La resurrección termina con las noches

martes, 22 de abril de 2014
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22/04/2014 – En la Catequesis de hoy, en relación al evangelio del día, vemos el encuentro de Jesús Resucitado con María Magdalena."¿Por qué lloras?" pregunta Jesús a la Magdalena, como si la intensidad de la búsqueda fuera proporcional a la magnitud de la pérdida. Solo se llora por lo que nos ha afectado profundamente. El llanto de la Magdalena es un certificado de un amor Grande.

 

El primer día del sábado, estando todavía oscuro, fue María Magdalena al sepulcro y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr, llegó a la casa donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo habrán puesto". María se había quedado junto al sepulcro llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?». Ella les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto». Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras?. ¿A quién buscas?». Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dice: «Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré». Jesús le dice: «María». Ella se vuelve y le dice en hebreo: «Rabbuní» – que quiere decir: «Maestro». Jesús le dice: «No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”». Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.

Juan 20, 1-2; 11-18

 

¿Cuando acaba la noche?

El primer día de la semana por la mañana temprano todavía estaba oscuro, dice la Palabra. Estaba en tinieblas. Allí iba María Magdalena a ese lugar oscuro de encuentro con el dolor profundo de la muerte del Maestro donde se encuentra que el escenario es otro al imaginado.

La piedra está corrida. Ella va al encuentro de la muerte y se encuentra con el vacío que expresa la más honda de todas las muertes, la del sin sentido. Ni la muerte misma viene como a permitir encontrar la respuesta a aquella desazón interior que había en su corazón.

Por la mañana temprano indica un momento en que hay luz pero todavía no tanto, donde ella poseída por la falsa concepción de la muerte no se da cuenta que el nuevo día ha comenzado ya, aunque todavía no se vea del todo claro,

Mientras ella permanece en el mundo de sus sombras, la mañana empieza a despertar con su luz para llenar de sentido el vacío que se profundiza por la tumba vacía.

Su alma está a oscuras, no encuentra consuelo, se desdibujó su horizonte. Ni al mismo Jesús lo descubre cuando cerca suyo está y cree que es el jardinero. Cuando el dolor es grande y el vacío nuestro es existencial no vemos nada, perdemos rumbo. Jesús había sido el gran motivo de su vida. Ahora ya no está. Desapareció de aquellos lugares en que en su corazón ocupaba el centro y el todo de su vida. De Dios había recibido gracia de liberación y de santidad. Él ya no estaba.

Una sensación profunda de vacío y de sin sentido, como de no tener de donde agarrarse. Como nos ocurre cuando el dolor nos visita el corazón y peregrinamos por un desierto que nos hace perder el rumbo donde las referencias no son claras y lo que ayer estaba ubicado en un lugar, hoy está ubicado en otra parte como las dunas en el desierto movidas por el viento. El desconcierto es grande y el no saber a donde ir nos hace sentarnos a llorar.

Pero Jesús está en un lugar distinto. A donde la Magdalena lo busca no está. Está donde Él quiere que lo busque. Ella busca entre los muertos a Jesús que está entre los vivos. Llora María Magdalena porque no está donde lo buscaba. ¿Dónde es que a veces buscamos a Jesús y no lo encontramos? ¿y dónde el sepulcro vacío nos invita a buscarlo en otro lugar?

Parece ser Jesús

Parece ser el jardinero pero es Jesús como parece ser tu amigo pero es Jesús el que te habla allí. Parece ser tu marido, tu mujer, tu hijo, tu compañero de trabajo pero es Jesús el que te habla. Parecía aquel desconocido que de repente apareció en tu vida y te despertó de un sueño porque la Palabra de Dios había tomado su boca y su corazón y se hacía el gesto fraterno que te despertaba de tu oscuridad y te ponía en la luz por eso estamos detrás de ésta consigna.

