La sabiduría de los abuelos

martes, 6 de octubre de 2015
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06/10/2015 – «No desprecies los discursos de los ancianos, que también ellos aprendieron de sus padres; porque de ellos aprenderás inteligencia y a responder cuando sea necesario» (Sir 8, 9)

No solamente no despreciar sino darle lugar a la palabra del anciano. Cuántas veces decimos que en medio de nuestros diálogos aparece el abuelo o abuela que repiten indefinidamente la misma historia, y casi como si no encajara con la conversación. En ellos viene cargado el paso de los años y de la tradición familiar. Ellos nos entregan la posta, su sabiduría.

La sociedad de hoy tiene algunas indicaciones que marcan nuestro rumbo y comportamiento que no ayuda a la convivencia con nuestros abuelos. El discurso viene del mundo del éxito y de la eterna juventud, donde pareciera que los abuelos no tienen lugar. No producen, por lo tanto, están al margen, y como diría el Papa Francisco resultan descartables. Este pensamiento nos tiene que hacer pensar en que es posible un mundo distinto al éxito y que la eterna juventud es una realidad quimérica e irreal. “Aunque la mona se vista de seda mona queda”. Por más que uno intente y busque, se opere, se saque y se ponga, no hay forma que la cosa cambie. ¿En función de qué? ¿Cuáles son los arquetipos que gobiernan y determinan mis comportamientos?

En las sociedades en que la cultura es milenaria los modelos están en la gente con arrugas, en aquellos que la vida dejó marcas, que miran profundo y lejos, que callan más de lo que hablan y que cuando hablan dicen lo que hace falta. A ese modelo la sociedad actual lo ha desterrado. Si no tenemos memoria de quiénes somos y de dónde venimos, difícilmente podamos saber a dónde vamos. Una sociedad sin futuro y sin horizontes, deprimida respecto de lo que vendrá, seguramente tiene escondida en un rincón a mucha gente con arrugas arrinconada.

El hecho de que nuestros queridos viejos estén con menos fuerzas pero con más historias, es una muy buena señal. Muchas veces me pasa encontrándome con mi padre, estando más lúcido que ahora, que “esta historia ya la ví”. No es que estén diciendo “no viene nada nuevo bajo el sol” sino que “tranquilo, no te desesperés”. Es bueno ponerle el ojo a lo esencial, y saben porque lo vivieron y así pueden alertarnos de los peligros y mostrar el camino. Esperan algo nuevo por venir. Cuando ellos dicen que ya pasó, que no hay que atarse a las circunstancias sino ver más allá, invitan a ver lo esencial.

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Sabiduría de experiencia no sólo de años

¿Qué es lo esencial en un anciano? A mí, a partir de haber podido acompañar a los abuelos en situación de calle que viven en nuestro hogar, puedo encontrar la alegría de vivir, que no es poca cosa, la mirada tierna, aún a pesar de haber vivido en la calle siendo también muy agresivos, y sobretodo la vulnerabilidad. Se es grande cuando se es vulnerable, se es sabio cuando se es frágil, la vida es de los pequeños y de los débiles.

Pasan los años, las fuerzas se van debilitando pero hay como un gigante que se despierta dentro de nosotros pero que se hace profesía. Los que ya caminan en la tercera edad, lo importante es decir lo que hay que decir por peso específico. No hace falta ponerse reiterativo ni serio. Las palabras dichas con el peso de la sabiduría son palabras serias. Necesitamos entregarles el discurso a los abuelos y a los ancianos, sabiendo que como no les dimos la palabra, al principio puede ser que se extiendan un poco, pero al tiempo, serán palabras ciertas.

En japón, en sus empresas más importantes, los ancianos una vez que han terminado sus funciones, ocupan el lugar más importante de la empresa, el del consejo. Están en el último piso. No hacen mucho, conversar, ven lo más importante y bajan su mirada sobre los proyectos que se están desarrollando. En nuestra convivencia, el “presbítero”, es el anciano… que puede venir por los años, pero también curas jóvenes que han buceado en la experiencia de Dios volviéndose sabios.

La sabiduría de los ancianos no es cuestión de años. Están los años que han dejado huella de sabiduría y aquellos que, aún con años, no han aprendido, son los “viejos verdes”. La sabiduría viene cuando la vida se hace reflexiva, y de la experiencia, tras la reflexión, se sacó fruto.

 

 

Acompañar la vejez con ternura

En la tradición de la Iglesia existe un bagaje de sabiduría que siempre sostuvo una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en esta parte final de la vida. Esa tradición tiene su raíz en la Sagrada Escritura, como lo atestiguan, por ejemplo, estas expresiones del Libro del Sirácides: «No desprecies los discursos de los ancianos, que también ellos aprendieron de sus padres; porque de ellos aprenderás inteligencia y a responder cuando sea necesario» (Sir 8, 9).

Por algo dicen que Dios nos ha dado dos orejas y una boca, y los viejos cuando son sabios escuchan más de lo que hablan.  Dice el Papa Francisco que, la Iglesia no puede y no quiere conformarse a una mentalidad de intolerancia, y mucho menos de indiferencia y desprecio, respecto a la vejez. Debemos despertar el sentido colectivo de gratitud, de aprecio, de hospitalidad, que hagan sentir al anciano parte viva de su comunidad.

Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres que estuvieron antes que nosotros en el mismo camino, en nuestra misma casa, en nuestra diaria batalla por una vida digna. Son hombres y mujeres de quienes recibimos mucho. Darles el lugar de quienes miran más lejos y con profundidad. Los ancianos son hombres y mujeres, padres y madres, que estuvieron antes. El anciano no es un enemigo. El anciano somos nosotros: dentro de poco, dentro de mucho, inevitablemente de todos modos, incluso si no lo pensamos. Y si no aprendemos a tratar bien a los ancianos, así nos tratarán a nosotros.

También, Francisco cuenta una historia: En una ocasión, siendo niño, mi abuela nos contaba una historia de un abuelo anciano que al comer se manchaba porque no podía llevar bien la cuchara con la sopa a la boca. Y el hijo, o sea el padre de la familia, había decidido cambiarlo de la mesa común e hizo hacer una mesita en la cocina, donde no se veía, para que comiese solo. Y así no haría un mal papel cuando vinieran los amigos a comer o a cenar. Pocos días después, al llegar a casa, encontró a su hijo más pequeño jugando con la madera, el martillo y los clavos, haciendo algo, y le dijo: «¿Qué haces? −Hago una mesa, papá. −Una mesa, ¿para qué? −Para tenerla cuando tú seas anciano, así tú podrás comer allí». Los niños tienen más conciencia que nosotros.

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en parte a partir de una Catequesis del Papa Francisco sobre la ancianidad

4 de marzo del 2015