Palabras de amor

lunes, 15 de abril de 2013
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Así dijo Jesús a sus discípulos:  “No son los que me dicen:  ¡Señor, Señor! los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.  Muchos me dirán en aquel día:  ¡Señor, Señor!.  ¿Acaso no profetizamos en tu nombre?.  ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu nombre?.  Entonces yo les manifestaré:  “Jamás los conocí; apártense de mí ustedes los que hacen el mal”.  Así todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.  Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos, sacudieron la casa, pero ésta no se derrumbó, porque estaba construida sobre la roca.  Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.  Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos, sacudieron la casa, ésta se derrumbó, y su ruina fue grande”. Cuando Jesús terminó de decir estas palabras la multitud estaba asombrada de sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, no como los escribas.
 
Mateo 7, 21-29
 
Hay palabras y palabras:
 
Hay palabras de amor que son transformantes por su propio mensaje.
 
El otro día conté en casa, a algunos jóvenes, me impactó, cuando volvía de España, pasando por Chile, vi la película “Una mente brillante”, (que no la había visto), y me pareció bárbara. Una película conmovedora, realmente un hecho verídico. Una persona muy lúcida en términos económicos para los análisis y las propuestas de renovación en la administración de los recursos económicos para el mundo. Graduado en Harvard, y de repente se percibe que tiene un delirio propio de la enfermedad esquizofrénica y paranoica.
 
En ese proceso de su enfermedad, aparece una persona con la que se enamora. Y con la que después forma una familia. Y se agudiza todo, su capacidad intelectual y también se agudiza su enfermedad. Al final, la película tiene un largo desarrollo, la mujer se compromete con la causa de su marido. Permanece al lado de él en lo más crítico de su enfermedad. Al final a esta persona le entregan el premio Nóbel en economía en el año 1994.
 
En el discurso final él dice algo así: “he encontrado la respuesta a la ecuación más difícil, la del amor. En los intrincados discursos del amor, he encontrado la respuesta a mis grandes preguntas.”
 
Y se refería a su mujer. “Estoy aquí, porque aquí estoy por vos, sino no podría estar aquí.” Reconociendo en las palabras de amor, en los gestos de amor, lo que le permitió sanidad y estar de pie. Y ser un artífice de una nueva propuesta a la administración de los recursos de la humanidad. Desde una economía que mereció, en su propuesta, premios y un cambio en la administración. Me enteré después en el concepto de lo administrativo.
 
Hay palabras que son palabras de amor.
 
Hay palabras que son huecas.
 
Hay palabras que son palabras sabias. Las palabras de los ancianos, hay que aprender a escucharlas con un oído que se hace a la sabiduría.
 
Hay palabras que las decimos al pasar. Que no tienen tanta importancia.
 
Hay palabras que son sinceras. Que son de corazón.
 
Hay palabras que esconden mentiras. Cuantos discursos de promesas hemos recibido en estos días, y sabemos que en el fondo, no son palabras sinceras, sino que tienen que ver con un voto, con una adhesión. A un tiempo, a un momento. Que después cambian. Que no tienen consistencia, que son tan volátiles como los acuerdos y desacuerdos que ocurren en el mundo de la política. Donde más que todo es posible, todo vale.
 
Hay palabras sin sentido; hay palabras que llenan la vida. Que no son grandes discursos. O acaso no llena la vida oír al niño decir, por primera ves al papá, papá. Papá no dice más que dos sílabas. Pa-pá, y le cambió la vida al hombre cuando escuchó esa primera vez decirle a su hijo papá.
 
Palabras y palabras. Hay palabras que entristecen, palabras que conmocionan. Palabras que llenan el corazón. Hay palabras que lo vacían al corazón.
 
Hay una Palabra que edifica. Que construye sólidamente. Es Dios, la Palabra, el Verbo; que se ha hecho carne, que nos invita a valorar, a resignificar nuestro lenguaje. El verbal y el corporal. El de los silencios. Nos invita a la silenciosa escucha con un oído atento capas de dejarnos llevar por su fuerza. Y por su presencia edificante.
 
Yo quisiera que te vincules a ese mundo de palabras donde has recibido un mensaje llenando de sentido tu vida. No solamente la Palabra de Dios. Te invito a que abramos un panorama más amplio para encontrar en todo caso la Palabra de Dios reflejada en un poema, en un libro, en un discurso, en una carta de amor, que la puedas transcribir y la puedas dejar como mensaje. Las palabras que recibiste en algún momento de tu vida y que llenaron de sentido tu existencia.
 
Vivir en la Palabra:
 
No se trata de hacer cosas por Dios, o en nombre de Dios. ¿No profetizamos en tu nombre? Dicen los que se encuentran al final de su vida con Él. ¿No expulsamos demonios e hicimos milagros en tu Nombre?
 
Él les dirá -jamás los conocí.
 
Al Reino de los Cielos se llega por el oído creyente que adhiera al decir de Dios, y permaneciendo en Él, esto es confiando en Él, se deja transformar por la Palabra, que construye sólidamente, que transforma todo lo que toca.
 
La Palabra es verdaderamente creadora. Y hay palabras que se contagian de esta Palabra. Hay palabras tocadas por la Palabra, en la poesía, en el canto, en la melodía. Hay palabras que entran en el discurso de quien tiene algo para decir al mundo. Hay palabras que son verdaderamente edificantes. Constructivas. ¡Cuánto bien se puede hacer con una palabra bien dicha y en el momento justo!
 
