Ordenar nuestras vidas desde el discernimiento

jueves, 25 de agosto de 2011
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De esto se trata, de comenzar así la mañana, con el espíritu peregrino con el que Dios nos invita a levantar la mirada y a iniciar nuestra jornada, con los ojos puestos allí donde Dios nos quiere conducir, vayamos andando, preguntándole a él primero hacia donde y cómo.

Con alegría nos lo dice desde muy temprano para que nos encontremos en ese gozo y alegría que nos da el estar juntos como familia, la fuerza que necesitamos para ir hasta donde Dios nos quiera llevar.

 

¿De quién es esa voz? Es la voz de Jesús que ha tomado el corazón de Ignacio de Loyola y va produciendo en él profundos cambios. Ignacio, que ha sufrido un grave accidente en Pamplona, viendo su rodilla maltrecha y descoyunturada, como dan a entender sus biógrafos y él mismo ha explicado, comienza a coyunturarse, a reunirse todo él dentro de sí mismo, un proceso que le ha llegado a partir de la lectura de una Vida de Cristo y de Santos, que hace que comiencen a haber dentro suyo pensamientos diversos a partir del hecho de que se detuvo a pensar.

 

Lo que es de Dios, lo que no es de Dios

 

Lo que es de Dios, lo que no es de Dios, para quedarnos con lo primero, para desechar lo segundo. En este tiempo te invitamos a detenerte para descubrir ahí, donde Dios habla dentro tuyo, lo que le pertenece a él y lo que viene de tu naturaleza desordenada, lo que viene del espíritu del mundo, que gobierna tantas veces tu corazón, lo que viene de la fuerza del mal que intenta sacarte del camino de Dios. Lo primero, es decir, lo que viene de Dios, para quedarte con ello, lo segundo, para tirarlo lejos de ti. Con lo que te quedas y con lo que sacas tratamos de ordenar nuestra vida siguiendo la enseñanza de Ignacio de Loyola que nos invita una vez más al discernimiento desde la experiencia de su propia vida en camino de conversión.

 

Romanos 7, 14

“Sabemos, dice Pablo en el capítulo 7, verso 14 de los Romanos, que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, y estoy vendido como esclavo al pecado y ni siquiera entiendo lo que hago porque no hago lo que quiero sino lo que aborrezco. Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la ley es buena, pero entonces, no soy yo quién hace eso sino el pecado que reside en mí, porque sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mi carne. En efecto, el deseo de hacer el bien está a mi alcance pero no lo realizo, y así no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero.”

 

Decíamos ayer un punto clave, un golpe de gracia recibe Ignacio por una bala de un cañón que da sobre una de sus piernas, sobre una de sus rodillas, en Pamplona, el como militar sufre una grave caída en la honra suya, en la pérdida de los honores por los cuáles había ido, y eso hace que caiga en cama un largo tiempo, que sufra una encarnizada operación, como el lo ha dicho, y al mismo tiempo una descoyuntura de huesos que le impide caminar. Allí el quiere volver sobre la lectura de libros de caballería y se encuentra con que no los hay en su casa, y en ese segundo piso del lugar donde vive, sólo encuentra una Vida de Cristo y Vida de Santos. Esto, que es su lectura y su pasatiempo, comienza a despertar en él sentimientos nuevos en su corazón, y empieza toda una concertación donde, hasta aquí, todo era desconcertante en su vida. Ignacio, ahora, comienza a razonar consigo mismo.

 

