Día de todos los santos, nuestros compañeros de camino

miércoles, 1 de noviembre de 2006
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“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos. Como el Padre me amó, también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; como yo también he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.
Juan 15, 7 – 10

En este día, compartimos la fiesta de todos los santos. La Iglesia celebra el misterio de la santidad, de todos los que, en Jesús, hemos sido incorporados a la familia de Dios. Tal como dice el evangelio, el fruto que  quiere el Padre que demos en su Hijo no es nada más ni nada menos que la santidad. Cuando decimos que celebramos el día de los santos, queremos hacer entender que festejamos aquello que se afirma en el Credo: creo en la comunión de los santos. ¡Esta es nuestra fiesta! La de San Pío de Pietrelcina, la de las Beatas Teresa de Calcuta y María del Tránsito, de Santa Teresita, de San José, de San Pedro y de San Pablo, de María nuestra madre, pero a la vez la fiesta del padre Javier Soteras, la tuya, la de tu madre y la de tu padre, la de todos quienes formamos parte de la familia de Dios, incorporados al misterio de Jesucristo. Porque la santidad no es sino nuestra común unión con el misterio trinitario en la persona de Jesús, porque por Él somos transformados en hijos de Dios.

Cada vez que oramos el Credo, confesamos creer en la comunión de los santos, que es uno de los más bellos nombres con el que designamos el misterio de nuestra amada Iglesia. Todos conformamos una Iglesia santa. Más allá de las diferencias a las que estamos sujetos por condición cultural, formación, educación, temperamento, carácter, ideas y perspectivas, existe un íntimo punto de unión distinto de nosotros mismos, en el cual todos podemos encontrarnos congregados. Este punto de convergencia es el mismo Dios, Él es comunión de personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu, en unidad de un único misterio. La Iglesia, pues, es esto, sacramento de comunión y está invitada a participar de esa gracia de comunión que las personas divinas viven eternamente en su hermosísima divinidad, encarnada en Jesús, para participar de ella. El Padre no ha querido que Él, su Hijo y el Espíritu Santo se encontrasen solos en su propio misterio, sino que creó la comunión de los hombres como reflejo de esa intimidad profunda que hay entre las tres ellos, para que participemos de ese  misterio.

Cada vez que en amor nos ofrendamos en alianza unos con otros, estamos repitiendo aquello que ocurre eternamente en la gracia del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Nuestra comunión humana es en la comunión trinitaria. La comunión de los santos es la común unión de los hombres introducidos en el misterio de Dios, el único santo. 

Esta común unión se denomina “de los santos” no porque necesariamente nosotros lo seamos; en todo caso si lo somos, es porque participamos de aquella vida de santidad y de amor entre las personas de la trinidad. La unión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo busca una unidad más allá de sí mismos para compartirnos, a imagen y semejanza de ellos, este misterio de profunda felicidad. El encuentro de Dios se realiza en la vida de la comunidad de la Iglesia, las personas de la Trinidad buscan encontrarse en la relación humana y ésta está convocada a reflejar la comunión de las tres personas.

La Escritura nos dice en Jn 4, 16 que “Dios es amor” y todo está llamado a imitarlo. La santidad es el misterio del amor entre nosotros. Allí donde hay verdadero amor, sostenido, purificado, entregado, paciente, amor que templa el alma, que se hace ofrenda, ungido en la oración, en ese lugar hay santidad, porque reina Dios. Si se quiere sintetizar el camino de la santidad y darle un nombre, solo hay que decir que esta es amor

Cuando confesamos la comunión de los santos, estamos afirmando que creemos que em las relaciones interpersonales, el hombre está llamado a ser habitado y mediado en el amor insondable que existe entre las personas de la trinidad. Así somos uno en Cristo Jesús,  las diferencias se integran en un misterio de unidad, conformándose de esta manera una Iglesia santa. Tanto la unión como la santidad son frutos de la caridad. Por eso, al rezar el Credo, estamos también afirmando el compromiso de vivir de manera caritativa. Creemos en el don de la comunión entre nosotros, por la gracia de Dios, mucho más allá de lo que humanamente podemos sostener. El Señor hace realidad lo que a nosotros nos resulta imposible, por Él podemos amar a aquellos que concebimos como nuestros adversarios. En la fiesta de todos los santos se nos invita a recordar que debe crecer la caridad en medio de nosotros.

