El proceso de nuestra purificación

jueves, 27 de junio de 2013
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El proceso de nuestra purificación

San Juan de la Cruz habla de la noche de los cincos sentidos, donde el olfato, el oído, la vista, el tacto y el gusto están involucrados. Y también habla de la noche, pero en el sentido que supone estar de cara a Dios, percibiendo la realidad de una manera nueva. Explica nuestro amigo: “Y así, la una noche o purgación será sensitiva, con que se purga el alma según el sentido, acomodándolo al espíritu; y la otra es noche o purgación espiritual, con que se purga y desnuda el alma según el espíritu, acomodándole y disponiéndole para la unión de amor con Dios”. (1) El hombre entra en un proceso de purificación cuando se decide a caminar hacia Dios, quien lo atrae con su llama de amor vivo, con ese amor que lo saca de sí mismo hacia el encuentro con Él. Dios lleva al converso por un territorio desconocido, le hace percibir la realidad de una forma distinta, a través de los sentidos. También es noche cuando se produce una desafección, ya que “pone Dios al alma en esta oscura noche a fin de enjugarle y purgarle el apetito sensitivo, en ninguna cosa le deja engolosinar ni hallar sabor”.(2)

Nuestra sensibilidad -en todos y cada uno de los aspectos en los que se manifiesta a través de los sentidos- tiende a apegarse al objeto de su percepción. La vista se apega a la luz, el gusto a lo que degusta, el oído a lo que escucha, el tacto a las texturas, el olfato a lo que huele. Pero si la persona queda prendada a esta dimensión, no puede trascender. Cuando se está muy atado a las sensaciones que ofrecen los sentidos, no se puede dar un paso para avanzar en el camino. En este mundo hedonista en el que vivimos, donde se valora la realidad en función de cuánto ésta despierta en lo emocional de las personas, donde se postula la ausencia de Dios y la declaración de la no trascendencia, pareciera que todo acontece alrededor de los sentidos. Entonces, no valoramos la realidad mas allá de lo que aparenta ser, por lo que está detrás o lo que esconde en realidad. Hay una cierta dificultad para trascender. En este contexto es donde se entiende la necesidad de una purificación de la sensibilidad y del modo de vincularnos con los otros desde lo afectivo.

San Juan de la Cruz dice que también hay una noche de la fe. La fe puede ser entendida como una adhesión a lo que Dios nos dice desde la autoridad del Magisterio de la Iglesia o desde su Palabra. La fe puede ser razonada por la capacidad de análisis, por la capacidad deductiva e inductiva, de discriminación, de separar y unir, de juntar y de armar. Si bien el modo natural a través del cual encontramos las luces para caminar es por la razón, para acceder al Dios vivo solo podemos hacerlo a través de la fe, impulsados por la caridad. Cuando la razón no alcanza, entonces nos damos cuenta de que tenemos que efectuar un salto desde la fe para poder avanzar. Este salto no lo da la razón en sí misma, sino que lo da la fe por la confianza en puesta en Dios, que nos invita a dar el paso. Por ejemplo, cuando un hijo está parado sobre una mesa y el padre, que está frente a él, le dice“tírate”, el pequeño se lanza hacia su progenitor solamente porque él está allí y se lo ha pedido; de lo contrario, no se tiraría. Es un acto de confianza, de entrega, impulsado por el amor que existe entre el padre y el hijo. Así también nosotros, caminando en la fe, tenemos que dar un paso hacia el Dios que nos llama, pero no como resultado de un proceso racional, sino por un acto creyente. Asimismo, Juan de la Cruz habla de una noche oscura que tiene que ver con el misterio que implica la divinidad para el hombre. Es la oscuridad de la noche en la que el alma sale al encuentro con Dios, inflamado por el amor que lo lleva en ascenso hacia la cima.

