María discípula de la entrega

lunes, 29 de abril de 2013
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Como lo dice el Papa Francisco, la grandeza de los cristianos está en ponerlo todo bajo la mirada del Señor y su gloria y hacerlo con la sencillez  propia de los pobres, de los sencillos, de los humildes.

 

En este sentido Francisco nos viene invitando no solamente a desinstalarnos para desestabilizar, está muy lejos de eso, el horizonte de la desinstalación en Francisco es la misionalidad que brota de un corazón entregado y ofrecido.

Esta misionalidad que surge del corazón mismo de la obra que compartimos con vos, que tiene que ver con el hecho de saber dar y compartir lo nuestro con generosidad. María es discípula de esta ofrenda y de esta entrega misionera.

 

“Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo que él amaba, Jesús le dijo: Mujer aquí tienes a tu hijo, luego dijo al discípulo, aquí tienes a tu madre. Desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa”

San Juan 19, 25-27

 

El descanso en Dios es el primer punto de nuestra catequesis y no en la perspectiva de quien se abandona en los brazos de Morfeo para dormirse sino como quien es capaz de escaparse de aquella tentación de cerrarnos y aislarnos que aparece cada fin de semana después de una actividad tan intensa como la que vivimos durante la semana.

Queremos recuperarnos y para eso buscamos el encierro como modo de salida. Nos desparramamos en un montón de actividades o en el sillón frente a la tele, que por mas santas que sean, las actividades terminan siempre por desgastar nuestras fuerzas.

Dónde recuperar la fuerza de lo entregado, de lo ofrecido, de lo donado, de lo puesto en manos de los que esperan de nosotros el servicio y el esfuerzo.

A veces nos ponemos frente a la tele, a una determinada lectura o escuchamos una buena música y no queremos que nadie nos moleste. Es como si el límite de la ofrenda estuviera invitándonos a la no ofrenda.

No es que esté mal encontrar ese espacio que necesitamos para la recreación, para la intimidad, para saber estar saludablemente a solas con nosotros mismos, tenemos que aprender a defender esos espacios propios, pero, cómo distinguirlo del encierro y del aislamiento?

Cuando llega el fin de semana después de una semana de cansancio decimos ahora llega el tiempo para mí. Ese tiempo para mí, supone un no tiempo para los otros? Hay modos poco sanos de buscar los propios espacios, hay lugares muy sanos de encontrar los espacios de la recreación si la conciencia de la ofrenda nos acompaña también en el tiempo del descanso.

 

Solemos decir a veces, hay actividades que me descansan. Cómo podrá ser? Para una cultura hedonista donde la búsqueda de si mismo en el placer es la lógica de la felicidad alcanzada, encontrar una actividad que descansa es un contrasentido a esa lógica del dios del consumo.

¿Cuáles son las entregas que te recrean?

¿Cuáles son las ofrendas de tu vida que hacen, aún cuando llegaste al límite de tus fuerzas, que cuando te entregas se recupere la fuerza?

 

Lo que nos pasa con el físico nos pasa también con el alma.

Cuando uno está muy cansado, a veces recrea la energía en el cansancio cuando hace una actividad física, y lejos de cansarse más, el organismo físico se potencia en la actividad física.

 

En la vida espiritual pasa exactamente lo mismo, cuando nosotros en medio del cansancio encontramos una actividad para hacer ofrenda de nuestra vida, nuestra vida toma nuevo sentido.

 

Elegí de todas las cosas que hacés, una de aquellas donde se potencia tu alma, y sino plantéalo como un sueño, como una posibilidad, a partir de ahora.

 

Cuando la búsqueda de la soledad que nos hace bien para recrearnos interiormente excluye a los otros, esa es una soledad mal vivida, constituye ya no la soledad que recrea sino el aislamiento que nos encierra. Hay que aprender a descubrir en la ofrenda y en la entrega a los otros aquellos que buscamos como saludable modo de permanecer en nosotros mismos y recrearnos apartándonos del egoísmo, del aislamiento, del cansancio, del hastío.

