El Misterio de la Navidad

sábado, 29 de diciembre de 2012
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Catequesis 25/12/12

 

El Misterio de la Navidad

 

                La catequesis de hoy está centrada en lo que anoche hemos celebrado, el Misterio de un Dios que siendo grande se hizo Niño, y en el Niño de Belén nos hace partícipes de todas sus bendiciones.

                 Y a Dios le queremos decir, sí, decirle sí hoy, siempre, pero de un modo especial en este día tan lleno de gracias en este día 25 de diciembre, día de Navidad, día en que Dios, para siempre ya manifestó su deseo en el Niño de Belén de ser el Emmanuel, el Dios con nosotros.

                Todos nuestros ojos están puestos en Belén, en la Tierra Santa, Tierra de Jesús, por la cuál también hemos rezado anoche y seguiremos rezando hoy de un modo especial para que tenga paz. Nos hemos unido espiritualmente a los cristianos, este grupo pequeño de cristianos que están en la Tierra de Jesús. Pero hablar de Belén es hablar del Niño Dios, del Niño Jesús. Y en eso va a estar hoy la propuesta, la consigna del día.

 

                Consigna: Seguramente vos te acercaste al Niño Jesús anoche, le pudiste dar un besito, pudiste adorarlo, pudiste expresarle todo el amor que tenemos, darle gracias por todo lo que él nos manifiesta. Te proponemos que nos compartas qué les has pedido, qué le pedirías al Niño Dios para nuestro país. Hagamos hoy una cadena de oración ante ese Niño de Belén que viene a traernos paz. ¿Qué le queremos pedir?, ¿qué gracia especial para nuestro querido país?

               

