19/03/2018 – Compartimos una antigua parábola con una enseñanza para la vida:
Una delicada paloma se dio cuenta en una ocasión de un fuego de montaña que hacía arder un bosque. La paloma quiso extinguir aquel terrible fuego, pero no había nada que pudiese hacer un pequeño y delicado pájaro. Y aunque se daba cuenta que no podía hacer nada para arreglar la situación, el ave, de todos modos, no permaneció quieta. Con una irreprimible compasión comenzó a volar desde el fuego hasta un lago que había lejos, desde el que transportaba unas cuantas gotas de agua en su pico cada vez. Pero, antes de que pase mucho tiempo, las energías abandonaron a la paloma, que cayó muerta al suelo sin haber alcanzado ningún resultado tangible.
Una delicada paloma se dio cuenta en una ocasión de un fuego de montaña que hacía arder un bosque.
La paloma quiso extinguir aquel terrible fuego, pero no había nada que pudiese hacer un pequeño y delicado pájaro. Y aunque se daba cuenta que no podía hacer nada para arreglar la situación, el ave, de todos modos, no permaneció quieta. Con una irreprimible compasión comenzó a volar desde el fuego hasta un lago que había lejos, desde el que transportaba unas cuantas gotas de agua en su pico cada vez.
Pero, antes de que pase mucho tiempo, las energías abandonaron a la paloma, que cayó muerta al suelo sin haber alcanzado ningún resultado tangible.
La enseñanza central de la parábola, que casi se pierde de vista con la pena por la muerte de la paloma, es que hay que seguir haciendo todo lo que podamos hacer, aunque no se alcance “ningún resultado tangible”.
Ya sabemos que no podemos apagar el incendio. Pero no por eso debemos cruzarnos de brazos y dejar que arda el bosque. Hemos de contribuir con nuestra gota de agua.
¿Para qué, si no ha de servir de nada? Sí que sirve de algo. Sirve para decir que hay alguien al que le importa que se queme el bosque; sirve para hablar cuando todos callan; sirve para crear opinión y despertar conciencias; sirve para dar testimonio ante todos los que ven el vuelo blanco de la paloma compasiva sobre el rojo resplandor de las llamas.
Y sirve para desprendernos de esa necesidad compulsiva de obtener resultados tangibles, para creer que nuestro trabajo es válido y nuestra vida merece la pena.
Aprendamos a trabajar aunque no consigamos nada, a testimoniar aunque nadie nos haga caso, a llevar agua aunque no apaguemos el incendio. Aprendamos a cumplir nuestro deber sin medir nuestra jornada por los resultados.
No podemos apagar incendios. No podemos solucionar los problemas del mundo. Pero si podemos vivir, podemos volar, podemos tener fe y mostrar confianza, podemos levantar la mirada y afirmar la esperanza.
Que no muera la paloma. Que siga viviendo para acudir a otros incendios, para atraer otras miradas, para enseñar a otros corazones.
Mientras las palomas crucen la vida del hombre, habrá esperanza sobre la tierra.
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