Adentrándonos en el proceso de purificación, hay que decir que es Dios quien invita al hombre a dar un paso, a ordenar algún aspecto de su vida, a vincularse con la realidad de una forma distinta, a ordenar su modo de orar; como también ordenar la afectividad, los vínculos, las relaciones o los tiempos. Cada vez que Dios invita a la conversión, lo primero que pide es orden. Como dice San Pablo en su Carta a los Gálatas (capítulo 5, v. 16 al 25): “Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí y, por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él”.

El proceso de purificación por donde se introduce a la persona en los comienzos de su camino de ascenso hacia el encuentro con Dios, supone un vacío total por parte de quien se decide a ir hacia Él. El hombre, para alcanzar su plenitud, debe llenar su interioridad del amor puro y luminoso de Dios. Y para eso, como explica Moliner, “es necesario que jerarquice y ordene sus sentimientos y afectos, para que todos estén enderezados a Dios (Neoplatonismo del Pseudo Dionisio). Para llenarse de Dios tiene que vaciarse de todo lo que no es Dios, pues ningún sujeto puede contener dentro de sí, simultáneamente, dos seres contrarios. Nadie puede albergar, al mismo tiempo, la luz y la oscuridad, la belleza y la fealdad, la limpieza y la suciedad, el amor y el egoísmo, porque se repelen”.(3) Es lo que Jesús dice en el Evangelio de Lucas (capítulo 15, v. 13): “No se puede servir a Dios y al dinero”. Y por eso es necesario, mientras vamos yendo hacia donde Dios nos llama -que son lugares de pureza, de luz y de presencia- que vayamos sacando de nosotros las sombras que enturbian el alma.

Explica San Juan de la Cruz: “Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le pueden impedir, según que adelante declararemos; pues es suma la distancia que hay de ellas a lo que en este estado se da, que es puramente transformación en Dios. Que, por eso, Nuestro Señor, enseñándonos este camino, dijo por san Lucas: ´Qui non renuntiat omnibus, quae possidet, non potest meus esse discipulus`. Quiere decir: ´El que no renuncia todas las cosas que con la voluntad posee, no puede ser mi discípulo`. (Lucas 14, 33) Y esto está claro, porque la doctrina que el Hijo de Dios vino a enseñar fue el menosprecio de todas las cosas, para poder recibir el precio del espíritu de Dios en sí; porque, en tanto que de ellas no se deshiciere el alma, no tiene capacidad para recibir el espíritu de Dios en pura transformación”.(4)

Para llenarnos del amor de Dios, Él mismo nos impulsa a salir de nosotros. Y para esto hay que vaciarse de todo amor desordenado, de todo apego a las cosas que nos atan y que no nos dejan vivir de manera adecuada, de todas las afecciones que tenemos y que nos impiden ser libres interiormente. “Hay que dejar el interior totalmente limpio, para que Dios lo pueda invadir todo, con la impetuosidad de su infinitud”.(5) 

En el proceso de purificación del corazón hay que “ordenar la casa”. Si yo me valoro  saludablemente, el hábitat donde estoy, es decir, mi persona, tiene que estar acorde a lo que soy. Hay que ordenar, hay que limpiar y purificar. Si uno sabe que va a recibir en su casa una visita importante, entonces ordena donde vive para recibir al que viene. En este proceso, hay que tener en cuenta que el que viene a poner morada en nosotros no llega como un huésped pasajero, sino que quiere instalarse en medio nuestro. El Señor merece de nuestra parte los mayores cuidados y atenciones a Su presencia. De allí surge la necesidad de ordenar. Éste no puede ser un proceso histérico, ni nacer de un proceso compulsivo. Se trata de ponernos en orden por el valor de quien viene. Allí se inicia el proceso de purificación, que San Juan de la Cruz llama “vacío”. A veces, vaciarnos es comenzar a darle importancia a lo que hay que darle importancia; establecer un orden de prioridades en el uso del tiempo, en los vínculos que establecemos, en la administración del recurso económico, en el modo de hacer nuestro esparcimiento saludable, en la forma de descansar, en el modo y en el método para trabajar. La necesidad de vaciarse no es para quedar en el nihilismo, para entrar en "om”, como dicen las pseudo espiritualidades orientales. Eso sería como desentenderse de todo por un vacío sin sentido. El vacío que plantea Juan de la Cruz está en relación a que el Huésped merece que rehagamos un lugar importante para Él. Por eso hablamos de purificación desde el vacío. “Para realizar esta labor hay que hacerla con un orden y un método, hay que llevarla a cabo mediante unas operaciones sistemáticas y radicales. Si esto no se hace así, si quedan hilos sin romper, el alma no podrá volar”.(6) Es decir, si no ponemos la casa en su lugar; si no ponemos en orden los afectos, los sentimientos; si no jerarquizamos los valores que impulsan nuestras vidas, no podremos avanzar.

