Hijos del Padre Dios

viernes, 31 de julio de 2015
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31/07/2015 – En el día de San Ignacio transmitimos la Catequesis desde Oberá en Misiones junto a oyentes de la Radio que se acercaron a la Iglesia Catedral también desde las localidades de 25 de Mayo y Campo Grande.

 

«Tus hijos se reúnen y vienen hacia ti. Vienen tus hijos desde lejos, a tus hijas las traen en brazos. Entonces lo verás y estarás radiante; tu corazón se asombrará, se ensanchará» (Is 60, 4-5a).

 

La dignidad de ser hijos

 

Cuando a un padre le dicen “qué maravilla este muchacho o esta chica” y el padre o la mamá están ahí, dice sacando pecho “éste es mi hijo”. En el texto de hoy pasa lo mismo, Dios nos dice “éste es mi hijo” con orgullo. Por ahí nosotros no sabemos valorarnos bien y sentimos que no somos bien vistos. Sin embargo Dios nos mira con mirada de ternura, de amor, de misericordia y también de protección.

 

Dice el Papa Francisco, que el profeta Isaías nos ofrece una espléndida imagen, una imagen de la felicidad que se realiza en el reencuentro entre padres e hijos. Quizás nos pueda ayudar para reflexionar en nuestro ser hijos, el texto de Lc 15, Jesús hace un relato en forma de parábola que nos muestra el relato del hijo pródigo. Cuando el hijo se fue partió buscando su herencia; armó su equipaje y se fue. Ahí en el andar lejos malgasta los bienes que ha recibido del Padre. Allí empieza a tomar conciencia de lo mal que la está pasando y de sus necesidades. Y entonces dice “Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores”. El texto dice que con éste pensamiento el hijo vuelve y se pone en marcha con lo que perdió, no los bienes, sino la conciencia de pertenencia a ese padre. Mientras vuelve, el Padre de lejos lo ve y sale a su encuentro. Y el texto dice que lo abrazó, lo besó y preparó una fiesta.

 

El padre mira desde un lugar distinto: el hijo mira con culpa, el padre desde el reencuentro. Ya habrá tiempo de ver qué pasó pero hoy hay que hacer fiesta. El Padre Dios siempre nos invita a la fiesta. Hoy queremos que haya fiesta en el corazón porque el Padre nos vuelve a decir “éste es mi hijo”.

 

Volver a la casa del Padre

Cada uno de nosotros está de regreso de algún lugar como hijo. Es bueno preguntarse hoy a qué lugar de mi ser hijo tengo que volver, para el reencuentro con el Dios mi Padre. ¿Qué condición de hijo he perdido en el camino? ¿dónde y por dónde Él me invita a volver?. El hijo del relato se acuerda que hay cosas de la casa del Padre que él perdió. La vuelta a los lugares que hemos perdido nos nacen de la memoria de las cosas bien vividas que hemos tenido o que otros nos han contado del trato cariñoso con Dios. Por ejemplo, recuperar la frescura y la apertura con el trato de Dios Padre tantas veces formales o devocionales pero no con frescura del trato de un hijo con su padre; recuperar las relaciones de fraternidad (al padre le duele el desencuentro entre los dos hermanos y nos pide que rompamos la mirada envidiosa entre hermanos).

Ninguno de los dos hijos vive el corazón del Padre dice Henry Nowen, ni el mayor ni el menor. Tener el corazón del Padre es una forma de máxima con la que Dios nos quiere viviendo en Él. Jesús lo dice en el evangelio, tener la capacidad de amar a todos también a los enemigos. Volver a la casa del Padre es también abrirnos al amor de quienes no nos trataron bien. Lo grande del corazón cristiano es hacerse al modo y al estilo del Padre que “hace salir el sol sobre buenos y malos, sobre justos e injustos”. Recuperar el don maravilloso de reconciliarnos. El corazón del Padre es el de quienes aman sin esperar nada a cambio, incluso a pesar de: “Padre perdonalos porque no saben lo que hacen” como dice Jesús en la cruz.

¿Cómo volver? Jesús es el camino. El trato con Jesús, nuestra relación de amistad con Él, desde la oración y en la ofrenda de nuestra vida, allí volvemos. El Padre sabía que habíamos perdido el rumbo, y en su bondad nos ofreció un camino: entregar a su propio hijo. Este es el máximo de los amores “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos”. Y también podríamos decir, nadie tiene amor más grande que el que entrega a su hijo amado. Somos todos hijos de este Padre y Dios no solo quiere que vivamos bien, sino como Él nos quiere viviendo: con grandeza, con frescura, con amplitud y amando con locura y hasta el extremo. Entender cómo es que Dios ama va fuera de toda razón; no se lo entiende con la cabeza sino abriendo el corazón. Es en el corazón donde nos vinculamos con Él. Dios nos da lo más entrañable de Él que es su propio Hijo, Jesús.

Cuando el Padre nos entrega a Jesús nos entrega parte de sí mismo, aún siendo las personas distintas. Le pedimos a Dios que nos muestre los caminos para volver al Padre como lo hizo Él con el hijo pródigo.

Cuando se produce la vuelta del hijo a la casa del padre y mientras nosotros también vamos pegando la vuelta en donde sentimos la necesidad de volver, lo que nos atrae es el amor del Padre. Nadie es movido a la conversión porque se lo indiquen o se lo manden, sino que es un vínculo el que está en juego. Para que se produzca este retorno a la casa de Dios tiene que haber una experiencia de amor fundante que nos permita esta vuelta. No hay que apurarse y hay que pedir el deseo. En el trato con Dios mientras más deseo hay más se dispone el corazón al encuentro. 

Volver a la casa del Padre, recuperar nuestra condición original de ser hijos es por un vínculo de amor. A ese vínculo de amor Dios lo propone a través de su hijo. “Tanto nos amó Dios que entregó a su propio hijo”. Jesús es la expresión acabada del amor de Dios. ¿Qué hace Jesús para ofrecernos este camino de amor? Entrega su propia vida. No da una buena palabra de consejo, ni entrega un buen camino con una enseñanza… hace eso pero sobretodas las cosas ha venido a ofrecer su propio corazón y su propia vida.

Renovar el vínculo con Jesús en una experiencia fundante de amor nos permite recuperar lo perdido. Ojalá podamos en éstos días volver la mirada al Señor. Tal vez pueda ayudarnos un simple gesto: detenernos frente ala cruz y pensar, el que está allí murió por mí. Lo hizo por todos pero yo estaba en la mirada y en el corazón de Jesús cuando moría. Moría por amo a mí para protegerme de lo que me hacía daño.

Ojalá podamos hacer ese recorrido y entender que Dios no nos ama por lo que hacemos, ni rendimos un examen frente a Dios. El nos ama porque nos ama. Dice el Papa Francisco “Se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o porque es de una o de otra manera; no, porque es hijo. No porque piensa como yo o encarna mis deseos. Un hijo es un hijo: una vida engendrada por nosotros, pero destinada a él, a su bien, al bien de la familia, de la sociedad, de toda la humanidad”. Es una vida que sale de nosotros, pero es distinta. Dios no nos ama poseyendo, sino enseñándonos los caminos de libertad.

A veces los padres y madres no aceptando los procesos de madurez de los chicos. El dolor más grande es soltarlos, que sean ellos, que no es lo mismo que desentenderse. Una cosa es soltarlos desde el amor y estar velando por ellos, y otra cosa es soltarlos y desentenderse. No es tan fácil para un padre ocupar ese lugar ni educar a los hijos. No se nace sabiendo ser padre, sino que se aprende cuando llega el hijo.

 

Padre Javier Soteras