Estar con las lámparas encendidas

viernes, 28 de agosto de 2015
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28/08/2015 – Por eso, el Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos.

Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: ‘Ya viene el esposo, salgan a su encuentro’. Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

Las necias dijeron a las prudentes: ‘¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?’. Pero estas les respondieron: ‘No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado’.

Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’, pero él respondió: ‘Les aseguro que no las conozco’. Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

Mt 25,1-13

¡Bienvenidos a la Catequesis! Junto al P. Alejandro Puiggari desde Buenos Aires nos preguntamos ¿Cómo podemos hacer para encontrar al Dios que habita en nuestro corazón?

Posted by Radio María Argentina on Viernes, 28 de agosto de 2015

San Agustín es un santo siempre actual porque es un santo buscador, a decir del Papa Benedicto XVI. En las Confesiones nos deja expresado:

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Uno nunca se va a cansar de rezar con estas palabras de Agustín, porque no es solo su historia sino la de tantos. En San Agustín hay una vocación enorme de búsqueda de Dios, que está presente en todo hombre, porque Él nos busca antes. Nos dice el Papa Francisco que siempre es Dios quien nos primerea, quien nos invita a su mesa, quien nos busca para entrar en amistad con Él. 

Al tomar contacto con el evangelio del día, podemos quedarnos con 7 puntos intentando guardar la interoridad con Dios.

Salir al encuentro: Habla de jóvenes que fueron al encuentro del esposo. En el credo profesamos que Jesús vendrá en la Gloria para juzgar a vivos y muertos. La historia humana es una gran historia de encuentros. Dios que sale al encuentro nuestro en la eucaristía, en la palabra, en los rostros de nuestros hermanos. Salimos al encuentro del esposo, que no es cualquier encuentro.

No es el encuentro de uno más, hablar de esposo es hablar de totalidad. Hay amores que son exclusivos. Y el esposo es así. Dios es todo, él único que puede pedirte un cheque en blanco. Incluso los consagrados, están esposados con el Señor. Para todos es importante descubrir que Dios se nos presenta como el esposo. Dios es aquel que puede presentarse ante nosotros como el absolutamente todo. Por eso es uno de los dramas del mundo de hoy aceptando que Dios es una parte, pero Él no lo quiere así: No soy alguien más, soy Dios, y quiero todo de mi vida. No hacemos zaping sino que en Dios descansa nuestra alma.

“Tomaron las lamparas”. Pero no todas las lámparas estaban iguales, sino que algunas estaban con aceite y otras no. En el bautismo recibimos el santo crisma como en la confirmación. Ese perfume es la fragancia de Cristo. El aceite es lo que va a permitir que esa lámpara tenga luz, como la presencia del Espíritu en nuestro corazón. Por eso necesitamos estar llenos del perfume de Dios.

Nos dice el texto que el esposo se hacía esperar. A veces Dios se hace esperar. La providencia de Dios no falla, pero cuántas veces llega a último momento. Dios siempre nos escucha solo que no tiene esa especie de ansiedad que tenemos nosotros. Esa espera a veces trae sueño, cansancio y hasta a veces nos trae tristeza. Por eso es necesario que escuchemos el grito “¡Ya viene el esposo, salgan a su encuentro!”. Cuántas veces en el día Dios nos propone que salgamos a su encuentro. Ya viene, salgan.

“Entonces los jóvenes se despertaron”. Hay que despertarse y preparar las lámparas. Las lámparas sin aceite no pueden ser luz, ni calor ni salir al encuentro. Por ahí puede parecernos como egoísta esta imagen de las mujeres “no va a alcanzar para todos”. Hay cosas que no se pueden dar: no puedo darle al otro mi experiencia de fe como si fuera una transfusión de sangre, esa experiencia es única e intransferible; no puedo a alguien obligarlo a que perdona, sí invitarlo a que trate de sanar la herida. Lo mismo el aceite, no se lo puedo pasar a otro, no podemos hacer una transfusión de Espíritu Santo. El Espíritu se dona, pero si nos cerramos no puede entrar, y por eso empieza a haber oscuridad.

“Las puertas se cierran”. Se cerró porque el corazón se había cerrado al aceite, y la puerta se abre de adentro. Es el orazón que no se puede abrir de afuera, sino únicamente desde adentro. No estoy preparado, lo he dejado pasar al Señor. Es verdad que la misericordia de Dios y su paciencia son eternas, pero lo que nos está queriendo decir en este texto es que sin gracia, sin apuertura, no hay encuentro. Cuando se cierra la puerta aparece lo más duro “les aseguro que no las conozco”. ¿Pero cómo no me conocés Señor si yo soy ….. y todo lo que queramos decir.  “Pero vos te quedaste sin aceite, no supiste guardar las gracias… No te conozco porque me has invocado con la boca pero no con el corazón. No te conozco, no nos hemos relacionado. No me has dado de comer”.

Por eso en este día de San Agustín donde hacemos memoria de este gran buscador de Dios, la invitación es a darnos cuenta que necesitamos ir recuperando éstas cosas lindas: vivir nuestra vida cristiana como un salir al encuentro de nuestro esposo; dejar que Jesús sea el absoluto de nuestras vidas; estar atentos para que en nuestra lámpara siempre haya aceite; para eso necesito dejar actuar al Espíritu Santo; no dejarnos asustar por las esperas, y si el cansancio nos domina que sepamos ayudarnos a despertarnos; pero entender que hay cosas que no pueden hacer los otros por mí y abrirle el corazón al Señor y hacerme tiempo para rezar y para detenerme en los rostros que el Señor me acerca, las puertas se van a ir cerrando y un día nos dirá “no te conozco”.

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Hombres de encuentro y de alegría

Creo que el cristiano es un experto en encuentros. Encuentros con el Señor y encuentro con los demás. Un encuentro con Jesús, el esposo, en la intimidad, en la oración al Santísimo, frente a la Palabra de Dios. Pero también un encuentro en medio de la acción, de las corridas y los líos. El P. Victor Manuel Fernández dice que un buen sacerdote no es aquel que está deseando terminar con todas sus actividades pastorales para por fin llegar a la casa parroquial a descansar y decir “ahora soy feliz”. Se es feliz en la acción, en la paz y en el movimiento.

Necesitamos ser hombres y mujeres de encuentro, en medio de una cultura nacional de tantos desencuentros. Salir al encuentro con el esposo con las lámparas encendidas. Encuentro con Dios y encuentro con los hermanos. En la calma y en medio del trajín. 

San Agustín en uno de sus escritos pone como condición para los “catequistas” la alegría. En el evangelio de hoy aparecen las novias que salen corriendo, contentas. Mostrar la alegría del evangelio: somos pascuales, vivímos del Resucitado y creemos que la muerte ha sido vencida y que el Señor nos ha transformado.

Padre Alejandro Puiggari