El discernimiento en la vida cotidiana VII Los 3 pasos del discernimiento

miércoles, 23 de diciembre de 2009
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ptimo encuentro: las tres últimas reglas y los tres pasos del discernimiento

En este último encuentro quisiera reforzar los tres momentos del discernimiento que hemos venido escuchando y tratando de poner en práctica: sentir la consolación y la desolación, interpretar si nos acercan a Jesús o nos alejan de su amor y decidirnos por seguir el bien y rechazar el mal.

Vamos a reforzar e iluminar estos pasos con las tres últimas reglas de lo que San Ignacio llama “primera semana” de ejercicios. Se trata de tres ejemplos, de tres “parábolas” podríamos decir, en las que Ignacio pinta tres actitudes muy típicas del mal espíritu, y al pescarlo, al hacerle mostrar la cola de mono debajo del traje de ángel de luz, nos permite sentirlo y reconocerlo con claridad y contraatacarlo con decisión, para vencerlo “fácilmente”, con la ayuda del Señor, con la que siempre contamos.

El mal espíritu es débil pero se hace fuerte si le tenemos miedo

Escuchamos ahora la regla 12, que nos ayuda a dar el tercer paso del discernimiento, que consiste en protagonizar la lucha, haciendo contra y venciendo la tentación.

El último paso del discernimiento es de la voluntad que elige con un gesto.

Si juzgamos que algo es de Dios el gesto no es otro sino seguirlo. Y si juzgamos que algo es del mal espíritu, el gesto no es otro que resistirlo y lanzarlo. Ignacio habla claramente de gestos de seguimiento o de expulsión.

El ejemplo que pone es el de la situación que se da cuando una mujer que es físicamente más débil, pelea con un varón físicamente más fuerte. Dice Ignacio que si el varón se achica y duda ante los gritos y arañazos de la mujer, esta se enfurece más y se agranda de tal manera que lo humilla, lo corre a chancletazos, diríamos. En cambio si el varón se planta y responde con más agresividad, la mujer naturalmente cede porque sabe que no le dan las fuerzas.

Es una manera que Ignacio encontró (quizás por experiencia propia) para caracterizar al mal espíritu diciendo que es débil en sí mismo pero se hace fuerte si uno le tiene miedo.

Ignacio dice que “es propio del enemigo enflaquecerse y perder ánimo, dando huida sus tentaciones, cuando la persona que se ejercita en las cosas espirituales pone mucho rostro contra las tentaciones del enemigo, haciendo el oppósito per diametrum; y por el contrario, si la persona que se ejercita comienza a tener temor y perder ánimo en sufrir las tentaciones, no hay bestia tan fiera sobre la haz de la tierra como el enemigo de natura humana, en prosecución de su dañada intención con tan crecida malicia”.

Esta caracterización del demonio como “más débil” que nosotros cuando le hacemos frente con la gracia de Dios es la clave de toda la lucha espiritual.

Porque la mayor astucia del demonio es la de hacernos sentir que es tan fuerte o más que Dios. Y como Dios sólo tiene la fuerza del amor, que requiere tiempo, el mal espíritu a veces, en lo momentáneo de sus violencias, robos y seducciones, aparece como más fuerte. Por eso Ignacio recomienda enfrentarlo y no sólo resistirlo sino no parar hasta derrotarlo.

¿Cómo lo decimos en criollo? El padre Rossi usa siempre una imagen del truco que resulta muy plástica: al mal espíritu hay que saber “retrucarle”. Cuando canta truco no achicarnos sino retrucar. Que como cristianos siempre tenemos el as de espadas y el de bastos, que son la Cruz de Cristo con la que no podemos perder la batalla final aunque perdamos alguna mano.

El mal espíritu es un seductor: huye de la luz y quiere ser secreto

La penúltima regla nos ayuda a aclarar un aspecto clave del segundo paso del discernimiento, el de "interpretar" y juzgar claramente si una moción es del mal espíritu o del bueno. Ignacio pone un ejemplo que saca a la luz una característica propia del mal espíritu: no le gusta que lo descubramos, no quiere que sus obras sean puestas a la luz, como dice Juan.

La regla dice que:

El enemigo se hace como vano enamorado en querer ser secreto y no descubierto. Vano enamorado es un seductor, un Donjuan. Uno que tiene verso y busca la complicidad de la otra persona. Ignacio dice que es como uno que quiere seducir a una hija de un padre bueno, o una mujer de buen marido, y quiere que sus palabras y suasiones sean secretas; y el contrario le disgusta mucho, cuando la hija al padre, o la mujer al marido, descubre sus vanas palabras y intención depravada, porque fácilmente colige que no podrá salir con la empresa comenzada: de la misma manera, cuando el enemigo de natura humana trae sus astucias y suasiones a la ánima justa, quiere y desea que sean recibidas y tenidas en secreto; mas cuando las descubre a su buen confesor, o a otra persona espiritual que conozca sus engaños y malicias, mucho le pesa; porque colige que no podrá salir con su malicia comenzada, al ser descubiertos sus engaños manifiestos”.

