La reconciliación con uno mismo

martes, 24 de octubre de 2006
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La circuncisión te sirve si cumples la Ley; pero si no la cumples, te colocas entre los que no están circuncidados. Por el contrario, si uno de ellos cumple los mandatos de la Ley, será considerado exactamente como un circuncidado.
Romanos 3, 25 – 26

La fuerza redentora que brota de la sangre de Jesús nos libra de todo aquello que interiormente oprime nuestro corazón, justamente el don de la paz, el don de la serenidad, la confluencia de las fuerzas que están en oposición orientadas sobre un mismo lugar nos llega por este don maravilloso liberador de la sangre de Cristo, que termina con todo aquello que oprime el alma, la entristece, la apaga, la cierra, la ciega.

El corazón se siente profundamente oprimido, aplastado, cuando le gana el sentimiento de culpa y puede mas el sentirse culpable que el saberse profundamente redimido. La culpabilidad entre otros modos de opresión del mal sobre nuestro corazón viene a quitarnos la paz, de esta culpa insana queremos liberarnos para dejar que Dios abriendo caminos, sacándonos el peso de una culpa demasiado pesada para nuestro corazón nos permita ir recuperando fuerzas en nuestro andar, nuestras piernas se vayan fortaleciendo y nos permita con la frente alta peregrinar por la vida con el panorama mas libre, con el camino mas despejado, al principio cuesta un poco, después de la liberación de la culpa que oprime, encontrar rumbos porque uno empieza a andar por lugares donde en realidad nunca había andado antes, siendo que la geografía, el paisaje es el mismo, uno comienza a caminar desde dentro de una forma distinta cuando se libera de la culpa que oprime, el sentimiento de culpa cuando es enfermizo entristece el corazón, opaca el alma, nos pone en conflicto de nosotros con nosotros mismos, nos quita la paz, no nos deja mirar hacia delante, nos paraliza, nos da todo lo mismo, nada hay que hacer por nosotros, no tiene solución nuestra vida, no hay respuesta para nuestra existencia, el Señor quiere sacarnos este peso que oprime el corazón, la sangre del Cordero ha venido a derramarse con toda su fuerza, con todo su poder desde el misterio de Jesús en la cruz para quitar del corazón la culpa que nos oprime y nos enferma.

El sentimiento de culpabilidad puede designar como un estado afectivo consecuente con un acto que nosotros consideramos reprensible, remordimiento, auto reproches o también puede ser un sentimiento difuso de una cierta indignidad personal sin relación con un acto preciso, a veces el sentimiento de culpa es como un paisaje londinense, se ve siempre como tenebroso, como cubierto de nubes, poco sol, así es el sentimiento de culpa, no hay nada en particular que oscurece el corazón, es como un estado de ánimo interior que no nos permite estar en paz con nosotros mismos, es como si te estuvieran agarrando por atrás y vos querés caminar y sentís que no das pasos, estas como empantanado, el sentimiento de culpa es como estar embarrados, a veces también es una realidad concreta, es un muro que tenemos adelante, nos equivocamos, caímos profundamente, de repente no hay nada que me convenza que Dios me perdona, ha sido tan delicado el error que siento que lo mío no tiene perdón, entonces nos dedicamos a autoexcluirnos, en uno y en otro caso está siempre la soberbia por detrás, como queriendo hacer de soporte de este sentimiento que nos aleja de aquel que puede hacerlo todo nuevo, trasformarlo todo, el que nos puede liberar el camino, el que nos puede abrir los horizontes, el Dios que con su fuerza nos saca de aquello que llevamos sobre las espaldas como un peso demasiado grande y que no nos deja caminar en libertad, Dios lo puede y ha venido a sacarte de ese lugar de un sueño profundo, de lo que te aplasta, de lo que te trae un agobio en el corazón, de ese sentimiento que esta en tu corazón queremos hoy por la Palabra de Dios proclamada ayudarte a que te liberes.

No podemos encontrar reconciliación con nosotros mismos si dejamos que el paisaje sea siempre como bajo el signo de la neblina o el camino este siempre empantanado, que el Señor nos de la gracia de poder encontrarnos con los corazones que están así, que sienten que el agobio puede mas que las ganas de vivir, que el Señor nos devuelva la gracia de la liberación.

Hay que distinguir entre el arrepentimiento y la culpa, hay culpas que son saludables cuando se hacen sentimiento profundo de arrepentimiento y constituyen una contrición de corazón y la vida comienza a ponerse en marcha, la culpa por el contrario entristece el corazón, es un dolor que agobia, es un hundirnos sin posibilidad de salir de ese lugar, no tiene remedio el corazón, la conciencia de que no tenemos nada que hacer con nosotros mismos nace de un mirarnos con un sentimiento de indignidad donde no podemos acercarnos con claridad ni con transparencia delante de Dios ni delante de los otros.

