Santa Teresita: La Santidad desde el amor

miércoles, 22 de junio de 2016
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22/06/2016 – Siguiendo la serie de catequesis sobre la vida de los santos, comenzamos a adentrarnos en la vida de Santa Teresita del niño Jesús. Joven carmelita que nos muestra su caminito, como el gran lugar para seguir a Jesús.

 

 

“Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación. Por la fe comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible. Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, y por eso fue reconocido como justo, como atestiguó el mismo Dios al aceptar sus dones. Y por esa misma fe, él continúa hablando, aún después de su muerte. Por la fe, Henoc fue llevado al cielo sin pasar por la muerte. Nadie pudo encontrarlo porque Dios se lo llevó y de él atestigua la Escritura que antes de ser llevado, fue agradable a Dios. Ahora bien, sin fe es imposible agradar a Dios porque aquel que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan.

Por la fe, Noé al ser advertido por Dios acerca de lo que aún no se veía, animado de santo temor, construyó un arca para salvar a su familia. Así por esa misma fe, condenó al mundo, y heredó la justicia que viene de la fe. Por la fe, Abraham obedeciendo la llamada de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. También la estéril Sara, por la fe, recibió el poder de concebir, a pesar de la edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar”.

Carta de los Hebreos 11, 1 – 10.

 

 

Teresita del Niño Jesús vive en un contexto de espiritualidad enfermo. La Madre Gonzaga, su superiora, encarna aquella manera dura y difícil de entender la espiritualidad, bajo silicios, cruces de hierro, ortigas para la flagelación y ajenjos en la comida para hacerla un poco más amarga. Teresita se aparta de esta mirada, y comienza a recorrer un camino por el lado de la sonrisa en el dolor frente a las mortificaciones interiores, con la determinación de cambiar la historia desde ese lugar. Ella es llevada por el Espíritu y abre un caminito que comienza a encontrar su rumbo a partir de la Palabra de Dios en el capítulo 12, de la Carta a los Corintios donde descubre precisamente cuál es su sitio en el corazón mismo de la Iglesia. En el capítulo siguiente paulino, en los versículos del 1 al 7 descubre desde dónde ocupar ese lugar. Es la caridad lo que alienta el corazón de la Iglesia: “Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor soy como una campana que resuena, como un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía, conociera todos los misterios y todas las ciencias, aunque tuviera toda la fe o una fe capaz, de trasladar montañas, si no tengo amor no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres, entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor no me sirve de nada. El amor es paciente, servicial, no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo crea, todo lo espera, todo lo soporta”.

Fue así que descubrió que en el cuerpo eclesial hay muchos miembros y que cada uno tiene su lugar y su importancia, al tiempo que deseó ser todos ellos. Este era el deseo grande que había en el corazón de Teresita: ser misionera, sacerdote, religiosa, contemplativa y al mismo tiempo poder ayudar a los pobres, atender a los enfermos, etc. Todo quería hacerlo y fue de esa forma que se dio cuenta que no podía. “Cuando descubrí que en el Cuerpo todos éramos uno y cada uno tenía un lugar, yo elegí en el corazón de la iglesia, ser el amor”. El amor es lo que da sentido al corazón , en donde están todas las vocaciones y todos los servicios.

Teresita va encontrando los caminos del amor que le abren adelante experiencias de alegría en medio del dolor y de ambientes agobiantes. En medio de situaciones desproporcionadas y lejanas al estilo evangélico, ella decide sonreír más que amargarse y entristecerse. Su penitencial manera de vivir va por el corazón, no se deja atrapar por las costumbres enfermas del lugar e interiormente hace penitencia, eligiendo el camino de la sencillez y de la sonrisa. Es el camino de la bienaventuranza por la fuerza del amor. Es el amor el que abre caminos donde parece que todo está cerrado. 

Teresita se sabe amada

En otra parte de sus escritos, afirma Teresita de Lisieux: “Dios se ha complacido en rodearme siempre de amor”. Es el testimonio que brota de lo más profundo de su ser en Cristo, en su sencillez está dando ella la clave de la vida cristiana: tener experiencia de amor. En su autografía lo que hace es declarar que ha sido amada, que ha habido amor en su vida. Y aquí está el fundamento de su vida. Sabe que Dios la soñó desde el amor, con todo lo que tiene también el amor de crucificante. La imagen que mas representa a Teresita, es vestida con el hábito de las carmelitas con una cruz en sus brazos y rosas. La ofrenda de la vida se hace con rosas también. 

Así ha marcado una parte importante de la espiritualidad de la Iglesia por el camino de la sencillez en el amor, que es la clave en torno a la cuál Teresita nos invita a recorrer en lo cotidiano un modo de seguimiento de Jesús, amando como la forma más excelente de vivir en plenitud el misterio salvífico en nuestra vida.

Una vez, Teresita le escribe a su hermana Celina y le dice: “Jesús hizo locuras por Celina, que Celina haga locuras por Jesús. El amor solo con amor se paga y las heridas de amor solo con amor se curan”.

Esta es la clave de la vida cristiana teresiana, se da lo que se recibe y siempre se recibe. El desafío es saber cómo trabajar la propia naturaleza venciendo la soberbia, el orgullo y el egoísmo, ese que la hace muchas veces a Teresita meterse demasiado dentro de sí misma. En su espiritualidad, esta joven nos invita a romper con todas estas cosas, también con la testarudez, oponiendo firmeza, dejándose llevar por Dios. Esta es la clave para recorrer lo que ella da a entender como ” el caminito en la vida espiritual”.

