La confianza en Dios, fuente de paz interior

viernes, 20 de octubre de 2006
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Le presentaban a Jesús niños pequeños para que El los tocara.  Los discípulos lo vieron y se enojaron con aquella situación pero Jesús llamó a los niños diciendo: ”Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque de los que son como estos es el Reino de Dios.  Les aseguro: el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.”
Lucas 18, 15 – 17

Lo cuenta Martín Descalzo y  lo cita también  el padre Gustavo Jamut: “para poder entrar en la Basílica de la Natividad en Belén, es necesario agacharse ya que la puerta es muy pequeña. Allí los adultos entran agachados, los niños entran de pie. Lo mismo está diciendo Jesús del Reino de los Cielos. Para entrar al Reino de los Cielos hay que imitar al Dios que se agacha, se abaja, y se encuentra con el hombre desde su misma humanidad frágil y débil, “identificado en todo con nosotros menos del pecado, se hizo uno de los nuestros”, dice Pablo, “para quedarse con nosotros y aquí poner su morada” dice San Juan. El primero que se agacha en la historia para entrar en ella y transformarla desde dentro es el mismo Dios. No hay modo de transformar la realidad sin agacharse, sin abajarse, sin hacerse uno con lo frágil, lo débil, lo vulnerable, lo pobre. Esto que hoy hemos compartido en la liturgia de la mañana: “en la fragilidad se manifiesta el poder y la grandeza de Dios”, cuando nosotros somos realmente capaces de encontrarnos con éste costado nuestro más pobre y nos reconciliamos con él, Dios hace maravillas desde allí. Esto es hacerse como niño. Si uno quiere ingresar en la Basílica de Belén sin agacharse se pega un porrazo, como con la vida cuando vamos con la frente demasiado alta y medios encumbrados en lugares que no nos toca, si no nos abajamos, si no nos agachamos para el servicio, con una actitud condescendiente con el que sufre, con el que llora, con el abatido, el triste, si no nos hacemos uno con el enfermo, si no nos identificamos con Jesús que vive en el hermano pobre, desamparado, sin techo, hambriento, no podemos entrar en el Reino de los Cielos. “Lo que le hagan a uno de estos pequeños, dice Jesús, a mi me lo hacen” y El es el Reino de Dios instalado en medio de nosotros, por eso el Señor va a decir: “el Reino ya está entre ustedes”, está hablando de El mismo y de todas las posibilidades que se nos abren desde el contacto y de la comunión con El. Es muy concreto Jesús en éste sentido cuando habla de “hacerse como niños” es hacerse uno con aquellos que son los desposeídos, los marginados, los dejados en el camino, lo que no cuentan, aquellos por los cuales Jesús dedicó el 80 % de su ministerio según relata la Palabra de Dios. “Corrió entre los pobres, se movió entre los más frágiles, los más débiles, los que de una u otra manera física y moralmente requerían de su presencia: publicanos, pecadores, leprosos, enfermos, paralíticos, todos ellos forman parte del escenario donde Jesús se abaja, se agacha y desde ese lugar presta servicio para mostrar que el Reino de Dios es una cuestión de ofrenda, de entrega y de amor en la confianza. La ofrenda y la entrega de amor de un niño no tiene miramiento ni cálculos, no especula, no mide cuánto será correspondido. Sólo esto empieza a ocurrir cuando el amor ha sido herido y entonces comienza a trabajar interiormente aquello que nos hace ser más “prudentes” a la hora de entregarnos. Mientras tanto sino, el niño, donde ve un resquicio de buena disposición se entrega, se ofrece. Eso se espera de quien está llamado a participar del Reino, es una entrega de amor a la que nos llama Jesús. Ser como niños es disponernos y capacitarnos para la ofrenda y la entrega de la vida haciéndonos uno con aquellos que más lo necesitan y que más esperan en la vida de consuelo, paz, alegría, fortaleza, cuidado, atención. “Si no vuelven a ser como niños, entregados y confiados en el amor, no van a entrar en el Reino de los cielos”. “En el Reino de los cielos que no es ni comida ni bebida, dice Pablo, sino que es justicia, paz y gozo en el espíritu”, lo que está en el centro de estos valores es el amor que es entrega y ofrenda de la propia vida, a eso nos invita hoy la Palabra de Dios.