                Y hoy vamos a hacer lo que se dice en catequesis: una catequesis mistagógica. ¿Qué quiere decir esta palabra media difícil? Vamos a tratar como de hacer memoria de lo que hemos celebrado anoche, ayer en nuestras comunidades y seguiremos celebrando hoy. Catequesis mistagógica, catequesis de los misterios. Y nosotros hemos anoche celebrado la Misa de Nochebuena, la Misa de Gallo en distintos horarios según las regiones del país, las costumbres de nuestras comunidades. Y cuando nos congregamos a la Misa hay algo que llama la atención. Recién cuando nos pusimos en contacto yo los saludé, les dije buen día, cuando entramos en contacto con Diego en Córdoba, Diego Jiménez, lo saludé, le deseé feliz Navidad. El saludo es muy importante. El saludo es un modo de comunicarnos. El saludo es hacerte presente a vos que estás del otro lado. El saludo es una muestra de aprecio. El saludo es una delicadeza del corazón. Toda la Navidad está marcada por distintos saludos. Comenzamos en aquél saludo santo del Ángel Gabriel a María: “Alégrate María, el Señor está contigo”. Ese saludo se fue como continuando en la historia en ese saludo de María e Isabel, de Isabel a María, porque María fue a llevar a Jesús y fue a llevar también esa alegría que el Señor ya está en medio nuestro. Isabel también la saludó: “Feliz de ti por haber creído”. Saludo que se hizo patente en la noche Santa a los pastores: “No teman, les traigo una gran noticia”, les dijeron los ángeles.  Y fíjate que cuando vamos a Misa, la Misa comienza con un saludo: “El Señor está contigo”. Así el sacerdote da inicio a la celebración de la Santa Misa, pero quizás por ahí sea bueno detenernos en que ese saludo, que normalmente está al inicio de la celebración eucarística, sin embargo en la misa se repite en otras ocasiones. ¿Cuántas veces en la misa el sacerdote nos saluda diciendo: “El Señor está con ustedes”? Y yo me pregunto: ¿Cómo se sentirían ustedes si yo a diez minutos de iniciada esta catequesis de esta mañana los vuelvo a saludar y les digo: Buen día oyentes de Radio María, que tengan todos buen día? quizás algunos pensarán que estoy muy eufórico, o a lo mejor el brindis de anoche todavía no me ha puesto bien en los tiempos y espacios de la radio, o a lo mejor estoy suponiendo que como anoche ha sido un día muy especial los oyentes habituales de este programa de la catequesis van llegando un poquito más tarde, como acontece tantas veces en la misa, que empezamos la misa con un tercio de las personas y después van llegando poquito a poquito todos. Sin embargo la razón de tantos saludos en la misa es distinta. Podríamos decir que la obsesión de Jesús en la misa es quedarse con nosotros. Y entonces él lo manifiesta de diversa manera. Él se queda con nosotros en la asamblea reunida en su Nombre y por eso el sacerdote saluda al inicio: El Señor esté con ustedes. Porque está en medio de nosotros que nos hemos congregado en asamblea para celebrar sus misterios. Pero llega el sacerdote al ambón y cuando está por clamar el evangelio vuelve a decir: El Señor esté con ustedes. Porque vamos a escuchar la Palabra de Dios, ese Dios que nos habla y nos habla al corazón. Y ya centrados en el Altar del Sacrificio, cuando comenzamos la oración del prefacio, el sacerdote nos vuelve a invitar: El Señor esté con ustedes. Porque vamos a elevar la plegaria al Señor, porque vamos a hacer presente en el Altar aquello que el Señor instituyó en la última Cena. Porque el Señor se quiere quedar con nosotros. Y después de rezar el Padrenuestro con las palabras de Jesús, y de pedirle al Señor que nos conceda la paz y la unidad para nuestra Iglesia vuelve a haber un saludo, pero ahora con una forma más explícita: Que la Paz de Jesús esté con ustedes. Porque estamos llamados a hacer presente la presencia del Señor también en la capacidad de perdonar, de ser uno: Sean uno para que el mundo crea. Pero no sé si han notado que cuando ya está por finalizar la misa, cuando incluso terminamos todo y ya algunos andan apurados para salir corriendo a hacer las compras o preparar el fueguito para el asado, o comprar la pasta para el domingo, el sacerdote vuelve a saludarnos: El Señor esté con ustedes. Es el saludo previo a la bendición. ¿Es que alguno llegó tan tarde a la misa que lo vuelve a saludar en ese momento? No, el saludo es un saludo de envío: El Señor se va con ustedes. Porque esto que hemos celebrado, que hemos escuchado en la misa, queremos vivirlo en la vida. El Señor se va con nosotros a ayudarnos a poner en práctica lo que nos ha enseñado: Felices ustedes si hacen lo mismo. Qué hermoso este modo de entender el saludo en este contexto de la Navidad, porque nos saludamos y nos decimos Feliz Navidad, volvemos a decir de una manera la resonancia de aquello que aconteció en Nazareth y en Belén: No tengas miedo, alégrate, el Señor está con nosotros. Hoy nos ha nacido el Salvador, por eso ese Feliz Navidad sintetiza ese saludo, el saludo de Dios al hombre y del hombre que cree y por eso ha ido al pesebre a ver lo que aconteció, lo que hizo Dios por nosotros, y entonces también nosotros nos saludamos porque queremos vivir en paz y alegría el misterio de la Navidad. Vamos a pedirle hoy al Señor que podamos como ahondar en ese saludo, que continuemos lo que hemos celebrado ayer en la misa, que hoy seguramente seguiremos encontrándonos con familiares. Al decir Feliz Navidad no te estoy diciendo simplemente buen día, te estoy diciendo: Te has dado cuenta, el Señor ha vuelto a nacer en nuestras vidas, el Señor sigue insistiendo en estar en medio nuestro: No temas, alégrense, hoy nos ha nacido el Salvador y por eso te saludo, te abrazo, te deseo la paz de Jesús.

                Ayudados por el pensamiento del padre Javier Albisu vamos a reflexionar un poquito sobre esto del nacer, del nacimiento, porque Jesús nace pero también Jesús nos enseña como debemos nacer en esta Navidad. Y nace de un corazón que toma la iniciativa. El amor nace de un Dios Padre que toma la iniciativa. Tomar la iniciativa es hacer lo necesario para que aquello que queremos tenga un inicio. Es correr al encuentro del que viene lentamente arrepentido, es saldar lo que otro debe, es dar el primer paso. Y cuántas cosas, en cuánto podemos dar el primer paso en esta navidad. Es tender una mano en donde antes ha habido un abismo, es hacer un llamado telefónico a aquel que a lo mejor estamos un poco distanciados, es animarse a acercarme a la reunión familiar con aquel pariente que hace mucho tiempo andamos medio en cortocircuito, es golpear la puerta del vecino que sabemos que no ha tenido la dicha que pudimos tener nosotros de celebrar en familia y que anda medio solitario, y poder preguntarle: ¿no se anima abuelo? Véngase a almorzar con nosotros. Es en el fondo también tomar la iniciativa de acercarme a confesarme o a rezar un poquito más porque mi corazón se ha ido enfriando. Nacer de un corazón que toma la iniciativa.