 

En uno de sus poemas, Juan expresa:

                “¡Oh dichosa ventura!

                 salí sin ser notada

                 estando ya mi casa sosegada”. (7)         

¿Qué está diciendo aquí nuestro amigo? El Padre Herraiz García lo explica así: “Como el alma, pues, conoce que en esta purgación seca por donde pasó, sacó y consiguió tantos y tan preciosos provechos como aquí se han referido, no hace mucho en decir, en la canción que vamos declarando, el dicho verso, es a saber: ´¡oh dichosa ventura!` – ´salí sin ser notada`; esto es: salí de los lazos y sujeción de mis apetitos sensitivos y afecciones, sin ser notada, es a saber, sin que los dichos tres enemigos me lo pudiesen impedir. Los cuales, como habemos dicho, con los apetitos y gustos, así como con lazos, enlazan al alma y la detienen que no salga de sí a la libertad de amor de Dios; sin los cuales ellos no pueden combatir al alma, como queda dicho”.(8)

No puede haber proceso de conversión que excluya el ordenamiento de la vida en todas sus dimensiones: físicas, psíquicas, espirituales, vinculares, laborales, de descanso, de compromiso con lo social, etcétera. Todo requiere un orden para que, en armonía y en paz, Dios pueda ser realmente nuestro huésped de manera permanente. “Lo mismo es estar atado a una cadena que atado a un hilo de seda”, dice Juan de la Cruz, indicando que si no ordenamos la vida propia, estamos atados y nuestra alma no puede volar en libertad. A veces esta falta de purificación en el vínculo de lo sensorial con la realidad, además de que no nos permite trascender, nos mantiene intrascendentes. En algún momento, la persona siente que está necesitando salir de ese lugar. Y para que pueda desligarse de todo lo creado y que a nada quede apegado, debe mirar hacia delante, sin volver la vista hacia atrás, llevando a cabo lo decidido en un sano discernimiento. Juan de la Cruz propone lo que Jesús define como “camino” en el Evangelio de Mateo (capítulo 16, v. 24): “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Es decir, hay que saber sobrellevar con grandeza de alma el peso de lo que somos y de lo que tenemos, como también el modo como nos vinculamos a los demás.

Cuando la persona ha recibido una gracia de Dios, piensa para sus adentros: “¡Qué gracia tan inmensa, no quiero soltar más esto que me trae paz, alegría, gozo, armonía, luz, orden, fortaleza, decisión; mi alma está toda templada, decidida, con amor, con fuego!”. Pero Juan de la Cruz dice que “para poder tener esto, para poder gustar de esto, no quieras tener gusto en nada” y también afirma: “Ya se sabe bien por experiencia que cuando una voluntad se aficiona a una cosa, la tiene en más que otra cualquiera, aunque sea muy mejor que ella, si no gusta tanto de la otra. Y si de una y de otra quiere gustar, a la más principal por fuerza ha de hacer agravio, pues hace entre ellas igualdad. Y por cuanto no hay cosa que iguale con Dios, mucho agravio hace a Dios el alma que con Él ama otra cosa o se ase a ella. Y pues esto es así, ¿qué sería si la amase más que a Dios?”.(9)

