Dios, un fuego ardiente

jueves, 23 de octubre de 2014
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23/10/2014 – Jesús dijo a sus discípulos:”Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente!

¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división.De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

San Lucas 12,49-53

Hay dos elementos de la naturaleza que en las sagradas escrituras aparecen de manera reiterada, el agua y el fuego, y ambas hablan del misterio de Dios. El agua como lugar de nuevo nacimiento en Dios; el fuego es presencia de un Dios inaccesible. Uno dice “quiero entrar en Dios y sumergirme en Él”, vinculándolo como agua. Pero también aparece en la zarza ardiente como Moisés, lugar inaccesible, una presencia “misteriosa” que nos invita a la distancia y al mismo tiempo quema, transforma y hace nuevas todas las cosas.

El fuego está presente en todos los grandes protagonistas de las escrituras, también en Jesús. Con Moisés en la zarza ardiente; Dios que acompaña al pueblo de Israel con una columna ardiente; Dios que lo quema por dentro a Jeremías… el fuego es presencia del Espíritu Santo. “y cómo desearía que estuviera ardiendo”.. es el deseo de Jesús del tiempo del Espíritu que purifica, que quema lo que no queda y deja de pie como metal precioso lo que sí. Prepararse para la prueba es ponerse como el oro entra al crisol para ser purificado, desprendiendo todo lo que no es el metal precioso.

El mismo Dios es fuego ardiente y ha venido a traer esa presencia suya. Dios como fuego en el camino, y todos los pesonajes más importantes de las escrituras vinculados a Él, a Dios como fuego inaccesible, de algun modo y cercano a la vez.

El camino de acceso para llegar a Dios sigue siendo el acto creyente, porque por un lado Dios es para sambullirse en Él y a la vez su presencia quema y marca distancia. Hoy Dios nos sale al encuentro y se nos muestra, como en la figura de Moisés, como el gran amigo y el que no negocia. Dios en la imagen del fuego como aparece hoy en el evangelio no negocia… ¿ustedes creen que he venido a traer la paz? no. Los acuerdos de “paz” de los hombres no son los suyos. La verdadera paz se consolida en Dios. “Yo he venido a traer fuego” que pone las cosas en su lugar y cada uno va a mostrarse como verdaderamente es. Cuando Jesús dice “no he venido a traer la paz” habla de esa paz de cementerio con la cual hacemos “acuerdos”… si eso es lo que entendemos por paz, Jesús nos dice que Él viene a traer la guerra, no quiere saber nada de esa paz sino de la verdadera.

El fuego que ha venido a traer Jesús es el mandamiendo del amor, que se hace plenitud en la entrega de su vida en la cruz. El fuego que ha venido a traer Jesús implica la llegada de un nuevo orden.

Las tablas de la ley que trae Moises del monte habían sido escrita por el dedo de Dios. El dedo de Dios aparece por segunda vez cuando Jesús escribe en el piso en el texto de la mujer adúltera… Él viene a instaurar la nueva ley, y San Mateo nos lo presenta como el nuevo Moises, el nuevo legislador.