estos días haciendo un recorrido por lo que San Ignacio nos propone, no solo de un Dios creador que nos ama desde siempre, sino un Dios que nos perdona y que continúa su proyecto en nosotros. Un Dios de la misericordia que nos busca, que nos rescata, que nos vuelve a abrir sus puertas y nos recibe con los brazos abiertos. Que bueno que habiendo hecho este pequeño recorrido, recordemos que es importante en estos ejercicios ir retomando lo que venimos escribiendo, como palabras, o algun sentimiento que permanece. Al leer apliquemos las reglas que ignacio nos va enseñando que presentamos en éstos días. Eso nos ayuda a ver por dónde Dios se va movimiento. Si sentimos paz, alivio, entusiasmo, si nos hemos sentido dolidos, demos gracias porque estamos consolados. Si acaso hemos sentido más inquietud o sequedad, nos perturbamos o hemos sentido rechazo o desgano, no dejemos de anotarlo porque son movimientos de la desolación donde somos tentados y a la vez Dios nos invita a tener paciencia, y hacer diamentralmente lo opuesto a lo que el estado nos invita. Siempre poner los medios para volver a ser consolados. No aislarnos, rezar más, compartir lo que nos pasa.

Pidamos estar consolados y en paz, sabiendo que tenemos dificultades, pero pedir gracia de poder manejarnos en ella. Si has anotado frases, palabras, sentimientos, tomate unos minutos para ver qué paso. Ser humilde frente a la consolación; resistir en la desolación.

Ver qué gracia, momentos lindos has tenido en los momentos de oración, detenerte en ellos y pedirle a Jesús que te muestre dónde no pudiste seguir su camino, obrar en consecuencia ni respondiste a su pedido. Intentar seguirle la pista a lo que Dios va inspirando.

Éste exámen de la oración es muy importante y es bueno hacerlo lo más seguido que podamos. San Ignacio lo propone una o dos veces al día. Es muy bueno en este mes de ejercicios, que podamos recogernos un poco, y después de rezar o cuando tengamos algúnos minutos libres, examinar cómo nos va yendo con los ejercicios y la vida espiritual.

 

El llamado de Jesús

San Ignacio no se queda solamente con un Dios que nos perdona. A veces los crisitianos tenemos esta tentación de quedarnos en el alivio de la confesión y nos desconectamos de la vida con nuestros hermanos que debe estar impulsada desde el trato con Dios. Es un error porque nos estancamos y hacemos un pacto con la tentación “¿para qué más si ya está?”. La comunión con Cristo es mucho más que eso. San Ignacio nos va a hacer caer en la cuenta que este Dios que nos recibe con los brazos abiertos no se conforma con eso, sino que te llama para que lo sigas. Que te animes a vivir con Él, compartir su vida. No te miente, ni te manipula, sino que da todo por nosotros.

Por eso Ignacio que vivió esta experiencia en carne propia se pregunta cómo responder a alguien que lo da todo. Él dice que con honor y dándolo todo. Poner este llamado en el centro. En este llamado Ignacio nos va a hacer detenernos para meditar. El Rey eternal que nos llama. Ésta figura es propia del tiempo de Ignacio, en donde la realeza existía de hecho.

¿Ponés tu corazón, tu cabeza y tus ganas en ciertos ideales? Si Cristo te llamara hoy, con tu historia, ¿lo seguirías? ¿Te animarías a dar todo de vos? Él nunca te va a pedir más de lo que podés. ¿Pondrías tus criterios, tus fuerzas y tu modo de pensar en Él?. Más que mucho reflexionar, Ignacio nos va a llamar a los afectos. Animarse a dejarse cuestionar y sacudir.

Podés empezar la reflexión viendo los lugares donde Jesús vivió y predicó, o los tuyos donde también Jesús está y te invita: la calle, el mercado, algun negocio, el colectivo o donde sea. Te llama a recorrer todo eso pero de otra manera, poniéndolo a Él en el centro. San ignacio nos invita a imaginar esto y pedir una gracia muy especial, poder no ser sordos a este llamado sino “prestos y diligentes”. Que no sea sordo, sino que ponga toda mi atención para escuchar ese llamado. No son genialidades ni heroísmos, sino poner los medios para escuchar al Señor. Y pedir intensamente esa gracia.

Jesús siempre llama, y quizás ese llamado primero se fue desgastando y ahora vuelve a insistir. Dejemos que esta iniciativa suya nos mueva el corazón. Que aparezcan esos sentimientos más hondos, que nos cuestionan. Que Dios encuentre en nosotros corazones dispuestos.

Podés recordar en Flp 2, 1-5 el famoso himno “Si la exhortación en nombre de Cristo tiene algún valor, si algo vale el consuelo que brota del amor o la comunión en el Espíritu, o la ternura y la compasión, les ruego que hagan perfecta mi alegría, permaneciendo bien unidos. Tengan un mismo amor, un mismo corazón, un mismo pensamiento. No hagan nada por rivalidad o vanagloria, y que la humildad los lleve a estimar a los otros como superiores a ustedes mismos. Que cada uno busque no solamente su propio interés, sino también el de los demás. Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” .Quizás San Pablo resume aquí los deseos de todos nosotros: estar unidos, ser afectuosos, tener alegría y compartir un mismo espíritu. Todo eso se resume en “tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús”.

