Dios marca el rumbo en los momentos dolorosos

viernes, 19 de agosto de 2011
image_pdfimage_print
“Saulo, que todavía respiraba amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de traer encadenados a Jerusalén a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres o mujeres. Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con un resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. El preguntó: “¿Quién eres tú Señor?”. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer”.

 

                                                                     Hechos 9, 1-6

 

Quijote molido y descalabrado, llega Ignacio de Loyola en la primera quincena de junio, sin ánimo para gozar de verdor lujuriante de la naturaleza, como era su característica descripta por sí mismo así.

 

El texto que vamos a compartir a partir de hoy tiene que ver con lo que algunos de los jesuitas dicen, es la mejor biografía de Ignacio.

Ignacio de Loyola, sólo y a pie, de José Ignacio Talechea, es un texto muy bonito que tuve la posibilidad de leer y meditar, durante el mes de ejercicio en el año 98 y que hoy te acerco para comenzar a recorrer el camino junto a Ignacio a pie y con una soledad poblada de la presencia de Dios.

 

En el reencuentro con su terruño, con los suyos, Don Martín, le va a reprochar su locura de Pamplona, donde Ignacio ha sufrido este accidente, una bala de cañón que ha golpeado duramente su rodilla. Doña Magdalena lo va a cuidar con solicitud silenciosa. El herrero, le pudo recordar con la misma monotonía arrítmica de siempre, como golpeaba su yunque, ya te decía yo, nosotros aquí. Sin embargo, nada puede con los dolores de Ignacio, que no lo va a tranquilizar ninguna conversación que venga a querer recapitular sus aventuras guerreras.

Sus dolores resultaban insoportables y profundos, como suelen ser los dolores de hueso. Su rodilla derecha estaba destrozada e iba empeorando, sea porque encajaron mal sus huesos en Pamplona o porque se les desencajaron en el camino. Se llamó a médicos y cirujanos de muchas partes, sólo conocemos el nombre de uno de ellos, Martín Istiola, quien cobraría en el año 1539 los tres últimos ducados de los diez que supusieron sus honorarios. Todos fueron de un parecer, había que desconcertar nuevamente los huesos para poder sanar.

El padre Ignacio, va a evocar años más tarde, la dolorosísima operación que fue en carne viva. Hizo de nuevo esta carnicería dice él, hablando de quien lo operó, en la cual así como en todas las cosas que antes había pasado y después pasó, nunca abrí palabra, ni mostré otra señal que apretar mucho el puño. Ignacio es un hombre hecho y derecho. De incalculable energía, no fue una vida dura la que forjó su fibra de acero, sino que fue la presencia de Dios que lo fue acompañando misteriosa y silenciosamente también cuando él estaba lejos.

En este sentido recordamos la expresión de San Agustín, refiriéndose al Dios que lo acompañó durante toda la vida, como dice Agustín, también aún cuando yo pecaba. Yo estaba por fuera y Tú estabas por dentro, yo estaba lejos y Tú estabas cerca.

A pesar de que todo iba empeorando, que no podía comer, dormir, que el síntoma del dolor era de muerte, Ignacio permanece firme, los médicos tenían muy poca confianza en que pudiera salir adelante. En el día de San Juan Bautista, el 24 de junio, acudían a la ermita del Bautista, y fue aconsejado que se confesase, tal vez lo haya hecho su hermano que también era sacerdote, camino que después siguió Ignacio y que según algunos biógrafos no era un gran ejemplo de vida sacerdotal, o tal vez haya sido Magdalena quien lo movió a que se confesara. Lo que sí es cierto que a partir de aquella caída, como en el caso de Pablo, muchos ídolos se derrumbaban estrepitosamente en aquella hora que podría ser la última. Lo que entonces pasó es silenciado por Ignacio, ciertamente más tarde calculó retrospectivamente al haber y debe de sus treinta primeros años. Lo deja translucir en su autobiografía en frases y referencias que recogieron cuidadosamente sus futuros compañeros. Ignacio, ha buceado mucho en sí mismo y en sus recuerdos y es implacable consigo mismo en su juicio. Ha tocado las riberas de la sinceridad y de la transparencia, ha cobrado distancia, asume sin trampas su pasado.

Ama la verdad y no la encubre con un falso pudor, aunque sí con mucha discreción de espíritu lo que va a caracterizar su vida toda.