Hay experiencias que realmente conmueven, experiencias de confianza, de entrega, de arrojo, los niños, como dice Jesús en el Evangelio, tienen en esto mucho para enseñarnos. Una historia de las muchas que se pueden recoger y que suponen la confianza y la entrega por parte de los niños que realmente conmueve tiene que ver con el hijo de un matrimonio que ven dolorosamente encerrado al niño de 8 años en el piso alto de su casa mientras ésta se prende fuego. La primera reacción de la madre desesperada fue subir pero las llamas habían ganado todo lugar de la casa por donde se podía entrar, de repente, el padre que llegaba recién al lugar dónde el hijo desde la ventana gritaba:- “papá, papá ayúdame, no puedo salir”, se ve profundamente asistido por el don de la paternidad. Ese regalo grande que Dios hace a los padres y a las madres en los momentos duros y difíciles. El padre comienza a tranquilizarlo, a serenarlo, no había posibilidades de que el hijo fuera rescatado, sino él, rápidamente, antes de que explotara aquel ambiente donde todavía las llamas no habían ganado todo, lo invitó a saltar: -“tírate hijo, yo estoy aquí abajo” dice el padre con una voz firme, con una voz serena dentro del nerviosismo que le había ganado el corazón, el comenta, había una fuerza más grande que lo ponía en el lugar que tenía que estar en ese momento, esperando que el hijo se lanzara, él lo iba a recibir. La distancia no era mucha pero era un segundo piso alto para lo que podría haber sido un golpe duro pero peor era la situación que apretaba por dentro. En el balcón estaba el hijo parado y le decía, ahora envuelto en un humo denso: -“no te veo papá”. Pero el padre con la misma sabiduría que tuvo unos momentos antes, asistido sin duda por la gracia de la paternidad le dijo:-“yo si te veo, tírate”. Así es Dios con nosotros. Nosotros a veces, en medio de nuestras sombras, de nuestras oscuridades, de nuestras situaciones duras, de nuestros temores, no lo vemos pero El si nos ve, tírate. Yo te veo tírate. Tal vez sea esto lo que hoy venga a Dios a regalarte como gracia de confianza en el comienzo del día y para lo que te espera por delante. Anímate, da el paso, tírate, no tengas miedo, confía. Recuerdo siempre cuando tenía que decidir respecto a mi vocación, me sentía como en la situación en la que se encontraba nuestro amigo rodeado por el fuego. Estaba en un momento sumamente duro, difícil, a los 17 años tenía conciencia que estaba dando un paso definitivo para mi vida, una opción que me marcaba para siempre, que lo que se ponía en juego era una Gracia que Dios me regalaba y una respuesta que El esperaba de mí de compromiso y entrega, pero mucho no se veía para adelante, no sabía yo que era esto de que Dios me invitaba a ser sacerdote, no lo había pensado ni lo había planeado, me sorprendió, se cruzó en mi camino y me invitó a dar pasos sin saber por dónde Dios me llevaba, pero algo dentro mío también me decía:-“tírate, anímate”. No se si alguna vez te pasó cuando te subís a un trampolín y vos sabes que hay agua abajo, cuando lo ves desde a bajo te parece fácil pero cuando te subiste arriba y miras para abajo sentís un vértigo interior y no sabes que hacer hasta que por fin te decidís y te tiras. Cuando tocamos el agua del mar y está fría dudamos en meternos, así es con las cosas con las que Dios nos invita a caminar en la vida. Hay un océano que te espera, es el mar que te recibe, es el amor de Dios, hay un Padre que te abraza, tírate, anímate, no es abismo, es Dios que te está esperando. ¿Cuál es el punto donde Dios te invita hoy a la confianza? ¿Cuál es la circunstancia que rodea tu vida en la que hoy tienes que