Ser Iglesia modelo de nueva humanidad

miércoles, 18 de enero de 2017
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MinoMuralSaoFelix
 18/01/2017 – Hoy nos encontramos con la catequesis en torno al Credo según el catecismo de la Iglesia Católica y nos detenemos en el artículo en el que afirmamos junto con la Iglesia desde hace dos mil años.

Ayer cuando iniciamos la catequesis en torno a la Iglesia, lo compartimos desde la perspectiva “Cristo prepara y edifica a la Iglesia”. Ella aparece como el modelo de nueva humanidad, como rebaño, como nueva sociedad y como verdadera familia de Jesús. Hoy vamos a detenernos en la Iglesia como la que manifiesta la vida del Espíritu en su interior.

Hacia adentro de la Iglesia la vida del Espíritu se manifiesta derramando gracias y carismas, y allí la misión de la eclesialidad. El Espíritu desde el comienzo de la vida de la Iglesia se mostró a la multitud y fueron muchos los que recibieron de boca de Pedro el anuncio. Después de aquella manifestación de la vida del Espíritu que había colmado la vida de los discípulos y la de María, este fuego  logró encenderlos y salir a anunciar que el que había nacido del seno de María, había vivido en medio de ellos como uno más, murió y resucitó, después de padecer injustamente. Así con ese anuncio, simple, sencillo y contundente que movió los corazones de los oyentes, Pedro proclama por primera vez hacia afuera en el Espíritu la vida en torno a Jesucristo.

Cuando Cristo Jesús terminó su obra en medio nuestro, el Padre le encargó realizar en la tierra, la tarea de continuar en la Iglesia la obra iniciada. Y fe en el envío del Espíritu Santo el día de Pentecostés, donde la Iglesia reunida en torno a María se ve santificada y a partir de allí recibe el don de la Santidad.

Llamada a anunciar el evangelio

La Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud, se inició la difusión del evangelio mediante la predicación. Como ella es convocatoria de la salvación para todos los hombres, la Iglesia es por su misma naturaleza misionera, enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos.

Esta dimensión que hemos trabajado en Aparecida, donde nos descubrimos como discípulos y misioneros forma parte de la naturaleza de la Iglesia. La misionalidad no es una tarea agregada a nuestro quehacer o a nuestro ser, somos misioneros, en la familia, en el trabajo, entre los amigos. ¿Qué significa ser misionero? ser enviados por Cristo a todas las naciones para que ellos descubran ese carácter discipular en Cristo que nos hace ser hombres y mujeres nuevos.

La novedad es que la nueva humanidad que Cristo viene a reflejar necesita ser comunicada. Pablo va a decirlo: “¿Cómo creerán si no hay quien les predique? Y esta dimensión del creer en el proyecto de Jesús es más que una adhesión, es un hacernos uno con Jesús, y la humanidad nueva que Jesús viene a proponer entra en nuestro ser, somos injertados en la nueva humanidad. De allí que la tarea de anunciar el evangelio es clave, para que todos los pueblos encuentren en Cristo Jesús la respuesta a sus grandes preguntas, a sus desafíos, a sus sueños, a sus dolores, a sus proyectos y a todo lo que está escondido en el corazón de la humanidad y que espera una respuesta de plenitud. En Cristo Jesús está la plenitud, y nosotros como pueblo llevamos este tesoro en vasijas de barro. 

Esta mañana cuando preparaba el día de hoy y en algunas reuniones que tenemos, siempre desafiantes,  pensaba cómo la gracia de Dios nos asiste para cada momento según la misión que nos toca y que eso es suficiente para que uno descanse en Jesús el que nos proporciona las gracias que el Espíritu Santo nos trae para que podamos llevar adelante la misión que se nos confía.

