Madre Teresa: “Joven, ¿rezas el rosario frecuentemente?”

miércoles, 30 de mayo de 2018
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Jim Castle estaba cansado cuando abordó aquel avión la noche de 1981. Después de una semana llena de reuniones y seminarios, ahora deseaba descansar tranquilo en su asiento, agradecido de regresar a su casa en Kansas City.

Mientras más pasajeros abordaban el avión, más se oía el murmullo de sus conversaciones mezcladas con el sonido de los equipajes de mano que iban guardando en los compartimientos. De repente, todo quedó en silencio…

Jim volvió su cabeza para ver que pasaba y quedó boquiabierto. Caminando por el pasillo, venían dos monjas vestidas en hábitos blancos con un borde azul. Él reconoció esa cara a la primera mirada. Piel arrugada y ojos cálidos. Era la misma cara que estaba en la portada de la revista TIME, y que siempre aparecía en el noticiero de televisión. Las dos monjas se detuvieron junto a él y Jim se dio cuenta que su compañera de vuelo sería nadie más que la propia Madre Teresa.

En cuanto los pasajeros estaban acomodados, Madre Teresa y la otra monjita sacaron sus rosarios. Cada decena de cuentas tenía un color diferente.

“Cada decena representa varias áreas del mundo”, le dijo. “Rezo por los pobres y moribundos de cada continente”, añadió.

Comenzó el vuelo y las dos monjas comenzaron a rezar, dejando oír solo murmullos.

Aunque Jim no se consideraba un católico practicante y no solía asistir a la Iglesia, sin pensarlo se encontró envuelto en el rezo. Cuando hubieron terminado, Madre Teresa se volvió hacia él. Por primera vez Jim entendió a qué se refiere la gente cuando hablan acerca de un “aura”. Una sensación de paz lo envolvió.

“Joven”, le dijo, “¿rezas el rosario frecuentemente?”

“No acostumbro”, admitió él.

Ella tomó la mano de Jim y mirándolo a los ojos, sonrió.

“Bueno, lo harás de ahora en adelante”, replicó, mientras dejaba caer su rosario en la palma de la mano de Jim.

Una hora más tarde, Jim llegaba al aeropuerto de Kansas City donde le aguardaba su esposa. Jim le contó sobre el encuentro a Ruth, quien miraba sorprendida el rosario que su esposo sostenía en su mano.

Nueve meses más tarde visitaron a Connie, una amiga de hacía mucho tiempo. Connie les contó que tenía cáncer en los ovarios.

“El doctor dice que es un caso muy difícil pero voy a luchar, no me daré por vencida”, les dijo esperanzada.

Jim buscó en su bolsillo y sacó el rosario que Madre Teresa le había dado. Después de contarle la historia a Connie, le dijo:

“Quédatelo, puede que te sirva.”

A pesar de que no era Católica, Connie acogió con cariño las cuentas de colores de aquel rosario entre sus manos.

“Gracias”, le dijo en voz baja, “espero poder regresártelo.”

Paso más de un año antes que Jim volviera a ver a Connie. Esta vez, tenía el rostro radiante. Poniendo el rosario en las manos de Jim, le dijo:

“Lo he tenido conmigo todo el tiempo. Tuve cirugía y he estado recibiendo tratamiento de quimioterapia. El mes pasado los médicos volvieron examinarme y el tumor ha desaparecido. ¡Completamente! Es momento de devolverte el rosario.”

En el otoño de 1987, Liz, la cuñada de Jim, cayó en una gran depresión después de su divorcio. Liz le pidió prestado el rosario a Jim y lo colgó en el respaldar de la cama. Cuando se sentía deprimida, lo tomaba en sus manos y rezaba.

“Me sentía tan sola y temerosa”, contaba ella, “pero cuando sostenía el rosario era como si una mano amorosa me consolaba.”

Gradualmente, Liz mejoró su vida y le regresó el rosario a Jim.

Algunos se preguntarán, ¿es que acaso hay algún poder especial en el rosario de Madre Teresa? Es solamente un rosario sencillo gastado por el tiempo, sin ningún valor material. El poder está en la fe de las personas que lo rezan y el amor que Dios derrama sobre ellos.

La vida de Jim ha cambiado desde el día que se encontró con Madre Teresa. Como ella, aprendió las cosas que verdaderamente tienen valor en la vida. Y aunque guarda un gran tesoro en la bolsita que siempre lleva consigo, sabe que su mayor riqueza es poder compartir su fe con otras personas y ser instrumento del amor de Dios para aquellos que el Señor pone en su camino.