En la celebración de la Eucaristía de este día, durante la oración colecta, se pide a Dios que se nos apliquen los méritos de todos los santos, que los recibamos, ya que ellos los adquirieron por su entrega al Señor, en la persona de Jesús. Méritos estos coronados por la gracia de Dios, antes, durante y después de la acción virtuosa de los que dijeron que sí a la propuesta pascual de Cristo, entregando su vida por amor, en un sentido o en otro. Lo que se pide en la oración alude a que los santos vivan en nosotros y nosotros en ellos, que la entrega de vida del padre Pío nos resulte como propia, que la pureza de corazón de Luis Gonzaga, la caridad de la Madre Teresa y la sencillez de oración de la abuelita que reza en el templo de la parroquia con su constancia nos pertenezcan, que la entrega de nuestra vida en la tarea de todos los días con Jesús, le llegue a otros. Sintamos que los méritos de la vida en la caridad corren en medio de nosotros y se movilizan, con la gratuidad con la que Dios se mueve en el corazón de los que le dejan libremente accionar en su vida.  

Qué bueno es tener amigos que nos sostengan en el camino. Por ejemplo, es muy beneficio que si a uno le falta la paciencia, los méritos de  la paciencia de San Francisco de Sales habiten nuestra alma. Si nos cuesta la lucha espiritual cotidiana, aprovechemos los frutos de la vida del Padre Pío en su batalla con las fuerzas del mal en todas sus formas y que él nos defienda. Asimismo, que San Juan de la Cruz y su fortaleza para enfrentar la noche más oscura de la fe nos asista cuando flaqueen nuestras fuerzas y podamos seguir buscando a Dios. Es decir, que los méritos de los santos se nos apliquen. Es muy hermoso que la sencillez que nos falta, a veces cuando hacemos compleja a la vida, la obtengamos de la fe de Santa Teresita del Niño Jesús y que habite en nosotros por estar en profunda comunión con ella.

Los santos nos auxilian en el camino y nosotros, inmersos en la vía de la santidad, también podemos ser compañía para otros si nos dejamos guiar por el Espíritu, que en el  amor nos hace ser santos. 

“Una enorme muchedumbre, imposible de contar” dice el libro del Apocalipsis en el capítulo 7, versículo 9 y en la carta a los Hebreos en el capítulo 11 encontramos: “Una nube de testigos”. Tenemos la imagen de miles y miles de personas que permanecen en comunión con otras en este misterio de amor en donde Dios nos habita interiormente, tanto a aquellos que ya alcanzaron la eternidad (incluso algunos reconocidos de manera ejemplar y meritoria por la Iglesia), o a las ánimas del purgatorio, como así también los que peregrinamos a la Patria Celestial. Como dice la Palabra, “una multitud de testigos”, es lo que celebramos: es la fiesta de Dios en  medio del pueblo, del Dios amor y comunión que nos hace comulgar. Por eso, este día debe ser brindado con aquellos con los que de verdad sentimos recorrer un mismo camino. Hoy, el corazón de la Iglesia, en su dimensión más humana y también en la más divina, se encuentra abierto.

Retomando la oración de la liturgia de hoy y con referencia a la aplicación de los méritos de los santos para con nosotros, sería bueno que nos preguntásemos cuáles son los que necesitamos. Quizás sea la templanza, la paciencia, la fortaleza o mayor sabiduría, el don del consejo, el del silencio interior para poder escuchar, el de la contemplación o un mayor compromiso en la acción y puede ser también la capacidad de lucha en los momentos más duros Reconozcamos cuáles son nuestras necesidades y clamemos a los santos para que vengan a encontrarnos, de manera que sus méritos se apliquen a nuestrs vida., porque ellos son los bienaventurados que el Señor nos puso en el camino. 

Padre Javier Soteras