Sabiduría, fortaleza y libertad para la misión

jueves, 6 de junio de 2013
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Sabiduría, fortaleza y libertad para la misión

 

Jesús envía a los discípulos a la misión advirtiéndoles que, para anunciar la Buena Noticia, hay que prepararse: con la gracia de la sabiduría, porque “los envío como ovejas en medio de lobos” (Mt. 10, 16); con la gracia de la fortaleza, “porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos”  (Mt. 10, 17-18); y con espíritu de libertad: “no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir; lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes” (Mt. 10, 19-20).

Todo esto es posible porque Jesús va con los discípulos. El envío es desde la presencia de Jesús que, en el Espíritu Santo, se hace presente ante cada prueba, ante cada desafío. El camino de las pruebas en el seguimiento de Jesús está justificado por el camino de la cruz que a Él le toco como suerte. El que se acerca a Jesús debe armarse interiormente y poner la cruz en el centro de su tarea. Solo en el vínculo de alianza con la pascua de Jesús se encuentran la sabiduría, la fortaleza y la libertad para instalar el Reino de Cristo en el corazón de la humanidad.

 

La sabiduría

 

Discernir” viene del latín y significa identificar, reconocer. Hacemos un discernimiento cuando, con prudencia, juzgamos la toma de conciencia y los movimientos interiores que experimentamos, a fin de distinguir cuáles debemos seguir y cuáles resistir. Se tendrá prudencia al juzgar la conveniencia o no de cierta actitud, más que juzgar el origen de esa moción. “La prudencia aspira a ir al fondo de las cosas, sopesando bien el valor de los signos y de los testigos. La prudencia humana fácilmente juega ‘a lo más seguro’, y debe ceder paso a la prudencia sobrenatural, la que no teme reconocer una acción de Dios en y para su Iglesia” (Card. Suenens). “El discernimiento de espíritu es el conocimiento íntimo del obrar divino en el corazón del hombre; es don delEspíritu Santo y un fruto de la caridad” (cf. Flp 1,9-11- Ordo Paenitentiae). Supone un camino espiritual personal y comunitario. No se trata de ningún método para descubrir la Voluntad de Dios, sino de un modo de madurar nuestra fe y de vivir según el Espíritu, desde la voluntad de Dios.

El discernimiento puede referirse a nuestra conducta personal, a nuestras actitudes espirituales, al campo de nuestras opciones concretas. También se aplica a la conducta global de la comunidad cristiana, a los movimientos de espiritualidad y de pastoral, a las tendencias de renovación eclesial, a las diversas ideologías que atraen a los hombres de nuestro tiempo, etc. Asimismo, se aplica a las experiencias carismáticas y místicas (visiones, profecías, etc.), a las luces y movimientos interiores que nos orientan, y a los estados de consolación y desolación.

La importancia de saber discernir se desprende no sólo de la enseñanza apostólica (ver Mt 7,15; 1 Tes 5, 21; 1Cor 14, 20; 1 Jn 4, 1-3) sino también de la experiencia de los maestros de espiritualidad, que han comprobado la trascendencia que tiene en el camino interior el dejarnos guiar dócilmente por Dios hacia la santidad.

El salmista  nos advierte que “si el Señor no construye el edificio, en vano se fatigan los obreros” (Sal 127, 1). Para construir responsablemente la propia historia según el proyecto de Dios, es necesario que escuchemos al Espíritu de Dios y que colaboremos con Él en la obra que está realizando, sabiendo “discernir lo que agrada al señor” (Ef 5, 10).

El discernimiento se da como un don carismático del Espíritu y como una habilidad desarrollada desde el amor.

 

La fortaleza

 

Todo auténtico misionero debe tener la cabeza de hielo, el corazón de fuego y los brazos de hierro. Una cabeza de hielo, guiada por ideas claras, transparentes, frías como todo raciocinio limpio, depurado de la amalgama emocional. Un corazón de fuego, sentimientos y amores ardientes que recogen y canalizan toda la inmensa riqueza afectiva de nuestro ser, que impregnan al frío raciocinio de calor humano y de entusiasmo vibrante, capaz de despertar todas las energías del alma. Y unos brazos de hierro, que llevan a la práctica esas ideas lúcidas, inflamadas en el horno del corazón. Este trípode, cuando está armónicamente equilibrado, forma el eje de una personalidad con fortaleza interior.

 

Con libertad en el Espíritu

El mundo necesita testigos de Cristo y de su Evangelio. Necesita santos. Y el maestro que nos va guiando hacia esta meta es el Espíritu Santo. Es Él quien nos enseña cómo ser seguidores auténticos. Nos da también la fuerza y el valor para ser heraldos del Evangelio ante los hombres. Pero, ¿cómo aprender del Espíritu Santo? ¿Cómo escuchar su voz en nuestro interior, en un mundo lleno de ruidos? Hay que aprender a escucharle en el silencio de nuestra alma, en la celebración de la liturgia, en la lectura atenta de la Palabra, en los escritos del Magisterio de la Iglesia y de los santos.

El Espíritu Santo debe ser nuestro amigo, un socio con el que queramos tratar acerca de nuestra salvación. Para ello, el alma debe recogerse, escuchar su voz y seguir con docilidad sus inspiraciones. Son inspiraciones sencillas, que exigen poco a poco una mayor entrega y fidelidad a Dios. Pero en esta exigencia, también encontramos el camino de nuestra felicidad. Dios sabe perfectamente qué nos conviene y nos lo comunica a través de su enviado, nuestro colaborador: el Espíritu Santo.

 

Padre Javier Soteras