decidir si das un paso o no y por qué dudas de darlo? Confía, el Señor nos invita a esto, a la confianza puesta en El. Cuando se ha discernido, es Dios el que está invitando, el que está llamando, el que convoca, invita, llama y hay que animarse, no darle más vuelta. Siempre recuerdo en aquél momento de mi vida donde a los 17 años decidía mi vocación sacerdotal, la paz que invadió mi corazón aquel primero de octubre cuando dije:-“cierro los libros, me voy detrás de Jesús a ser sacerdote, entro al seminario y comienzo a vivir la vida que Dios quiere que viva detrás de El. Cuánta serenidad, cuánta paz, cuánto descanso en Dios, cuántas tensiones liberadas, cuántas fuerzas que estaban interiormente en puja ahora se encontraban en un mismo sentido. La paz de Dios llega cuándo confiamos en El, cuando nos animamos a dar pasos en El, no tengas miedo, Dios te ve aunque vos no lo veas. Como nuestro amigo que se tiró en brazos de su padre y él lo agarró, así Dios también nos dice “no tengas miedo yo te estoy esperando, yo sí te veo”.

Interiormente a veces sentimos miedo de ser como niños, algo en nosotros puede que se resista desde el propio inconsciente, quizá porque de niño recibimos algún mal trato, humillación por algunos adultos, entonces buscamos por todos los medios de mostrar con una caparazón que nos ponemos, que en nosotros hay fortaleza, adultez, que sabemos controlar todas las situaciones. Como aquella mamá que decía a su hijo: -“fíjate cuando golpeen la puerta y atiendas porque te quedas solo” entonces el bebe, como haciéndose cargo de sí mismo y de sus hermanos, cuando su madre había salido y alguien golpea la puerta dice:-“quem golpe a peta” como haciéndose el hombre. Así nos pasa también a nosotros cuando nos queremos hacer más grandes de lo que somos y aparentar lo que no somos. El hacerse como niños supone despojarnos de todo aquello que es apariencia en nosotros y quedarnos con el corazón de la vida, con lo que importa, con aquello que El Principito decía.-“lo esencial es invisible a los ojos”. Lo esencial está invisible a los ojos pero es visible al corazón. Los adultos olvidamos que podemos gozar de la vida con detalles simples. La mayoría del tiempo vivimos metidos en un tipo de vida en la que hacemos a un lado al niño que traemos dentro porque adoptamos con seriedad el papel que la vida nos impone en vez de ponernos en manos del Espíritu y dejarnos llevar por El. Generalmente, cuando tenemos que asumir una responsabilidad, nos cargamos del personaje, nos revestimos de… y nos olvidamos que dentro hay alguien que está pidiendo permiso para ser él mismo. Este es el niño que llevamos adentro. Cuando Jesús dice que tenemos que ser como niños nos está diciendo que seamos nosotros, que no nos vistamos de otro, que no aparentemos lo que no somos, no queramos mostrarnos como quisiéramos, deseáramos, o estuviéramos llamados a ser, sino que mientras vamos siendo lo que estamos llamados a ser, seamos lo que somos. Esto es lo que el Señor nos dice cuando nos invita a ser como niños, que seamos libres, frescos, alegres, espontáneos, confiados. Cuando uno está en paz con uno mismo, cuando uno es uno mismo, está en paz con el mundo todo. La invitación es a estar en paz con uno y esto no es más que ser uno mismo. Esa es la verdadera autenticidad. No la de aquél que se cree auténtico porque hace lo que quiere y los demás no importan. A ese tipo de autenticidad la padece todo el mundo porque hace y deshace las cosas como quiere, eso es ser caprichoso. La verdadera autenticidad nace de un corazón pacificado que surge de una clara identidad de la persona consigo misma. Uno es feliz y pleno cuando es