Recuerdo una charla con el Cardenal Jorge Mario Bergoglio agradeciéndole cuanto nos había acompañado en una parte importante del discernimiento de pasos en nuestra obra. Él me decía que esa posibilidad de acompañarnos era fruto de una gracia de estado y que servía para ese momento. La gracia de Dios nos acompaña para el servicio que hacemos a los hermanos. En este sentido, la misionalidad también es asistida por el Espíritu. Por eso no hay un escenario que sea imposible para estar presente con el mensaje de Jesús y el anuncio de la buena noticia. Claro que en cada uno de ellos habrá que adaptar a un lenguaje que haga accesible la comprensión de lo que queremos dejar reflejado del misterio de Jesús en ese ambiente, pero donde sea que nos encontremos, la gracia de Dios viene con nosotros.

Tal vez pueda ayudarnos en esto, la expresión del Señor a Pablo, cuando en medio del combate y la lucha interior le pide tres veces que lo saque de aquellas circunstancias y el Señor por tres veces le dice “te basta mi gracia,  mi fuerza se muestra en tu debilidad”. Desde esta perspectiva podríamos compartir cuales escenarios de evangelización se nos presentan desafiantes y qué gracia de Dios necesitamos para estar presentes con el anuncio del evangelio en ese lugar.

Por ejemplo en el lugar de trabajo puede hacer falta el don de la luz que trae Jesús o el don de la transparencia. Cuando falta transparencia en la gestión, por ejemplo, empieza a haber desconfianza y eso genera distancia, y la distancia no permite vivir como hermanos. En otros lugares puede hacer falta una presencia de gracia de reconciliación y en otros de consuelo, gracia de esperanza. Aquella frase de San Juan de la Cruz que dice “los males de amores solo se curan con presencia y figura”. Cuantas veces la tarea de la misionalidad es eso, presencia, estar acompañando.  

Cuántos escenarios diversos se presentan y cómo en todos y en cada uno de ellos podemos hacer presente, de algún modo, el mensaje de Jesús, a veces implícito, a veces explícito. En tantos lugares se necesita del don de la oración y en cuántos de la gracia de intercesión orante: en todo nos asiste el don del Espíritu. Es importante identificar en el escenario de tu acontecer cotidiano qué se está requiriendo, qué reclama ese espacio de concreta misión, qué tarea en valores podés realizar para que desde allí transformar lo que Dios nos confía, la realidad con todos sus desafíos.

 

La Iglesia es cuando misiona

La Iglesia descubre que es más ella misma cuando se ubica como misionera y allí se acrecienta nuestra unión con Cristo Jesús. Para realizar la misión, el Espíritu Santo la construye y dirige con diversos dones, que ordenan la vida de la Iglesia y que la impulsan. El Concilio Vaticano II diferencia entre dones jerárquicos (de gobierno), dones carismáticos (de servicio).

La Iglesia es un servicio. La Iglesia enriquecida con los dones de quien la fundó y guardando fielmente los mandamientos del amor hace en la humanidad de luz y de sal, recibe la misión de anunciar y de establecer en todos los pueblos el reino de Jesús. Ella constituye, por así decirlo, el germen y el comienzo del reino de Dios en la tierra.

La Iglesia llamada a ser lo que Dios quiere que sea, no siempre responde a esta llamada, igual que lo que nos pasa a nosotros en nuestra propia vida. Hay aspectos de nuestra condición humana que merecen ser modificados para que la vocación de plenitud a la que somos llamados podamos alcanzarla. A la Iglesia, como sociedad convocada en torno a Jesús, en esta condición humana le pasa exactamente lo mismo. Porque en realidad somos nosotros la Iglesia, los que la constituimos y la formamos. En un sentido es casta, es santa, es pura y en otro sentido la Iglesia necesita de gracia de purificación y de transformación. En lo que genuinamente el Espíritu siempre la Iglesia siempre es pura, pero en cuanto a su condición humana, siempre está llamada a la conversión. Son los dos rasgos de la condición eclesial: parte divina (Cristo está en el corazón de la Iglesia) y este costado humano (nosotros estamos injertado en ellas) donde estamos llamados a la purificación. Así, la Iglesia es santa y a la vez está llamada a la conversión.

