El Rosario, hacernos uno con Jesús y con María

jueves, 9 de noviembre de 2006
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Al sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José de la casa de David. El nombre de la virgen era María.
El ángel entró en su casa y le dijo: – Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Ella se conturbó con estas palabras y discurría que significaría aquél saludo. El ángel le dijo: – No temas María, porque has hallado la gracia delante de Dios. Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
María respondió al ángel: – ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: – El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios.
Lucas 1, 26 – 35

María, como hemos compartido en estos días, seguramente en aquel estar suyo sencillo, simple, de servicio, hogareño, en su casa en Nazaret, ha entrado en esta dimensión de contemplación del Misterio de la presencia de Dios en su vida, invitándola a dar un paso de confianza y de fe en el seguimiento de lo nuevo que Dios le propone para el camino: ser la Madre del Redentor. Esta desconcertante invitación que la deja a ella perpleja en la oscuridad de la fe e igualmente abierta al misterio de lo que Dios quiere para esta humilde esclava del Señor ahora en adelante. María puede decir que sí a esta propuesta como unos versículos más adelante nos relata el mismo evangelio de Lucas que acabamos de compartir. Sólo porque en la fe descubre que Dios la conduce, la guía, la acompaña.

La mirada contemplativa de María en la Anunciación está marcada por ese espíritu de fe desde donde María dice: “hágase en mí lo que has dicho.”

La oración del Rosario es justamente un camino en este sentido que el Señor nos propone, a partir de la experiencia de María. Es una oración marcadamente contemplativa. Si esta dimensión, en la oración del Rosario, se desnaturaliza, ya lo dijo Pablo VI, “sin contemplación el Rosario es como un cuerpo sin alma y su rezo corre peligro de convertirse en una mecánica de repetición de fórmulas y contradecir la advertencia de Jesús cuando nos llamaba la atención: al orar no sean charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en la virtud de su locuacidad.”

El rezo del Rosario exige un ritmo sereno, tranquilo, reflexivo, de remanso, que favorezca a quien reza la meditación de los misterios de la vida del Señor vistos a través del corazón de aquella que estuvo más cerca de Él y que desvela su insondable riqueza.

¿Cómo entramos a ese lugar contemplativo? Clamando al Cielo por el espíritu de la fe. Por el espíritu de la confianza. Deteniéndonos en lo simple, en lo sencillo que nos ofrecen los misterios de la vida de nuestro Señor desde el corazón de María y desde allí, serenos, calmos, en remanso, tranquilos, reflexivos, poder adentrarnos, dejándonos llevar por lo que acontece en cada una de las escenas que se van repitiendo desde la infancia a la vida pública, a la pasión y muerte del Señor y el don maravilloso de la vida nueva en la resurrección.

El Señor nos quiere orando la oración del Rosario en espíritu contemplativo a ejemplo y como modelo de María, que en el momento de la Anunciación está así, contemplando lo que Dios le sugiere. La invita, la conduce en el camino.

La contemplación es ante todo un recordar. Cuando María contempla el misterio del Dios en su vida, lo que hace sencillamente es lo que el pueblo de Dios hizo desde siempre, recordar que Dios intervino en su historia y en esa intervención que tuvo en su historia, lo sacó, lo redimió, lo liberó. María tiene esa actitud memoriosa, no con la memoria que recuerda algo del pasado melancólicamente, sino con la memoria que trae vida. Es la memoria bíblica. Eso que llamamos facar en la biblia. En la memoria que actualiza la obra de la Redención.

La mirada contemplativa de María es una mirada agradecida a la acción de Dios en la historia de la salvación y en su propia historia. De hecho, la biblia es narración de acontecimientos salvíficos que tienen su cúlmen en el propio Jesús. Estos hechos no son solamente un ayer, son también un hoy de la salvación.