uno mismo. En el mundo de la imagen, de las apariencias en el que vivimos, pareciera que hubiera moldes únicos. Esto es propio de una sociedad que tiene un pensamiento único, hegemónico, que no se anima a lo diverso. Es tan fuerte y terrible esto que no se soporta, en el mundo de la fe y de la creencia, que alguien pueda creer distinto y esto es la intolerancia religiosa; o que alguien pueda ser distinto y esto es la intolerancia racial. La falta de respeto a las minorías que vivimos son el resultado de un pensamiento único y hegemónico que hace que lo diverso no se incluya cuando en realidad sabemos que la verdadera identidad de la persona se construye en el encuentro con los otros. Uno es uno mismo cuando sabe estar con los demás. Cuando Jesús dice:-“ sean como niños, sean ustedes mismos” no está diciendo :-“enciérrense en un cuarto y que nadie toque su identidad, permanezcan encerrados en su propia historia”, no, está diciendo que nos animemos a vivir y a compartir desde la caridad que es lo que da verdadera identidad. Cuando incluimos a los otros somos nosotros mismos. Es el modo y estilo de Jesús.

Hay un modelo a imitar en esto de ser como niños. Es María, la primera evangelizada y la primera evangelizadora, la primera que lleva la Buena Noticia y la primera que proclama la Buena Nueva en el espíritu que trae Jesús. María canta la grandeza del Señor porque Dios ha mirado la pequeñez, la humildad de su servidora. Esto de ser niños va de la mano de ser uno mismo, y esto de ser uno mismo es andar en la verdad, dirá Santa Teresa de Jesús, y no es otra cosa que la humildad. La humildad es andar en la verdad. Ser como niños no es ser unos eternos infantiles, como Fulgencio, que no tuvo infancia y entonces vuelve a buscar por algún lado la vida para recuperar lo que no pudo hacer cuando tenía pocos años, entonces es un chiquilín más que un niño. “Niños en el corazón y adultos en los criterios” dice el apóstol Pablo. Se trata de la madurez interior que los niños en el evangelio están llamados a tener. María, la humilde servidora, la pequeña esclava del Señor, es la que canta la grandeza que Dios hace en su corazón. Humildad, sencillez, son valores que se nos proponen desde el evangelio para encontrar desde allí mismo, siendo uno mismo la paz que Dios quiere que tengamos en el corazón. El camino de encuentro de uno mismo con su propia verdad todos los días se puede recorrer si uno se mira al espejo de su historia y hace lo que llamamos una revisión de vida con algunas pautas que vengan del encuentro con uno mismo a la luz de la palabra. Una palabra de Dios puesta delante de nosotros mismos puede sencillamente ayudarnos a ver en qué y cómo ésta invitación que la misma palabra me hace corresponde en lo que estoy viviendo y en qué no para que a partir de allí pueda modificar o afianzar el camino que estoy realizando. Seamos nosotros mismos. Autenticidad es lo que nos propone el Evangelio, que no es capricho ni berrinche sino la verdad de lo que somos despojados de todo aquello que es apariencia en nosotros, liberados de la auto imagen o la cultura de la imagen en dónde todos somos puestos debajo del mismo molde.

Que lindo poder descubrir que todo está comenzando de nuevo. Nosotros estamos iniciando un nuevo camino en el que el Señor hoy nos regala para construir el futuro y para curar el pasado. Lo hacemos cuando nos acercamos a los que son como niños y nos hacemos niños al lado de ellos, cuando dejamos que Dios sea grande en nuestra fragilidad y en nuestra pobreza. “Cuando somos frágiles y débiles entonces Dios es grande en nosotros” dice Pablo. Todo está comenzando y es posible curar el pasado.