El Jesús que amaba Brochero

martes, 27 de septiembre de 2016
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27/09/2016 –  La espiritualidad de Brochero se entiende en el contexto de una relación de amistad, alianza y testimonio con respecto a Jesús. ¿Quién es, entonces, Jesús en la vida y en el corazón de Brochero? ¿Qué imagen maneja y comunica de Él? ¿Cuál es la figura o categoría preponderante de Cristo en su vida de soldado-pastor…? ¿Por qué la gente dice que dio muestras de su gran amor a Jesucristo y su Crucifijo era compañero inseparable?.

 

“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.

Mt 16,13-17

 

El Cristo “humanado”

El Cristo de Brochero es el Cristo Humanado, el Cristo de la condescendencia de la encarnación, el que anunciaban los Patriarcas, el que pregonaban los profetas a través de los siglos, el que fundaba la esperanza del hombre para su felicidad, para su dicha, para su redención, y para poder entrar al cielo. Decía Brochero, hablando del Cristo que tenía impreso en su corazón:

“En virtud de ese amor eterno hacia el hombre apareció entre nosotros el hijo de Dios hecho hombre, y tomó la apariencia de un esclavo; para llorar como hombre, como puedo llorar yo: para sufrir persecuciones, como hombre, como puede sufrirlas cualquiera de ustedes, para padecer hambre, sed, tristeza: para experimentar los desprecios de la vanidad, la indiferencia del orgullo, las burlas de la impiedad; para beber la hiel de la calumnia, para sufrir en su persona, como dice el apóstol, todo cuanto debió padecer el hombre, a fin de que el hombre se hiciese Dios, y pudiese participar de su infinito amor. ¡Oh amor sin ejemplo! ¡Oh caridad propia de Dios hecho hombre!.

El Buen Pastor

El Jesucristo de Brochero es también el Buen Pastor. Las palabras que coloca en la boca de Jesucristo reflejan inmediatamente la figura del Buen Pastor que él asimiló y asumió como espejo sobre el cual confrontarse, y en síntesis, indican los rasgos con los cuales el ejemplar pastor de Traslasierras ha encarnado este icono evangélico:

“Yo sí que puedo mostraros mis pies cansados de tantos viajes para buscaros, mis manos llagadas por haceros beneficios, mi cabeza atravesada de espinas por daros ósculo de paz, mi costado abierto por acogernos y entraros en mi corazón”.

La predicación de Brochero invita a contemplar, a mirar a Jesús, el buen pastor:

“Miremos ahora de la otra parte de Jesús, Salvador del mundo, que un sitio humilde, junto al templo de Jerusalén, está sentado, y que con un modo suavísimo llama y convida a que le sigan. ¡Mirad cuán amable es su semblante sobre las bellezas del mundo… En su frente reside la majestad, pero humilde. En sus ojos reina la alegría, pero modesta. De sus labios destila la dulzura, pero no empalaga. De sus manos salen las gracias, pero sin interés. En suma, él es todo deseable!”.

 

cruz brochero

 

El Cristo Crucificado

La imagen de Jesucristo encarnado y buen pastor, en el pensamiento, la vida y la acción de Jesucristo en Brochero, se completa con la cruz: Jesucristo es el crucificado.

“Jesucristo nos muestra el estandarte de la cruz, bajo el cual debemos militar, pero juntamente nos avisa que en la cruz está nuestra salud y nuestra vida; que en la cruz está la defensa de nuestros enemigos y la gracia de las consolaciones celestiales; que en la cruz se halla la fortaleza del corazón, el gozo del espíritu, la perfección de las virtudes y la esperanza de la bienaventuranza eterna”.

Esta idea que Brochero expresa en la predicación encuentra confirmación en su existencia cotidiana: “En cierta oportunidad fue en busca de un gaucho malo y éste salió a recibirlo puñal en mano; el Siervo de Dios sacó de entre sus ropas un Crucifijo y le dijo: bésalo a éste que yo vengo a hablarte en nombre de Él”. En un litigio por un arma que se decía habría pertenecido al pastor serrano se consultó a Monseñor Leal. Éste respondió que el Siervo de Dios no tenía más armas que su crucifijo y el santo rosario”. Su gente sabía que él meditaba frecuentemente los misterios de la Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, recomendaba la colocación del Santo Cristo, recomendaba frecuentemente la devoción del Vía Crucis”.