 

Hasta los 26 años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo y principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un gran divano deseo de ganar honra. Esto lo dice uno de sus biógrafo, el pudoroso cámara, como lo da a entender Talechea, en “Ignacio sólo y a pie”.

Esta es una descripción sucinta de quien era el Ignacio previo a Pamplona, quien era el Ignacio con el que Dios se iba a encontrar en el camino, quien era el Ignacio que iba a ser herido en su rodilla, iba a ser descoyunturado en sus huesos para construir un nuevo Ignacio.

Eso que nos pasa también a nosotros cuando nos sorprende en el camino algunas circunstancias de vida que nos desarma el corazón y la vida misma y tenemos que recomenzar o comenzar el proyecto de vida. Dios se vale de circunstancias distintas para sorprendernos con algún golpe que nos hace reaccionar y despertar. Despertar del sueño en el que a veces el espíritu del mundo o la herida que el pecado ha dejado en nosotros cuyo orgullo personal o de conjunto nos mantiene así como adormecidos.

Era muy dado, dice también el biógrafo, a leer libros mundanos y falsos que suelen llamar de caballerías. Hay dos referencias de lo que he compartido recién en boca de sus biógrafos que nos ponen en sintonía directa con la experiencia interior de Teresa de Jesús, ella también contemporánea a Ignacio en el siglo de oro de la espiritualidad española, es una mujer que tiene que luchar contra sí misma en la honra, que es como una de las características propias del tiempo en el que ellos viven, la fama, el buen nombre, que muchas veces viene vinculado también por el lado de lo religioso, aunque con cierta ficción o apariencia de religiosidad contra lo que lucha mucho Teresa de Jesús particularmente. Y al mismo tiempo, Teresa reconoce que en algún tiempo ella también se va a la lectura de este tipo de lectura de caballería.

Lo describen también muchos como recio, valiente, como animoso para grandes cosas.

Rivadeneira dice, era mozo lozano y polido y muy amigo de galas y de tenerse bien y de traerse bien. Él como dice Hunamuno, va a discurrir con su voluntad, refiriéndose al quijote, pero la voluntad la ponía al servicio de la propia honra. Este era Ignacio, era peleón y retador, aunque metido en lances peligrosos, como van a reconocer sus biógrafos, aunque de piedad popular y particularmente piedad mariana. Parece que ésta era una de las características de quien es hoy protagonista de una historia de santidad que nos va a regalar trazos realmente muy interesantes. De grande y noble ánimo y liberal va a decir Polanco, otro de sus biógrafos. Era capaz de mostrarse para muchos en lo que se ponía y aplicaba es decir un hombre de una férrea voluntad. Siempre hacía algo pero estaba como fuera de sí, como dice Ignacio, él permanecía fuera de sí mismo y como dice San Agustín, hablando de su conversión, Tú estabas en mí aunque yo no estaba en Ti. Parece que ésta era una de las características también de Ignacio. Su vida ha sido de luchas y de combates. Era un guerrero. Todavía en su relato escrito en la vida de Ignacio se nos estampa una frase que es preciso leer morosamente, hasta este tiempo, aunque era aficionado a la fe, no vivía nada conforma a ella, ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y en cosas de mujeres y en revueltas y en cosas de armas, pero esto era por vicio de costumbre.

Es interesante la expresión de este biógrafo, porque nos pone de cara a cual es la condición real en la cual se encuentra Ignacio a las horas de ser asestado por esta bala en Pamplona que descoyuntura no solamente su rodilla y sus huesos sino, toda la estructura que hasta aquí ha sido soporte de su modo de ser. Aventurero, guerrero, juguetón con mujeres, dice el texto de aquel biógrafo de su tiempo, pero por costumbre de vicio, más que por otro motivo.

Seguramente a partir de Pamplona empieza una nueva historia con la que nos empezamos a encontrar en el momento mismo en que ocurre su conversión. ¿Cómo ocurre? Es que no hay libros de caballería a los que él le gustaba leer. Cuando se encuentra sin poder moverse y tirado en cama, le llega un Vía Crusis y una síntesis de vida de santos, la que enciende su alma en un sentido distinto.

 

Consigna: hoy te invitamos a compartir aquellos golpes o tropiezos o caídas de la vida que te dejaron una enseñanza y a partir de ahí cambiaste tu rumbo.