Hay distintos modos de tener la conciencia de cara así mismo, de cara a Dios, de cara a los demás, depende de cómo sea que vivimos subjetivamente nuestro vínculo, cuánto y de que manera nos relacionamos con el Dios de la vida y cuanto de cara al Dios de la vida nuestra realidad de pecado nos ubica para que desde esa misma realidad encontrar fuerzas, para lejos de apartarnos de Dios encontrar mayores motivos para estar cerca de Él o puede ser también que la conciencia de cara a Dios, así mismo y a los demás lejos de encontrar fuerzas en su propia mirada saludable se enferme y crea que lo suyo no tiene respuesta y entonces se aparta, se aleja, se siente indigno de la presencia de aquel que todo lo puede.

Una conciencia es sana cuando la persona puede ser responsable de haber pecado, de hecho así nos ocurre, “quien no tenga pecado que tire la primera piedra” dice Jesús y si embargo no sentir culpa mientras que otra persona puede sentir culpa por algo que no es pecado, por lo que es importante formar la propia conciencia, una conciencia es sana cuando frente al error, el sentir la propia culpa no la hunde sino que la pone en marcha y encuentra fuerzas en la contrición del corazón para ponerse de cara a Dios. La conciencia se la podría comparar como con un dolor físico, a nadie le gusta sentir dolor y no obstante tiene este una función muy importante, el dolor nos anuncia que hay algo que no anda bien en nuestro organismo, cómo se vive el mal estar es lo que nos permite hacer un camino desde la conciencia que se duele mas o menos saludable.

Cuando no sentimos ninguna culpa es porque estamos anestesiados frente al mal hasta que se nos va la anestesia y se nos derrumba la vida, como cuando andamos sueltos por la vida como que esta todo bien y de golpe te encontrás con que te estabas engañando que no todo estaba tan bien, saliste bajo el efecto de la anestesia y te encontrás con lo que te dice que las cosas no están bien, que hay cosas que ordenar en tu vida, que hay cosas que acomodar en tu historia, que hay cosas que revisar, que hay cosas que cambiar, que así no podes seguir, que es necesario iniciar un nuevo camino, el dolor que sentimos de cara a las cosas que no están puestas en su lugar y que no hacemos bien, las propias y las que compartimos con otros son un signo saludable de que estamos en marcha y de que estamos vivos, que no estamos bajo el efecto de la anestesia ni que vivimos lejos de la conciencia de que todo es igual, el dolor nos indica de que hay algo que tiene que cambiar, el dolor nos anuncia de que hay algo que no anda bien, así podemos iniciar como un camino para transformarnos, hay cosas de vos mismo que no te gustan pero no es la facha externa, tu apariencia, son esas otras cosas que están mas allá de lo que aparentas ser y que tiene que ver con lo que vos sos, con lo que deseas y anhelas y no alcanzas, con lo que buscas y querés para vivir mejor y no podes ni vos ni los que comparten la vida con vos, son los que nacen de los desencuentros, de las desavenencias de la vida familiar, es tu carácter, es tu modo de reaccionar frente a ciertas cosas, es tu incapacidad para saber esperar el mejor momento para elegir la mejor palabra, es esa dificultad que tenés de poder vivir con misericordia frente al que se equivoca cuando te sale el gesto duro o amenazante frente al que erra, cuando todo esto es así vos te das cuenta de que la cosa tiene que ser distinta, comienza a gestarse desde dentro como un dolor punzante que te dice por acá no, hay como dos posibilidades uno convive con ese dolor y no hace nada y a la larga el dolor termina por hacerse callo en tu alma o verdaderamente vos decís esto no puede ser y comenzás a buscar un modo de salir, en el primer caso estamos frente a una conciencia endurecida, es como que se instala algo dentro que no anda, a veces hay que esperar un tiempo para que los anticuerpos interiores lo saquen hacia fuera, a veces hay que meter bisturí para que salga, lo importante es que tengamos claro que tenemos metido algo dentro que no va con nosotros y que no forma parte de nuestro proyecto, cuándo uno se puede dar cuenta de que verdad hay cosas que no van, cuando hay un proyecto, y cuándo aparece un proyecto, cuando hay un camino.

Dice Juan Pablo II en “Reconciliación y penitencia” que la ausencia de conciencia de pecado, que es propio de las conciencias que están como llenas de callos en el mundo de hoy, nace de la ausencia en el corazón de los hombres de la conciencia de Dios, no hay conciencia de Dios, no hay camino, no hay proyecto, por lo tanto no hay pecado, no hay nada que cambiar, esta todo bien, no es verdad, es una forma de demorar la transformación y el cambio, es una manera de anestesiarnos, eso puede durar un tiempo, hasta que la vida te mete un cachetazo y te muestra que no era verdad, que te estabas auto engañando, que no todo estaba bien y que hay cosas para cambiar, una conciencia interior de pecado en nosotros que sea sana.