Ese componente doble de humana y divina que hace que la Iglesia esté siempre en búsqueda de su horizonte que solo la va a alcanzar en la gloria del cielo, cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, la Iglesia avanza en su peregrinación a través de persecuciones en el mundo y bajo la presencia del influjo de la gracia que consuela. Aquí ella se sabe como en el exilio, lejos del Señor y aspira al advenimiento pleno del reino y espera y desea reunirse con su rey en la gloria. Tiene el corazón de la Iglesia el sueño de la eternidad y sabe que su aspiración es para toda la humanidad, que todo hombre y toda mujer lleva un secreto deseo en su corazón, a veces no conocido, a veces reconocido pero no saber dónde ponerlo, este deseo profundo de vivir y de ser para siempre. La Iglesia anuncia este ser para siempre en Cristo, el que vino a romper las ataduras de la muerte y a decirnos después de resucitar que en la casa del Padre hay lugar para todos.

Este anuncio lo necesita tu amigo, tu hermano, tu madre, tu padre, tu hijo, tu esposo, tu esposa, tus compañeros de trabajo, tu vecino, tu socio, todos necesitan de esta certeza profunda en el corazón: que la vida no se pasa sin sentido, que todo lo que hacemos y dejamos de hacer tiene sentido de eternidad para siempre estar con Dios o para siempre estar alejado de Dios, según sean las opciones que vamos haciendo.

A nosotros nos interesa anunciar un modo de vivir la vida en Cristo para que hoy podamos vivir el misterio de la eternidad en medio de las cosas de todos los días. Este es el gran anuncio que Jesús nos ha confiado: el reino de Dios está entre nosotros. Por lo tanto ese estar del Reino merece de un anuncio de cielo en la tierra. Implica ir encarnando los rasgos de Jesús aquí y ahora. Eso supone don y gracia de discernimiento.

 

Iglesia divina y humana

Cristo el único mediador estableció en este mundo su Iglesia, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible, la mantiene aún para comunicar a todos la verdad y la gracia. La Iglesia es a la vez sociedad dotada de órganos jerárquicos y el cuerpo místico de Cristo. El grupo visible y la comunidad espiritual, la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo.

Tiene varias dimensiones la Iglesia por eso hacer solo una lectura sociológica es errado y hacer una lectura solo social o solo espiritual, también es errado. La Iglesia tiene de esa presencia del Espíritu que la guía y la conduce y es la que marca definitivamente su rumbo, pero al mismo tiempo ese rumbo eclesial se define a través de personas que respondemos a la llamada del Espíritu y a veces no respondemos y entonces no colaboramos con el ser Iglesia para que su misionalidad alcance los que Jesús nos puso como horizonte, a toda la humanidad.

Es propio de la Iglesia ser al mismo tiempo humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, presente en el mundo y sin embargo es peregrina, entregada a la acción y dada básicamente a la contemplación. Estos elementos que aparecen como contrapuestos se funden un mismo misterio. Aunque con dimensiones distintas, siempre lo humano está subordinado a lo divino y lo visible a lo invisible del misterio.

Que podamos tomar esa decisión donde nos lleva el Espíritu. Que podamos decidir en el Espíritu es la mejor manera de llegar a Jesús, el Espíritu viene a revelarnos el rostro de Cristo en lo cotidiano. ¿Cómo decidimos en el Espíritu? cuando la paz en el gozo, en la alegría, con el corazón puesto en orden somos capaces de dar pasos a favor de esos valores que están contenidos en el corazón de la humanidad como semillas que Jesús ha sembrado y allí podamos ir haciendo ese mundo nuevo que Dios quiere que construyamos.

Jesús nos trae el secreto. Aprender a escucharlo, a recibirlo y a poner en práctica lo que nos pide cada día es la decisión de hacer un mundo distinto. ¿Sabías que tenés el gran don para hacerlo? Es la presencia escondida del Dios viviente que te impulsa a hacer de este mundo un mundo al modo como Dios lo soñó.

Que baje el cielo y que lo eterno se entremezcle con lo humano para poder hacer de este espacio en el que convivimos un lugar de eternidad, el cielo anticipado. Así Dios lo quiere y así los hermanos tienen hambre de una presencia que muestre un horizonte distinto.

Padre Javier Soteras