                Pero en segundo lugar también Navidad nace de un corazón que se deja encontrar. El amor nace del corazón de María que se dejó encontrar por la iniciativa amorosa del Padre. Dejarse encontrar es querer y permitir que haya justamente encuentro, es dejar que el que nos busca nos enseñe que somos perla preciosa y así nos haga verbos, es permitir que desentierre nuestro amor de su terreno y reclame la ganancia del tesoro que nosotros está puesto. Dejarse encontrar es estar aquello que debemos, es habitar en lo propio sin curiosear lo ajeno, es ser uno sin disfrazarse de bueno, es contentarse  con lo que hay , es hospedar al que llega sin que nosotros lo llamemos, dejarse encontrar es saber perder libretos, prejuicios y tiempos, dejarse encontrar es encontrarnos en nuestra unidad más profunda, vencer la distancia entre la mente y el corazón, para que en ese beso al Niño Dios que anoche dimos en la Misa o en el Pesebre familiar, podamos dejarnos encontrar por aquél que siendo grande se hizo Niño, ¿para qué? para que lo abracemos y lo recibamos.

                En tercer lugar Navidad nace de un corazón que sueña con posibilidades. El autor nace del corazón de Jesús que sueña con posibilidades porque aunque no termina de entender todo, sabe que la iniciativa es de Dios, y aunque no comprende, ahora sabe que hay un modo posible que lo ayuda a soñar con otros modos de pensar. Soñar posibilidades es aprender como niños a cambiar la mentira, soñar con posibilidades es no quedarse amargado cuando no hay lugar en la casa, en el albergue, y soñar que un día ese pesebre será conocido y recordado por todos los hombres. Soñar posibilidades es aceptar lo que nos toque cuando Dios empiece a barajar, porque sin hacernos trampa nos dejará ganar. Soñar con posibilidades es descubrir que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, es confiar que la llave de lo que es posible a Dios abre lo que querríamos cerrar. Soñar posibilidades es saber que donde entra el amor se sale encontrando donde otros dijeron: por nada se van a cansar. Es la combinación del obrar de Dios que nos invita a ponernos a trabajar con él.

                En cuarto lugar la Navidad nace que se rejuvenece en la espera. Es la espera del corazón de Isabel, es la espera de todo el pueblo, de los pobres de Yahvé que esperaban este día santo de la Navidad. Se rejuvenece el corazón cuando lo temporal tiene su lugar, cuando somos capaces de trascendencia, cuando no nos quedamos instalados, analizamos escépticamente las palabras del Ángel, sino con la prontitud de los pastores vamos sencillamente a ver lo que nos había contado. Rejuvenecer en la espera es no dejarnos vencer por la rutina, no hacer de la Navidad una inercia de celebración sino celebrar al Dios de la vida que hace plena y nueva nuestra propia vida. Navidad es tiempo para rejuvenecer el corazón, para no jubilarnos antes de tiempo, porque en nuestra vida son muchos los que están esperando nuestra sabiduría de los años.

                La Navidad nace de un corazón que sale a abrir las puertas, un corazón que porque ha tenido la experiencia de la puerta cerrada de la posada, hace del pesebre un pesebre sin puerta. Y te invita a abrir la puerta para que vengan todos, para que las distancias se venzan, para que los pastores impuros sean purificados con la presencia del Niño, para que aquellos que no tenían lugar en la ciudad ahora tengan lugar privilegiado en la Santa Ciudad de Dios. Salir a abrir puertas es no tanto mirar el espacio chico cuando el corazón quiere llenarlo de rostros y de nombres. Salir a abrir puertas es vencer el egoísmo que nos tiende a encerrar, es destrabar los cerrojos que pusimos asustados, salir a abrir puertas es buscar, es comunicar, es saludarnos en esta Navidad con una certeza, Feliz Navidad, porque Dios me ha renovado el corazón y yo quiero transmitirte también. Feliz Navidad porque Dios quiere nacer en tu corazón.