El tiempo que lleva este encuentro consigo mismo de la razón de lo que va pasando, a Ignacio lo acompaña desde junio de 1521 a febrero de 1522. Ignacio consumió este tiempo retirado en la estancia alta de la Casa Torre de los Loyola. Ahí fue amansando al filo de las semanas el dolor físico, la lectura reposada, el silencio y la reflexión pausada. El rebrotar de viejas aspiraciones y sueños imposibles, juntamente con la preocupación por qué será de su futuro. Todo confluía en un profundo balance de la vida, esos que se hacen porque ha llegado el tiempo de una determinada cosecha y hay que separar lo que sirve de lo que no sirve. Eso lo lleva a regresiones de infancia lejana, facilitada ahora por los cuidados casi maternos de doña Magdalena que gobierna en parte aquella casa. El paisaje es un estado de alma de Ignacio. El alma de Iñigo empezaba a cambiar aunque sea un poco. En esa regresión suave e imperceptible, poblada de sentidos y de espíritu, fueron despertando parcelas dormidas de su ser. Fue entrando por la mordiente del dolor, como decíamos ayer, siguiéndolo a Bloit, el inconciente que todavía por él no había sido explorado y donde estaba secretamente marcado. Rescata la infancia a esta hora de su vida, desteje la tela que ha ido como tejiendo a lo largo de todo este tiempo, pero a los nudos que encuentra no los corta sino que los va desenredando, los va destejiendo, hasta encontrarse con la verdad del sí mismo. No es un hombre resentido ni un agriado escéptico, no renuncia a vivir, más aún, conserva prodigiosamente intacta su capacidad de ser realmente un soñador de aspiraciones grandes, un convaleciente en quién la salud renace en la esperanza allí, porque estaban dormidas las expectaciones más grandes que había en su vida, y de muchas cosas vanas que se le ofrecían, una tenía tan poseído su corazón que se estaba luego embebiendo en pensar en ella dos, tres y cuatro horas casi sin sentido. Soñaba el con una dulcinea a la cuál debía prestarle servicios, casi como una propia historia de caballería que surge del deseo no cumplido de encontrarlo en el libro que no llegaba a sus manos, que algunos dicen, podría haber sido una persona de carne y hueso con las cuáles el se vinculó en su vida, otros dicen que puede haber sido una proyección de la madre que no tenía y el deseo de servir allí. Lo que sí es cierto es que en lo concreto, mientras permanecía en cama, todo esto solo era un ensueño de servirla, de honrarla y darle todo lo mejor de sí. Otros dicen que era el anticipo de su vínculo con María que religiosamente y de manera popular el tanto le prestaba honra dentro de su frágil fe vivida hasta entonces. Mientras este pensamiento o esta proyección imaginativa de sí se dirigía a esta dulcinea con la cuál pasaba horas imaginándose como servirla y cómo honrarla y cómo hacerle galantería, por otra parte, Ignacio descubre que mientras lee libros de santos y de la vida de Jesús, otro sentimiento grande se despierta en su corazón, y la pregunta surge, ¿y por qué no yo…al modo de…? Entre estas realidades, un secreto está por develarse. Mientras tanto, Ignacio, razona en esta ambivalencia y en esta dualidad. Está dividido, como dice Pablo, dentro de sí mismo. Aquí hay todo un secreto que va a dar inicio a lo que después el va a descubrir que han sido los orígenes de los ejercicios espirituales y la diferencia de espíritus.

 

Consigna: Nosotros también estamos intentando lo que realmente viene de Dios y lo que está perturbando el corazón para quedarnos con lo primero y tirar fuera lo segundo en términos ignacianos. Esa es la consigna de éste día.

 

Tanto como la lectura, la reflexión, el detenerse sobre sí mismo, le muestran a Ignacio de Loyola que hay fragmentos, de todo su ser, desparramados, y él mismo dice: “Siento que soy dos”. Como lo dice Pablo en el texto de Romanos 7, 14 en adelante: “No hago el bien que quiero y hago el mal que no quisiera hacer” Por eso, Ignacio, más que leer y pensar, desciende a sí mismo y todo su reflexionar, su pensamiento, y todo lo que lee, lo pone en contacto con lo más hondo de su propia realidad, aquella que posiblemente por mucho tiempo el ignoraba de sí mismo y que a partir del dolor y del sufrimiento, como mordiente sobre zonas inexploradas por Ignacio comienzan como a revelarse y se dan las dos realidades, aquel sueño embelezado con la dulcinea fantasiosa que gana su corazón casi como haciendo un guión de libro de caballería propia y aquella otra realidad que le despierta la lectura de la vida de los santos donde el se pregunta: “¿qué sería si yo hiciese esto que hizo San Francisco y esto que hizo Santo Domingo?” Y así discurría por muchas cosas que hallaba buenas proponiéndose siempre a sí mismo cosas dificultosas y graves, las cuales cuando proponía le parecía hallar en sí la felicidad ponerlas en obra, dicen sus biógrafos. Más todo su discurso era decir consigo: “Santo Domingo hizo esto, ¿por qué yo no lo puedo hacer?, San Francisco hizo esto, pues yo lo tengo que hacer. Es un párrafo admirable dice Tellechea, éste que nos ofrece la vida de Ignacio de Loyola, es un párrafo admirable para detectar la semántica del deseo de que habla Paul Ricoeur, hasta en esta en esta gradación entre el “si yo hiciese” y el “yo lo tengo de hacer”. Es como cuando nos pasa y decimos ¡¡qué bueno sería!! Y por otro lado es “a esto hay que hacerlo”. Es la determinada determinación de la que habla Teresa de Jesús para los que se deciden a seguir a Cristo. Es la voluntad firme que gana el corazón por gracia de Dios, ya no como una fantasía, como una posibilidad, sino como una decisión, una determinación, que se traduce en gestos penitenciales y en un reordenamiento de su vida realmente muy desorganizada.

 

Consigna: Hoy te invitamos a distinguir lo que dentro de tu corazón viene de Dios, para abrazarlo y lo que no viene de él para desecharlo. ¿Te animas a compartirlo?