¿Cuáles fueron los instrumentos que te pusieron de pie?

 

A Ignacio le llegaron a sus manos, no libros de caballería sino un Vía Crusis y una síntesis de vida de santos escritos en romance.

Dice Talechea, en “Ignacio sólo y a pie”, la demanda de él de tener libros de caballería fue infructuosa y estéril, porque en la casa no había ninguno de los que sabía leer, pero a producido su fruto al abrirnos este resquicio de los pozos inconsciente de su alma y en aquella hora provocó una sustitución, y así le dieron un Vía Crusis y un libro de la vida de los santos en romance. Dos obras de pura esencia medieval, sobre todo la segunda. Ninguna de los dos figura en los prestigiosos elencos de libros que cambiaron el mundo, más ellas sirvieron para cambiar a Ignacio. El Vía Crusis, la Vía Cristo, es un título excesivamente genérico. Bajo él corrían por aquellos tiempos varias obras de similar temática, de Francisco Eximenins, López de Mendoza, San Buenaventura y otros.

Alguien ha pretendido que la obra leída por Ignacio era del retablo de la vida de Cristo, de Juan de Padilla, cartujo sevillano, repetidas veces editados en España, entre el 1505 y el 1518. De ser así Iñigo, como se lo reconoce a Ignacio pudo leer versos como esto, así dice el texto de Padilla: “Tres cosas provocan a los corazones de los humanos a las carnalidades, grandes riquezas o grandes beldades o canto suave de dulces canciones, mira la suma, divina clemencia, que abre sus brazos si te convirtieres, por ende mira quien es y quien eres, polvo de tierra, pesar y dolencia”.

La obra de Padilla, fue más difundida en España que el igual título de Dudolfo Cartujo. En ella podía estar el secreto de interés posterior de Ignacio por la Cartuja de Sevilla, que dónde creyó que Dios lo llamaba. Mirar quien soy, considerar quien es Dios. Esto se lee en los ejercicios y por eso algunos sostienen que posiblemente haya sido de la lectura de Juan Padilla donde su alma ha quedado impregnada de esto que va a marcar los ejercicios, mirar quien es Dios y mirar quien soy yo. Al mirarme quien soy como una llaga póstuma dice Ignacio, cubierta de un montón de realidades que huelen mal.

¿Qué fue lo que terminó leyendo Ignacio?, en realidad no lo sabemos cuál fue el título real que marcó su corazón, cuál fue la vida de Cristo que particularmente marcó su vida, lo que sí sabemos es que todo aquello, su enfermedad, su dolencia, el haber quedado tirado por el camino como guerrero, como mujeriego, que lo era, lo hizo pensar y mucho.

 

Algo típicamente ignaciano, se paraba a pensar, se detuvo a reflexionar.

 

Ponerse a darlo todo, Ignacio que sufrió un golpe duro en su rodilla pero más en su alma desconcertada, comenzó a concertar su vida en Dios. En la luz de la lectura de los testigos del evangelio, como Francisco y Domingo, se empezó a preguntar ¿Qué sería yo si hiciese esto que hizo San Francisco o esto que hizo Santo Domingo lo que hizo San Onofre en el desierto? Despojo, pobreza absoluta, penitencia, vida solitaria, esto, hacer, sí yo, esto es lo que se pregunta Ignacio. Su pregunta reflexionando con la voluntad, como muchos lo dicen. No es un pensar vago, no es un divagar, no es un especular, es un pensar articulado desde todo lo desarticulado que está él. Nunca lo había hecho antes de ese modo en su vida. Esta actitud será el alma de los ejercicios. Él fue el primer ejercitante.