Estamos detrás de esas presencias del Resucitado que se manifiesta en lo sencillo y te sacan de la noche. Somos con otros y este es nuestro misterio más hondo y profundo. Cuando uno despierta a ser uno mismo a partir del encuentro con los otros, que nos refleja al gran Otro, la presencia de amor de Dios. En la oscuridad de tu desierto, Jesús te quiere regalar un nuevo amanecer. Nosotros peregrinamos en un tiempo de desierto.

¿Cuándo un hermano te sacó de la noche? por aquello de que cuando un extraño se te aproxima y lo confundimos con nuestro hermano. Ese es el momento en que se acaba la noche y comienza el día porque uno comienza a ver en claridad quien es y como es cuando en realidad lo que está llamado a ser cuando hay otro que despierta el ser de uno en el compartir la vida. Somos con otros. Este es el misterio del ser más profundo y de la identidad más honda y cuando ese otro que nos hace ser nos reúne con mayúsculas alrededor de si mismo entonces la identidad se hace sólida y la presencia del misterio del Dios escondido vivo que abraza al conjunto de la humanidad se fortalece y las distancias ya no existen Dios toma rostro.

Nos encontramos todos a pesar de los kilómetros que nos diferencian en un mismo lugar. "En Él vivimos, nos movemos y existimos", dice la Palabra. Es Él el lugar del encuentro y por eso lo podemos gozar y disfrutar con éstas nuevas tecnologías que nos lo ofrecen de saberlo así y sentirlo así. No es virtual. Su presencia es real. La virtualidad de estos medios nos permite descubrir a la distancia que eso ocurre y damos testimonio que es verdad. Que lo que pasa en el norte de nuestro país ocurre también en el sur, también en el oeste y en el oeste. La presencia misteriosa del Señor nos pone en comunión a través de ésta radio.

Estamos buscando una interioridad que sea fuerte. La interioridad de la fraternidad, de la búsqueda es una interioridad que nos regala la Palabra hoy en María Magdalena.

 

Quisiera compartirte un relato que refleja ésta nueva mirada para el tiempo nuevo que se abre para vos.

Un rabino reúne a sus alumnos y pregunta ¿ cómo sabemos el momento exacto en que termina la noche y comienza el día? Cuando de lejos sabemos diferenciar una oveja de un cachorro, dijo un niño. El rabino no quedó satisfecho con la respuesta. Dijo otro alumno ya es de día cuando podemos distinguir a la distancia un olivo de una higuera. No es una buena definición

¿Cual es la respuesta entonces? preguntaron los pequeños. El rabino dijo: cuando un extraño se aproxima y nosotros lo confundimos con nuestro hermano. Ese es el momento cuando la noche acaba y comienza el día.

En un tiempo de tanta extrañeza, desconcertante y novedoso hay muchos en el camino que podemos reconocerlos como cercanos y hermanos. Esto te lo regala una presencia la del Dios que permanece en el mundo de los vivos y que refleja en el rostro de los otros no un desconocido en el mundo de la masa sin forma sino el rostro concreto de alguien que puede comenzar a ser tu hermano. ¿Cuándo un hermano te sacó de la noche?. ¿Cuándo estando en la oscuridad fuiste llamado a la luz? ¿Cuándo alguien cercano o que se acercó a vos y se hizo cercano y te mostró un camino nuevo?

¿A quién buscamos?

El amor hizo de María una buscadora queda patente en la pregunta que el Resucitado le hace: ¿a quién buscas?. Ciertamente es su mirada, su postura, su actitud, todo habla de búsqueda. María es una buscadora y en éste sentido ésta mujer nos revela una parte importante de nuestro ser hoy en la humanidad. Somos buscadores de un tiempo nuevo y estamos detrás de la búsqueda profunda de la interioridad más cierta que nos permita dar razones al porqué vivir y apartarnos de lo que con discurso de muerte viene a terminar con nosotros.

Llaman la atención dos cosas. La primera que ésta pregunta está precedida por otra repetida "¿por qué lloras?" Como si la intensidad de la búsqueda fuera proporcional a la magnitud de la pérdida. Solo se llora por lo que nos ha afectado profundamente. El llanto de la Magdalena es un certificado de un amor Grande.

