Gusten qué bueno es el Señor

viernes, 11 de julio de 2014
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11/07/2014 –  Pablo Martínez, entre palabras y música, nos invita a gustar a Dios y transmitirlo con sabor. La eucaristía es la fiesta del sabor. No te pierdas esa comida y ese sabor.

 

 

+ Saborear la fe tiene que ser algo cotidiano: No podemos dejar de comer, lo hacemos desde que nacemos hasta que morimos. Si lo aplicamos a la fe, el gusto por el Señor debe ser cotidiano. Obviamente que algunas experiencias han sido fundantes, pero el gusto no se resigna a los eventos.

La Iglesia es como una madre que enseña a saborear la fe. Como las mamás que con muchisimo cariño preparan los alimentos para sus pequeños niños, enseñándoles a gustar, dan de probar. ¿Y nosotros, le ponemos sabor a nuestras palabras y gestos cuando hablamos de la fe con nuestros amigos?

+ Al gusto no se lo engaña: por ahí vamos a una verdulería y nos encontramos con esas frutas transgénicas que son hermosas, brillantes y grandotas; las abrimos y son insípidas. Ya la próxima vez no nos vamos a dejar engañar. Si tengo gusto del Señor me van a poder decir mil cosas sobre la no existencia de Dios, pero mi experiencia de haberlo saboreado no me lo quita nadie. Como Pedro y Juan que exclaman "no podemos callar lo que hemos visto y oído".

+ El gusto tiene memoria: cuando probamos algo, ese gusto nos puede ayudar a mantener viva la memoria. Probar algo nos traslada a lindos recuerdos. La Iglesia podríamos llamarla como la comunidad de los que han gustado este sabor y que se sienten llamados a dar de probar a los que todavía no lo han hecho. Lo que el Señor va haciendo en nuestra historia personal nos tiene que hacer "agua a la boca".

+ El gusto se hizo festín: La Biblia está repleta de personas que han probado el sabor, y de hecho el Nuevo Testamento es la fiesta del sabor. En tiempos de Jesús habían muchos que no se podían sentar a la mesa, por eso los fariseos murmuraban que comían con pecadores. En Iglesia existen todavía "patovicas de la fe" que ni entran ni dejan entrar.  Sin embargo Jesús nos habla del reino de Dios como el gran banquete. Y nos cuenta la parábola de ese hombre que manda a sus servidores a invitar a los cruces de los caminos a para que vengan a participar de su alegría. La Iglesia es el gran lugar del banquete, en donde todavía hay lugar… hay lugar para todos y necesitamos salir a invitar.

 

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Un Dios que se hace comida y bebida

Jesús mismo se quedó para ser degustado. En su máximo gesto de amor se nos hizo comida y bebida, y desde el altar nos dice "tomen y coman" "tomen y beban". Nos alimentamos de su Palabra y de la eucaristía. No somos seguidores que asistimos a un curso sino que asistimos a una mesa. Para gustar hay que estar cerca.

Hablando del don de la sabiduría, el Papa Francisco decía que "el Espíritu Santo hace del cristiano un “sabio”. Esto, no en el sentido de que tiene respuesta para todas las cosas, que sabe todo, sino en el sentido de que “sabe” de Dios, que su corazón y su vida tienen el gusto, el sabor de Dios".

Te invito a que crezcas en la escucha y en el gusto por la Palabra, que te quedes un ratito con un versículo y lo saborees todo el día. Todas las mañanas, o en el momento que puedas, repetilo… y así vas a ver que la vida tiene otro gusto: el del evangelio.

La eucaristía es la fiesta del sabor. No te pierdas esa comida y ese sabor. ¡Qué Dios se ha quedado tan cerca para ser comido y bebido!. Y este anhelo de encuentro es fruto del amor.

"¡Que dulce son tus promesas a mi paladar más que la miel a la boca!" reza el salmista en el Salmo 119. Que podamos decir como San Agustín "te gusté y tengo hambre y sed de Vos".

 

Pablo Martínez