 

El amor cristiano es el opuesto a la solitariedad, el amor cristiano nos invita a más entrega para mayor descanso en la entrega.

 

A veces la entrega supone también la entrega de un verdadero descanso, a veces en el medio del cansancio se nos pide un pasito más y hay que saberlo dar en función de la ofrenda de la vida en la cual está el reposo y el descanso necesario.

Atención con esto de dar un paso más porque siempre tiene que ser en discreción de espíritu, a veces el paso más es una tentación, es un tropiezo a futuro, cuando no lo hacemos con la suficiente discreción y austeridad interior.

Esto no es sencillamente un alegato al sacrificio sino un entender cómo es la dinámica de la semejanza con la que Dios ha creado nuestro ser personal en relación al suyo. En el suyo, interiormente hablando, las personas están permanentemente ofreciéndose, el Padre, el Hijo y el Espíritu entre sí, viven en una entrega eterna, nuestro Dios no es solitario, es un  Dios comunitario de entrega eterna.

 

El movimiento interno del misterio de Dios es un movimiento de entrega, de ofrenda y de amor. El Dios en el que creemos es eso, un Dios de amor, no puede estar aislado, no sabe lo que es la soledad, son tres personas distintas, profundamente unidas que lo comparten todo y son un solo y único Dios. La ofrenda permanente y eterna de las personas divinas, de unas en otras, es fruto de un misterio de amor eterno.

Dios es amor y en este sentido hay que entender la ofrenda de la vida como lugar de recreación, de reposo, de descanso en el misterio trinitario divino.

 

 María ofrenda en la cruz al hijo, María al pie de la cruz, como discípula, nos muestra la entrega discipular. Está firme después de que su hijo ha sido ajusticiado, tremendamente humillado por las mentiras, los golpes, los escupitajos, los azotes, las desapropiaciones. No por otro motivo ha sido sino por el amor que lo hizo, y es el amor del hijo entregado  que fortalece a la  madre que se entrega al pie de la cruz, recibiendo gracia de ofrenda y entrega surgida de la entrega de él.

 

No hay manera  de que ella pueda estar apartada de este misterio, es el amor  el que la sostiene y le permite al hijo recibir esa presencia misteriosa de la madre que con lenguaje silencioso lo consuela con su sola presencia.

 

Ella participa de este misterio del hecho comunitario divino, ella es invitada a participar de la ofrenda de la vida del Hijo al Padre en el Espíritu. Es que el hecho de la impecabilidad mariana, la pone en sintonía permanente con el misterio. También al pie de la cruz, donde parece que todo se termina y en realidad todo está atravesando el umbral de lo que comienza.

Es esto lo que la sostiene, la esperanza, ella descansa, en medio del dolor reposa, está de pie. En María la soledad no es solitariedad, al contrario, la soledad de la cruz la hace profundamente madre, la hace tremendamente fecunda, su maternidad ya no es solo la maternidad del que está clavado en la cruz sino que ejerce su maternidad para con todos, naciendo ya no del vientre materno los que nacemos sino del parto de la cruz, unida a toda la entrega y la ofrenda del único capaz de incorporarnos en el misterio trinitario, su hijo, Jesús.

 

 

Hay una llamada que el Señor nos hace entender la entrega de nuestra propia vida, Dios es el que nos descansa, nos reposa, nos da la verdadera posibilidad de rearmarnos siguiendo la dinámica de la misma entrega, por eso no hay que aflojarle. Esto supone una capacidad grande de discernimiento y de obediencia. Primero el abrirse a la inspiración de lo que Dios nos pide, después discernir lo que Dios nos pide, después obedecer lo discernido.

Esto nos pone de cara al modo como Dios quiere que sean las cosas, nunca se nos va a pedir más de lo que podemos, sino ofrenda y entrega de la verdadera vida sabiendo que Dios pide y puede ayudarnos, y nos da aquello mismo que nos pide.

 

Como rezaba San Agustín, “Dame lo que pides  y pide lo que quieras”

 

Gracias y nos encontramos el lunes, un abrazo para todos y buen fin de semana, a descansar entregando la vida.