San Agustín se encontró con Plotino y con Ortenisus. Santa Teresa con el tercer abecedario de Osuna. Más nadie se convierte, dice Talechea, a un libro, sino a lo que un libro le desvela y lo percibe porque de algún modo lo añoraba. El mundo perceptivo dirá la más moderna psicología, está montado sobre una expectación. Se percibe primordialmente aquello que se está en denso bosquejo preparado a recibir. Uno es capaz de encontrar la verdad de sí mismo en la medida en que se dispone a encontrarse con sí mismo. Y en lo más profundo de sí mismo está el Dios escondido del que hablan todos los que se encuentran en la profundidad del misterio del sí mismo. No es uno mismo, es Dios en uno que le revela a uno lo más profundo de sí mismo y es allí donde va Ignacio como peregrino. En principio se ve tentado por el querer hacer algo y después termina siendo llevado por Dios para hacer algo por sí mismo y a partir de ahí hacer algo por todos. Discurre con la voluntad, pararse a pensar, es casi ponerse en disparadero de hacer, del hacer, casi porque ni siquiera para él fue tan fácil. Cuanto menos se avivó el rescoldo admirativo y surgió la tentación de la acción. Qué haría yo si fuera cómo. Sin embargo, Dios no quería que fuera otro Francisco u otro Domingo, u otro San Onofre, había pensado un proyecto particular para Ignacio de Loyola, como lo pensó para vos, a quién te invita hoy Dios a preguntarte ¿Qué sería de vos si fueras lo que Dios quiere que seas?

 

Es preciso reconocer, dice Talechea, que el episodio de Pamplona y sobre todo sus secuelas dolorosas físicas y morales brindaron a Ignacio esa coyuntura que la psicología considera propicia para reestructuraciones fundamentales ante la vida y ante el entorno. Si la muerte rozó con sus alas a Ignacio, el dolor físico le clavó sus garras sin compasión y durante muchas semanas produciendo aquellos hondos efectos descriptos por Lon Bloit, él dice, el hombre posee rincones en su corazón que no existen y de donde entra el dolor a fin de que existan. Existían tales parcelas pero es como si no existiesen y el dolor lo que hace es revelarlas. El dolor áspero posee la fuerza mágica de develarnos la existencia de músculos o tuétanos del hueso nunca sentidos hasta su visita e igualmente descubre rincones de nuestro corazón nunca explorados ni asumidos. Es lo que dice y no nos cansamos de repetirlo Agustín cuando dice, “yo estaba lejos de mí y Tú estabas en mí”.

Vamos a seguirlo a Ignacio en el momento cardinal de su vida, en el de su conversión. Experiencia única e irrepetible en la vida de un hombre como el nacimiento y la muerte a lo que tanto se asemeja. Porque cuando nos convertimos algo nuevo comienza a nacer y lo viejo comienza a morir.

 

Hay experiencias repetidas y múltiples en la historia de cada uno de nosotros, unas son experiencias intelectuales fruto de la razón que discurre en la búsqueda y en la conquista de la verdad, otras son voluntarísticas, efecto de una asunción de altos ideales. Hay situaciones de la percepción del sí mismo más profundo que nacen de la emocionalidad como una conmoción irresistible, dice Talachea, de una fulgurante captación de la belleza. Hay también percepciones del sí mismo que son aprisionadas y que nos vemos preso de ellas por la verdad, la bondad, la hermosura, los caminos son distintos y en una misma persona pueden darse cosas diversas, pueden darse las emocionales, las de la voluntad, la de la verdad, es como si a Ignacio todas juntas le hubiesen agarrado de golpe, y todas a partir de una experiencia dolorosa y profunda, donde lo más hondo de su ser comienza, siguiendo la experiencia de Bloit a reflejarse a lo que estaba oculto a sí mismo y a todos, el misterio de Dios que lo podemos alcanzar en la medida en que hacemos experiencia crucificante. Toda conversión supone una integración de fuerzas dispersas de las personas que se funden en un haz y un rumbo. Un nuevo rumbo al que se proyectan. Un hacia que va a marcar la vida de Ignacio a lo que hace a la riqueza de su capacidad de discernir, declaramente él indica que más importante de descubrir desde dónde o qué es lo que mueve el alma es hacia dónde, el hacia dónde determina el camino de Ignacio de Loyola, hacia dónde, él cree que es Jerusalén el lugar de la meta, Dios tiene una más profunda, es el sí mismo que hasta aquí ha estado oculto, para un hombre que se ha dedicado a estar fuera de sí, Dios lo pone y le da concierto consigo mismo.

 

Mientras la bella conversión de Ignacio de Loyola va conquistando los corazones de todos los que algún porrazo en la vida nos hemos pegado y descubrimos que solamente por ese camino Dios nos puede hacer despertar de nuestro sueño en donde el pecado nos ha ubicado, nos vamos encontrando con todos los que además de despertar se dicen quiero ser misionero. Y se suman a la misionalidad de la radio.

 

                                                                           Padre Javier Soteras