El discernimiento en la vida cotidiana Conclusiones

miércoles, 23 de diciembre de 2009
image_pdfimage_print

Conclusión

En estos encuentros hemos vinculado la alegría duradera con el deseo de servir. Ponemos ahora la otra gracia que termina de cerrar este círculo virtuoso: la libertad de corazón.

Contra el mal espíritu que intenta paralizarnos, el buen espíritu nos libera el corazón para pelear el buen combate de la fe.

Para ayudarnos, la misericordia del Señor toma a su cuidado nuestras partes más débiles. La luz de la Verdad del Señor ilumina nuestras zonas oscuras disipando culpas y miedos paralizantes.

El coraje y la fortaleza del Señor nos animan a pelear con decisión y esperanza cierta de victoria.

Que el Espíritu nos conceda a cada uno el carisma del discernimiento en esa justa medida eclesial que hace que todos sepamos cuándo podemos ayudar a discernir bien a otro y cuando y por quién necesitamos nosotros ser bien aconsejados.

En el encuentro anterior Juanjo decía: “tan sencillas que parecen las reglas al escucharlas, tan fáciles de llevar a la práctica, pero la verdad es que puede llevarnos toda la vida caminar a su luz”. Le estuve dando vueltas a la frase y me daba cuenta que expresabas algo que todos sentimos al escuchar las reglas de discernimiento. Es un sentimiento doble: son claras e inagotables. Sencillas y profundísimas. Lo más cotidiano y común y a la vez lo más de Dios, lo más profundo. Bastaría recibir con humildad las consolaciones, como María, y resistir con paciencia las desolaciones, como Jesús en el huerto, y el Espíritu Santo se haría cargo de nuestra alma dándonos una paz que supera todo lo que podamos pensar. Cuando estamos consolados –cuando escuchamos la Palabra del Hijo Amado- nos fascina y nos atrae de tal manera que todo parece fácil. Pero luego, cuando estamos desolados “qué difícil parece todo”.

Si nos fijamos bien, es lo mismo que sentían los discípulos cuando Jesús les predicaba el evangelio. Ante algunos criterios de Jesús, con respecto al dinero o a la pureza de corazón, o al tener que comer su carne, muchos sentían: “es duro este lenguaje”, “quién podrá salvarse”. Y Jesús, cuando le decían que sus cosas eran difíciles de llevar a la práctica siempre retrucaba: “para los hombres es imposible (no sólo difícil), pero para Dios todo es posible”.

Este criterio básico del Señor vale para las reglas de discernimiento: “con nuestras solas fuerzas humanas son imposibles de cumplir”, con la ayuda del Espíritu Santo, el Maestro interior que nos envían el Padre y Jesús, no solo es posible llevarlas a la práctica sino que se convierten en criterios que sirven de ayuda a todos los “pequeños del reino”, en todas las situaciones de su vida cotidiana. Y Jesús se llena de alegría y alaba al Padre cuando el más humilde de sus hijos o hijas actúa con caridad discreta en las pequeñas cosas que acontecen en lo secreto: cuando alguien recibe con humildad su gracia, cuando alguien aguanta con fidelidad en la prueba, cuando alguien lucha valientemente retrucándole a toda mentira y maldad con doble verdad y bondad.