 

                Ciertamente hoy es un día marcado por la alegría porque lo dijeron y lo escuchamos anoche en la proclamación de la Palabra: No tengan miedo, alégrense, les traemos una gran noticia, y esa es nuestra alegría. No teman porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy en Belén les ha nacido un Salvador que es el Mesías, el Señor, encontrarán al niño envuelto en pañales. Y miren, eso que hemos proclamado en la Liturgia, eso que hemos celebrado, hemos leído en el evangelio, eso lo hacemos vida en nuestra cotidianidad y mientras sombras siguen cubriendo la tierra, ayer era la dominación de los romanos, hoy hay diversas situaciones que hacen que no todos los pueblos sean libres. Con la claridad de un rayo en la oscuridad en el silencio de la noche se escuchó un mandato: No teman. Eran las palabras del ángel a los pobres pastores, son las palabras hoy del Señor a nosotros en nuestras propias realidades, es el tiempo de alejar las tinieblas y el temor. Es la hora de la verdad y de la gracia. De la confianza y la alegría. No teman, les traigo una buena noticia, le dijo el ángel a los pastores, ha nacido Jesús, el Salvador. Llegó la hora de María, llegó no solo la hora de esa mujer que dio a luz a su hijo, llegó la hora en que cada uno de nosotros por ese Hijo tengamos vida. No teman, les anuncio una gran alegría. ¿Acaso puede provocar temor o tristeza un recién nacido? ¿Cuánta alegría siempre trae la vida de un bebe, de un pequeñito que es toda pureza, todo proyecto, toda esperanza? Belén es hora de alegrar a la humanidad. Dios sabe elegir entre nosotros por medio de un niño el camino para que el mundo sea mejor. La sencillez, la capacidad de dar, de ser amado. Un niño que no impone nada, que nos conquista con su fragilidad, que nos enternece con su cariño, que disipa nuestros miedos con su sonrisa y con su llanto, pidiéndonos simplemente nuestro corazón y aún haciéndose mendigo de nuestra duda. No teman, en Belén les ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor. Todo eso ocurre en el pesebre. Toda esperanza se hace cumplimiento. Dios, el Señor de la historia, es el Emmanuel, el Dios con nosotros. Dios está en Jesús para nosotros, su vida es para los hombres. Afirmar que Jesús es el Emmanuel es afirmar que no estamos solos, que Dios ha puesto su morada en medio de nosotros, que Dios quiere ahora dejar grabada su pisada en nuestra tierra, que Dios ya es parte en Jesús de la humanidad. Sigue siendo totalmente Dios pero ahora en Jesús es totalmente de nosotros y por esa misma totalidad se compromete con su pueblo. Por eso Benedicto nos insiste tanto: Jesús no es una idea o doctrina, no es un mito o una leyenda, Jesús es una presencia salvadora, es Dios haciendo historia de salvación. Por eso Navidad es Jesús. No teman, encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Con Jesús la historia de salvación adquiere su plenitud. El nacimiento de Cristo es un grito que nos despierta a la posibilidad de vivir  de otra manera. El Reino de los Cielos ya está cerca. Un Reino signado por la paz. Un reino comprometido con la justicia. Un reino que hace causa de los débiles, un reino que tiene su icono perfecto en el pesebre, sin puerta, abierto a todos, donde los invitados privilegiados son los más pobres. Donde desde lejos también pueden venir a la fiesta, porque estamos invitados a construir un mundo sin muros sino con puentes. En el Niño de Belén está el Sumo Pontífice, el Sacerdote nuevo, se unirá para siempre el cielo y la tierra. Dios se hace hombre par que el hombre pueda vivir la vida de Dios.

                Todo eso lo hemos proclamado en la lectura, en ese texto tan sencillo de Lucas donde se refiere al anuncio a los pastores de esta buena noticia. Y qué hicieron los pastores: fueron rápidamente al pesebre. Que en esta mañana, que en este domingo, digo domingo no porque sea domingo hoy sino que es domingo Día del Señor, día de la Navidad, vos y yo, todos, podamos ir al pesebre para no vivir nuestra vida marcada por el temor sino por la alegría, por el gozo de la Navidad.