Cuando nosotros contemplamos los misterios de la vida de Jesús desde el corazón de María, con ella queremos hacer memoria de lo que ocurrió en el presente. Es memoria de lo que ocurrió en el presente, es decir, recordamos lo que ocurrió hoy y en el recordarlo hoy acontece lo que recordamos. Esta es la fuerza que tiene la memoria bíblica y nosotros la captamos cuando nos detenemos de cara al misterio y lo contemplamos. Esta actualización se realiza en particular en la liturgia con la que Dios ha llevado a cabo hace 20 siglos, no solamente un hecho de salvación para los hombres de ese tiempo, sino también como Jesús lo dijo al final de su vida, en la última cena: cuando lo hiciéramos, Él estaría allí presente, “cuando hagan esto, háganlo en memoria mía”, dice Jesús, hablando de esto en la Eucaristía. Hacer memoria, es desde la Eucaristía, hacer presente el misterio Pascual de Jesús, donde todos los misterios se concentran. Donde alcanzamos el cúlmen, es decir, la cima de la contemplación de la obra de Dios. En esa actitud nosotros nos adentramos en la oración del Rosario, junto a María.

En una actitud expectante, contemplativa, memoriosa y agradecida de la obra de Dios. Orar el Rosario en esta perspectiva, es orar en el secreto del corazón. Y orar insistentemente; que son las dos indicaciones que Jesús deja a la hora de invitarnos a la oración: “cuando ustedes recen, cierren la puerta de su cuarto, entren en el secreto y oren al Padre que está en el secreto.” Y al mismo tiempo, el Señor nos dice: “Oren, oren sin cesar.”

El mismo Señor nos lo recuerda en el Nuevo Testamento a través de la enseñanza del apóstol Pablo, la carne es frágil, es débil. Y por eso la oración nos mantiene a nosotros en alerta frente a la debilidad, a la fragilidad que hay en nosotros.

La oración constante, la oración initerrumpida.

La oración del Rosario, con esta actitud contemplativa, y de memoria agradecida por la obra de Dios, del pasado al presente, en el aquí, en el ahora, es una oración silenciosa. Es una oración sencilla, simple, una oración initerrumpida. De Ave María tras Ave María, en la contemplación del Misterio vamos haciendo realidad en el silencio de la contemplación de los mismos lo que Jesús nos dice como actitud que también debemos incorporar en nuestro modo de orar. Orar sin cesar. Insistentemente.

Penetramos la vida de Dios sólo por y desde el camino de la oración. No hay modo de entender a Dios en la vidad, sino es desde la oración contemplativa, la oración silenciosa, sencilla y la constante oración. La ininterrumpida oración. Cuando hablamos de entender a Dios en la vida, hablamos del vínculo que el Señor tiene con nosotros y con nuestra propia historia. Necesitada de ser redimida y transformada. Hablamos del vínculo que nuestro Señor tiene aquí y ahora, pero también, con este aquí y ahora que tiene un pasado, que tiene una historia.

La vida de Dios en nuestra historia y en nuestro presente, la vida de Dios nos abre el tiempo que vendrá al futuro que nos espera; se comprende para nosotros y en nosotros, desde la oración contemplativa, silenciosa, en fe. Y de una oración que no son “momentitos” de orar, sino una oración constante, una oración ininterrumpida. A esto que llamamos en realidad, estado interior de oración.

Que es como un sustrato interior en el corazón que sustenta la vida toda. Es espíritu orante que hace que a la noche cuando nos despertemos, sin darnos cuenta, cuando estamos en este estado interior de oración, nos despertamos con el Ave María en la boca, o con una jaculatoria, o con la memoria del Señor en el corazón, con una acción de gracias, o con una simple oración, para después volvernos a dormir, y retomar el descanso necesario para recuperar las fuerzas. Y seguir al otro día en el servicio desde el corazón que alaba y bendice a Dios en el silencio.

Oramos el Rosario en ese espíritu. Oramos contemplando. Oramos para que no ocurra aquello que Pablo VI advertía. El peligro de convertir esta oración en algo mecánico. Y una forma de orar sin alma. Un Ave María tras otro, sin entender lo que terminamos de decir, sin detenernos frente a lo que estamos orando, contemplando el misterio, es el riesgo de vaciar interiormente esta oración.

