Escapar a la mundaneidad espiritual

martes, 25 de agosto de 2015
image_pdfimage_print

 

25/08/2015 – ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el camello!

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y desenfreno! ¡Fariseo ciego! Limpia primero la copa por dentro, y así también quedará limpia por fuera.

Mt 23, 23-26

¡Bienvenidos a la Catequesis! La propuesta para hoy: gestos o actitudes que nos ayuden a vivir con más humildad el seguimiento de Jesús

Posted by Radio María Argentina on Martes, 25 de agosto de 2015

En el desierto, la gran tentación del pueblo judío es el cansancio, la desconfianza, la murmuración y la pérdida de memoria de quién y de dónde los había liberado. Entonces comienza la murmuración amarga que reclama a Dios que los trajo al desierto para nada, que el maná es un alimento aburrido, etc. El cansancio espiritual amarga el corazón y transforma en queja.

La primera tentación es seguir a Jesús quejoso olvidándose de las gracias recibidas. El pueblo judío termina llegando, y al encontrarse con otros pueblos de culturas diferentes, quedan fascinados y comienzan a adorar a otros dioses. Se vuelven infieles a la alianza con Dios, pecando por idolatría. Nosotros muchas veces hacemos lo mismo, decimos que el “Señor es nuestra roca y heredad” pero existencialmente ponemos la confianza en el dinero o el poder. Pero cuando el pueblo llega a Israel, ya con el templo y el culto, comienza lo más grave: se creen cumplidores de la torá, y el estudio de la ley y las prácticas rituales los vuelven orgullosos, dejando a Dios en segundo lugar. Es la tentación de una religión formal que fascina con el cumplimiento y relega al Dios verdadero.

La falta de memoria que te hace murmurar y ser amargado, la idolatría que te hace andar tras dioses paganos, la soberbia que hace que el centro sean las obras y no Dios… 3 tentaciones muy fuertes del pueblo judío que también pueden darse en nuestras vidas. En el evangelio de hoy, claramente Jesús nos advierte sobre la tentación de una religión hipócrita y autorreferencial donde ya Dios tiene muy poco que ver.

Dios bendice al humilde, se hace presente donde lo dejamos actuar, pero si nos ponemos en el centro, el paraíso se transforma en infierno. Cuando queremos desplazar a Dios y nos ponemos como dioses, nos hacemos insoportable y terminamos por hacerle la vida insoportable a los demás.

A este capítulo lo podemos llamar la antítesis del seguidor de Jesús. Si bien Jesús habla fuertemente contra los escribas y fariseos, se refiere a los hipócritas. Quienes estamos involucrados en la Iglesia, necesitamos escuchar atentamente este capítulo y dejarnos interpelar. Los escribas y fariseos seríamos los conocedores de las escrituras, los que participamos activamente en la vida de la iglesia, nosotros.

En este capítulo 23 aparecen algunos “elementos truchos” de este seguimiento de Jesús: ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!.  La menta, el hinojo y el comino, son pequeñas semillas de valor ínfimo por ende ese diezmo es muy chiquito. Jesús quiere decir que prestando atención en esas cosas se pasan lo más importante. Justicia, misericordia y fidelidad. El Papa Francisco el 31 de octubre del 2014, decía, hablando de los fariseos, “son hombres que cierran no que abren porque en el fondo está cerrado su corazón. Están tan apegados a la letra de la ley que no pueden descubrir el amor. La letra de la ley mata, son hombres que solo saben cerrar”.

El amor da integridad, ayuda en el discernimiento. El camino de Jesús es totalmente opuesto al camino de la ley. Cuando solo estamos pegados a la ley, la hemos separado del amor y somos injustos porque no permitimos que el otro se acerque a Dios: así somos infieles a un Dios que se ha hecho cercano, a un Dios rico en misericordia. Traicionamos al Dios verdadero.

Es parte del kerigma que tenemos que anunciar el Dios cercano. No basta decir hoy que Dios existe, sino que Dios te ama y está en medio de tu vida. El problema de hoy no es el ateísmo sino el no sentirme amado por Dios. Por eso Dios se acerca a nosotros y se hace carne. Tenemos que tocar la carne de Cristo, diría el Papa Francisco. La “mundanidad eclesial” de la que hablaba el Card. Bergoglio en vísperas al cónclave del 2013, planteó como el gran peligro para la evangelización un virus intraeclesial, la mundanidad espiritual. Antes de nuestra fidelidad, está la fidelidad de Dios que nos permite responderles con fidelidad.

En el número 93 de Evangeli Gaudium, Francisco habla de la “mundanidad espiritual”

La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?» (Jn 5,44). Es un modo sutil de buscar «sus propios intereses y no los de Cristo Jesús» (Flp 2,21). Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, «sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral» (EG 93)

Es como la humedad de las paredes que está adentro, escondida, no se ve, y cuando se manifiesta hace desastres. La mundanidad espiritual supone un vivir cuidando nuestro actuar, nuestros ritos, el qué dirán, sin embargo somos nosotros el centro de la escena y no Dios. Una iglesia que deja de vivir el anuncio de Jesús y se transforma en autoreferencial, deja de ser la de Cristo.

Esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador (Eg 94)

Este evangelio nos invita a estar atentos, porque cada uno de nosotros podemos encarnar una nueva forma fariséica donde en el fondo no terminamos de entender el mensaje pero nos lo adueñamos, no terminamos de comprender al Señor pero nos convertimos en obstáculos no dejando que los demás pasen, no entramos ni dejamos entrar a los demás. Hemos olvidado la actitud fundamental que es la humildad, y nos hemos adueñado de Dios ocupando su lugar.

La paciencia es el modo de ir caminando en el Señor, es el saber que caminamos juntos, no ser francotirador sino con otros. Es saber que Dios en su misericordia es paciente.

La mejor manera que tenemos de evitar el “virus intraeclesial” es saliendo, creando una Iglesia en salida.

Padre Alejandro Puiggari