En este sentido un autor ambienta una significativa escena en el hotel de Anastasia Favre camino a Mina Clavero. Convaleciente por una primitiva operación, el Cura se hospedó en el Hotel de Anastasia que le hizo de enfermera y confidente. En horas eternas de cama, su pensamiento volaba ágil de un lado a otro sin parar.

“De pronto se le apareció la figura de Cristo y, acto seguido, vio el tronco del álamo al fondo de la casa parroquial. Un Cristo tallado. Era lo que hacía falta en la capilla de la Casa de Ejercicios… Se lo contó a Anastasia. Ella le dijo que su hermano, que estaba en la casa de los Padres Jesuitas de Córdoba, era un buen tallador de madera”.

La talla lenta y gustosa de esta imagen de Jesucristo le permitió considerar la pasión y muerte de Cristo, el “Capitán de los bueno”. La meditación continuó por largo tiempo. Casi al final de su vida, cuando ya estaba bastante ciego, la gente se lamentaba de su mal y él dijo que estaba mejor para meditar piadosamente las cosas de Nuestro Señor”. En la Casa de Ejercicios, el Cristo Crucificado, hecho tallar por el Cura, manifiesta también su voluntad de encarnación se dice que eligió a un serrano como modelo y lo presentó como el Cristo del dolor y de la redención por la sangre derramada hasta la última gota.

El Cristo eucarístico

Otro aspecto de la imagen de Jesucristo amado y testimoniado por Brochero es el Cristo Eucarístico. Su plática sobre la Última Cena de Jesús, nos revela algunos rasgos singulares de su experiencia espiritual en relación con el Cristo de la Eucaristía. La presentación es notablemente conectada con el lenguaje y las experiencias vitales de su pueblo… Habla de asar el cordero, de beber el fruto de la parra, Todas las cosas creadas, no son mas que un pequeño rasguño comparado con el acontecimiento de humanarse el Hijo de Dios.

La conciencia brocheriana del amor divino se expresa en términos superlativos cuando se refiere al amor manifestado en el sacramento eucarístico.

La Eucaristía “es un milagro de amor… un amor tan extensivo y tan tierno que no lo podía contener en su corazón, sino mediante una unión estrechísima con el hombre, y mediante una asimilación completa con él, que era el blanco, el centro y el fin de su amor. La Eucaristía diviniza al hombre porque le comunica todas las propiedades divinas, todas las propiedades de Dios, y quién la recibe “se une, se confunde, y se asemeja tanto a Jesucristo que puede decir: “Ya no vivo yo, sino Cristo en mí” (Gál 2,20).

La Eucaristía de Jesús “es un milagro que encierra cuanto son capaces de hacer, de realizar, el poder, la bondad, la ciencia y demás atributos divinos, para unir inseparablemente al Creador con la creatura, para hacer al hombre un dios, para que adquiera las propiedades divinas y para que viva de la misma vida de Dios”. Por eso, el amor de Jesucristo es un amor capaz de superar toda ofensa.

El milagro fue instituir el sacramento de la Eucaristía. Porque la Hostia consagrada es un milagro de amor, es un prodigio de amor, es una maravilla de amor, es un complemento de amor, y es la prueba más acabada de su amor infinito hacia mí, hacia Ustedes, hacia el hombre.

El sentido más grande de la Eucaristía, que es “el resumen de todas las obras que pudo hacer el poder divino”, es la unión de Jesucristo con el hombre: “Ahora como el Padre ha estado eternamente unido con él, porque una es la esencia divina aunque con tres personas distintas, claro está que así se ha unido Jesucristo con el hombre”. La intención de Jesucristo con su Eucaristía es la de “¡identificarse con el hombre!, ¡hacerse una sola cosa con el hombre!, unirse para siempre con el hombre, como se unen dos trozos de cera cuando ambos se derriten al fuego, o como se identifican y confunden dos pedazos de metal cuando se funden en el horno”. Es necesario “entrar con el alma en el amante corazón de Jesús” para comprender “esa acción heroica de intuir el sacramento en tales circunstancias. “Tan locamente enamorado Jesús se olvida de sí por acordarse del objeto de su loca pasión, esto es, por acordarse del hombre”.

Padre Javier Soteras