“Un hombre, una mujer que tienen recuerdos lindos de niños están salvados” decía Dostoievski”. Esta es la experiencia que Teresita guarda en lo más profundo de su corazón. Una expresión de esto está en lo que ella dice “Dios se ha complacido en rodearme siempre de amor. Mis primeros recuerdos guardan las huellas de las más tiernas sonrisas y caricias. Amaba yo mucho a papá y a mamá, les demostraba de mil maneras mi ternura”.

Y más adelante también dice ella respecto de lo que ha sido su experiencia de amor cuando relata: “Que dulce fue el primer beso de Jesús en mi alma (lo recuerda cuando recibió la primera comunión) fue un beso de amor, me sentía amada y decía a mi vez ´Te Amo, me entrego a vos para siempre`. Desde hace mucho tiempo Jesús y la pobre Teresa se habían mirado y se habían comprendido. Aquel día no era ya una mirada, sino una fusión, yo ya no era yo, ni Él era Él. Ya no éramos dos. Teresa había desaparecido como la gota de agua que se pierde en el seno del océano. Solo quedaba Jesús, era el dueño, Él era el Rey”. Esta experiencia de amor que marca la vida de Teresita del Niño Jesús, la determina en el momento decisivo de elegir su lugar en el Cuerpo de la Iglesia, a ser el amor en el corazón eclesial.

Decía Martín Descalzo: “Quiero confesar que he sido y soy feliz aunque en la balanza de mi vida sean más los desencantos y fracasos, porque, aunque todos se multiplicasen, aún no borrarían la huella de tus besos o de tus uñas, halcón, no lo sé, es lo mismo”. Descalzo le reza esto a Jesús, al final de su vida. Y esta misma experiencia fue la que tuvo Teresita, la de recibir mucho amor en medio de mucho dolor. Acrisolada en el dolor, dentro suyo creció el amor.

 

Virgen de la sonrisa

 

Teresita es sanada por la Virgen de la sonrisa

Desde muy chica, Teresita percibe los mimos de Dios y también tiene conciencia de cuánto la hace sufrir la presencia de un amor tan grande en su vida. La primera experiencia dolorosa es la muerte de su mamá, cuando tiene apenas cuatro años. Ella recuerda este hecho muy hondamente, que la deja casi enferma de muerte. Hablando de aquel día, Teresita describe lo que le suele pasar a un niño tan pequeño que pierde a su mamá: los adultos intentan disimulárselo, distraerla para que no tome conciencia de qué fue lo que sucedió. La mandan a jugar al patio, al fondo de la casa, le dicen que se vaya con los tíos o con los primos.

“A nadie hablaba yo de los profundos sentimientos que en aquel momento me embargaban… Miraba y escuchaba en silencio… pude ver muchas cosas que hubieran querido no ver, pero en un determinado momento me hallé frente a la tapa del ataúd que estaba -dice el relato que ella misma hace- en la galería de la casa, permanecí largo tiempo contemplándolo, nunca había visto ninguno, sin embargo comprendía…”.

Ella, que era la alegría de la casa, comienza como a replegarse sobre sí misma y se vuelve sumamente sensible, llora muy frecuentemente, lloraba como una magdalena: “Y cuando empezaba a consolarme de lo acontecido, lloraba por haber llorado”. No había consuelo en el corazón de Teresita. Este dolor profundo por la muerte de su mamá comienza como a sanarse cuando descubre entre sus hermanas mayores a Paulina, como una figura maternal. Y paralelamente a esto, Paulina, comienza a descubrir su vocación a la vida religiosa, que más tarde la llevará a ingresar al Carmelo. Su hermana mayor le había prometido a Teresita que la iba a esperar para entrar juntas, eso era lo que conversaban entre ellas. Pero no la pudo esperar porque en el interior de Paulino surgieron irrefrenables deseos de ingresar al convento. Y así fue. Ante esta situación, Teresita dice que, por segunda vez, la vida la dejó huérfana. Recuerda ella: “´Todo comenzó a ser a partir de allí, una extraña enfermedad, que se había anticipado con aquellos encierros propios que le generó la muerte de su madre, al no encontrar en el vínculo con nadie lo que encontraba con su mamá`. Así se refiere Teresita a sí misma: ´Comienzo a ser una pobre niña que parezco una idiota. Al verla tan mal, los médicos decían que no iba a sobrevivir. Incluso su padre llegó a creer que Teresita podría volverse loca.

Se da una gran crisis en la vida de Teresita. Lloraba por sus pérdidas, la de su mamá y poco tiempo después la de su hermana mayor ingresando al convento. Lloraba todo el tiempo, y cuando se lograba recuperar, lloraba por haber llorado. Contando su experiencia interior, escribe:

“La pobre florecita – dice Teresita de sí misma- languidece, parecía haberse marchitado para siempre; sin embargo tenía un sol cerca de ella, ese sol era la imagen de la Virgen Santísima”. Frente a la imagen de la Virgen, Teresita comienza a revivir. “De repente la Santísima Virgen pareció hermosa, su rostro respiraba bondad y ternura, pero lo que me llegó hasta el fondo del alma fue su encantadora sonrisa. En aquél momento todas mis penas se desvanecieron al dejarme mirar fijamente por María. Teresa está curada, dijo una de sus hermanas. Sí, la florecilla iba a renacer a la vida, el rayo luminoso que la había recalentado no dejará ya de seguir prodigándole sus favores”. A partir de ese momento tan transcendental, el amor de Dios comenzará a manifestarse, a través de María, en la vida de Teresita. Y esto era particularmente palpable en las circunstancias más sufrientes que le tocaba vivir a esta pequeña.

Padre Javier Soteras

Material elaborado en base al material “Teresita, la mimada, la misionada, la doctora” P. Ángel Rossi, Bonum