Si supiéramos el valor, si tomáramos conciencia de la significación que tienen nuestras palabras. Si le diéramos mayor peso a lo que decimos y a lo que callamos. A lo que intentamos balbucear. Para eso hay que estar conectados con la Palabra.
 
Y la conexión con la Palabra, que da vida, viene del silencio que sabe recibirla. En este sentido, María aparece como la gran maestra, la gran pedagoga de cómo vincularnos con la Palabra. A tal punto ella supo hacerlo, desde su naturaleza pura, limpia, abierta, servidora que en ella la Palabra se hizo carne.
 
Construir sobre la roca firme es más que obrar lo interpretado de lo que dice la Palabra. Es mucho más que responder interpretativamente en un quehacer determinado el decir de la Palabra. Construir sobre roca es dejar que la Palabra sea operante por sí misma, después de haber sido meditada, rumiada. Que ella tome toda la vida, y actúe con la fuerza y la eficacia que esconde su potencial y nos transforme. Transforme todo lo que ella toca desde donde brota. Desde sí misma.
 
La Palabra tiene fuerza creadora. Tiene fuerza restauradora. Tiene fuerza reconciliadora. Dale valor a tu palabra. Dale valor a la palabra que sos capaz de decir, y con la que, si está vinculada a la Palabra, sos capaz de hacer nueva todas las cosas, desde el ser palabra con la Palabra. “Permanezcan en mí, dice Jesús”. Él es la Palabra. “Permanezcan en mí, y darán mucho fruto”.
 
Dios pronuncia una palabra y el mundo comienza a ser.
 
La Palabra viene a nacer en medio de nosotros, y se hace luz en la oscuridad. La Palabra es entregada como pan de vida, y todo el que la come no tendrá más hambre. La Palabra se ofrece en la Cruz, se entrega, muere. La Palabra resucita y la Vida ha vencido a la muerte, como el discurso más terrible que cierne sobre la humanidad.
 
Estamos buscando encontrarnos con un mundo de palabras, pronunciado en medio de nuestros oyentes. Un mundo de palabras que han venido a traer vida nueva. En un poema, en un libro, en un discurso, en una carta.
 
Palabras que viajaron hasta nosotros, y nos trajeron un mensaje escondido de la Palabra, que gobierna toda palabra que trae vida. Detrás de esos sencillos mensajes, como éste que me llegó recién, que dice; “en el silencio acontece la aurora, alguien lo sabe”, Jorge Luis Borges. Fue palabra que Dios me decía para mi vida, dice Marisa de la Plata. De eso se trata. De encontrar en el viaje de las palabras hacia nosotros, al Que envía toda palabra llena de vida. La Palabra con mayúsculas: el Señor de la Vida.
 
Dicen que todos tenemos mecanismos, con los cuales defender la vida. Un saludable mecanismo es el de prevenir. Ha sido toda una escuela, que Juan Bosco ha creado. Esta de ser capaz de anticiparse a los problemas que la juventud iba a tener, en esa pedagogía de lo preventivo fue construyendo todo una nueva juventud.
 
Es la capacidad de prevenir la que nos regala hoy Jesús, cuando nos dice atención, “que vendrán tiempos donde van a ser sacudidos, estén bien parados”. Y la manera de estar bien parados es hacernos a las palabras que nos llenan el corazón de vida. Y vincularnos a ellas, y rumiarlas, gustarlas y buscar la manera de darle curso para que se expresen libremente. Para resignificar toda nuestra existencia a la luz de su presencia.
 
Detrás de cada palabra está una persona que se ha dado a conocer a sí mismo, detrás de cada palabra de vida, digo. Está una persona que se ha dado a conocer a sí mismo, como la Palabra. Y no es otro que el mismo Dios, el Verbo de Dios hecho carne. Y que se ha quedado entre nosotros.
 
Detrás de cada palabra de vida hay una semilla del Verbo, hay una semilla de vida que la ha sembrado el Verbo. Lo dice así el Evangelio, “el sembrador salió a sembrar, y esparció la Semilla por todas partes”. Esta semilla, que es la Palabra, son las palabras que han llegado a nosotros. Las trabajamos bien, las regamos bien, le dejamos que les dé el sol, para que produzcan mucho fruto en nosotros. Eso lo da la reflexión, la meditación. Lo ofrece la aplicación de la Palabra a lo concreto. Lo da el silencio, como capacidad de escucha de la Palabra, para ser puesta en el lugar justo, en el momento adecuado.
 
Si nosotros tuviéramos conciencia cuánto bien hacemos con la palabra. Y cuánto bien nos hace encontrar en la Palabra el sentido a lo que no tiene sentido. La luz en medio de las sombras. La Palabra, realmente es como un cincel en la mano de un artesano.
 
Tenemos que aprender al uso de la Palabra. Y no se aprende con elocuencia de grandes discursos, que están en boca sólo de algunos grandes genios, sino que está en la mano de todo aquel que entendió que la Palabra se instaló y se quedó. Y que en su quedar se vino a iluminarlo todo. Particularmente la propia vida. Desde allí invitarnos a dar vida en Ella.
 
Es alimento la Palabra. Realmente es alimento. Puede faltarnos otro alimento, pero este alimento no puede faltar. Te invito a que sigamos compartiendo.