El Padre misericordioso nos recibe y hace fiesta

jueves, 5 de mayo de 2016
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Abrazo(3) chica

05/05/2016 – “Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte de herencia que me corresponde”. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entrando en sí mismo recapacitó y se dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!”. Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”.

Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: “Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo”. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!”. Pero el padre le dijo: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”».

Lc 15,11-32

El capítulo 15 de Lucas es el que mejor declara la noción de pecado como aparece relatado en los Evangelios sinópticos. No es casual que sea el pasaje que más ternura nos regala del amor de Dios. La enseñanza principal de las tres parábolas (de la oveja perdida, de la dracma perdida y de la vuelta a la casa del padre del hijo que había malgastado sus bienes) recae sobre un lugar común; la misericordia de Dios es grande.

El mensajero y el instrumento es Cristo nuestro Señor. Él, a todo lo que no está bien en nosotros, le ve el mejor costado. Quiere justificar su actitud frente a los pecadores. Esa actitud que, precisamente, es mostrarnos al padre, que celebra una fiesta por la vuelta del hijo que ha perdido el rumbo. En la parábola del hijo pródigo todo está centrado en el rostro del padre y nosotros hoy también queremos poner nuestra mirada allí. No importa donde estemos ni de dónde venimos, cómo es que llegamos a donde estamos… vamos a dejar por un lado nuestro sentir sobre nosotros mismos para dejarnos mirar por Dios. La percepción del Padre es única. Te invito a que entremos en el corazón del Padre e intentemos comprender lo incomprensible. 

Cuando el padre arma la fiesta está haciendo que lo distinto se una. El Padre de la misericordia que convoca a una fiesta donde todos son distintos, allí las diferencias no se desdibujan sino que se integran. La fiesta que nos reviste de una manera nueva nos impulsa a sumir lo que viene con las fuerzas que no tenemos si sólo estamos vestidos de duelo.

Este Padre, es el mismo padre de Jesús que le dijo a la pecadora “ahora vete y no peques más”. No implica que al Padre no le importa y nos recibe y hacemos de cuenta que no pasó nada. Sino que al haber un gran motivo, que el hijo ha vuelto y queda mucho para adelante, hace fiesta. Siempre al arrepentimiento viene después cómo enmendar los daños y seguir adelante.  Seguramente al día siguiente, o cuando se fueron los invitados, el Padre generó el espacio para conversar con cada uno de sus hijos.

El Padre ve un poco más allá, y es bueno subirse a los hombros de un grande cuando perdemos perspectivas. El Padre Dios nos invita a subirnos a su mirada, a la altura con la que Él ve las cosas.

El Padre rompe con lo establecido. Rompió con la mirada del hijo, con la del mayordomo, con lo que los vecinos decían, y armó la fiesta.

Padre Javier Soteras