 

                Y así en este contexto donde ha vuelto a resonar en nuestro canto, en nuestra liturgia, en nuestra misa, el Gloria, seguimos caminando en este día de Navidad. Y ustedes saben Radio María en sus orígenes, cuando comenzó en una pequeña radio en una parroquia se llamaba Radio Encuentro, y a mí me gusta mucho la palabra encuentro y hoy  la Navidad es ese gran encuentro entre Dios y el hombre, entre el amor grande de Dios y la necesidad grande del hombre, entre lo grandioso y omnipotente de Dios que se hace pequeñito, se encuentra en ese niño de Belén, como decía el padre Fernando. Y yo lo que hago hoy en esta catequesis es simplemente permitir el encuentro entre nuestros obispos, nuestros pastores, y ustedes que también nos van como regalando esta catequesis navideña. Recién en el bloque anterior, inspirado en algunas cosas que monseñor Eduardo García, obispo auxiliar de Buenos Aires nos compartía hace algunos años en una nochebuena.

Y ahora paso a compartirles también algo que nos compartía, nos ayudaba a pensar monseñor Villalba cuando era arzobispo de Tucumán. Este hombre tan bueno que también en lo personal tanto le debo. Y nos ayuda a seguir, seguimos avanzando en la catequesis mistagógica y después de leer la Palabra de Dios, rezamos el Credo. Y decimos: Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de Santa María. Así, en esta forma sencilla, condensada, la fe de la Iglesia expresa el misterio de la Navidad. Cristo es el centro de nuestra fe, de ahí en este año de la fe, en esta navidad de la fe, la fe debe ocupar el lugar principal. Creo que es importante tomar conciencia que la fe es la que permite celebrar una verdadera navidad y no una simple y linda fiesta, no debemos permitir que la fe se disuelva, se licue, porque a veces parece como que la Iglesia queda como embarrada, complicada en otros temas, y nosotros estamos complicados en otros temas porque lo hacemos desde la fe. A veces cuando a mí, por ahí, me encuentro con alguien y me dice: mire padre quiero hablar sobre si los curas se pueden casar, quiero hablar sobre por qué este documente, usted está metido en política. Mire sabe de lo que quiero hablar yo, yo te quiero hablar de Jesús. Esa es la razón de mi vida de sacerdote. Después hablamos de lo otro, pero dejame hablar de lo que es el centro y la razón de mi vida. El papa Benedicto decía: Si nos dejamos arrastrar por estas discusiones entonces se identifica a la Iglesia con algunos mandamientos o proh8ibiciones y se nos va a tratar de moralistas con algunas convicciones pasadas de moda, y la verdadera grandeza de la fe no se aprecia para nada, por eso nos dice el papa: Creo que es fundamental poner de relieve continuamente la grandeza de nuestra fe. La fe es sobretodo fe en Dios y fe en Jesucristo, Dios está presente en Jesucristo. Y justamente en Navidad celebramos ese misterio de nuestra fe, que Dios está presente en Jesucristo, y Jesucristo es el rostro de Dios, de un Dios que quiere ser el Salvador, el Mesías, el Niño de Belén, el Verbo de Dios hecho carne. Por eso, vamos al pesebre, nos conmovemos ante la ternura del Niño, pero también nos ponemos de rodillas. La alegría es la antesala a esa profunda adoración. El cielo se ha abierto de par en par. El misterio de la vida interior de Dios se ha manifestado. San Ambrosio: Esta es la fe, que Cristo es Hijo de Dios eterno por el Padre y que ha nacido de María Virgen. Cristo ha venido para todos los hombres y para cada uno en particular. Por eso, ante el pesebre, yo puedo decir: Has nacido por mí. Todos los hombres son amados. Todos. Pero cada uno de un modo único e irrepetible. Cristo viene como salvador pero es el pastor que conoce a cada oveja por su nombre, que la cuida, y la acompaña. Él es el médico de mis enfermedades. El es el redentor de mí pecado, por eso le presento al Señor toda mi vida, le presento al Señor todo mi corazón, le presento al Señor toda mi alegría, pero por eso también en la misa digo: Creo, pero en la consagración me arrodillo, porque adoro a ese Niño Dios, por eso en el pesebre siempre hay un pastor, un rey mago de rodillas, porque el arrodillarme es signo de adoración.

 

                Vamos a ir terminando justamente nuestra catequesis de Navidad ayudados por el Cardenal Bergoglio, pensando y ahondando en qué   significa hoy en esta Navidad ser capaces de adorar.