Un discípulo de san ignacio, San Francisco de Borja pertenecientes a las familias más poderosas de Europa, cercano al Papa de aquel entonces, siendo joven vio el cadáver de una emperatriz, y ahí decidió no seguir nuna más a un señor humano. Y ahí renunció a todas las posibilidades que el tenía de ser poderoso, para seguir a Cristo. Es uno de los hombres más austero y penitente, de los que más llegaron a amar a Jesús en su tiempo.  ¿Podré renunciar a pequeñas opciones para seguir a Cristo? Aunque sea animarme a pedirlo, a ofrecerme, aunque me cueste. ¿Cómo ganar todo el mundo si pierdo mi vida? ¿Para qué corro? ¿qué persigo? Si no tengo un rumbo en la vida, sino se por qué me juego, a qué amor en serio responde mi corazón, por supuesto que voy a tener miedo. San ignacio nos anima a ofrecernos, Dios hace el resto. Él necesita que abramos el corazón al deseo: yo quiero entregar mi vida por Él: “porque el que me sigue en la pena me seguirá en la gloria”. Esa pobreza a la que quiero animarme, renunciar a la búsqueda de tanta estima. Es muy lindo seguir a Jesús en las tarjetitas y la guitarra, pero a Él se lo sigue en el fragor de la vida, en el fuego, cuando temblamos…. ahí se ve hasta dónde llega el amor. Es una gracia, una búsqueda y encuentro. Ofrecernos, pedir con muchas ganas, mirando a Jesús, dejándonos llevar por mucho amor a Él.

 

Seguirlo en las penas y en la gloria

En Jn 11, vemos a Jesús que va a buscar a su amigo Lázaro y le dicen que ya está muerto. Él llora, se entristece, le duele el amor. Un Jesús debil, que llora por amor. Pero no hay fuerza más grande que el amor. En esa pena suya nos invita a la gloria: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Le dice a Marta. Seguime en la pena, y te levantaré de la tumba, de las vendas que te impiden caminar. Dejate levantar por Él. No le teme a la pena, pero te invita a la gloria y a la alegría.

Que puedas encontrarte con su mirada, y sepas responder a semejante invitación de Jesús. Te saca de tus lástimas y te invita a una aventura. Seguirlo a Jesús es tener sus sentimientos ir adquiriendo su forma de ser, de ver, de pensar de amar. Pedir esta gracia, mirarlo, pero sobretodo dejarnos mirar por Él. Desear poder sentir y mirar como Él. Necesitamos sentarnos con Él, conversar, y masticar su Palabra… dejarnos impregnar los ojos y nuestros sentidos de su presencia. Éste Jesús nos invita a tener sus sentimientos.

Y nos dice San Pablo admirado, con la misma admiración que hoy nos hace pedir Ignacio “Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor». (Flp 2, 6-12). Él se puso entre nosotros como uno más, en medio de nuestras cosas. Es como la cercanía tan compañera que percibimos en el Papa Francisco. Se hizo esclavo, servidor, y se hundió hasta el fondo de la humanidad…

En medio de millones de seres humanos que sufren hambre, abusos, injusticias, y Jesús quiso estar con ellos. También en medio de mis propias esclavitudes, en eso que arrastramos. Él no tiene miedo de tu condición. Te invita a seguirlo con todo lo que sos, inclusos tus pesos. “Se hizo obediente hasta la muerte .“ Tomó nuestra figura, y se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte en cruz”, la más humillante de todas. Él se animó a todo, por ese amor a nosotros.

Jesús te invita a la simplicidad que engrandece. Imaginalo caminando con vos en su Belén, Jerusalén, en los territorios donde los judíos no querían transitar por no ser importantes… ahí está Él y te invita a vos. Territorios inexploados, lugares donde no querés transitar habitualmente.

Éste que se humilla hasta la cruz, es el que es exhaltado, “el nombre sobre todo nombre” y para Gloria de Dios. Jesús nos acompaña, nos exhalta y nos lleva al Padre. El Papa Francisco lo dice en el punto 114 de la Exhortación apostólica: “Ser Iglesia es ser Pueblo de Dios, de acuerdo con el gran proyecto de amor del Padre. Esto implica ser fermento de Dios en medio de la humanidad. Quiere decir anunciar y llevar la salvación de Dios en este mundo nuestro, que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino. La Iglesia tiene que ser el lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio”.

A ésto nos llama Jesús, a ser fermento, a que todos se sientan alentados y bien recibidos. Y nos sentimos muy contentos de este proyecto de amor suyo. Él te llama a transmitir la verdadera vida donde sea que estés, en medio de tus cosas. Todos tenemos ésta responsabilidad. San ignacio nos dice que Jesús nos llama para que siguiéndolo en la pena, lo sigamos en la gloria. Que puedas llevar tus dificultades en Él. Jesús al lado tuyo es el que te hace no olvidarte de tu meta.

Jesús nos va a decir algo que siempre es bueno recordar: “Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente”. Mc 8, 31-32

Animate en tu vida a seguirme a ir al frente, porque entonces vas a resucitar. “«El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?“ Mc 8, 34-37 Son palabras bien fuertes pero concretas. Jesús no miente, nos muestra el camino con claridad. Amar a alguien para siempre es cargar su cruz.

 

Padre Fernando Cervera sj

 

Resumen del Ejercicio

+ Ponerse frente a la mirada de Dios

+ Pedir gracia de no ser sordos a este llamado sino “prestos y diligentes”. Que no sea sordo, sino que ponga toda mi atención para escuchar ese llamado.

+ Rezar con la invitación de Jesús a seguirlo: Imaginalo caminando con vos en su Belén, Jerusalén, en los territorios donde los judíos no querían transitar por no ser importantes… ahí está Él y te invita a vos. Territorios inexploados, lugares donde no querés transitar habitualmente.

+ Hacer el exámen de la oración ¿Qué sentí? ¿qué me pasó? ¿sentí consuelo o desolación?