La cruz, faro que ilumina

viernes, 7 de agosto de 2015
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Cruz16 (2)

07/08/2015 – Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino”.

Mt 16,24-28

 

Asumir la cruz

“Si alguno viene en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz de cada día y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.”  Es un plan, un diseño de proyecto de vida detrás de Él, abrazando la propia realidad. Solamente lo que se asume se redime, y solamente lo que se abraza se salva, por eso Jesús se hace carne y se hace uno de nosotros. Hay que abrazar la realidad de cada día con la entereza que se pueda, con la grandeza que Dios nos da para decirle “amén” a aquello que nos resulta duro y extraño, que en Jesús se transfigura.

En el árbol de la cruz está el faro que ilumina el camino discipular. ¡Qué increíble que la luz venga del lugar de mayor opacidad donde Jesús es tratado como el peor de los delincuentes!.  Jesús lo dice en el evangelio de Juan, capítulo 12, 32: “Cuando yo sea elevado en lo alto atraeré a todos hacia mí”. Porque es esta luz de atracción que brota del misterio de la pascua la que convoca, reúne y redime.  La cruz tiene fuerza de atracción, y por la fuerza del amor que se contiene en ella misma en la entrega, es capaz de sacar de nosotros lo mejor. Es una fuerza escondida que nos invita a ser protagonistas de la transformación de la humanidad. Cuando la asumimos con entereza, por gracia de Dios, se convierte en un antes y un después de nuestras vidas.

En el árbol de la cruz, árbol de vida está la transformación y allí se termina el árbol de muerte con el que Adán y Eva acabaron con el plan de Dios. Ahora él árbol de la cruz simboliza el árbol de la cruz. Cuántos peregrinos se sienten atraídos por este árbol de la cruz en la figura de San Cayetano, que a través del trabajo muestra un modo de ser Cristo crucificado. Por eso a través suyo aparece el pan y el trabajo. Dios nos quiere asociados a su misterio, siendo uno con Él en lo de todos los días. Cargando serena y silenciosamente el modo con el que quiere que vivamos. Seguramente se dará aquello que dice la Palabra “luz y sal”. Luz que no puede ser puesta en otro lugar que en uno alto para que alumbre, brillando por encima de todo; y sal que se entremezcla perdiéndose. Él quiere que por un lado sepamos entremezclarnos para darle sabor a la vida, dejando de ser grano para hacerse una con la comida y la luz que está arriba iluminando y dando claridad a todo lo que nos rodea. El Señor así nos quiere, haciéndonos uno con Él en la cruz, para ser luz con Él y a la vez sabiendo desaparecer. Ser sal y luz de Cristo. 

En la marcha de todos los días, casi existencial, es la pregunta por el dolor, la enfermedad y el fracaso. Es un gran signo de pregunta. Lo existencial, lo entrañable de nuestro ser es una gran pregunta. La cruz es la gran respuesta a esa pregunta: todo peregrino mientras vamos en la marcha nos preguntamos en la marcha por el dolor y el sufrimiento humano. Desde esa perspectiva se entiende la pregunta del peregrino de Emaús, aquellos dos hombres que vienen cansados, agobiados de tanta desilusión frente a la muerte de Jesús. Y entre los prodigios de su obrar profético, y de sus palabras que convencían a la multitud, ellos no pueden creer cómo es que han ocurrido las cosas que han pasado. Y entonces, el peregrino de Emaús, Jesús escondido bajo un velo para que ellos no lo reconozcan, les pregunta: “¿No era necesario que Cristo padecería todo esto, y entrara así en su gloria?”. Es como la sal y la luz, como lo oscuro y lo claro, como la muerte y la resurrección. Así la vida humana encuentra respuesta en el mismo lugar donde está escondida la muerte.

 

 

 La cruz fuente de sabiduría

¿Qué es la cruz?. La cruz es la Gloria, el árbol de la vida. Por lo tanto el que la abraza, el que la lleva con dignidad y grandeza es el que encuentra respuesta. Dice san Pablo en 1Cor. 1, 18-25

“La predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden. Más para los que se salvan, nosotros, es fuerza de Dios. Porque dice la Escritura, destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio, dónde el docto, dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.

Así, mientras los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado. Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo fuerza de Dios sabiduría de Dios. Porque la necedad divina de la Cruz, es más sabia que la sabiduría de los hombres. Y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres”

La cruz, es fuente de luz. Y el trabajo también es crucificante. “Ganarás el pan con el sudor de la frente” dice el libro del Génesis. Generar fuentes de trabajo no es solamente generar riqueza, sino la dignidad que se esconde detrás de poder asumir con grandeza de alma la cruz que es fuente de vida con toda esa lógica de disciplina, orden, trabajar con otro, poner creatividad, etc. Ahí nos realizamos, por eso en este día que queremos vincular la entrega de cada día a este misterio de Pascua que implica cargar la propia cruz. Jesús asume todo esfuerzo humano, la carga y le da sentido. No hay dolor humano, fracaso humano que no tenga sentido: todo toma sentido en Cristo. La fuerza que se esconde en el misterio de la pascua que se hace presente en la cruz, presente en cada hombre.

El árbol de la Cruz tiene el mensaje de salvación que se había perdido en el árbol de la muerte (Gn 3), por la caída de nuestros padres. Después de aquél derrumbe del proyecto de Dios por la rebeldía en el corazón del punto más alto de la Creación, o sea el hombre, comienza a producirse una descomposición en los vínculos. Una falta de reconciliación con la Tierra que estaba para ser dominada, ahora cuesta. Produce dolor y sudor de lágrimas. Con Dios no se puede tratar ya con el mismo tipo de amistad que antes porque uno siente la necesidad de esconderse ante su mirada, que nos encuentra desnudo.

Todo se descompagina después de haber tomado del árbol de la muerte. Aquel fruto prohibido. En aquel árbol prevaleció la rebeldía, al mandato divino. En el árbol de la vida, en el de la Cruz, prevalece la caridad, en su máxima expresión. Y esto es lo que permite que comience a recomponerse el mundo vincular en toda su complejidad.

¿Cómo es que ocurre esto? Porque ha sido vencido el pecado. Lo ha vencido la entrega de la vida en el amor. En su máxima expresión, la cruz como entrega de vida, viene a poner las cosas en su lugar. La cruz se hace entonces faro que ilumina. Ya que la vida llamada para ser entregada se pierde, si se la guarda para sí mismo. En tu cruz hay una presencia de amor, en la que Dios viene a vencer, lo que supuestamente para vos, por mucho tiempo fue maldición. Detrás de cada una de nuestras cruces hay un don de Gracia que se esconde, donde Dios nos dice: Yo he vencido, quiero vencer en vos todo dolor y todo sufrimiento. Dios irrumpe con decisión en la entregada de la vida, abre la puerta para el encuentro invitándonos a que la abramos. Él nos enseña a hacernos fuertes en nuestra propia debilidad, asumiendo nuestra condición. 

Lo que no terminamos de entender es que Dios ha vencido, y es capaz de cambiar el rostro a nuestra existencia. Lo que nos parecía tremendo e imposible, Dios nos dice que de eso Él puede sacar un bien mayor. Es tiempo de abrirnos a esa comprensión de la realidad que viene del acto creyente del misterio de la cruz en las propias cruces de nuestra vida.

 

Padre Javier Soteras