La fe de la Virgen María

viernes, 25 de noviembre de 2016
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Virgen12

25/11/20016 – En el mes de María preparamos el corazón desde la catequesis a renovar nuestra consagración bautismal desde este carisma en el corazón de María el 8 de diciembre.

 

“Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: «¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor»”.

Lucas 1,41-45

 

En la narración evangélica de la Visitación, Isabel, “llena de Espíritu Santo”, recibe a María en su casa, exclama: “¡Feliz por haber creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Esta bienaventuranza, la primera que refiere el evangelio de san Lucas, presenta a María como la mujer que con su fe precede a la Iglesia en la realización del espíritu de las bienaventuranzas.

La fe de María es la alegría suya y la del pueblo. La alegría de Isabel y de Juan el Bautista. El elogio que Isabel hace de la fe de María se refuerza comparándolo con el anuncio del ángel a Zacarías. Una lectura superficial de las dos anunciaciones podría considerar semejantes las respuestas de Zacarías y de María al mensajero divino: “¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad”, dice Zacarías; y María: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (Lc 1, 18. 34). Pero la profunda diferencia entre las disposiciones íntimas de los protagonistas de los dos relatos se manifiesta en las palabras del ángel, que reprocha a Zacarías su incredulidad, mientras que da inmediatamente una respuesta a la pregunta de María. A diferencia del esposo de Isabel, María se adhiere plenamente al proyecto divino, y las consecuencias son la alegría y el gozo. 

La fe de María tiene como consecuencia la alegría en su corazón, la decisión de ir hacia adelante con todo lo que ello supone, y la fe la dispone a asumir todo lo que viene por delante con determinación y decisión. La fe de María edifica a un pueblo que peregrina y en su fe encuentra respuesta a sus grandes preguntas, también el pueblo de Dios pregunta cómo será y no qué señales esperar. Creer para en la fe esperar en el Señor.

Al ángel que le propone ser madre, María le hace presente su propósito de virginidad. Ella, creyendo en la posibilidad del cumplimiento del anuncio, interpela al mensajero divino sólo sobre la modalidad de su realización, para responder que sí y corresponder mejor a la voluntad de Dios. 

Hay lugares de la vida que piden de nosotros un mayor acto creyente, una mayor donación de nosotros, un “sí” que no sabe de condicionamientos sino solo de confianza y de ofrenda. ¿Cuáles son esos lugares que hoy en tu vida te resultan una invitación a creerle al Señor, no solo a creer en Él sino a creerle?. Dios te invita a creerle y por eso hoy te invita algunas circunstancias donde esa fe se pone en juego. Elegí el camino de María, el decir amén aún cuando tus preguntas no entiendan cómo sea que va a ocurrir. Amén es la respuesta adecuada a las propuestas desafiantes a las que hoy Dios te invita a creer. 

Es conmovedora la actitud de María frente al anuncio del ángel. Uno se la imagina y la contempla pobre, humilde, silenciosa y casi imperceptible a los ojos de todos pero no oculta a los ojos de Dios. Ella que sabe que la mirada de Dios reposa en su ser y eso no hace que se engrandezca sino sólo en la medida que Dios lo quiera hacer, poniéndola en el lugar de privilegio que le regala, por la humilde condición de servidora. Eso es lo que nos invita a imitarla desde la sencillez, la pobreza, el ocultamiento y al mismo tiempo la confianza puesta en Dios que ha mirado con confianza el camino de todos y el de cada uno de nosotros.

En María encontramos el modo de responder libre, generosa y de manera confiada a lo que Dios quiera hacer en nuestra propia existencia. En medio de las dificultades y cuando las circunstancias se muestran complejas, lejos de soltarnos la mano el Señor está allí atento para salirnos al encuentro y regalarnos la posibilidad de ver cuán grande es su amor, qué inmensa es su obra y qué poderosa es su mano. Qué incomprensibles resultan a los ojos del hombre los caminos de Dios; Él dispone para sus hijos novedades en medio de situaciones apremiantes, como en las que se encuentra María y también cada uno de nosotros que en medio de situaciones de crisis Dios nos invita a confiar. 

El anuncio a María tiene lugar en un contexto más simple y ordinario, sin los elementos externos de carácter sagrado que están presentes en el anuncio a Zacarías. San Lucas no indica el lugar preciso en el que se realiza la anunciación del nacimiento del Señor; refiere, solamente, que María se hallaba en Nazaret, aldea poco importante, que no parece predestinada a ese acontecimiento. Además, el evangelista no atribuye especial importancia al momento en que el ángel se presenta, dado que no precisa las circunstancias históricas. En el contacto con el mensajero celestial, la atención se centra en el contenido de sus palabras, que exigen a María una escucha intensa y una fe pura.

Esta última consideración nos permite apreciar la grandeza de la fe de María, sobre todo si la comparamos con la tendencia a pedir con insistencia, tanto ayer como hoy, signos sensibles para creer. Al contrario, la aceptación de la voluntad divina por parte de la Virgen está motivada sólo por su amor a Dios.

María cree y por eso se entrega en medio de la incomprensible. A veces pareciera que solo queda bajar los brazos, sin embargo hoy somos llamados a decir que sí a lo que Dios disponga y aún cuando las circunstancias no se modifiquen, ciertamente en ese acto de confianza hay algo que cambia en nosotros porque Dios capaz de aletear y dar vida a lo muerto. Cuando la sensación que tenemos es de ahogo, muerte y sinsentido y en Dios somos capaces de decir amén, algo cambia. El corazón creyente de María dice “amén” en lo más complejo y lejos de cerrarse los caminos se le abren horizontes inimaginables: será la madre del Salvador. 

En los momentos de mayor dificultad, cuando sentimos que se estrecha el camino, el Señor lejos de apretarnos nos abre a nuevos horizontes. Desde la perspectiva de Dios la situaciones complejas y los caminos estrechos siempre se convierten en un tiempo de nuevos horizontes y caminos donde Dios muestra su mano acompañando. Lo digo en relación al tiempo de crisis que nos toca transcurrir. Como pueblo debatimos por dónde caminar, y cada uno de nosotros necesita tomar decisiones y la Madre de Dios viene a tomarnos la mano para mostrarnos que en Dios se espera y se sale adelante. En medio de los riesgos, María te invita a creerle a Dios que está ahí sosteniendo nuestras vidas y velando por nosotros.

A María se le propone que acepte una verdad mucho más alta que la anunciada a Zacarías. Éste fue invitado a creer en un nacimiento maravilloso que se iba a realizar dentro de una unión matrimonial estéril, que Dios quería fecundar. Se trata de una intervención divina análoga a otras que habían recibido algunas mujeres del Antiguo Testamento: Sara (Gn 17, 15-21; 18, 10-14), Raquel (Gn 30, 22), la madre de Sansón (Jc 13, 1-7) y Ana, la madre de Samuel (1 S 1, 11-20). En estos episodios se subraya, sobre todo, la gratuidad del don de Dios.

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a una catequesis de Juan Pablo II en la Audiencia General del  3 de julio de 1996