Oramos el Rosario con espíritu de memoria agradecida con María, en y desde una oración llena de silencio interior y, al mismo tiempo, ininterrumpida, constante.

Que el Señor renueve en nosotros esta amada oración, esta amada oración con María, la de los misterios de su Hijo, la oración del Rosario.

Con María nos metemos en la contemplación de los misterios de la vida de su Hijo, con ella comprendemos a Jesús.

Cristo Jesús es realmente el Maestro por excelencia, que viene a revelarnos el rostro del Padre. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado sino también comprenderlo a Él. Ésta es una sútil distinción que es bueno hacerla. No se trata de entender lo que dice Jesús, sino de entenderlo a Él. No se trata de racionalizar el mensaje de Jesús, sino de aceptar, comprenderlo, asimilarlo y hacerlo vida en nosotros.

Para que esto sea posible, dice Juan Pablo II, María que comprendió perfectamente la vida de su Hijo desde el comienzo mismo de la concepción, se constituye para nosotros, en maestra en el camino. Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plenitud de la verdad de Jesús, entre las criaturas, nadie mejor que María quien conoce a Jesús. Nadie como su Madre puede introducirnos en el conocimiento profundo de su Misterio. Por eso cuando oramos Ave María tras Ave María en el Rosario, contemplando los misterios de Jesús, Ella se va haciendo nuestra maestra, nuestra pedagoga. La que nos enseña desde dentro del corazón quién es su Hijo.

¿Qué quiere decir que Jesús se encarnó? ¿Qué quiere decir que Jesús nació en Belén? ¿Qué significación tiene que su Hijo haya sido bautizado en el Jordán? ¿Qué valor tiene la autorrevelación de su Hijo en las bodas de Caná, anticipando su Pascua en la Cruz y en la Resurrección? ¿Qué valor tiene la Ascención de su Hijo?

Cuando decimos Ella nos enseña, nos da el sentido interior de lo que contemplamos y nos permite permanecer con ella, unidos a su corazón, a aquello que en verdad estamos en ese momento contemplando, mirando. Mientras pasan por nuestras manos Ave María tras Ave María.

María nos significa una escuela orante. Mucho más eficaz si se piensa que ella ejerce este don de Maestría, alcanzándonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos al mismo tiempo el ejemplo de esa peregrinación suya en la fe, en la cual aparece realmente como una Maestra incomparable.

María no sólo nos enseña como pedagoga interior, cómo permanecer de cara a su Hijo Jesús, sino que ella se transforma en un canal de Gracia a través del cual Dios nos acerca lo que necesitamos, para de verdad poder permanecer de cara a Él. Y al mismo tiempo, se constituye en una ejemplar testigo de cómo y de qué manera peregrinar en la fe.

María, contemplativa, nos enseña a contemplar mucho más. María contemplativa, contempla desde nuestro corazón el misterio de su Hijo y lo llena de sentido, cuando nos detenemos frente a algunos de los misterios de la vida de Jesús, más todavía, María, que contempla a su Hijo desde nuestro humilde orar, el Ave María con ella, nos alcanza las Gracias que necesitamos para peregrinar con ella. Nosotros, como ella, en la fe, testigo y maestra de la vida de fe en el peregrinar.

Todo esto es para terminar de configurar nuestra persona a la persona de su Hijo Jesús. Es el sentido que tiene la oración mariana del Rosario junto a nuestra Madre, en comunión con ella. La oración mariana del Rosario con María, que nos conduce a contemplar el misterio de su Hijo, orando sin cesar, en espíritu silencioso, haciendo memoria agradecida de la obra de Jesús en el ayer, y en el hoy. María, que nos resignifica el sentido de lo que oramos y nos alcanza las Gracias que necesitamos para vivir nuestra peregrinación, hace todo esto con nosotros para terminar de configurar el rostro de Jesús dentro de nosotros.

