Llamados a ser felices

lunes, 26 de junio de 2017
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26/06/217 – El hombre está llamado por naturaleza a la felicidad, y de hecho todo tiende a ese deseo insaciable. Únicamente en Dios podemos encontrar la felicidad en plenitud. Y Dios la desea para nosotros.

La moral es una respuesta en la manera de actuar a la provocación que Dios nos hace con su llamado. El corazón humano es un sagrario y nos supone un gran desafío ganar en libertad para poder elegir el camino de Dios que nos lleva a la felicidad.

“Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí”
Jeremías 1, 5-6

 

¿Cómo fundamentan los cristianos la dignidad del ser humano?

Todo ser humano tiene desde el primer momento en el seno materno una dignidad inviolable, porque Dios, desde toda la eternidad, lo ha querido, amado, creado, y lo ha destinado a la salvación y a la bienaventuranza eterna. [1699­1715]

Dios nos dice que nos ha creado y pensado desde siempre, antes de aparecer en el seno materno. El nos mira a cada uno de nosotros y nos ama como si fuéramos los únicos. Esto nos da esa dignidad única, la que regala la mirada de Dios sobre nuestra existencia.

Si la dignidad humana tuviera su origen únicamente en los éxitos y realizaciones que llevan a cabo los hombres, entonces los débiles, enfermos e indefensos carecerían de dignidad. Los cristianos creemos que la dignidad humana viene en primer término de la dignidad de Dios. Él mira a cada hombre y lo ama como si fuera la única criatura sobre la tierra. Y dado que Dios ha fijado su mirada hasta en el más pequeño de los seres humanos, éste posee una dignidad infinita que no puede ser destruida por los hombres. 56-65

En la cultura a la que pertenecemos la dignidad humana está muy vinculada al poseer y al poder, y cuando una persona no tiene ni puede pareciera que no puede aspirar a ser digna. Es lo que el Papa Francisco llamaría descarte. La cultura de mercado en el poseer y en el poder ha constituido la posibilidad de ser.

Para nosotros, creyentes, la dignidad está fundamentada en otro lado: en el inmenso amor del Creador por cada uno de nosotros. Cuando la mirada de Dios penetra en lo más hondo del ser, podemos encontrar el inmenso valor de las bienaventuranzas.

¿ Por qué anhelamos la felicidad?

Dios ha puesto en nuestro corazón un deseo infinito de felicidad que nadie lo puede saciar, sólo Dios mismo. “Nos hiciste Señor para tí y nuestro corazón no encuentra reposo hasta que no descansa en tí” dice San Agustín.  Todas las satisfacciones terrenas nos dan únicamente un anticipo de la felicidad eterna. Por encima de ellas debemos ser atraídos a Dios. [1718-1719, 1725] 1-3. Todo gozo humano, por más grande que sea, es sólo una pisca de lo que será el gozo eterno del encuentro con Dios.

 

¿Conoce la Sagrada Escritura un camino para alcanzar la felicidad?

Somos felices confiando en las palabras de Jesús en las bienaventuranzas. [1716-1717]

El Evangelio es una promesa de felicidad para todas las personas que quieran recorrer los caminos de Dios. Especialmente en las bienaventuranzas (Mt 5,3-12) Jesús nos ha dicho concretamente que contaremos con una bendición infinita si seguimos su estilo de vida y buscamos la paz con un corazón limpio.

 

Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegrense y regocijense, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. (Mt 5,3­12)

Evidentemente el placer-poder-tener que es el trípode que plantea la cultura, no tiene nada que ver con el modelo de felicidad de Jesús. Pasa cuando nos encontramos con esos viejitos sabios, que quizás ni puede, ni tienen, y sin embargo son felices. Cuando la vida es constituida con firmeza, tienen la fuerza y el vigor de lo que vendrá y por el contrario, lo que es una máscara de felicidad, se desvanece y se desvirtúa. 

Las bienaventuranzas nos invitan a ser felices aún en medio del dolor y de la prueba. El dolor forma parte de lo humano. Todos tenemos experiencia de dolor conjugado con algo más hondo que nos hace felices aunque las circunstancias no sean las mejores. 