                Vamos cerrando y yo los invito a seguir con esta catequesis mistagógica. Nos hemos reunido en la misa, anoche, nos hemos saludado, hemos escuchado la Palabra de Dios, hemos alabado, hemos rezado el Gloria, hemos confirmado nuestra fe en el Credo, se ha hecho presente Jesús en la hostia consagrada, hemos comulgado en alguna manera sacramental o espiritualmente para que ese niño sea nuestro alimento, como veíamos el otro día, el Niño nació en un comedero de animales, el Niño es el Pan de Vida, el alimento que el Señor nos otorga, pero una de las grandes actitudes de la Navidad es la adoración. La adoración de los pastores, la adoración de los reyes, porque reconoce en ese Niño no un niño más sino al Niño Dios. Y el Cardenal Bergoglio en una carta que dirigía hace algunos años a los catequistas de Buenos Aires decía que es muy importante incorporar en la vida la capacidad de adorar, porque se hace necesario, hoy más que nunca, aprender a adorar para ser posible la proximidad que reclama estos tiempos de crisis. Solo en la contemplación del misterio del amor se vencen las distancias. Hoy más que nunca se hace necesario enseñar a adorar a nuestros niños, a nuestros jóvenes, en la catequesis. Hoy se hace necesario adorar para no apabullarnos con palabras que a veces ocultan el misterio. Sino regalarnos el silencio lleno de admiración que calla ante la Palabra que se hace presencia y cercanía, porque adorar es postrarse, es reconocer desde la humildad la grandeza infinita de Dios. Solo la verdadera humildad puede reconocer la verdadera grandeza y reconoce también lo pequeño que pretende presentarse como grande. Quizás una de las mayores perversiones de nuestro tiempo es que se nos propone adorar lo humano, dejando de lado lo divino. No adorar a los ídolos contemporáneos, con sus cantos de sirena, es el gran desafío de nuestro presente. No adorar lo no adorable es el gran signo de los tiempos de Dios, de hoy. Ídolos que causan muerte no merecen adoración alguna, por eso, en esta Navidad, adoramos al Niño Dios, adoramos al Niño Dios con confianza, a Aquel que aparece como confiable, porque es dador de vida, instrumento de paz, generador de encuentro y solidaridad. Adorar es postrarse, es ponerse de rodillas, pero para estar de pie ante lo no adorable, porque la adoración nos vuelve libres y nos permite andar ligeros de equipaje por esta vida. Adorar no es vaciarse sino llenarse. Es reconocer y entrar en comunión con el amor. Es traerle nuestros dones al Niño de Belén, pero irnos llenos de presencia, de una certeza que cambia nuestra vida. Somos amados. Dios en ese Niño nos hace patente su esencia. Dios es Amor. Y por eso nos vamos llenos, porque hemos adorado a Aquél que nos amó primero. Adorar al Niño de Belén es palpar su ternura, es empezar a experimentarlo desde el Salmo 22: Aunque cruce por oscuras quebradas no temeré ningún mal porque tú estás conmigo. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida. Adorar es acercarnos a la unidad. Es descubrirnos hijos de un mismo Padre, miembros de una sola familia. En el pesebre hay lugar para todos. No se discrimina a nadie, no hay extranjeros. Adorar es atar los lazos que hemos roto con nuestra tierra, con nuestros hermanos, es reconocer a Dios  como Señor de las cosas, Padre bondadoso del mundo entero. Por eso termino deseándoles de corazón que no se cansen en esta octava de la navidad de adorar al Niño Dios, adorar es decir: Dios con nosotros. Adorar al Niño de Belén es decir: Gracias Señor por la vida. Es encontrarnos cara a cara en nuestra vida cotidiana con el Dios pequeño que hace grande la vida, es adorar al Dios todopoderoso que se ha hecho pequeño para poder entrar en nuestra vida. Es saber que tenemos un Dios fiel, un Dios grande, un Dios pequeño, y no hay contradicción porque en Jesús lo que aparentemente estaba separado se ha unido para siempre. Cielo y Tierra, poder y pequeñez, grandeza  y ternura. Por eso adorar es decir: Amén. Adorar es decir; Feliz Navidad.

Nos encontramos Dios mediante mañana en esta catequesis de todos los días.

 

Padre Alejandro Puígari