¿Qué buscamos en éste tiempo? Sin duda que el corazón humano busca un amor que de razón de ser a su existir. Lo que el corazón humano anhela es un amor que de razones que están más allá de cualquier razón y que actúa en un lugar silencioso y escondido donde el amor siempre es bienvenido en intimidad para ser dado a conocer no para ser guardado. La medida del deseo es la medida de la búsqueda, y si el deseo es grande lo es también la búsqueda.

La medida de la presencia de Dios en el corazón, responde a la medida de deseo que Dios nos ha regalado. ¿Cuán grande es nuestro deseo del Señor? Si es poco, que se acreciente; si nada que aparezca; si es grande que lo sea más aún. Que cuando nos pregunten podamos decir “busco a mi Señor, busco a mi Dios, al único capaz de dar respuestas a mi búsqueda de sentido, busco a la persona que me trae identidad, al que con llamarme me da identidad. Busco a mi Dios y a mi todo, en su nombre están todas las razones que me explican, y cuando Él pronuncia mi nombre se aplacan los deseos.

María en lo más íntimo de su corazón recibe la respuesta a su gran pregunta. Encuentra lo que está buscando. El Resucitado está dentro de ella, ya no está muerto, vive. Esto que toca lo más íntimo de su ser no puede ser callado rápidamente se le indica si va por propia naturaleza del encuentro avisar a los demás.

La confianza crece ante lo extraño

Cuando lo extraño se vuelve cercano, más confianza se despierta y más se recupera el tejido social que se ha roto. Es un tiempo para construir desde éste lugar de cercanía de un Dios que se hace cercano a aquellos lugares donde nos sentimos extraños. Nada mejor que imitarlo animándonos a encontrarnos con los extraños.

Si hay algo que ha hecho daño en una sociedad marcada por un imperio que no tiene bandera, que tampoco tiene patria, es la economía global que afecta al conjunto de la humanidad; la hegemonía del pensamiento, sea de izquierda o derecha, en un mismo código y un único que no permite la diversidad por eso lo más saludable en estos tiempos es la apertura a la diversidad encontrándonos en aquello que nos permite caminar en un mismo sentido. Hacerse cercano no implica terminar las diferencias, sino encontrarse en un espacio comun y diverso, y desde el lugar propio abrirse al diálogo y encuentro con el otro. Allí se va aclarando la noche y llega el día. El respeto, el no imponer la propia verdad, el saber escuchar son condiciones mínimos y básicas para el crecimiento de la fraternidad.

La noche acaba cuando el que nos resulta extraño lo confundimos con nuestro hermano. Abrí los ojos porque hay extraños cercanos a vos que están pidiendo permiso en la puerta de tu casa para que lo recibas como hermano.

María se ha encontrado con el amor del Cantar de los Cantares. “Encontré al amor de mi vida lo agarraré y ya no lo soltaré”. Cuando uno encuentra éste amor que da sentido, que abraza a los hermanos, no suelta ese amor y al mismo tiempo todo el mundo es libre en esa experiencia de amor y nadie queda atrapado bajo ese otro costado de falso amor humano donde se construyen las cosas desde la dependencia y no desde la libertad propia de un amor creativo como es el del Resucitado.

María encontró el amor que le dio verdadero sentido a su vida. Ella no lo puede callar, le quema por dentro y sale a comunicarlo a sus hermanos. Ella comunica lo que hay en su corazón. Para ella terminó la noche porque lo extraño se le hace cercano y lo más saludable que nos puede pasar, la verdadera salud la tenemos con nosotros cuando la realidad en que vivimos la vivimos con cordialidad, no lo vivimos con distancia cuando en nuestro corazón lo que acontece acontece al ritmo de lo que el corazón es capaz de recibir. Ahí es cuando vivimos en cordialidad que es vivir hermanado con todos. Esta es una Gracia de la Resurrección y el Señor te la regala en éste desierto de búsqueda como María Magdalena del nuevo tiempo que se inaugura cuando lo extraño resulta cercano.

 

Padre Javier Soteras