Cómo es una conciencia sana de la propia debilidad, aquella que nos ofrece la Palabra y que nos la regala en la persona de Jesús en su encuentro con los enfermos y con los pecadores, Jesús es muy claro primero en su misericordia “Quién te culpa, nadie, yo tampoco” pero también en su indicación “Vete y no peques mas” no le dice anda, yo te perdono y seguí haciendo de las tuyas, le dice yo te perdono y busca la manera de cambiar de vida, va con mi gracia la posibilidad tuya de cambiar de vida, yo te perdono, te ofrezco mi misericordia, pero caminá por un lugar donde verdaderamente puedas encontrar un nuevo rumbo, en la Palabra de Dios tenemos la clave, el Señor es quien nos libra del pecado que interiormente nos oprime el corazón y que nos opaca, nos entristece, nos llena de agobio el alma y es el mismo Dios quien en la persona de Jesús nos dice “yo te ofrezco un camino para cambiar, no solo te perdono te invito a caminar”.

La conciencia parece enferma cuando se muestra por un lado escrupulosa y por el otro lado laxa que son como los extremos que una conciencia subjetiva la persona muestra fragilidad y enfermedad.

Qué es la concia escrupulosa, es la persona que le parece todo peor de lo que es, ve pecados en donde no hay pecados, ve un mal grabe donde solo hay una imperfección, son esas personas sumamente meticulosas y casi impecables pero sumamente frágiles, porque hay de esos otros impecables pero fuertes, hay gente que es meticulosamente y impecable y sumamente frágil, habitualmente esas personas son escrupulosas cuando van marcadas por una religiosidad extremadamente delicada.

Por otro lado está la conciencia laxa que es la que dice, esta todo bien, son las personas que nada las mueve, son impermeables. La laxitud de la conciencia es propia del siglo que estamos viviendo donde el relativismo hace que lo bueno y lo malo no se distingan, la persona que tiene una conciencia laxa decide su vida sin darle demasiado fundamento a lo que hace, muchas veces actúa y después piensa qué hizo, dice y después piensa qué dijo, la persona escrupulosa en el extremo no se anima a nada, tiene una tendencia al encierro, la persona de conciencia laxa anda por la vida suelta, es como que están mas allá del bien y del mal y no por haber logrado una síntesis de la propia vida sino que es como una herejía, una negación frente a la propia vida.

También esta la conciencia sana que es aquella que establece un vínculo exacto entre lo que esta bien y lo que esta mal y cómo se relaciona frente a esto la persona, es decir, objetivamente es capaz de distinguir lo que corresponde, lo que va bien y sigue por ese camino, y objetivamente distingue en sí mismo lo que no está bien y busca la forma de revertirlo, de cambiarlo.

El extremo de una conciencia enferma escrupulosa y de una conciencia enferma laxa se encuentra en un mismo punto de apoyo, es la soberbia. El de la conciencia laxa, a mí nadie tiene nada para decirme, el de la conciencia escrupulosa tiene una conciencia que es mas fuerte que la presencia misma de Dios y los mandatos que tiene dentro suyo puede mas que la misericordia de Dios, no se perdona ni perdona a nadie, una conciencia sana tiene un fundamento, es la humildad, que como dice Santa Teresa de Jesús no es otra cosa que andar en verdad, qué significa andar en verdad, ser claro uno mismo, lo que está bien está bien y vamos para adelante y lo que está mal está mal y veamos la forma de cambiarlo, de revertirlo, de transformarlo, solo cuando nosotros logramos andar en humildad que es sanar nuestra conciencia apartándonos de decir en mi vida qué voy a cambiar o decir todo es pecado como corresponde a la conciencia enferma escrupulosa, la posibilidad de tener una conciencia sana desde la humildad nos pone en paz con nosotros mismos porque encontramos libertad en la verdad de lo que somos, es real lo que dice Jesús en la Palabra “La verdad te hace libre” la verdad de vos mismo te hace libre, no se trata solo de conocer racionalmente cómo soy, cuando hablamos de conciencia hablamos de un plano de conocimiento que es mas hondo que un saber intelectual, es un lugar donde yo soy yo mismo, donde mi persona encuentra su quicio, es dueña de sí misma.

Cuando hablamos de tener una conciencia sana en la humildad y en la verdad no decimos tengo noticias de que soy un chinchudo, de que soy un soberbio, no es como decir tengo noticia de lo que me pasa sino hacerme cargo de lo que me pasa, solo cuando me hago cargo de lo que me pasa y me identifico realmente con que eso que pasa es en mí, puedo revertir, sino es como de otro del que estoy hablando pero no de mí mismo.

“Todo yo soy pecado” decía San Agustín hablando del pecado del cual tenía conciencia, no es que era algo que le pasó o que le pasaba como un hecho, sino es realidad en la persona, es lo que reza el publicano delante del Señor en el templo “Ten piedad de mí Señor porque soy un pecador” tiene conciencia de que es un pecador.

“Yo he venido por los enfermos” dice Jesús, por los que tienen conciencia, no conciencia escrupulosa sino conciencia real que es siempre como estar dividido como dice Pablo, en nosotros conviven dos realidades una parte nuestra sana y una parte nuestra enferma, cuando la parte sana trabaja sobre la enferma esta se va transformando.