El espíritu de la verdad

miércoles, 13 de mayo de 2015
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13/05/2015 – En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:  “Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.  El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: ‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’.”

Jn 16,12-15

¿Qué es la verdad? ¿Quién es la Verdad?

Jesús mismo dice a los discípulos: el Espíritu Santo «os guiará hasta la verdad» (Jn 16, 13), siendo Él mismo «el Espíritu de la Verdad» (cf. Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13).

Vivimos en una época en la que se es más bien escéptico respecto a la verdad. Benedicto XVI habló muchas veces de relativismo, del absolutismo de lo relativo es decir, de la tendencia a considerar que no existe nada definitivo y a pensar que la verdad deriva del consenso o de lo que nosotros queremos. Surge la pregunta: ¿existe realmente «la» verdad? ¿Qué es «la» verdad? ¿Podemos conocerla? ¿Podemos encontrarla?

Aquí me viene a la mente la pregunta del Procurador romano Poncio Pilato cuando Jesús le revela el sentido profundo de su misión: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18, 38). Pilato no logra entender que «la» Verdad está ante él, no logra ver en Jesús el rostro de la verdad, que es el rostro de Dios. Sin embargo, Jesús es precisamente esto: la Verdad, que, en la plenitud de los tiempos, «se hizo carne» (Jn 1, 1.14), vino en medio de nosotros para que la conociéramos. La verdad no se aferra como una cosa, la verdad se encuentra. No es una posesión, es un encuentro con una Persona.

Si uno tuviera que representar la verdad, quizás sea la luz la que mejor la represente. La verdad está hecha carne, y desde la encarnación del hijo de Dios la verdad toma rostro concreto en Jesús. Cuando Jesús habla de sí mismo habla de la luz ofreciendo de modo pedagógico un signo de esta realidad. Cuando hablamos de la luz y de la verdad, podemos también utilizar la contracara que es la oscuridad y la sombra, donde habita la mentira y la ceguera.

Días pasados, visitando un enfermo, en la charla que compartía con él después de un proceso de conversión me decía “qué ciego que estaba. Ahora veo cómo andaba por esos lugares sin ver ni comprender”. Yo los invito a que reflexionemos sobre nuestras vidas y a la luz de Jesús, la luz del mundo, descubramos los espacios en donde el encuentro con Él nos sacó del sinsentido y de las tinieblas. Los espacios en que la luz brilló y nos sacó de las tinieblas y de las sombras. “Una gran luz envolvió a Saulo de Tarso mientras iba camino a Damasco” dice el libro de los Hechos. Tanto luz lo dejó enceguecido. En nuestros procesos de conversión también se da estos momentos de luminosidad que nos llevan a ver diferente.

Pero, ¿quién nos hace reconocer que Jesús es «la» Palabra de verdad, el Hijo unigénito de Dios Padre? San Pablo enseña que «nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”, sino por el Espíritu Santo» (1 Co 12, 3). Es precisamente el Espíritu Santo, el don de Cristo Resucitado, quien nos hace reconocer la Verdad. Jesús lo define el «Paráclito», es decir, «aquel que viene a ayudar», que está a nuestro lado para sostenernos en este camino de conocimiento; y, durante la última Cena, Jesús asegura a los discípulos que el Espíritu Santo enseñará todo, recordándoles sus palabras (cf. Jn 14, 26).

¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, precisamente a través de tales palabras, la presencia del Dios de la Alianza nos abre a un mundo nuevo, el de la luz, sacándonos del mundo de la muerte, de vacío y de desorden. Así inscribe un capítulo nuevo en nuestras vidas.

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El Espíritu Santo nos guía

El Espíritu Santo, luego, como promete Jesús, nos guía «hasta la verdad plena» (Jn 16, 13); nos guía no sólo al encuentro con Jesús que es encuentro también con los hermanos. La luminosidad de Dios genera vínculos y comunidad. En esos espacios comunitarios anida la luminosidad de Dios.

Fuente bibliográfica: Papa Francisco, Audiencia General -Miércoles 15 de mayo de 2013

 

Padre Javier Soteras