El misterio de Judas

lunes, 10 de abril de 2017
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Judas el traidor1
10/04/2017 – Durante la Semana Santa, tomamos para la reflexión los distintos personajes que acompañan a Jesús en las horas de la pasión. Hoy la figura de Judas

“Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará: Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos –el discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de Jesús.

Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién se refiere». El se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Jesús le respondió: «Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato». Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: «Realiza pronto lo que tienes que hacer». Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que hace falta para la fiesta», o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche”.

Juan 13,21-30

 

¿Quién era Judas? Dice Martín Descalzo que sobre la base de los datos históricos, Judas es, para nosotros, como un personaje de tragedia de la que se hubiera perdido todo menos la escena final. Conocemos el desenlace, ignoramos los vericuetos que llevaron a el.

Durante muchos siglos la explicación que ha «funcionado» ha sido la de la avaricia, ya que era el encargado de la bolsa común. Con una interpretación absolutamente literal de las frases evangélicas, se pintaba un Judas obsesionado por el dinero (sus símbolos infaltables eran la bolsa y las monedas) que habría vendido a su Maestro para hacer un negocio, aun a sabiendas de que vendía a Dios. Esta es la explicación que durante siglos han repetido los santos padres y los predicadores, la que ha aceptado el pueblo cristiano y quizás desdibuja lugares más complejos. El traidor dejaba, asi, de ser una persona, para convertirse en un mito, en un símbolo de todas las maldades mas toscas, viles y sombrías. Puede ser que al trazar esta imagen —escribe Guardini— el pueblo se dejara influir por el deseo de encontrar a alguien a quien culpar del horrible destino de Jesús para acallar el reproche íntimo de la conciencia personal. Esta imagen, quizá sin tanta tinta gruesa, es la que aun hoy encontramos en algunas vidas de Cristo.

Judas era un hombre practico, al parecer, y tal vez por eso se le confió el cuidado de la caja común. Tal vez antes de entrar en el colegio apostólico había desempeñado un empleo semejante. Y el trato con el dinero empezó a perderle, Jesús lo advertía y lo sabía. Tal vez la violencia de su lenguaje cuando hablaba de las riquezas, se debía, en parte, a la presencia de Judas entre sus oyentes. San Juan dice que llevaba la bolsa del dinero y que sisaba de lo que le daban para Jesús y los suyos. Cerca de un año hacia que caminaba al lado del profeta sostenido únicamente por la idea de una ambición terrena, por la codicia de aquel remo en el cual parecía estar designado para asumir la gerencia de la hacienda. La fuga de Jesús, cuando le quisieron hacer rey, debió de ser para el una decepción terrible.

Algo debió leer el Señor en su mirada, pues al día siguiente aludió ya claramente a la traición, anunciando que entre los doce había un demonio. Desde entonces las advertencias se multiplicaron avisos generales sobre el peligro de las riquezas, miradas llenas de compasión, consejos sobre la guarda de los depósitos confiados, palabras, penetradas de discreción, acerca de la levadura de los fariseos, es decir, de la hipocresía.

El traidor escuchaba indiferente y molesto. Posiblemente en éstos días que nos ponen de cara al misterio, algo de esto nos identifique y pongamos en esta figura todo lo nuestro. ¿De qué ídolos tengo que desprenderme? El Papa Francisco recomienda salir del ídolo del mí mismo, teñido con el mundo del placer, de la moda, del bienestar, con un exagerado amor por mí que termina despreciando a Dios. Ignacio cuando llama a la conversión pide que podamos deshacernos de mí para que Dios ocupe el centro. Es una dolorosa verdad, cuando nos hemos constituído en dioses de nosotros mismos. La mundanidad de la fe, donde el corazón está puesto en un lugar: en una sobrevaloración de mí que llamamos narcisismos en término psicológico. Pedimos al Señor que nos revele los costados de idolatría como los de judas para poder apartarnos y volver a ponerlo a Él en el centro.

San Ignacio plantea que en la medida que hay mayor amor a Dios hay mayor desprecio a sí mismo, y lo mismo al revés. Desprecio en el sentido de no darnos tanta importancia. Son muchos los autores que dicen que en verdad Judas tenía un amor excesivo sobre sí mismo. Autores que estiman que en el fondo de Judas hubo un amor, un tremendo amor hacia Cristo, pero un amor desviado que terminó por convertirse en odio. Un autor tan poco dado a imaginaciones como Ricciotti apunta esta solución.

Judas fue, ciertamente, codicioso, pero, además, era alguna otra cosa. Existían en él, al menos, dos amores uno el del oro, que le impulso a traicionar a Jesús más junto a ese amor, había otro, acaso más fuerte, porque, ya cumplida la traición, prevaleció sobre el amor del oro, impidiéndole a restituir la ganancia, a renegar de toda la traición, a dolerse por la víctima y a matarse de desesperación al final. ¿Cuál era el objeto de este amor en conflicto con el amor al oro? ‘‘Por mucho que reflexionemos, no le hallamos otro objeto posible sino Jesús, no el Cristo verdadero, sino un amor desordenado. Ahora bien si amaba a Jesús ¿por que le traiciono? Sin duda porque su amor era grande, pero no indiscutible, no el amor generoso, luminoso y confiado de un Pedro o de un Juan, sino que contenía un algo de fumoso y oscuro. En que consistiera ese elemento oscuro, lo desconocemos y probablemente será siempre para nosotros el misterio de la suma iniquidad. Pasa lo mismo cuando tantas veces buscamos amar a Jesús pero a nuestra manera, no a la suya, disfrazando el amor a Jesús en un amor a nosotros mismos. ¿Qué supera esa distancia entre nosotros y el Dios verdadero? La actitud de Jesús, la de obediencia al Padre.

Es tiempo de ir hacia un amor renovado en el Señor, apartándonos de nosotros mismos, con actitud obediente nueva. ¿Qué es lo que hace que el amor de Judas se convierta en odio? Su oídos tapados para escuchar la voz del Maestro y su desobediencia. Que este tiempo del Señor buscando hacer la voluntad del Padre nos enamore, y nosotros también como Él queramos tener sus maneras y apartarnos de lo que nos separa de ese Dios verdadero. 

 Nos cuesta aceptar que hay un Judas dentro de cada uno de nosotros, un Judas que niega al Dios verdadero ocupando su lugar con otros dioses. El que murió en la cruz fue por mí y por mis pecados, y el pecado es apartarnos de Dios.

 

 

Padre Javier Soteras

 

Material elaborado en base a Vida y Misterio de Jesús de Nazareth de José Luis Martín Descalzo