En uno de los mensajes de María en Medjugorje, dice justamente:

“Ustedes entréguenme su corazón y yo pondré en el corazón de ustedes el rostro de mi Hijo.”

Éste es el cometido del vínculo con la Madre. Ella, como Madre, quiere ver la vida de los hijos en El Hijo.

Quiere ver configurada la vida de cada uno de nosotros en el Hijo de Dios. En su Hijo, modelo de todo hombre y de toda mujer.

Ése es el fin de la presencia de María en nuestra propia historia. Ver plasmada la vida de Jesús en nuestra propia vida.

La espiritualidad cristiana tiene como característica el deber del discípulo, de configurarse cada vez más plenamente con el Maestro. De hecho, cuando somos bautizados, recibimos una efusión del Espíritu Santo que nos une como el sarmiento está unido a la vid.

La vid es Cristo. Nos hace la Gracia del bautismo, miembros del cuerpo de Cristo. A esta unión interior inicial, le corresponde un camino de adhesión creciente a la persona de Jesús, que oriente cada vez más el comportamiento de cada uno de nosotros, discípulos, según la lógica de Jesús. Le llamamos camino discipular. Con María, desde la oración del Rosario contemplando los misterios, vamos justamente adentrándonos en la persona de Jesús, que es Vida en el presente. Y en ese adentrándonos vamos haciendo realidad lo que el apóstol Pablo, en Filipenses 2, 5 nos invita en el camino discipular: a tener cada vez más en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

Para eso el mismo apóstol dice: “hace falta revestirse de Cristo.” Lo que hace la oración del Rosario es justamente irnos revistiéndonos interiormente de la persona de Jesús.

Cuando yo contemplo con María los misterios del Rosario, lo que hago es adentrarme en la vida de Jesús y la vida de Jesús en mi interioridad va revistiéndome de un sentido nuevo. El sentido sobrenatural que la vida de Dios ha de tomar en nosotros.

En el recorrido espiritual del Rosario, dice Juan Pablo II, basado en la contemplación incesante del rostro de Cristo, en compañía de María, este exigente ideal de configuración, se consigue con una asiduidad que pudiéramos decir, amistosa.

¿Qué está diciéndome el Papa con esto?

Debemos, no de vez en cuando orarlo, sino orarlo siempre, el Rosario.

Amigablemente, esto nos introduce de modo natural en la vida de Jesús y nos hace como respirar sus sentimientos.

Decía el beato Bartolomé Longo: “como dos amigos frecuentándose, suelen parecerse también en las costumbres, así nosotros conversando familiarmente con Jesús y la Virgen, al meditar los misterios del Rosario, y formando juntos una misma vida en comunión, podemos llegar a ser en la medida de nuestra pequeñez, parecidos a ellos. Y aprender de éstos, eminentes ejemplos: el vivir humilde, pobre, escondido, paciente y perfecto.

Retomo los puntos en los que hoy hemos avanzado en torno al Rosario. El Rosario es una oración de Contemplación; para no caer en el vacío en esta oración de Ave María tras Ave María, la contemplación silenciosa de los misterios del Rosario, nos invita a encontrar en él un modo de hacer memoria: con María, agradecida, la acción salvadora de su Hijo en nuestro aquí y ahora, desde los misterios del Rosario.

El Rosario, contemplado con memoria agradecida, lo hacemos como Jesús nos lo enseña: en el silencio interior y con asiduidad. Es decir con constancia, sin detenernos. Esto nos pone en estado interior de oración. Esto hace que podamos recibir de María la pedagogía como maestra del sentido que necesitamos para adentrarnos en el corazón de su Hijo.

¿Con qué fin? Con el de configurar nuestra vida a la de Cristo Jesús. Hasta llegar a tener sus mismos sentimientos y revestirnos interiormente dela Persona de Jesús. Con familiaridad, con asiduidad, vamos haciéndonos uno con aquellos con los que conversamos amigablemente en el Rosario, con Jesús y con Maria.