¿Por qué son tan importantes las bienaventuranzas?

Quien anhela el reino de Dios tiene en cuenta la lista de prioridades de Jesús: las bienaventuranzas. [1716-1717, 1725-1726]

Comenzando por Abraham, Dios ha hecho promesas a su pueblo. Jesús las retoma, amplía su validez hasta el cielo y las convierte en su propio programa de vida: el Hijo de Dios se hace pobre para compartir nuestra pobreza, se alegra con los que están alegres y llora con los que lloran (Rom 12,15); no recurre a la violencia, sino que ofrece la otra mejilla (Mt 5,39); tiene misericordia, siembra la paz y con ello muestra el camino más seguro hacia el cielo.

 

¿Qué es la bienaventuranza eterna?

La bienaventuranza eterna es contemplar a Dios y ser introducido en la bienaventuranza de Dios. [1720-1724,1729].

En Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo hay vida, alegría y comunión sin fin. Ser introducido allí será una felicidad inconcebible e ilimitada para nosotros los hombres. Esta felicidad es puro don de la gracia de Dios, porque nosotros los hombres no podemos ni producirla por nosotros mismos ni captarla en su grandeza. Dios quiere que nosotros optemos por nuestra felicidad en el nivel de las máximas plenitudes, y nos dice que el modo es siguiendo el camino que Él nos deja.

¿Qué es la libertad y para qué sirve?

La libertad es el poder que Dios nos ha regalado para poder actuar por nosotros mismos; quien es libre ya no actúa determinado por otro. [1730-1733,1743-1744]

Dios nos ha creado como seres libres y quiere nuestra libertad para que podamos optar de corazón por el bien, también por el supremo “bien”, es decir, Dios. Cuanto más hacemos el bien tanto más libres nos volvemos. 51

 

¿No consiste precisamente la “libertad” en poder decidirse también por el mal?

El mal sólo es aparentemente digno de interés y decidirse por el mal sólo hace libre en apariencia. El mal no da la felicidad, sino que nos priva del verdadero bien; nos ata a algo carente de valor y al final destruye toda nuestra libertad. [1730­1733, 1743­1744]

Esto lo vemos en la adicción. En ella un hombre vende su libertad a cambio de algo que le parece bueno. En realidad se convierte en esclavo. El hombre es perfectamente libre cuando dice siempre sí al bien; cuando ninguna adicción, ninguna costumbre, le impiden elegir y hacer lo que es justo y bueno. La decisión por el bien es siempre una decisión orientada a Dios. 51

 

¿Es responsable el hombre de todo lo que hace?

El hombre es responsable de todo lo que hace conscientemente y por propia voluntad. [1734- 1737,1745-1746]

No se puede hacer a nadie (plenamente) responsable de algo que ha hecho a la fuerza, por miedo, ignorancia, bajo la influencia de drogas, por ejemplo, o por la fuerza de malas costumbres. De allí que el juicio que hacemos sobre las personas y su comportamiento hay que hacerlo con muchísimo cuidado. Siempre hay que tener en cuenta las posibilidades en la libertad. La libertad está condicionada y el ejercicio de la misma se va aprendiendo. Cuando interactuamos como cristianos con un mundo pagano tenemos que tener en cuenta esto. El acto libre es un lugar sagrado y no podemos ni imponer ni condicionar las elecciones, aún cuando sabemos que la persona está errando. 

¿Cómo atraer a una persona al bien?

Desde la contemplación y desde las vivencia de los vienes mayores que Dios pone en nuestro corazón. Por ejemplo, si uno quiere propagar el don de la felicidad tiene que vivirlo. Si uno quiere propagar el don de la fidelidad, tiene que hacerlo viviéndola como don. Si uno dice que la lealtad es un gran valor, hay que cultivarlo y vivirlo, y eso atraerá más que un discurso. 

El modo que el mundo de hoy entiende los valores que propagamos viene por lo testimonial. El testimonio tiene una gran fuerza de atracción que no lo tiene ninguna palabra, y los hombres de hoy buscan más testigos que buenos discursos. 