 

 

Un pensamiento y otro, como dos divididos, como dos enfrentados dentro de sí mismo, o como varios, múltiple, diversos, fraccionando el propio corazón. Lo decía Baltasar Gracian de una manera hermosa en el tiempo de Ignacio: “Decidme quién soy mi Dios, porque siendo uno en el ser, al pecar y al proponer, he pensado que soy dos, porque andáis alma mía vos, tan otra en el corazón, de vos misma en la ocasión, que en un mismo instante creo que anda en un alma el deseo y en otra la ejecución”. Ignacio en realidad no se extraña de esta diatriba agónica entre el quiero y hago tan irrefutablemente descripta por Pablo o de ese avasallamiento intermitente entre dos deseos contrarios que lo agotaban hasta el cansancio, dice él. Pero en un golpe maestro de la fenomenología, si le maravillaba algo en la anatomía finísima de su deseo proyectivo era enfrentar justamente estas dos realidades en algún lugar que las pudiera interpretar. Los sueños mundanos que deleitaba mientras de ellos alimentaba su espíritu, cuando después de cansado los abandonaba lo dejaban seco y descontento. En cambio, sus toscas ensoñaciones miméticas de la santidad como ir a Jerusalén descalzo, no comer sino hierbas, y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho a los santos, le consolaban mientras en ellos vagaba y luego de olvidados quedaba contento y alegre. A la alternancia seductora de ideales seguía una alternancia en los estados de ánimo cuya diferencia sutil no reparó Ignacio hasta que una vez se le abrieron un poco los ojos y comenzó a maravillarse de esta diversidad. Qué sugerente frase en su concisa concreción, abrir los ojos ante el fluir de su ánimo y registrar la distinta resonancia de las antagónicas llamadas. Dejarse ganar por el sorprendente hallazgo de los ecos distintos que procedían del pozo de su ser. De la curiosidad y admiración nació la ciencia de la naturaleza y de los mismos padres procede la espeleología del espíritu. ¿Qué hace Ignacio?

Se da cuenta que estos dos modos de ser son impulsados por dos espíritus que son antagónicos dentro de sí. De unos pensamientos queda triste y de otros alegre. Al margen de las consecuencias del episodio aprendió de modo indeleble una lección, conoció la diversidad de espíritus que lo agitaban.

En el fondo comienzan un proceso de recuperación de sentido, ya no solamente de su rodilla y de la descoyuntura de sus huesos en general y de su moralidad, sino de sentido de vida. Ignacio ha vencido ya el vacío existencial, asume lúcidamente su pasado con valoración crítica, comienza a reordenar y seleccionar sus aspiraciones, un deseo desplaza a otro y acaba relegándolo a la categoría de mero pensamiento, Iñigo los contrapone mutuamente y ya se le iban olvidando los pensamientos pasados con estos santos deseos que tenía. Sólo se le iba olvidando perdiendo perfil y fuerza hasta que ocurrió lo imprevisto pero deseado, un robustecimiento, (y esto me hace acordar a Teresita de Jesús, casi en los mismos términos habla de cómo ocurrió en ella) robustecimiento interior que el llama “visitación”. Teresita lo vive después de que la Virgen de la Sonrisa la saca de aquél lugar de oscuridad en la que se encontraba casi como muerta y dice: a partir de allí, yo que era toda una niñería, comencé a descubrir que era una gigante. Así también Ignacio, después de esta visita recibe este don de robustecimiento interior que el llama visitación y que lo describe años después con seguridad y firmeza y con la misma naturalidad con la que puede hablar de su viaje a Flandes. Es imposible suplantar el relato y el razonamiento anejo, dice él: estando una noche despierto vi claramente una imagen de Nuestra Señora con el Santo Niño Jesús cuya vista, por espacio notable, recibo consolación muy excesiva, y quedo con tanto asco de toda la vida pasada y especialmente de cosas de carne, le parecía haberle quitado del ánima todas las especies que antes tenía en el pintadas. Así, desde aquella hora, hasta el agosto del 1553, que esto escribe, nunca más tubo un mínimo consenso en cosa de carne y por este efecto se puede juzgar haber sido la cosa de Dios aunque el no osaba determinarlo ni decía más que afirmar lo sucedido. El relato, lo que está presentando es claramente un discernimiento de un acontecimiento de gracia en la vida de Ignacio por deseo crecido de él, de la presencia del Señor y de la Virgen que lo visitan regalándole este don de superar las dificultades propias de carne teniendo asco, a partir de entonces, de todo aquello desordenado con lo cuál había convivido durante tanto tiempo. Es decir, el proceso de ir seleccionando entre cosa de Dios y lo que no era, de quedarse con lo primero y desechar lo segundo, no como un ejercicio mental sino como una apuesta de la vida en todo ello, va despertando el deseo por lo primero solo y el desecho por lo segundo pero esto no como ejercicio propio solamente sino por una gracia particular con la que Dios lo asiste para que nunca más, dice él, tenga inclinación a cosa de carne.

 

 

 

Padre Javier Luís Soteras