Lo que expresa el santo es que no se puede compartir este gusto de Dios en nosotros con otros gustos. No es que uno no se pueda dar un gusto, sino que hay que hacerlo de tal manera que la persona tenga la capacidad interior de darse cuenta de que ningún gusto y ninguna de las cosas disfrutadas se parece a “Aquel Gusto”. Por lo tanto, cuando uno se quiera dar un gran gusto, nada mejor que buscar estar con Aquél que nos llena el alma, más que buscar satisfacer algún aspecto de nuestras vidas.

Juan de la Cruz incluyó en su tratado “Subida del Monte Carmelo” una figura o dibujo, al pie del cual escribió los siguientes versos:

“Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a lo que no gustas,

has de ir por donde no gustas.

Para venir a lo que no sabes,

has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no posees,

has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

has de ir por donde no eres.

Cuando reparas en algo

dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir del todo al todo,

has de negarte del todo en todo.

Y cuando lo vengas del todo a tener,

has de tenerlo sin nada querer.

Porque si quieres tener algo en todo,

no tienes puro en Dios tu tesoro”.(10)

 

En el inicio del verso, Juan afirma que “para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada”; en nada particular quiere decir con esas palabras. Y en todo caso, si uno se da un gusto particular, tiene que ser ordenado a este "Gran Gusto" que está en lo más profundo del corazón del hombre: estar con Dios.

También expresa “para venir a poseerlo todo” y allí quiere indicar que para entrar en comunión plena con el Señor, que es un “todo” en sí mismo, hay que ser pobre de alma, no estar atado a las posesiones. Cuando la persona es austera y vive con lo que le hace falta, sin poseer de más, tiene mayor facilidad para sostener este valor de no poseer nada para poder ser poseído por la presencia de Dios. Al proponer que “para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada”, se refiere al camino de humildad y de abajamiento que debe recorrer el converso. En relación a la frase “para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada”, quiere decir que no hay que aferrarse a un saber o detenerse en lo ya conocido, sino que hay que animarse a ir sobre lo desconocido: “Para ir a donde no sabes, tienes que ir por donde no sabes”, afirma también, aludiendo a que todo proceso de cambio ofrece la resistencia que viene de lo aprendido, de lo ya sabido. Una persona puede decir “yo soy un hombre de experiencia, una mujer de experiencia, ¿qué más?”. La expresión “¿qué más?” es la más destructiva de todas en el proceso de crecimiento. En todo caso, el discípulo, según afirma Ignacio de Loyola, deber ir siempre “de más tras más”.

San Juan de la Cruz propone, en definitiva, un camino de desapropiación o de vacío, que supone una actitud interior bien dispuesta. Lo señala en estos términos: 

“Procure siempre inclinarse:

no a lo más fácil, sino a lo más dificultoso;

no a lo más sabroso, sino a lo más desabrido;

no a lo más gustoso, sino antes a lo que da menos gusto;

no a lo que es descanso, sino a lo trabajoso;

no a lo que es consuelo, sino antes al desconsuelo;

no a lo más, sino a lo menos;

no a lo más alto y precioso, sino a lo más bajo y despreciado;

no a lo que es querer algo, sino a no querer nada;

no a andar buscando lo mejor de las cosas temporales, sino lo peor,

y desear entrar en toda desnudez y vacío y pobreza por Cristo de todo cuanto hay en el mundo”.(11)

 

¿Por qué dice esto? Porque la naturaleza humana tiende a acomodarse, buscando ser consolada más que aceptar la voluntad de Dios, por ejemplo. Cuando una persona busca siempre lo más alto, lo más precioso, no se vincula nunca con las cosas que son menos queribles, y es como si ya hubiera recorrido todo el camino y llegado a la meta; no tiene esa sana ambición de ir tras algo superior, que en realidad se esconde en lo dificultoso, lo desabrido o lo trabajoso. Aquí hay que recordar que estamos en los comienzos del proceso, queriendo salir hacia donde el Señor nos llama. Por lo tanto tenemos que velar, estar atentos y vigilantes, en penitencia, vaciando la casa, poniéndola en orden, para que, con todo sosegado, podamos ir en las diversas noches al encuentro de la Luz. El sentido estricto de la penitencia -que supone este modo tan exigente planteado por Juan de la Cruz- es el más genuino y original camino penitencial. Allí está el secreto para no quedar atrapado en uno mismo, sino para avanzar hacia donde Dios nos llama.

Explica Moliner que “aunque el hombre emplee estos procedimientos drásticos para purificarse, siempre se quedarán rezagados ciertos elementos oscuros en los repliegues del alma, a los cuales apenas se puede llegar”.(12) Por más que el hombre se vacíe de lo que ocupó un lugar que no tenía que ocupar; por más que los lugares que antes estaban ocupados por otros intereses, gustos y apegos, ahora se llenen de la presencia y del amor de Dios, siempre queda algo por acomodar. Por eso, continúa diciendo Moliner “es necesaria la intervención de Dios. Efectivamente, Él actúa para terminar y completar esta limpieza, mediante obscuridades, sequedades y dudas espirituales. El alma, que al principio necesitó de ciertos alicientes (devociones sensibles, sensaciones amorosas, gustos espirituales) para comenzar a caminar por la senda de la perfección, ahora debe acostumbrarse a obrar varonilmente, sin arrimos ni apoyos, sin las dulzuras que antes sentía”.(13)

Dios hace su intervención en algún momento porque es imprescindible que la haga. Él actúa para terminar y completar esta limpieza y lo concreta mediante la aparición de distintas pruebas interiores. Las podemos identificar como aquellas veces en que decimos: “¡Qué duro, qué difícil lo que me está pasando, pareciera que Dios no está aquí!” Pero, sí, sí está el Señor, solo está permitiendo nuestra purificación. Agrega Moliner: “Todo este proceso es llamado por el santo purificación pasiva. El alma sólo tiene que hacer una cosa: perseverar en la fe. Por ningún motivo debe abandonar sus propósitos y sus prácticas”.(14) San Juan de la Cruz lo explica así: “Esta noche oscura es una influencia de Dios en el alma, que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo. Esta contemplación infusa, por cuanto es sabiduría de Dios amorosa, hace dos principales efectos en el alma, porque la dispone purgándola e iluminándola para la unión de amor de Dios”(15)

P. Javier Soteras

 

Citas:

1- MAXIMILIANO HERRAIZ GARCIA o.c.d – San Juan de la Cruz, Obras Completas – Ediciones Sígueme (Colección El rostro de los santos) – Salamanca,1992 – pág. 449.                 

2- 4- Ib. pág. 452.

3- JOSE MARIA MOLINER – San Juan de la Cruz, su presencia mística y su escuela poética – Ediciones Palabra (Colección Biografías sobredoctores de la Iglesia) – Sexta Edición – Madrid, 2008 – pág. 105.

4- MAXIMILIANO HERRAIZ GARCIA o.c.d – Op. cit. pág. 161.

5- JOSE MARIA MOLINER – Op. cit. Pág. 105.

6- Ib. pág. 105-106.

7- MAXIMILIANO HERRAIZ GARCIA o.c.d – Op. cit. Pág. 190.

8- Ib. pág. 468.

9- Ib. pág. 162-163.

10- Ib. pág. 188.

11- Ib. pág. 187.

12- 5- JOSE MARIA MOLINER – Op. cit. Pág. 107.

13- Ib. pág. 107.

14- Ib. pág.

15- MAXIMILIANO HERRAIZ GARCIA o.c.d – Op. cit. Pág. 478-479.