¿Qué es la Santidad?

viernes, 21 de octubre de 2016
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21/10/2016 – Cerrando el ciclo de catequesis sobre el Cura Brochero y los santos, el P. Javier Soteras hizo una catequesis en torno a la santidad y la invitación para cada uno de nosotros a ser santos.

 

“Ustedes aman [a Jesucristo] sin haberlo visto, y creyendo en Él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación […] Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, de acuerdo con lo que está escrito: ‘Sean santos, porque yo soy santo’.”

1° Carta de San Pedro (1, 8-9.15-16)

En esta carta de San Pedro podemos ver cómo se nos invita a ser “santos” como lo es Jesús. Podemos preguntarnos ¿cómo manifestó Jesús su “santidad”? Ser santos a la manera de Jesús pasa primeramente por tener una relación muy profunda con Dios nuestro Padre del Cielo, dejando que su Espíritu de Amor venga sobre nosotros y procurando que la Vida de Dios se manifieste a través nuestro en acciones santas como las de Jesús, especialmente su caridad con los pecadores, los pequeños y sufrientes.

Eso es lo que nosotros agradecemos y nos alegramos cuando contemplamos un santo, es decir un “amigo de Dios” que vivió unido a Jesús y por eso como Él pasó haciendo el bien a todos. Y para que esto nos quede claro leeremos un texto del Papa Benedicto XVI sobre lo que es la santidad cristiana:

“Los santos manifiestan de muchos modos la presencia potente y transformadora del Resucitado. Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, nos une a Cristo, del cual, como de la Fuente y la Cabeza, emana toda la gracia y toda la vida del mismo Pueblo de Dios. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en el realizar cosas extraordinarias, sino en la unión con Cristo, en el vivir sus misterios, en el hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido.

Pero permanece la pregunta: ¿Cómo podemos recorrer el camino de santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta está clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo (Is. 6,3), que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma”. ¿Puede ser santo el trabajador, la abuela o vos que leés este artículo? Por supuesto que sí. 

A veces medimos la santidad en terminos moralizantes y eso reduce el misterio, porque santos somos los pecadores invitados por el Señor a un camino de salvación. No somos santos porque seamos buenos, sino porque el Señor nos hace buenos y nos llama a la santidad. ¿Sabés donde está el secreto de Radio María? En su fuerza orante de un pueblo peregrino. Es la oración la que abre caminos, y la que irá mostrando un escenario aún más grande para que esta Radio en medio de un mundo tan necesitado de la oración y de la santidad. La oración nos acerca el cielo.

Homilía canonización Cura Brochero – Papa Francisco

Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración Colecta).

Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.

Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.

Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para ganar la paz. En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.

San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.

Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.

Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndonos unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.

 

 

Padre Javier Soteras