La regla es pintoresca y clara: al mal espíritu no le gusta que contemos sus tentaciones. Nos hace sentir cómplices primero y luego culpables. En el fondo es un maltrato a la debilidad de nuestra libertad. Siempre que pecamos somos cómplices del mal y si no sentimos honda y verdaderamente la misericordia del Padre que nos perdona es fácil que prefiramos mantener en secreto las tentaciones del mal espíritu, por vergüenza y por miedo. En la vida espiritual sucede lo mismo que con la salud física: herida no mostrada, herida no sanada. ¡Qué alivio, en cambio, cuando contamos lo que nos atormenta diciendo “no me reveles”, “no me saques a la luz”. Cómo se disuelve la tentación. Cómo se ve que el mal, apenas es puesto a la luz misericordiosa de Jesús, pierde su fuerza y se absuelve, dejándonos libres para volver a comenzar.

El tiempo del discernimiento es siempre el tiempo presente, el momento de gracia actual, en el que el amor del Señor cuida mi debilidad e ilumina mis recovecos, haciendo que me saque los entripados. El mal espíritu en cambio intenta siempre sacarme del presente, con culpas pasadas o temores futuros.

El mal espíritu es miserable: ataca por lo más débil

La última regla nos ayuda a "sentir" una cobardía propia del mal espíritu que lo pinta entero: acostumbra atacarnos por la parte más débil. Dice la regla:

El enemigo se comporta como uno de esos ladrones actuales que para robar lo que desean atacan a los más débiles –mujeres, ancianos…-, de la misma manera el enemigo de natura humana, rodeando, mira en torno todas nuestras virtudes teologales, cardinales y morales, y por donde nos halla más débiles y más necesitados para nuestra salud eterna, por allí nos bate y procura tomarnos”.

Como ven, he mezclado aquí una experiencia actual con la regla de Ignacio. Ignacio compara al mal espíritu con un “caudillo” sin honor, que ataca por lo más débil, cosa que en todas las épocas es señal de cobardía y causa indignación. Es la misma indignación que sentimos nosotros cuando vemos que alguien mata a una persona indefensa por un celular y que la mata por que le resulta más fácil ya que así el otro no opone ninguna resistencia ni puede luego reconocerlo. Con esta caracterización del mal espíritu, como la de alguien que “procura tomarnos por nuestra parte más débil”, Ignacio ilumina dos grandes verdades. Una, que el mal espíritu es “miserable”. Y la otra verdad, que es la que cuenta y contra la cual el mal espíritu nunca puede, es que Dios es “misericordioso”. Infinitamente más misericordioso que lo miserable que puede llegar a ser el mal espíritu, que al fin y al cabo es una simple creatura, sin punto de comparación con la grandeza de Dios. La prueba de la misericordia de Dios es Jesús. Nuestro Padre, al ver cómo el mal espíritu maltrata nuestra debilidad (es el acusador y el mentiroso, como lo llama Juan), nos envía a su Hijo a curar todas nuestras heridas. Jesús se muestra más misericordioso que nunca allí donde encuentra debilidad y pecado y cuida, sana, perdona, fortalece. En cambio es propio del mal espíritu maltratar los límites: hacer que se rompa lo que es frágil, que se enferme lo que es débil y que el pecado se vuelva crónico.

Esta regla que caracteriza al mal espíritu como alguien cobarde y miserable, que ataca lo más débil, es clave a la hora de discernir: cuando uno se siente maltratado en su debilidad, con sentimientos de culpa, de miedo y de angustia, es clara señal de que está bajo la influencia del mal espíritu. Jesús, en cambio, siempre nos hace sentir bien tratados. Jesús trataba bien hasta a sus enemigos! El Señor nunca muestra un pecado si no es con intención de perdonar, nunca dice una verdad sin caridad, nunca inquieta sino es porque está dando la posibilidad de crecer y mejorar.

Quede también una enseñanza más de esta regla: dado que todos tenemos nuestras debilidades, no es raro que en toda persona, incluso en las más rectas y santas, haya zonas o aspectos de su vida que el mal espíritu “entra” y “ocupa” con cierta facilidad. Son zonas que dejamos “liberadas” por si acaso, que consentimos en no defender demasiado, que nos “perdonamos” a nosotros mismos, zonas en las que el mismo dueño de casa deja la llave al ladrón. Conviene cargar aquí las tintas. Si bien nuestra debilidad puede no ser grave en sí misma, nunca es bueno dejar entrar al enemigo en nuestro interior. La confesión frecuente no solo de los grandes pecados sino también de las pequeñas faltas es una manera eficaz de no presentar flancos desprotegidos al que busca perdernos haciendo pie en nuestra debilidad.