Cuanto más sabe un hombre del bien y más se entrena en la práctica del mismo, tanto más se aleja de la esclavitud del pecado (Rom 6,17; 1 Cor 7,22). Dios sueña con este tipo de personas libres, que pueden asumir la responsabilidad de sí mismos, de su entorno y de toda la tierra. Pero el amor misericordioso de Dios también pertenece a quienes no son libres; todos los días les brinda la posibilidad de dejarse liberar para ser libres. 1

 

¿Hay que dejar al hombre actuar según su voluntad aunque se decida por el mal?

El ejercicio de la libertad es un derecho original de la dignidad humana; la libertad del individuo sólo puede ser limitada por las leyes civiles cuando mediante el ejercicio de su libertad lesione la dignidad y la libertad de los demás. [1738, 1740]

La libertad no sería tal libertad si no incluyera la libertad de elegir también lo equivocado. Se atentaría contra la dignidad de una persona si no se respetara su libertad. Una de las tareas centrales del Estado es proteger los derechos de libertad de todos sus ciudadanos (libertad de religión, de reunión y asociación, de opinión, de ejercicio profesional, etc.). La libertad de cada uno es el límite para la libertad del otro.

 

¿Cómo nos ayuda Dios a llegar a ser hombres libres?

Cristo quiere que nosotros, “liberados para la libertad” (Gál 5,1), seamos capaces de amar fraternalmente. Por eso nos da el Espíritu Santo, que nos hace libres e independientes de los poderes de este mundo, y nos fortalece para una vida de amor y de responsabilidad. [1739­1742,1748]

Cuanto más pecamos, tanto más pensamos sólo en nosotros mismos, tanto peor podemos desarrollarnos libremente. En el pecado nos volvemos además inútiles para hacer el bien y vivir el amor. El Espíritu Santo, que ha sido derramado en nuestros corazones, nos concede un corazón lleno de amor a Dios y a los hombres, Percibimos al Espíritu Santo como el poder que nos conduce a la libertad interior, que nos abre al amor y que nos hace instrumentos cada vez mejores para el bien y el amor. 120,310-311

 

¿Cómo puede un hombre distinguir si sus actos son buenos o son malos?

La moral es una respuesta en la manera de actuar a la provocación que Dios nos hace con su llamado. El hombre está en condiciones de distinguir las acciones buenas de las malas ejercitando su inteligencia y siguiendo la voz de su conciencia. [1749-1754,1757-1758]

Para poder distinguir mejor las acciones buenas de las malas existen las siguientes directrices:

1. Lo que hago debe ser bueno; no es suficiente con una buena intención. Teresa de Jesús decía que el infierno está lleno de buenas intenciones.

2. Aunque la acción sea realmente buena, la mala intención con la que llevo a cabo el bien convierte en mala toda la acción. Si acompaño a una señora mayor y la ayudo a entrar en su casa, lo que hago es una buena acción. Pero si lo hago únicamente para preparar un futuro robo, toda la acción se convierte en un acto malo.

3. Las circunstancias bajo las que actúa una persona pueden disminuir la responsabilidad, pero no cambian nada del carácter bueno o malo de una acción. 295-297 1. Puedo estar condicionado por una determinada acción que no me hace obrar del todo bien, pero no quiere decir que pase a ser buena esa acción. Estoy condicionado y es menos gravoso, pero es malo.

Esto nos ayuda a entender que el juicio que hacemos sobre el acto humano no es tan sencillo y supone tener en cuenta una serie de elementos en torno a la libertad, la posibilidad, la intención y la elección.

¿Se puede hacer algo malo para que de ello se derive algo bueno?

No, nunca se puede hacer algo malo o aceptar el mal para que de ello resulte algo bueno. A veces no nos queda más remedio que aceptar el mal menor para evitar un mal mayor. [1755-1756,1759-1761]

El fin no justifica los medios. Es erróneo utilizar embriones para la investigación con células madre, incluso si con ello se pudieran alcanzar logros radicales en la medicina. Es erróneo pretender “ayudar” a la víctima de una violación con el aborto del niño.

 

 

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base a las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica